viernes, 26 de diciembre de 2014

De léxico y traiciones

    Aprovecho los días de invierno en mi casa del pueblo para releer un libro viejuno, que rescaté de la biblioteca de mi difunta tía: "Castilla, lo castellano y los castellanos" que con semejante título sólo puede ser escrito por Miguel Delibes. En sus páginas encuentro muchas de las referencias a los campos de Castilla que el maestro describió como nadie, muchos de los refranes, los dichos y las verdades que la generación de mi padre, y aquellos que me enseñaron buena parte de lo que se, utilizaban en sus conversaciones cotidianas y que hoy se han perdido para siempre. Porque hasta hace veinte años, los castellanos éramos todos unos aldeanos, que distinguíamos todo tipo de árboles y razas ganaderas y sabíamos solo por el vuelo de las aves qué tiempo íbamos a tener al día siguiente. Releo las páginas de Delibes con el placer de la buena literatura, pero sobre todo con el de las palabras perdidas: grajo, alcaucil, vereda, trocha, rastrojo, acedera, voladizo, barrunto, galguería, maitines, vihuela, trillo, zampoña, zahorí, mandil, manteleta, berlana, ditirambo...no sigo, que me emociono. 

    Después de las palabras perdidas, salgo a la calle y me encuentro con unas palabras que no sé si son castellanas o de Tele5, y a las que supongo que acabaré acostumbrándome por aquello de que los idiomas están vivos y los hacemos los hablantes. Hago un esfuerzo, pero me cuesta todavía que en la tienda de embutidos me pregunten si habrá alguien que "recepcione" un jamón que he mandado de regalo. O que la operadora de Gas Natural me diga que no me puede "agendar" todavía la visita para la revisión de mi caldera. O que los de la inmobiliaria que vende el piso superior al mio y que me han puesto un cartel que me molesta, vean qué pueden hacer para encontrar "otra tipología de cartel". O que otra inmobiliaria anuncie una promoción de "chalets monofamiliares"...Si ésta  es la lengua viva que mantenemos y renovamos entre todos, casi que preferiría quedarme con la muerta! 

   Y para acabar la miserias de hoy, en lo que invento alguna estrategia para cargarme las palomas que utilizan el maldito cartel de la inmobiliaria como nido, y me están poniendo el balcón como un estercolero, voy en busca de un nuevo proveedor de churros y chocolate, pues mi cafetería habitual cambió de dueños y los nuevos no hay quien se los coma...me ha parecido una traición mayor que la de Urdangarín a la Casa Real.

jueves, 25 de diciembre de 2014

En mi mesa de Navidad

    Quede claro que mi mesa de Navidad no es la mía sino la de mi madre, más conocida entre mi gente como "la jefa", no vaya a ser que me lea apropiándose de su mesa y tengamos un contencioso familiar. Pues bien, en mi mesa de Navidad nos hemos sentado doce personas (uf! casi trece) pertenecientes no sé si a tres o cuatro generaciones, porque iban desde los siete hasta los 85 años. Doce personas entre las cuales ganábamos por número las mujeres, como casi siempre en la vida, y se contaban cuatro nacionalidades diferentes, todo un mérito para una familia castellana vieja. 

    Estas doce personas sentadas en esta mesa hemos compartido canapés, langostinos, turrones y mazapanes y todas esas cosas que las familias compartimos en Navidad a pesar de que todos los programas gastronómicos intentan convencernos de que cenemos espumas varias y reducciones de Pedro Ximenez. Hemos hablado de todo y de nada, procurando evitar los temas escabrosos y sobre todo la política, fuente de grandes conflictos en las comidas navideñas. Y eso que este año, entre la Infanta Cristina y los catalanes, nos lo han puesto complicado, lo de no hablar de política.

   En esta mesa de Navidad, no se contaban tantas personas como teléfonos y tabletas sino casi el doble. Desde ellos nos hemos felicitado la Navidad, nos hemos contado los regalos dados y recibidos, nos hemos echado de menos con los muchos seres queridos que quedan fuera de nuestras familias y nuestras mesas navideñas y digo yo, que en qué matábamos el rato de la sobremesa cuando no teníamos tanto soporte tecnológico para hacer la digestión!

   Mi mesa de Navidad de este año ha sido una mesa de Navidad cualquiera, como tantas otras repartidas por la piel de toro, con sus alegrías y sus penas, con sus broncas y sus olvidos, con sus ausentes y sus presentes. En esta mesa de Navidad no había hoy ningún parado ni nadie pendiente de juicio, ni tampoco echábamos de menos a ningún pariente hospedado en la cárcel, así que demos gracias a quien corresponda; y esperemos pasar otras muchas navidades sin pena ni gloria, que para sobresaltos ya tenemos los de la vida cotidiana! Feliz Navidad a todos mis lectores.

domingo, 21 de diciembre de 2014

La lotería de la vida

    Tengo una cierta idea de lo que voy a hacer mañana, aunque ya se sabe que el destino es el que tiene la última palabra. La verdad es que mañana tengo un programa apretado que, espero que se cumpla como previsto, aunque los caminos del Señor son impenetrables, eso también se sabe. Hay una serie de cosas que me van a ocurrir mañana, unas buenas y otras no tanto, y sobre todo hay una cosa que sé que no me va a ocurrir, que no sé si es buena, buenísima o simplemente una más de las cosas que a uno le suceden en la vida: mañana no me va a tocar la lotería. Que cómo estoy tan segura? pues porque no he jugado, y no soy parroquiana habitual de esos bares donde todo el mundo juega al mismo número y cuando no juegas te lo guarda el dueño. 

    Que por qué no juego? porque se me olvida que la lotería hay que comprarla, porque si te la regalan (dice el saber popular) no toca. Y se me olvida que hay que comprarla porque en mis planes de vida y en mis proyecciones de futuro entran numerosas variables y entre ellas, nunca he considerado que una fuera una bolsa de millones caída del cielo. Supongo que llevo mi cartesianismo existencial hasta límites muy elevados, pero así es. 

    Tampoco he sido nunca aficionada a los juegos de azar; ni me interesan, ni me motivan, ni pienso que mi suerte me permitirá sacar alguna ganancia limpia de ellos. Nunca me gustó jugar a las cartas y eso que fui universitaria en los años '80 de España donde, o sabías jugar al Mus, o no te comías una rosca en los bares de las facultades. Por supuesto, aprendí a jugar al Mus para comerme las roscas que fueran necesarias, pero cada vez que empezábamos una partida veía siempre extrañas maniobras a mi alrededor destinadas a no ser mi pareja, porque estaba claro que a los que jugábamos sin motivación, se nos notaba.

   Mi aversión por el juego se extendió a los juegos de mesa, que nunca me han entretenido, ni han picado mi curiosidad. He pasado por ese sarampión en los años más infantiles de mis hijos, pero reconozco que antes que montar un bingo en casa u organizar un campeonato de Parchís entre la grey infantil prefiero llevármelos a todos a un parque aunque eso suponga pasar frío o llenarme de barro hasta las cejas. Aún hoy día temo esas cenas a las que te invitan prometiéndote una partida de Pictionary o de cualquiera de sus primos hermanos, incluyendo todos los que se juegan en las pantallas...me supera. Creo que soy la única persona que conozco que no ha jugado nunca al Candy Crush, y les aseguro que en mi página Facebook recibo una invitación casi cada día. 

    En fin, que yo no juego, pero mañana, mientras yo estoy a mis cosas, unos cuantos millones de españoles estarán pendientes del salón de plenos de la Lotería del Estado y de unos niños encantadores que cantan números como un mantra que, miren ustedes por dónde, ese sí me hace gracia escuchar. Espero que la Lotería de Navidad deje un gordo en una peña de obreros en paro, o de emigrantes sin papeles, que reparta premios entre las enfermeras del Carlos III o entre los jubilados que mantienen a familias de ocho personas; que riegue de dinero fresco (y legal) a quienes están a punto de ser desahuciados o a quienes llevan tres años en paro...sólo faltaba que ahora le tocara o Bárcenas!...O a las Koplowicz.

    A mí ya me tocó, no les digo cómo ni de qué manera porque de ciertas cosas muy privadas ni siquiera aquí debo hablar. Me tocó la lotería de la vida, generosamente, y me sigue tocando cada año que pasa y envejezco junto a mi marido y mis amigos y veo a mis hijos crecer sanos y fuertes; cada uno de esos años en los que me quejo de la cantidad de canas que pueblan mi cabellera y de lo que me cuesta quitarme la lorza a golpe de correr kilómetros y kilómetros; en todos y cada uno de esos años en los que puedo pagar mis facturas, no tener demasiados remordimientos ni deudas tremebundas que saldar. No querrán ustedes que, con tanta suerte, además, compre un maldito décimo y encima me toque! Feliz semana navideña para todos.

   

viernes, 19 de diciembre de 2014

Ya llegó Campofrío

    Esta Navidad es la cuarta que me pilla escribiendo mis cosas, así que antes de ponerme a despotricar de los días cortos, de los regalos inservibles y del frío reinante, he decidido repasarme todas mis entradas navideñas para no repetirme más que la morcilla de Burgos, lugar por cierto donde se ha rodado el anuncio de Campofrío. Se lo dejo de regalo (inservible este también):


    Porque si no les ha quedado claro, españoles todos, el incio de las festividades, con lágrima fácil y amor desmedido por el prójimo ya no lo marcan ni las muñecas de Famosa ni las burbujas de Freixenet: manda la fábrica de embutidos que, para colmo, este año se les ha quemado, y los publicitarios (esas gentes que reflexionan sentadas en sillones de colores y llevan gafas con monturas imposibles) han aprovechado para conjugar el vermo "quemar", y sobre todo su participio pasado, y hacer un buen anuncio, sin más. 

    Yo hoy he dado carpetazo a mis asuntos laborales, y me estoy preparando unas navidades cinematográficas, que engordan menos que las culinarias y alimentan el espíritu. Tengo mucho atraso de series, y como sigo los buenos consejos de quienes no tienen hijos (que son los que las ven cuando salen) me voy a merendar tres temporadas de "Sherlock" y dos de "House of Cards", más la quinta de "Downton Abbey" cuando me la preste mi amiga, aunque se haya pasado la Navidad. Gran bombazo de esta temporada, aparece George Clooney en el último episodio:



    Cine: veremos "Exodus" para ver a Moisés partiendo las aguas del mar Rojo en Fuerteventura, a ver qué tal les ha quedado; el oso "Paddington" haciendo de las suyas por Londres y si me apuran , hasta los pingüinos de Madagascar, que se han convertido en actores principales porque (ya era hora) los productores se han dado cuenta que eran lo mejor de las anteriores entregas. Y tengo diez películas de Chaplin que compré hace un par de semanas a precio de ganga, que no sé si caerán todas pero espero que al menos la mitad. Y  "Lo que el viento se llevó"  y "Ben Hur" en versión original, que esas dos se las van a tragar mis hijos sí o sí, como yo hace años me tragué "La sirenita" o cosas incluso peores hasta dos y tres veces. Y si los petardos del dividendo digital no me han hecho desaparecer el  "Paramount Classic" de mi televisión, puede que caigan unas cuantas joyás más del séptimo arte. 

    Hay quien planea en estos días cómo sentar a sus parientes de ambos lados de una misma  mesa o cuántos langostinos se pueden comer por persona y cuándo comprar la merluza para que la puñalada del pescadero te duela menos. Hay quien se ha puesto en forma para tirarse por las pendientes esquiando y procurando no romperse la crisma, que es algo que cada vez ms le pasa a la gente que esquía (por qué será?). Hay quien compra lotería con números y combinaciones especiales soñando todo lo que va hacer el día que le toque; y hay quien se marcha a las Canarias  dispuesto a hacer la conga de Jalisco con una panda de alemanes bebidos con tal de no acordarse que es Navidad. Ya ven ustedes, planear las películas que uno va a ver y disfrutar aprovechando que hace frío y los días son cortos, es una manera de hacer planes navideños.

    Y lo mejor que hacen los de Campofrío cada año es sacar a Gila, el mejor de todos, el maestro de maestros, ese que fue capaz de llamar por teléfono, preguntar por el enemigo y hacer todo un chiste de ello. Aquí les dejo otro regalo inservible de los míos:


    Y a partir de mañana, a disfrutar del cine, los parientes y la tregua navideña, tregua de todas las demás cosas quiero decir.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Niño rico, niño pobre

    Tres  historietas seguidas, y después la conclusión, vamos con la primera. Ya saben los que me siguen que hace año y medio estuve en Perú y volví fascinada. Una de las maravillas que me cortó la respiración en aquellos días fue el Lago Titicaca, tan inmenso como que tiene islas por medio. Islas habitadas por indígenas que sobreviven de la pesca y lo que dejan los turistas, y que tienen que desplazarse de una isla a otra para conseguir sus víveres, o para ir a la escuela los niños. Poco después de regresar de mi viaje, vi en la televisión francesa un reportaje sobre estos niños peruanos del lago Titicaca, que se levantan con el alba y se montan en una pequeña barca de remos y, sin saber nadar muchos de ellos, van a la isla vecina a la escuela, remando cerca de una hora, con temperaturas mañaneras muy cercanas a cero y viento del altiplano que te corta la cara. Algo muy gordo tiene que pasar para que estos niños peruanos falten a clase, lo dice con una sonrisa de oreja a oreja la maestra que añade, "aunque mejor sería que aprendieran a nadar"...

    Segunda: es una película, yo la he visto en versión francesa, pero existe en versión española y se llama "Camino a la escuela". Aquí tiene el Trailer, para abrir boca:


    Son cuatro historias reales de otros tantos niños, y las peripecias que atraviesan cada día para poder llegar al colegio. Es especialemnte conmovedor el capítulo de la India, donde un chiquillo de trece años, llamado Samuel, parapléjico, va cada mañana a la escuela en una destartalada silla de ruedas que empujan por religioso turno sus dos hermanos durante más de una hora, a través de lo que literalmente ustedes y yo llamaríamos un camino de cabras.

    Tercera: tengo un  amigo que  sostiene desde hace años, con tesón y generosidad infinita, una cantina escolar en una barriada miserable de Puerto Príncipe, la capital de ese país llamado Haití, del que Dios se olvidó a los cinco minutos de crearlo. Sus amigos le ayudamos como podemos porque el proyecto merece la pena y cada Euro que se pone va a parar allí. Mi amigo se desplaza a Haití una vez al año para vigilar el proyecto y me cuenta las caminatas que se pegan estos chavales para ir al colegio, a veces con la simple recompensa de, al menos, comer una vez al día (cosa que de quedarse en sus casas no siempre está garantizada) y lo que es más, los recorridos largos y en malas condiciones de transporte que hacen los profesores, cuyo salario no llega en muchos casos a 200 dólares al mes, algo que no les resta ni un ápice de motivación y ganas de sacar a estos pobres desheredados a elante.

    Y ahora el escenario del crimen: una ciudad del norte opulento de Europa, donde mañana hay una huelga general, la segunda en ocho días; huelga convocada con toda la razón, que conste. Mis hijos estudian en una escuela internacional donde los profesores no están pagados por este gobierno al que van dirigidas las protestas, los alumnos viven  casi todos a media hora andando (como mucho) de la escuela y en sus casa hay casi siempre un coche y en muchos casos, dos. La escuela está abierta, vale; los profesores no pueden hacer huelga porque les pagan sus gobiernos de origen (muchos y de variados países) vale; no hay cantina escolar pero nada impide al chiquillo acudir a la escuela con un bocadillo e incluso con toda una fiambrera llena de víveres, vale; no hay transporte público ni escolar, pero ya hemos explicado que no hay que atravesar tres autopistas y dos vertederos para llegar al colegio. Resultado: la escuela la semana pasada estaba desierta de niños y me temo que mañana será aún peor.

    Conclusión: estamos criando estirpes de flojos; las consecuencias ya nos la iremos encontrando. Que vean "Camino a la escuela" los que no la hayan visto. Y ya me dirán ustedes. Buenas noches.

jueves, 11 de diciembre de 2014

El hambre no está invitada

    El 12 de diciembre del 2011 escribí una entrada llamada "Más cornadas da el hambre", que cuando miro mis estadísticas blogueras siempre está encaramada entre las diez más visitadas. No sé si sentirme orgullosa o apenarme por ello, porque si la gente la sigue leyendo,  quizás sea porque el hambre es de rabiosa actualidad. De muestra les dejo este vídeo sobrecogedor, es el de la campaña contra la pobreza infantil del año pasado, pero por desgracia, vale también para este año:


    Dice nuestro presidente, Don Tancredo Rajoy, allá por Veracruz (porque verdaderamente hay que irse hasta Méjico para decir cosas así) que en Europa nos admiran por nuestra recuperación económica y por nuestra capacidad de crecimiento después de la crisis. No sé si sabe Don Tancredo, que de esa crisis feroz y salvaje como pocas, aparte de los cinco millones de parados, que ya sabemos que no le importan a nadie en el gobierno, han quedado 2.300.000 niños viviendo bajo el umbral de la pobreza, muchos de ellos presentando severos cuadros de malnutrición. En un país lleno de estrellas Michelín, de bares de tapas, de programas de cocina en las televisiones y turistas que viene a ponerse morados de paella, no sé cómo soportamos la sola idea de que nuestros chiquillos estén mal alimentados, no porque les guste la comida basura, sino porque muchos de ellos no llegan ni a catar la comida, punto.
 
 No sé como podemos creernos que vivimos en un país decente cuando sólo entregamos el 0'5 del PIB como ayuda a las familias; en la Unión Europea, sólo Rumanía, Bulgaria y Grecia se ocupan menos de las familias y de la crianza de los hijos que nosotros. Los hijos, les recuerdo, son esos ciudadanos de pleno derecho que algún día con su trabajo deberían de pagar nuestras pensiones y mantener nuestras sociedades en pie; algo que harán malamente si crecen desnutridos, enfermizos, raquíticos y sin ir al colegio. Como estamos gobernados por grandes incultos, nadie se acuerda que los Bárbaros fueron empujados hasta las puertas de Roma por el hambre, que ese mismo hambre llenó Estados Unidos de irlandeses famélicos, que el hambre se cargó al Zar de Rusia y provocó toda una revolución en un país que ya estaba pringado con una guerra mundial, que el hambre ha convertido amantes de los animales en toreros, honrados padres de familia en delincuentes, derrocado tiranos, provocado ríos de sangre y revueltas atroces en varias partes del mundo...Como si nada. 
 
    No hace tantos días, decía el Papa Francisco (ese hombre que si sigue así quizás hasta consiga que yo vuelva a entrar las iglesias para algo más que para ver sus cuadros) ante el Parlamento Europeo reunido en Estrasburgo que los europeos hablábamos de la pobreza sin saber verdaderamente en qué consistía, puesto que ser pobre, como se es en otros continentes, es nacer pobre, vivir pobre, y morir pobre habiendo engendrado unos hijos que, a su vez, seguirán siendo pobres. Al Papa yo le diría que sus palabras son ciertas gracias a que en Europa hemos creado tras las dos grandes guerras un modelo social en el que aún naciendo pobre se podía aspirar a un mundo mejor para nuestros hijos; ahora bien, viendo la saña con la que muchos se están empleando en destrozar nuestra educación, nuestra seguridad social y tantas otras cosas buenas que hicimos juntos, creo que en unos años serán los asiáticos lo que hablarán de nosotros como esos pobrecillos a los que hay que alimentar. 
 
    Me pongo pesadita con estas cosas porque se acerca la Navidad, tiempo de opulencia culinaria, de Alka Seltzer a todas horas y de cenas y comidas interminables, de muchos cubos de basura llenos de comida que sobra en los platos y de muchos supermercados repletos de viandas a las que una parte de la población no va a echarle la zarpa nunca. Yo no soy ninguna santa, peco de gula como la que más, no me gusta el turrón pero sí los langostinos, por catetos que sean, pero antes de sentarme a la mesa navideña ya he dejado mi granito de arena en el lugar donde pueda ser útil, y así se lo he explicado a mis hijos y a todos los que me quieran escuchar. Si no se les ocurre nada, aquí tiene unas cuantas ideas: www.plan-international.org; www.accioncontraelhambre.org;  www.educo.org. Por cierto, si sufren ustedes la plaga de los Amigos Invisibles y sus regalos inútiles, pidan que, en vez de recibir un regalo,  se haga una donación en su nombre. Y después, tomense los langostinos, las uvas y el turrón en paz, pero digámonos todos que no, que donde hay niños,  el hambre no está invitada.


 
  

 


martes, 9 de diciembre de 2014

Fabiola sí que mola

    No piensen que los fríos invernales me han trastornado: sigo siendo profundamente republicana. Y antes de seguir avanzando lo digo como lo he dicho alto y claro,  una y mil veces: no me vengan con el cuento de que las repúblicas y sus gobernantes salen muy caros, o con el de que hay que ver lo que cuestan las elecciones y lo que roban los políticos; no, lo siento: los cargos públicos (y el de jefe del estado lo es) en pleno siglo XXI,  no se heredan.  O por lo menos así lo pensamos los que hemos leído a Montesquieu, que ya no debemos ser tantos como antes.  Y ahora, tras la declaración exculpatoria puedo ir a lo que hoy me interesa. 

    Creo que en las 309 entradas que llevo publicadas, y unas cuantas más que he tirado a la basura, he escrito sobre todo tipo de personajes esdrújulos, aunque presiento que el de hoy, es uno de las que se lleva la palma. Y ya me dirán qué tengo yo que ver con la reina Fabiola, que en paz descanse, aparte del hecho de compartir nacionalidad y el gusto por los hombres con gafas y de otra determinada nacionalidad...Y ya me dirán cómo me puedo poner yo, Concha Torres, republicana convicta y confesa a compartir con ustedes mi fascinación por una reina de las de ahora (si al menos fuera Isabel la Católica) que además se vestía de Ursulina y se peinaba como si el gremio de peluquería fuera su mortal enemigo. Quizás sea la persona que conozca que más se corresponda con aquella descripción que hiciera Valle Inclán del Marqués de Bradomín: fea, católica y sentimental; quizás sea ese deje madrileño que tenía cuando hablaba francés, arrastrando unas "erres" interminables, o quizás sea la sospecha que siempre he tenido de que detrás de ese aspecto de rancia, melosa y recién caída del cielo, se escondía todo un carácter, al cual más valía no mentarle el rosario de su madre.

    Ahora que nuestros reyes y reinas son una colección de jovenzuelos que hacen todo lo posible por parecerse a nosotros, aunque ellos no pagan el recibo de la luz ni tienen que buscar deprisa y corriendo una canguro para que se quede con el niño enfermo mientras tú te vas a trabajar, tiene su mérito haber resistido tantos años no sólo siendo sino sobre todo, pareciendo una reina; en un
 país que no era el suyo, en una ciudad que muy poco se parece a la que le vio nacer y rodeada de una sarta de parientes a cual más lelo el uno que el otro. Criando los hijos de una cuñada inculta y alocada y de un cuñado disipado, cuando ella buscaba por encima de todo tener unos hijos propios con los que rezar el Jesusito de mi vida cada noche, y no tener que desasnar a esos tres mendrugos. 

    Fabiola era una señora que llevaba siempre puesta encima la insignia del Real Madrid, que veraneaba en Motril donde era más conocida en el mercado de abastos que en la playa, gracias a lo cual (cuenta la leyenda) se sabía de carrerilla los precios del pescado...Apuesto lo que ustedes quieran que ni Letizia, ni Máxima ni Matilde tienen ni idea de cuánto cuesta un kilo de calamares. Ni Letizia sabe catalán ni gallego ni euskera, cuando Fabiola hablaba corrientemente neerlandés y alemán (idiomas oficiales de su país de acogida). No sigo, que veo que me estoy embalando y además queda la traca final: en su testamento, los 37 sobrinos que parece que alguien se ha entretenido en contabilizar se van a quedar al verlas, porque serán los indigentes que pueblan Bélgica sus legítimos herederos. Toma! La penúltima de sus anécdotas la he leído hoy en la prensa, al parecer no quería que le hicieran un funeral de estado, como va a ocurrir, y le dijo a su capellán que había encargado un ataúd tan feo que la familia real no se atrevería a enseñarlo: Fabiola, para que veas hasta qué punto son necios los de tu familia política, el ataúd (que es efectivamente horrible) está desde hoy expuesto al público en el palacio real.

    Querida Fabiola, como te van a cascar el funeral a lo grande y no te van a dejar tranquila, a pesar del ataúd feo; y como los sobrinos enrabietados por no heredar tampoco sé si  van a tener un detalle contigo, aquí te dejo  un pasodoble que creo que te va a gustar, porque habla de una cosa que tú y yo, que venimos del mismo sitio y vivimos casi en el mismo lugar, entendemos muy bien: "en tierra extraña".



    Postdata: Fabiola, mola; que dirían mis adolescentes de herederos, y la verdad, no se me ocurría otro título que retratara mejor a una señora tan deliciosamente decadente como ella...Buenas noches

viernes, 5 de diciembre de 2014

Comprobaciones invernales

    Ilusa de mí, que pensaba que el otoño soleado y templado se iba a prolongar eternamente; que los veinte grados de noviembre no eran una anomalía sino el anuncio de los nuevos tiempos climáticos y que el calentamiento de la tierra nos estaba mostrando su rostro más amable. No es así, ya llegaron las heladas, las nieblas y esa terrible época del año en la que me gustaría dejar de ser un ser humano y convertirme en oso, o incluso en osa. Se impone una profunda revisión de nuestras costumbres, materiales, comidas y alimentos, cual si fuéramos en  una nave a punto de despegar de Cabo Cañaveral, en esas películas de astronautas que tanto me gustan. 

    Horarios de funcionamiento de la calefacción a discutir con la comunidad de vecinos? hecho. Revisión de la caldera aun sabiendo que se estropeará en mitad del mes de enero? hecho. Tapadas las rendijas de las puertas y ventanas con todo tipo de cintas, burletes y perritos salchicha de fieltro: hecho. Almacenada la sal en la bodega, porque en los países nórdicos donde hay nieve y hay civismo, estamos obligados a limpiar las aceras: hecho. Desatascadas las chimeneas (aunque nunca aparecerá Mary Poppins por ella) y almacenada la leña? hecho. Cambiadas las ruedas del coche por ruedas de invierno? pues yo no, porque cuando hay nieve y fenómenos congelados yo no me subo al coche, pero háganlo ustedes si son cocheadictos. 

    Mantitas para el sofá en versión lana que pica? listas para usar. Zapatillas de estar en casa con relleno de piel: preparadas. Jereseys viejos de lana que no se rompen nunca y sólo valen para pasar la tarde en casa viendo películas: en posición de revista y listos para usarse. Edredones de pluma de ganso (modelo Ikea) que reemplaza al edredón sintético de verano (también modelo Ikea) ya sobre la cama. Almacén de gorros, guantes y bufandas en la entrada de casa, para ir usando y perdiendo por las calles y colegios a medida que pasan las semanas? hecho. Botas modelo remordimiento con las que echarse a la calle en caso de nieve: preparado un par para cada miembro de la familia. Así mismo, se pone a disposición de todos los miembros de la familia un anorak de pluma (de los buenos) un pasamontañas o gorro con orejas (a elegir) camisetas y calcetines térmicos, aunque ya se sabe que sólo los utilizan los mayores, porque los adolescentes tienen el termostato averiado y van por la calle con zapatillas de lona y sudadera aunque estemos a bajo cero. 

    Almacén de lentejas, alubias y garbanzos para las comidas domingueras en esos días en los que no sale el sol: hecho. Chorizos y morcillas para acompañarlas: viviendo donde vivimos, ya quisiéramos. Compra masiva de tisanas de todo tipo y para todo tipo de toses y dolores de garganta: hecho. Naranjas de zumo: almacenadas. Tabletas de chocolate en lo que llegan las de turrón, polvorones y mantecados: compradas. 

    Farmacia doméstica? preparada. A saber: doble ración de sprays para la nariz, alcoholes para friegas; champú antipiojos, paracetamol de un gramo, vitamina C en envase familiar; dosis de vitamina D (para los que no tomamos el sol más que un mes al año); pastillas suavizantes para la garganta y alguna friega para los dolores de espalda. Y no ponemos antidepresivos porque somos gente sana y deportista que nos curamos las penas haciendo ejercicio o templando nuestros estómagos en buena compañía. Francamente: era más divertido llenar el botiquín de repelentes contra mosquitos y protectores solares. 

   Ultimas comprobaciones: una serie por capítulos para tragarse en las tardes de invierno? yo propongo "Borgen", pero ya la he visto, a ver si alguien me regala o presta "House of Cards", que le tengo ganas. Bombillas de repuesto, que se funden todas en esta época? hecho. Teléfono del reparador de calderas? a mano. Facturas varios y papeles apilados listos para clasificar? preparados, visto que no se puede salir es el momento de hacerlo. Momento para aprender a hacer ganchillo o papiroflexia con Youtube? ahora o nunca. Periódicos viejos para encender la chimenea? acumulados. Botella de agua mineral para rellenar de agua caliente y echársela al parabrisas del coche? apartada. 

    Creo que no se me olvida nada, quizás sí, una declaración de principios, clara, contundente y en mayúsculas: ODIO EL INVIERNO!

domingo, 30 de noviembre de 2014

Una tarta de chocolate

    El fin de semana se anunciaba sin pena ni gloria: ir al mercado, vigilar los deberes, ser el taxista titular de mis hijos, ir al centro a hacer unas compras de urgencia, contemplar cómo mi santo varón corrige exámenes por kilos, para no darle la razón a todos esos que dicen (con Esperanza Aguirre al frente) que los profesores no trabajan tanto como los demás...Nada excitante ya ven ustedes. Y esos eran mis pensamientos mientras el  viernes comía en el trabajo con unas gentes marcianas, que curiosamente vienen del mismo planeta que yo y que me contaban sus planes de fin de semana: ópera, conciertos, la última de Woody Allen,  visitar exposiciones en París, brunch en casa varias; lo que les decía: unos marcianos que encuentran tiempo para unas actividades a las que yo, si quisiera acudir, le tendría que comprar una de sus siete vidas a un gato.

    El frío se nos ha echado encima, acompañado de esa capa de niebla espesa que impide ver el sol y hace que parezca que los días son eternas noches, o larguísimos atardeceres, que no sé qué es peor. Y por si fuéramos pocos, en estas latitudes nórdicas, ya llegaron las luces navideñas, con todo su cortejo de mercadillos donde comprar cosas inútiles que irán a parar a unos desvanes que luego nuestros hijos tendrán que vaciar; y donde te dan a beber unos vinos calientes con canela que son un invento alemán para odiar el vino en vez de apreciarlo. Todo muy prometedor.

   Sábado por la tarde, a las cinco es noche cerrada, y como gran idea se me ocurre hacer una tarta de chocolate, a mí! que ni soy golosa ni entre mis escasas dotes culinarias se encuentra la de la repostería. Me aplico a leer la receta con las gafas en la punta de la nariz, porque yo soy incapaz de improvisar en la cocina, y menos con los dulces, donde todo hay que pesarlo y medirlo.  Hay que batir  cuatro huevos con 150 gramos de azúcar; es en ese momento cuando me acuerdo que una de las entradas más exitosas de este blog se llamaba "Y yo sin Thermomix" (22 de septiembre de 2013) y es en ese momento, cuando a la vez intento fundir en el microondas 200 gramos de mantequilla y 200 gramos de chocolate negro, se produce una erupción volcánica (dentro del microondas) y mi hija acude en mi socorro, porque además, a ella sí que se le da bien la repostería. Todavía nos queda añadir 80 gramos de harina, una cantidad un tanto caprichosa si contemplamos las anteriores cantidades que son todas múltiplos de cinco (me digo a mí misma) mientras repaso con la criatura la descomposición factorial y el hallazgo del mínimo común múltiplo gracias  los gramos de azúcar, harina, etc. Finalmente me doy cuenta que 80 también es múltiplo de 5, está claro que Dios no me llamó por los caminos de las matemáticas y menos aún por los de la pastelería, pero como soy tozuda como la mula Francis, sigo adelante.  Añadimos una pizca de levadura, afortunadamente sin gramos que calcular, embadurnamos de mantequilla un molde de tarta y allí que va toda la mezcla después de haberme quemado y bien al sacar el chocolate explosivo del microondas. Al horno durante 25 minutos, 180° de temperatura, qué gusto cuando las instrucciones son claras!. 

    No tenía ninguna fe en mis posibilidades pero la tarta salió, y hoy nos la hemos comido en inmejorable y amable compañía, y recalco lo de amable porque estaba un poco seca y nadie ha dicho nada. No sé si se han fijado ustedes, pero a lo tonto, les he dado la receta de una tarta de chocolate que es fácil como ella sola porque la he hecho yo y me ha salido; y me diràn que vaya entrada idiota la de hoy, y que a quién le importa si yo he hecho o dejado de hacer una tarta. Resulta que a mí mi madre nunca me hizo una tarta y no por ello la quiero menos, y yo le he hecho hoy una tarta de chocolate a mi hijo, porque era su cumpleaños, quién sabe si buscando comprar su cariño y hasta un poco  su admiración, ahora que le está cambiando la voz y empiezo a resultarle una tía pesada; resulta que el invierno se me vino encima y una tarta de chocolate, le ha dado un poco de luz a esta oscuridad miserable en la que vamos a vivir hasta finales de enero, y además, después de pasarme la semana metiéndome con la Pantoja y los de Podemos, resulta que una tarta de chocolate, como hilo conductor de mis pensamientos deshilachados, no esta mal del todo. Para la canción protesta habrá tiempo, descuiden.

martes, 25 de noviembre de 2014

Que cunda el ejemplo

    Hace muchos, muchos años, yo estaba en el coche con mi padre una mañana veraniega  de domingo haciendo cola en una gasolinera. Valga recordar que entonces, se hacía cola en las gasolineras porque no existía el autoservicio,  y la operación de repostaje, ya lenta de por sí, se alargaba frecuentemente con el lavado de cristales que te hacía el empleado del lugar para sacarse unos duros de propina. Cuando ya era nuestro turno, de repente un niñato a bordo de un Renault 5 (que era el coche de los niñatos de entonces) se nos coló vilmente y por la cara y mi padre, de quien yo no heredé precisamente este gen peleón que me habita, salió del coche a pedirle amablemente que se pusiera a la cola como todo el mundo. El niñato se le encaró y dijo que pasaba por delante porque él era el hijo del dueño. Sin un mal gesto por su parte, mi padre regresó al coche y me dijo:
- "has oído lo que me ha dicho ese mequetrefe? Pues que te quede claro hija, si algún día eres famosa, o jefe de algún negociado, o tienes responsabilidades , el ejemplo es lo único que sirve para predicar". 

   He intentado no olvidarlo a pesar de que esta anécdota se remonta al Pleistoceno de mi vida, y me consta (por lo que me cuesta) que predicar con ejemplo es dificilísimo y sin embargo, como bien me señaló mi padre hace tantos años, la única manera de andar por la vida cuando se tienen que rendir cuentas. Y si uno es empleado, padre de familia, o simplemente ciudadano de a pie, lo de rendir cuentas es inevitable.   Es más, si se es ciudadano electo, elegido por otros ciudadanos votantes, la ejemplaridad debería ser tan importante como atenerse al quinto mandamiento, que es uno de los pocos en los que están de acuerdo creyentes y no creyentes. No parece que el mensaje haya calado lo suficiente.

    Queiren un ejemplo? Pues el señor Monago, pillado con las manos en la masa y las piernas por los aires, si se me permite el chiste fácil. Toda su labor de regeneración política en Extremadura y la buena prensa adquirida a cuenta de ser bombero y un verso suelto en el PP ha saltado (otra vez el chiste fácil) por los aires. Total, por unos billetes de avión que muy probablemente hubiera podido pagarse de su bolsillo, que tampoco creo yo que lo tenga tan dolorido. Las señoras maduras abducidas por Intereconomía (conozco unas cuantas e icluso comparto con algunas la sangre de mis venas) me dicen que hay un complot de los socialistas detrás de esta vaina para defenestrarlo. Habrá que recordar a las señoras maduras, o mejor, a las más maduras que yo, que en Intereconomía hizo sus primeros pinitos televisivos Pablo Iglesias (ya ven qué Patio de Monipidio)  y que, complot o no, el ejemplo es el ejemplo. 

    Otro más? La Pantoja. Lista como ella sola para sacarle al Hola! veinte millones de pesetas de las de 1985 a cambio de contar su dolor y llenar las plazas de toros de España cantando canciones empalagosas con su Paquirrín en brazos, un talento como otro cualquiera. Total, para acabar en la cárcel de Alcalá de Guadaira por unos fajos de billetes (de acuerdo, eran muchos) en unas bolsas de basura. Ella, que no era pobre precisamente, hubiera podido limitarse a dar ejemplo y seguir cantando "Marinero de luces"; a estas horas estaría libre como un pajarillo y no ensayando "Los peces en el río" con el coro de la cárcel. 

    Pero no todo está perdido. Los jugadores del Rayo Vallecano, que son profesionales de Primera División, aunque todos juntos en un año deben cobrar lo que Cristiano Ronaldo él solo en tres meses, van a pagar de sus bolsillos el alquiler de la nueva vivienda de Carmen Martínez Ayuso, esta sí, una pobre señora de 85 años desahuciada de su casa por impago de una deuda contraída por su hijo. Todavía hay esperanza y...que cunda el ejemplo, por difícil que sea.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Averías

    Yo creía no tener más fobias que a los bichos con plumas, y en las últimas semanas he descubierto una que no encuentro en los manuales que, sin embargo, sí recogen puntalmente las de las aves y palmípedos: odio las averías, en su amplio abanico de posibilidades. 

    Estas cosas no viene gratis en la vida. Buceando en mi pasado me doy cuenta que la afición de mi madre a meter los obreros en casa, y la de mi padre a almacenar todo tipo de herramientas, cables, tuercas y tornillos deben de haber contribuído a ello. Ya se lo conté a ustedes hace ahora un año, si buscan en mis archivos blogueros verán que era en ese momento cuando Pepe Gotera y Otilio campaban por sus respetos en mi casa y a mí estaba a punto de darme un patatús. 

    No sé si llevo un gafe puesto encima (creo en el el fenómeno gafe, qué le vamos a hacer) pero se me ha estropeado una tecla del piano, que a ustedes les parecerá una nimiedad de burguesa ociosa pero la cosa requiere la intervención de un especialista que cobra igual que respira y para servidora, el piano es lo más cercano al yoga que he encontrado. Al mismo tiempo, se han fundido varias bombillas, la pila del mando a distancia del garaje se agotó y era complicada de encontrar; me caen hace unos días unas gotas del doble techo instalado por Pepe Gotera y Otilio sin dejar rastro en la escayola (eso sí que es un fenómeno paranormal) y el domingo pasado, mi coche, que uso poco y maltrato aún menos, se estropeó con resultado de pieza millonaria a reponer. 

    Me van a decir ustedes que a nadie le gustan las averías, pero es que a mí reponer una bombilla ya me merece el título de avería y ya sé que en el fondo no lo es, así que me preocupa estar desarrollando una especie de trastorno compulsivo ante los aparatos que no funcionan. Yo, que soy bastante impermeable a la modernidad porque aún compro periódicos y libros en papel, nunca hago transferencias bancarias desde mi ordenador y no sé encender mi propio televisor, resulta que me he dejado colonizar por un principio básico de la vida moderna: todo tiene que funcionar. Y eso que yo aún he conocido la época dorada de las interferencias televisivas, las llamadas telefónicas que se cortaban, los coches que se calentaban en los viajes largos y los electrodomésticos que se fundían con las tormentas. Y además, como soy torpe y analfabeta funcional, cuando las cosas se estropean, ni siquiera puedo pretender arreglarlas; simplemente me cojo una rabieta.

    Claro que, bien visto, peor es que se te averie el cuerpo, aunque creo que esos crujidos de espalda que escucho por las mañanas, esas jaquecas inexplicables, ciertas agujetas repentinas y la incapacidad de reponerse rápidamente de una mala noche o incluso de una buena juerga, son síntomas de una avería llamada "envejecer", detestable como ella sola.

    Y en otro orden de cosas, están las averías administrativas, las averías judiciales, las administrativas, las municipales y urbanísticas y no digamos las constitucionales. Para todas ellas hace falta algo más que un buen destornillador o un fontanero. En España parece que ya se nos ha aparecido nuestro MacGiver particular, cruzado con el repelente niño Vicente y el hijo del Altísimo. Dice tener las buenas herramientas y un diagnóstico preciso de dónde está la avería, aunque no sabe muy bien cómo va a a pagar los materiales. Y ya ven ustedes, en el día de la muerte de Cayetana (una señora bastante averiada por otra parte) aquí me tiene otra vez hablando del mismo...Claro que de Cayetana ya hablé a su tiempo, concretamente el 6 de octubre de 2011 ("Cayetana o la eterna juventud") y no quiero repetirme.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Presbicia

    Hace algo menos de un año, me tuve que rendir a la evidencia: no veo tampoco de lejos, y de cerca, bastante menos que antes. Un oculista antipático y poco profesional me propuso operarme de una incipiente miopía, en mi lugar de residencia y yo, aprovechando mi visita navideña a España, acudí a ver a mi amigo Nacho, que no es oculista sino óptico, que son los que en realidad saben de graduar la vista. Nacho me diagnosticó una presbicia muy propia de mi edad, saber y gobierno, y me hizo unas fantásticas gafas progresivas que uso a diestro y siniestro y sin las cuales mi vida sería bastante complicada. También me hizo una advertencia que procuro seguir y que en aquel momento me pareció curiosa: "no las tengas puestas todo el día (las gafas), aunque te lo pida el cuerpo, pues  las progresivas, cuando uno se adapta a ellas, son como una droga suave, de esas que no te matan pero te hacen adicta". Y añadió, ya en tono de mayor chanza: "son tan buenas que hasta te enseñan la realidad mejorada". 

    Y ahora viene la metáfora de este cuento que les he largado sobre algo tan banal como la vista cansada. Este pasado fin de semana ha llegado el Mesías a  España, no sé muy bien si lo estábamos esperando y ni siquiera si nos hacía falta, pero ha llegado. Viene cargado de muchas y variadas intenciones y de pocas propuestas concretas más allá de echar a los que roban y meten la mano en la hacienda pública,  algo con lo que el 90% del personal está de acuerdo; porque esa es la habilidad de los Mesías, vienen a  salvarnos con frases  poco novedosas con las que  que la mayoría estamos de acuerdo: recuérdese el "amaos los unos a los otros como yo os he amado". Bien pues, el Mesías de ahora, nos dice que hay que barrer de un plumazo la Transición y "abrir el candado del 78, que es un régimen que se derrumba". Fuertes palabras, pronunciadas por alguien a quien la oratoria no le es una ciencia ajena. 

    Nunca pensé que todo lo que hemos hecho en mi país, los españoles de buena voluntad (supongo que al Mesías le gusta este lenguaje) desde el '78 (año de nacimiento del Mesías, qué curioso) para acá pueda ser tildado de" régimen", porque régimen era lo que había antes, donde se metía igualmente la mano en la caja, pero ademàs con impunidad y con ley marcial,  pena de muerte, sindicatos verticales y cortes no elegidas por los ciudadanos. Creo que los que somos aficionados a la democracia, quizás nos hayamos puesto unas gafas progresivas y las hayamos usado demasiado a menudo; y esas gafas nos han devuelto, como dice mi amigo el óptico, una realidad mejorada. Quizás todos los españoles que ahora tenemos entre 45 y 60 años hayamos sufrido de una presbicia histórica que, con esas gafas maravillosas de Suarez, la Constitución, los primeros gobiernos socialistas, la aprobación del divorcio o del matrimonio gay, las becas Erasmus y la Selección ganando partidos, ahora es difícil de curar. Quizás todas estas cosas buenas sólo las veíamos con las gafas progresivas, sin ponernos las gafas de cerca, para ver todo lo que se estaba cociendo por debajo, no digo que no.

    Pero también cabe la posibilidad de que las gafas las lleven el Mesías y sus apóstoles, que piensan que se pueden mantener miles de prestaciones sociales simplemente masacrando a los ricos (porque los muy ricos ya se habrán escapado para cuando ellos lleguen); que creen que es posible construir un partido político sólo saliendo en las tertulias televisivas, que no nos dicen de dónde y cómo se van a financiar los servicios públicos ni esa renta básica universal  que le prometen a todo quisque, que piensan que hay cierta prensa que se merece una mordaza y que a estas alturas no son capaces de decir alto y claro si son de derecha o de izquierda. Que creen en la "participación telemática" de la gente (palabras textuales) y en que es posible sacar a España de la OTAN, a estas alturas...Me dicen ustedes quién sufre aquí de presbicia histórica?

    A lo mejor el problema es simplemente que son jóvenes, y que a mí, que ya no soy tan joven, ni tan ingenua, y que ni siquiera creo en los Mesías, ya vengan con coleta, con diadema o con una túnica blanca, me dan escalofríos todos esos que saltan a la palestra pretendiendo ser la salvación, porque con ellos la cosa casi siempre acaba mal.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Mi lucha

    Una vez más pido prestado el título de un libro, aunque sea éste, escrito por un energúmeno, ,me acuso por ello y vayan mis disculpas de antemano.Todo para justificar que aunque pasen los años, sigo siendo peleona, (un pitbull, que dice mi marido) aunque es verdad que los huesos donde hinco el diente, por aquello de seguir con el símil canino, han cambiado bastante desde que me peleaba contra la subida de las tasas universitarias, contra las matanzas en Palestina y pinchaba los pomelos de cierto país en los supermercados.

    Peleo contra los bancos que te cobran comisiones ilegales por hacer transferencias en euros que, en realidad, te haces tú misma con tu ordenador. Concretamente peleo contra un banco español que es el que cada mes me somete a semejante robo organizado y además me tiene secuestrada con una hipoteca, sin la cual hace ya tiempo que tendría una Cuenta Naranja de ING. No diré nombres, pero su gran jefe murió hace poco. Un día de estos tendré los arreos, la paciencia y esperemos, los fondos necesarios para hacerles un corte de mangas y sacar mis miserables cuartos de allí. 

    Peleo contra los jovenzuelos que dicen que votar no sirve para nada y de repente se ilusionan con un señor que se ha hecho famoso en las tertulias televisivas, no dice jamás si es de derecha o de izquierda, no sabe nada de economía pero da lecciones a diestra y siniestra, acumula todo el poder posible dentro de su partido que no es partido y piensa que con eso se puede gobernar un país, y no un país cualquiera, sino el nuestro, que es bastante ingobernable. Y habla de la casta, que es un término bastante desagradable.

    Peleo contra los kilos que se obstinan en almacenarse en mi cintura a pesar de todo lo que hago para evitarlo. No podrían repartirse a lo largo de las piernas? 

    Peleo contra los dueños de los perros que están convencidos que un ser que marcha a cuatro patas, hace pis en los árboles y se caga en las aceras es equiparable a un humano. Y por supuesto, son esos, los que aman a sus perros más que a su familia, los que dejan las aceras de mi barrio llenas de excrementos, los que no se inmutan cuando les señalas que el animalillo ha hecho de las suyas o incluso se ofenden, los que los abandonan ladrando en las terrazas cuando  ellos salen a cenar. En el fondo los perros no tienen la culpa  de tener semejantes amos.

    Me peleo contra los que van al cine a varias cosas que nada tienen que ver con ver una película: charlar con el colega, mandar y recibir mensajes de texto, consultar su Whatsapp y pegarse unos banquetes donde sólo falta una fiambrera con una ración de Fabada asturiana. Ultimamente voy más a las salas de conciertos que al cine, y veo con desesperación que los adictos al móvil también lo consultan a pesar de tener frente a ellos una orquesta sinfónica. Incluso ya les conté una vez que a mí me robaron el teléfono en uno de esos conciertos...Hay ladrones que aman a Beethoven, qué le vamos a hacer.

    Y ya que estoy con el tema teléfono móvil, les hago partícipes de la lucha que me consume desde hace unos meses, la que emplea el grueso de mis fuerzas y me convierte en un ser gritón y desagradable que no creo ser:  mis hijos son como los hijos de los demás, viven pegados a sus teléfonos donde encuentran todo lo que buscan (excepto las llaves de casa o la bolsa de deporte del colegio) donde hablan  con sus amigos a golpe de faltas de ortografía y desde donde me mandan unos mensajes con dibujitos que para leerlos es necesaria la ayuda de la piedra Rossetta o un curso de egiptología. En esas pantallas no demasiado grandes ven películas y series de televisión sin necesidad de usar gafas (cuánto les envidio por ello) y sólo muy de vez en cuando recuerdan que el artilugio, además de tener todas esas prestaciones, sirve para llamar y ser llamado. Me da que esta pelea, por mucho que persevere, moriré con las botas puestas. Buenas noches.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Yo estaba allí

    A veces la vida te pone en un lugar determinado, y en un momento exacto de tal manera que acabas pensando que eres protagonista de la historia. A mí sólo me ha pasado eso una vez, y el 11 de noviembre que es pasado mañana celebraré los veinticinco años de aquel momento, como los alemanes festejan hoy la caída del muro, porque el 11 de noviembre de 1989, yo estaba allí, viendo caer paños enteros del muro ante los aplausos de la población y contemplando las caras de los que venían del otro lado de ese telón de acero que yo había mitificado gracias a las muchas películas de espías que vi en mi infancia. 

    En noviembre de 1989 yo vivía en Lovaina (Bélgica) a donde habían ido a para mis huesos gracias a una beca Erasmus que nadie en mi facultad quería, porque nadie se fiaba de que aquel invento pudiera funcionar. "Pedid las becas, por Dios"clamaban al cielo los profesores, "que a este paso este proyecto se va a venir abajo"; tal era la poca fe que tenía toda la Universidad española en un invento venido de fuera y hecho a la medida de los españolitos casposos que éramos casi todos. A lo que iba: yo estudiaba en Lovaina y me faltó el tiempo para saltar a un autobús fletado por una organización estudiantil (de la cual con el tiempo me enteré que eran nacionalistas radicales y un tanto carcas) para ir a Berlín en un trayecto nocturno, pasar allí dos días y una noche en la que no dormimos, y estar de vuelta el lunes a clase. Me acompañaba una amiga que, con el paso del tiempo ha dado saltos bastante más audaces que ese y dos gringos amigos también, a quienes la incredulidad de lo que estaba ocurriendo empujaba tanto como a las dos españolitas Erasmus nos empujaba la curiosidad.

    He visto muchas cosas en la vida desde entonces, pero aún recuerdo como si fuera ayer  los abrazos de júblio que aquellos alemanes se daban unos a otros, los rostros sorprendidos de los del Este cuando al traspasar lo que para ellos había sido la frontera de sus vidas, además les ponían en las manos unos marcos para gastar en las tiendas; los cánticos de los jóvenes encaramados en los restos del muro, la gente armada con picos y martillos despedazando lo que podían (yo también tengo mi pedazo, claro está) los guardias que no ejercían de tales, la cerveza que corría generosamente e incluso gratis por todas las tabernas berlinesas, y esa sensación de Nochevieja española trasplantada a la Puerta de Brandenburgo. Puerta de la cual apenas nos movimos durante las 48 horas que estuvimos allí, pues huelga decir que para ver la ciudad volvimos seis meses más tarde, cuando la euforia había descendido algunos grados y la temperatura había remontado otros tantos. 


    Ya sé que no les cuento nada nuevo y que todo lo que les he relatado es bastante tópico y sabido; pero este fin de semana, viendo en los informativos por televisión las celebraciones alemanas y el relato de lo que ha cambiado el país desde entonces, servidora se ha dedicado a pasarse por el cerebro la película de su vida y ver lo que he cambiado yo. Yo, como los alemanes del Este también he perdido la inocencia por el camino, también estoy de vuelta de muchas promesas de vida mejor, también desconfío del liberalismo económico y de los políticos llenos de buenos deseos y vendedodres de utopías irrealizables, que ahora nos atacan de nuevo. Yo también he visto cómo subía el precio del pan o la gasolina. he visto incluso como se creaba una moneda que en aquella Universidad en la que yo estudiaba en 1989 nos contaron que existiría a diez años vista y que sería la moneda de todos los europeos (tampoco me lo creí en su momento y miren ustedes...) he terminado siendo una expatriada como eran aquellos alemanes que vivían en algo que de Alemania sólo tenía el nombre, donde espiaban tus conversaciones telefónicas y si eras deportistas te atiborraban de hormonas hasta cambiarte el sexo.

    Y saben ustedes qué? Yo estaba allí, y lo que ví en apenas dos días me abrió los ojos de mala manera, aquellos alemanes gritando libertad y abrazándose con otros alemanes que hasta entonces eran el enemigo me dejaron el corazón templado y las neuronas entretenidas durante mucho tiempo...Veinticinco años desde entonces! Casi nada. Feliz semana para todos.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

I have a dream...

    Ayer me ví envuelta en una de esas situaciones absurdas en las que me pone mi trabajo y que hacen que lo aprecie por encima de todo porque me garantiza (que no es poco) el no aburrirme en él. Una pandilla de gentes variopintas discutía sobre una cosa llamada la "hipersensibilidad electromagnética", consistente en sufrir síntomas varios en la cercanía de una antena, un teléfono móvil o un repetidor de wifi. Qué síntomas? dolor de cabeza, cambios de humor, sudoración, calambres en las piernas, dificultades para dormir y toda otra serie de lindezas que, puestas así todas juntas, me recordaban la lista de los síntomas de la menopausia, pero bueno, concedo que haya gente que sufre del síndrome ese y que lo pasa mal, sobre todo porque no les hacen caso. 

    Vaya por delante que soy una persona cartesiana y descreída, y que creo sólo en lo que los científicos consiguen demostrarme con pruebas, por eso, ya me gustaría a mí creer en las cosas que dice el Papa Francisco (por ejemplo) que me cae de miedo, pero me da que a él no siempre lo ilumina la ciencia. Volvamos al meollo de la cuestión: ayer estas pobres personas dolientes de sus males electromagnéticos se juntaban en un lugar en el que no faltaba más que la Pantoja cantando "Marinero de luces": científicos y pseudocientíficos, activistas del medio ambiente, defensores de los consumidores, representantes de las multinacionales telefónicas que sin mayor pudor tachaban a los científicos de mentirosos, alcaldes de pueblos "wifi free" y alcaldes de pueblos hiperconectados, médicos y curanderos todos mezclados sin que se supiera muy bien cuáles eran unos y otros; y por si fuéramos pocos, una secta de veganos que se coló en el evento intentando convencer a la peña de que los males de las ondas de radio que nos abrasan (o no) el cerebro se curan con dejar de comer animales y huevos y hartándonos de verduras crudas. 

    Pero realmente corremos el riesgo de morir más jóvenes y con el cerebro carbonizado por culpa de todas las ondas eléctricas que nos rodean? Pues ya me gustaría a mí saberlo y nunca mejor dicho, a ciencia cierta, pero ni modo. En medio de aquel Patio de Monipodio con trasunto de telecomunicaciones, me ocurrió lo que tantas veces cuando me encuentro rodeada de gentes que opinan de todo y de nada y no se escuchan unas a otras: tuve un sueño. 

    Pues sí, señoras y señores, parafraseando a aquel, "I have a dream". Soñé que de repente vivía en un mundo donde la gente viajaba de nuevo en los metros con un libro o revista en las manos; soñé que los kioscos vendían periódicos mañaneros que llegaban calentitos al puesto y atados con un cordel. Soñé que mis hijos andaban sólos por la calle sin necesidad de llevar encima ese buscador que les ponemos para llamarles cuando nos angustiamos, aún sabiendo que no nos contestan. Soñé que las bibliotecas públicas no cerraban y que en las librerías hacían rebajas dos veces al año; que el cine costaba tres euros y que reponían películas antiguas. Soñé que quedaba con mis amigos a una hora fija y en un sitio exacto sin posibilidad de cambiar diez veces esa hora y ese sitio. Soñé que coleccionaba álbumes de fotos de mis seres queridos y que la señora de la agencia de viajes no sólo no había perdido su trabajo sino que además se ocupaba de venderme los muchos billetes de avión que compro al año; es más, hasta soñé que en el aeropuerto había un amable azafato que me facturaba la maleta y que los códigos de barras se habían convertido en un dibujo tan obsceno como la cruz gamada.  Soñé que a los políticos se les prohibía tener Twitter y que se les examinaba a todos con un dictado antes de poder presentarse a diputados. Soñé que era posible rellenar un formulario de hacienda con un bolígrafo Bic y reservar una entrada de teatro por teléfono diciendo que ya pasaría después a pagarla. Soñé que el objetivo de la ciudadanía era "un hombre, un voto" y no "un hombre, un teléfono" (o dos).

     Y me desperté del sueño sin más. Ahora llámenme ustedes troglodita, cavernaria, vetusta y analfabeta digital. Vale, pero no me nieguen que en ese mundo que dejamos atrás, donde las antenas y los repetidores sólo salían en las películas de ciencia ficción tenía su encanto, o no? Por no meternos a pensar en las neuronas que se nos están friendo como calamares a la romana  por culpa de todos los aparatejos que nos rodean y sin los cuales ni yo misma puedo vivir, y entre los cuales, parece ser, que acabaremos todos por morir.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Razones para irse, razones para quedarse.

    Está más que alborotado nuestro país (para variar) ya sea por la enésima redada a los corruptos, el Ebola, la Pantoja y su entrada en la trena,  la consulta catalana o el verano que no acaba de irse. Somos gente ruidosa y alterada y encima, los que nos gobiernan nos  azuzan para que siempre tengamos excusas para alborotarnos, son así de torpes. A la vez que contemplo este guirigay, me llega por el fantástico Huffington Post (que debería ser de lectura obligatoria para todo ciudadano normalmente constituido) el aviso de que en breve plazo podré ver un documental de Iciar Bollaín llamado "En tierra extraña", que no pienso perderme por varias razones: respeto mucho el trabajo de esta señora, el guionista (a la sazón su marido) Paul Laverty, es el mismo que el de las mejores películas de Ken Loach, está rodada en Edimburgo, donde actualmente residen 20.000 españoles, muchos de ellos emigrantes económicos y donde ella misma también  reside. Y la voy a ver porque yo también salí de mi tierra hacia una tierra extraña, llevada más por la curiosidad que por la necesidad, cierto es; aunque el paro del año '89 que me vio marcharme en nada tenía que envidiar al de ahora. Yo ya he visto el trailer, que es un buen retrato de la crisis que por mucho que se empeñe el gobierno en anunciar lo contrario, no nos abandona. 

   Hay razones para irse de esta tierra que las malas noticias han tomado por asalto? Sí, las hay; y también para quedarse, y si me lo permiten, les hago una pequeña lista, de esas a las que ya saben ustedes que soy muy aficionada.

    Razones para irse: el sol no lo es todo en la vida, sobre todo si no se tiene para pagar el alquiler y las facturas; la corrupción es tal que todo el que tiene un cargo público es sospechoso de meter la mano en la caja; el paro no baja del 20% y ya van  dos generaciones de españoles sacrificados por una crisis que no se acaba. A nuestros gobernantes les importan un rábano la educación, los profesores, los enfermeros, los médicos y los empleados públicos son tratados como la propia basura que recogen, se desmantelan los hospitales y si a uno se le atraviesa una piedra en el riñón, más vale rezar para que ese día las urgencias no estén colapsadas o de huelga. La pobreza se ha asomado a nuestras casas, sobre todo a aquellas donde hay varios niños, que al estado le importan un pimiento alimentar o no. Los jóvenes parados  no tiene estudios, nadie habla inglés (ni siquiera nuestro presidente del gobierno) y la televisión se dedica a emitir programas de dudoso gusto destiados a idiotizar a la masa ya bastante enajenada por sí misma.  Ir al cine es impagable porque tenemos el IVA cultural más alto de Europa, y los teatros y auditorios encargados en tiempos de bonanza se pudren sin un mal espectáculo que celebrar dentro de ellos. Todo ésto promete arreglarlo un señor con coleta del que aún no hemos conseguido desentrañar si es el Mesías de nuestros catecismos de antaño (hasta se parece) o un Chávez en versión hispana. Yo me conformaría cons saber a ciencia cierta si es de izquierda o de derecha.

    Razones para quedarse: los países prósperos donde apenas ven el sol porque están cerca del Círculo Polar tiene una elevada tasa de suicidios y la obsesión por evitar la corrupción ha creado extensas redes de chivatos ciudadanos que te denuncian hasta por sacar al niño a pasear sin gorro cuando nieva. Los  colegios públicos nórdicos funcionan como Dios manda y son gratuitos, sus alumnos son plurilingües y habilidosos con las matemáticas, aunque también de vez en cuando a alguno se le cruza un cable y organiza un tiroteo en la puerta de la escuela. El estado de los países civilizados se ocupa de la cosa pública a costa de unos impuestos estratosféricos que van destinados a financiarlo, pero que nadie asegura que no estén financiando también alguna corruptela. La sanidad pública te paga las gafas y la ortodoncia del niño, pero como tengas un tumor en el páncreas más vale ser rico que pobre. Allende los Pirineos, el cine es asequible, pero hay cola; los restaurantes están al alcance de muchos, pero siempre hay que reservar; la peluquería cuesta un ojo de la cara, como para permitirse la raya del tinte más allá de lo que manda la estética,  y los bares casi siempre están llenos de gente que bebe sola y ahoga sus penas en alcohol. De este lado, sin embargo, el aceite de oliva nos cuesta dos euros el litro, y nos ahorra muchos colesteroles y maldiciones  similares; todavía es posible ir al mercado con un billete de diez euros y volver con tres kilos de fruta o verdura, y en los bares nos sirven la bebida a la vez que escuchan nuestras penas y nos dejan ver el partido. Quizás la aparición del Mesías con coleta sirva para que los demás hagan limpieza en sus casas y todos comprendan que, a veces, para gobernar también hay que pactar.

    Como decía Chus Lampreave en el desdichado anuncio, "una cosa es irse y otra hacerse". Yo ya me fui, de motu proprio y sin que me empujase ninguna necesidad perentoria; no me he hecho de ningún lado, sigo siendo de donde era y, a pesar de la buena vida que he tenido y tengo, y de lo feliz que soy en mi lugar de aposento no se crean, muchas mañanas cuando me despierto me pregunto a mí misma qué hubiera sido de mi vida en otra parte y si estaré en el lugar adecuado. Así de complicados somos los humanos;  Forges, con una sola viñeta lo explica mucho mejor que yo.


  

miércoles, 29 de octubre de 2014

El arte de comer

    Hay países donde comer es un mero trámite, necesario para vivir, como Inglaterra, o incluso un trámite molesto y caro, porque se gasta dinero y después hay que limpiar, como en Holanda. Hay países donde comer consiste en comprar mucha comida y tirar lo que sobra, como en USA, o países donde comer es un acto social, como en España o en Portugal. Hay países donde se cocina muy bien, pero luego se come regular, como en Francia. Hay países como Alemania o Argentina donde comer consiste en decidir qué trozo de carne guisamos hoy, mientras que en otros, por desgracia, comer es un desafío porque no hay ni un maldito trozo de carne que echar a la cazuela. Y de todos los países que conozco, que son unos cuantos, sólo hay dos donde comer sea un arte: Perú e Italia. Mis lectores más viajeros y conocedores de más países quizás puedan añadir alguno más a la lista, pero en el arte de comer (que no de engullir) no hay nada comparable  a estos dos. 

   Que en qué consiste el arte de comer? Pues en escoger las mejores verduras en cada momento del año, en no llenar los platos hasta el borde pretendiendo que lo mucho es igual a lo bueno, en creer en sus propios productos y no engañar con memeces de la fusión y sobre todo de la fusión japonesa, en estar seguros de que un simple plato de pasta basta para subir al séptimo cielo, en creer en la Santísima Trinidad del tomate, el aceite de oliva y el buen vino. El arte de comer es enseñar a los niños que el MacDo es una porquería con todas sus letras, y recordar a los mayores que sentarse para comer no sólo ayuda a digerir sino que además es bueno para el espíritu. El arte de comer pasa por no quemar el café, no echarle nata a los helados ni queso parmesano a los platos con pescado; el arte de comer es saber que con tres cosas se pueden hacer platos sublimes como una auténtica pizza Margherita o un rissotto a la milanesa, sin necesidad de esferificar, emulsionar y sobre todo, sin añadir una decoración a base de crema de vinagre balsámico. Se lo digo como lo pienso, a estos italianos sólo les aventajamos en el arte de curar jamones y en la invención de los churros y el gazpacho, por lo demás, por muchas estrellas Michelín que nos den los críticos, el italiano medio come mucho mejor, y por bastante menos dinero que el españolito de a pie. Y llevo cuatro días en Roma comprobándolo.

    Hoy, paseando por el Trastevere he visto miles de restaurantes, claro, y en uno de ellos, un cartel que decía "aquí estamos contra la guerra y contra el menú turístico" , toda una declaración de principios! Y en el restaurante donde he comido a mediodía, me ha costado Dios y ayuda convencer al camarero de que me alargara con agua el café porque sino me sienta mal; "y ahora me lo pedirá con leche, no?" , añadió el ofendido camarero.Ustedes lo llamarán impertinencia, pero cierto es que para instruir a los incultos, nuestros ancianos maestros usaban esta impertinencia sin medida, con buenos resultados en muchos casos. Los pueblos que comen bien son menos bárbaros y cometen menos atrocidades, aunque es verdad que este pueblo que cultiva el arte de comer, también inventó la Mafia y acoge el Vaticano...nadie es perfecto.

martes, 28 de octubre de 2014

Roma, città aperta.

    Roma es una ciudad bellísima. Ya sé que ustedes lo saben, pero yo insisto, por si acaso. La vida me ha premiado con dos visitas a Italia en poco más de un mes, así que a mis lectores les cae la oportuna reseña, que esta vez es más placentera (estoy de vacaciones) que la anterior, y además, Roma es más bonita y más variada que Milan, más caotica y menos obsesionada con la moda; tiene más monumentos y menos tiendas de a millón, se come mejor y en ella no reina Berlusconi. Sé que los milaneses me van a retirar el saludo, pero una tiene su corazoncito.

    Sólo tiene un defecto Roma: está plagada de turistas, y más en esta semana de vacaciones escolares en media Europa; y mi familia y yo somos parte de esa horda invasora, así que debería callarme, quizás. Pero no me callo, porque a pesar de todo, me cuesta identificarme con esas plagas de Egipto (en este caso más bien de alemanes, franceses y chinos  por este orden) que hacen colas interminables en las puertas del Coliseo, que comen bocadillos sentados en las piedras del foro y no siempre recogen los papeles, que se atascan delante de la loba capitolina durante media hora porque tienen que escuchar toda la explicación de la audioguía y sobre todo, que se hacen un selfie (autorretrato me parece hasta demasiado fino para ellos) en cada esquina de cada calle. Lo siento, pero a pesar de todo lo que viajo y de todo lo que me gusta ver mundo, me cuesta contabilizarme como una más en ese grupo de gente bárbara a quien sólo le interesa ver el Capitolio para decir, y sobre todo para enseñar vía redes sociales que estuvo allí; una más de las que le hace una foto al plato de pasta para demostrar lo bien que está comiendo y la última: uno de esos que se compran un palito donde colocar su teléfono que fotografía y se hacen los dichosos selfies con vista panorámica, y según la longitud del palito, con vista aérea, casi. 

    Justo antes de venir a Roma, releí los viajes por Italia de Stendhal, donde contaba sus temores de pasear por el Foro al atardecer cuando no había nadie, o como empujaba la puerta de ciertas iglesias para entrar en ellas...Si Stendhal ve las masas humanas que yo he visto hoy atravesando el Foro, habría  muerto no de su propio síndrome, que debe ser hasta una muerte dulce, sino de un fallo multiorgánico. Con decirles que ni siquiera se puede tomar un helado en la mítica Giolitti sin hacer media hora de cola...menos mal que una tiene amigos en todas partes que te cuentan lo que no cuentan las guías, y te enseñan que justo al lado de tu hotel estos italianos, heladeros diabólicos, hacen un helado de castañas y otro de albahaca con nueces que son como para volver a creer en 
los milagros. No les digo dónde, no sea que mañana vaya  y me encuentre la cola formada!  Ahora bien, como soy turista solidaria, estaré encantada de proporcionarles la información por mensaje privado. Buona notte!

sábado, 25 de octubre de 2014

La música amansa a las fieras

    Muchas veces sé lo que quiero contar, pero no sé cómo traerlo a colación, problema común, supongo, entre los que nos metemos a escritores sin tener talento literario. Entonces, echo mano de mi fantástica memoria (es la única cualidad de la cual presumo) para contar una anécdota que me permita  soltar lo que me conviene. Allá va la de hoy. 

    Hace años, cuando George Clooney hacía de segundón en las series de televisión, todas estábamos enamoradas de Hugh Grant, que además de guapo, bien vestido y ser un actor decente, era licenciado por Oxford y cuando hablaba, demostraba tener cierta materia gris. En 1995, momento álgido de su carrera,  le pillaron en una calle de Hollywood  dentro de un coche,  en una postura no muy decorosa con una prostituta. Tras aparecer su foto de convicto y confeso en todos los periódicos del mundo mundial, Jay Leno le invitó a su show televisivo y lo primero que le preguntó fue si tenía algún problema psicológico o si frecuentaba los psicoanalistas en sus ratos libres, como tantos otros actores famosos. El bueno de Hugh sólo respondió: "no creo tener  ningún problema  por practicar el sexo oral, y cuando tengo un rato libre, me dedico a leer novelas". Ahí quedo eso.

    Hace unos días, me llegó un mensaje personalizado invitándome a participar en un seminario para "potenciar mis cualidades y todo aquello que desconozco de mí y que me impide crecer como persona" (sic). La cosa es un invento americano que se llama "Firewalking", y consiste, literalmente, en caminar sobre brasas encendidas (entre otros muchos sufrimientos masocas) que es algo que creo que hacen en un pueblo de Soria llamado San Pedro Manrique desde tiempos inmemoriales y no se dan tanto pisto por ello. La invitación venía acompañada, como es lógico, por varios testimonios de los asistentes, encantados de haber superado sus problemas y angustias quemándose los pies; mejor para ellos. 

    Yo acabo de pasar una semana agitada, con mucho frentes abiertos a sumar a la propia agitación que habita en mí desde que nací, y un poco de gastritis otoñal, que debe ser también consecuencia de todo lo anterior. Hoy estoy como un trapo y machacada, y estaría aún peor si no fuera porque he releído los "Viajes por Italia" de Stendhal, que me regaló mi marido hace años y que he apreciado ahora como no pude apreciar entonces por falta de francés suficiente para hacerle frente a un clásico. Y he escuchado mucha música en vivo. El martes en versión clásica, una orquesta cualquiera de esas de los países nórdicos tocando a Wagner y a  Richard Strauss. Contrariamente a Woody Allen, al terminar el concierto no tenía ganas de invadir Polonia sino de irme a dormir y a soñar con los angelitos, como de verdad ocurrió.  El miércoles, escuchando a uno de mis grupos favoritos, Pink Martini, esa orquesta de jazz que todos querríamos tener en casa para que nos tocaran algo en nuestra fiesta de cumpleaños. Andan de gira por Europa, vayan a verlos si pasan por su ciudad, son un bálsamo para el espíritu, además de unos excelentes músicos. Les dejo una muestra:

    Si no hubiera sido por la música y los libros, al acabar esta semana quizás hasta me hubiera pensado lo de caminar sobre las brasas, pero a Dios gracias (o a quien corresponda) por ahora mis ánimos se calman de esa manera, sin necesidad de quemarme los pies! Porque la música amansa a las fieras, no sólo a las del zoológico.

domingo, 19 de octubre de 2014

La peste

   Creo que voy a leer de nuevo "La peste" de Camus,  lectura que se impone con los tiempos que estamos atravesando, aunque nunca está de más releer (e incluso leeer por primera vez) a Camus. No me digan que no es pertinente releer esa historia de una plaga de cólera en la ciudad argelina de Oran en los años '40, de la triste condición humana frente al absurdo, la solidaridad de los médicos con sus enfermos, la falta de libertad de los ciudadanos para moverse por culpa de la enfermedad, la escenificación del miedo, de la angustia y de la idea de morir en soledad. Les suena? Todos a leer a Camus, entonces. 

    Porque aquí sólo nos acordamos de las pestes varias cuando dejan de ser una enfermedad de pobres, o de negros y pobres (que suelen ser dos factores combinados) y salen de sus remotos rincones africanos para aparecer a las puertas de nuestras casas. Entonces, de repente, la investigación da un salto adelante y aparecen  tratamientos, profilaxis, instrucciones y protocolos y vacunas de patente millonaria que harán rico a más de un accionista y nos dejarán la conciencia en paz hasta la siguiente peste. Tiempos recios éstos, que diría Santa Teresa, esa señora atrevida para su época, inteligente y luchadora,  de la que celebramos el año próximo el quinto centenario de su nacimiento. También es una buena ocasión para releerla, y se lo digo en serio, sin ironía ninguna. Comiencen con el "Libro de la vida", que como autobiografía de una monja, no tiene desperdicio.

    Y qué casualidad que Teresa es el nombre de esa mujer acosada por la penúltima de las pestes modernas. Recuerdan? esa señora que vive aislada en una habitación de hospital por culpa de hacer su trabajo. Trabajo al cual se presentó voluntaria. Trabajo peligroso para el que sus superiores no la habían formado ni le habían dado los instrumentos necesarios para ejercitarlo. Esos mismos superiores que después la llamaron mentirosa y le acusaron de ir a la peluquería con unas décimas de fiebre; los mismos que no se ponían al teléfono cuando ella llamaba para comunicar esas décimas que probablemente le estaban quitando el sueño. 

    Esa mujer se llama Teresa, que debe ser un nombre que imprime coraje, tanto como el que deben tener esos otros señores y señoras que la cuidan en su habitacíón a pesar de que les han bajado el sueldo y les han doblado las guardias, y a pesar de que a sus hijos les hacen la vida imposible en los colegios porque saben que son los hijos de los enfermeros de la peste. Léanse a Camus, por favor! Esa mujer que no puede ver la luz del día que tanta falta  le hace para curarse, porque si le levantan las persianas los fotógrafos la sacan en la  portada de los periódicos. Esa mujer que va a salir de ésta con una casa desinfectada con lejía y un perro sacrificado del que las redes sociales se acuerdan más que de ella misma.

    Esta mañana iba yo correteando por el bosque para olvidarme de que envejezco y en mi iPod sonaban  unos versos cantados por Mercedes Sosa que me gustaría que alguien le soplara al oído a Teresa,  la dama de hierro del Carlos III:

Tantas veces me mataron, 
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí, resucitando. 
Gracias doy a la desgracia, 
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal, 
y seguí cantando.

   

   Y decía Albert Camus  por boca de  uno de los médicos protagonistas de "La Peste", que "en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio". A veces me cuesta creerlo.

viernes, 17 de octubre de 2014

Blanca y radiante

    Una canción antigua, cursi y ni siquiera bonita para empezar:




   Y todo porque mañana se casa una amiga mía en Bilbao, porque los de Bilbao se casan donde les da la gana (sobre todo si son de allí!) y además lo hace con un casi paisano mío, lo cual es una garantía, porque los de mi tierra, aunque esté feo que yo lo diga, somos personas templadas, de buen conformar, costumbres austeras, verbo mordaz y sobre todo, deseosas de procurar felicidad a nuestros semejantes. Ya ven ustedes, yo no soy de Bilbao, pero si me lo propongo,  casi, casi.

    Parecía que ya se me había pasado la edad  de ir a bodas  y bautizos, aunque no se fien de mis lamentos de vejez, que a estas alturas ya ven que ando casando amigas y es más, visitando bebés, que es todavía más inverosímil! Será que tengo amigos y amigas demasiado jóvenes para mí? me lo haré mirar.  A esta boda no voy a ir porque no estoy invitada, lo cual agradezco profundamente porque me revientan los festejos, y no por ello deja la blanca y radiante novia de ser mi amiga, una persona muy querida porque además es una excelente compañera de trabajo y una bellísima persona; a quien aprendí a querer y conocer hace años cuando nos tocó atravesar la estepa polaca  en un destartalado autobús de la época de Walesa sindicalista; por razones laborales, como siempre, no se piensen que íbamos de peregrinación a ningún santuario mariano. Y a quien he seguido queriendo y estando eternamente agradecida por ponerme de nuevo a correr después de muchos años de tener las zapatillas colgadas.

   No deja de llamarme la atención el fenómeno boda, que para muchos de nosotros se sitúa en el Pleistoceno de nuestras vidas (excepto para aquellos que son aficionados y aficionadas y quieren emular a Liz Taylor) y que apenas le ocurre a alguien cercano nos remueve muchos sentimientos y muchos recuerdos; casi todos buenos me atrevería a decir. Aunque habrá quien me diga que hable por mí...pues sí, recuerdo el día de mi boda como si fuera ayer, y sobre todo, lo mejor es eso: que me parezca que fue ayer!

    No quisiera ser mañana, querida amiga ni tu página Facebook, ni tu Whatsapp ni tu mensajería del teléfono; yo por suerte me casé en una época en la que la gente ausente mandaba flores y telegramas, donde todo el mundo ponía lo mismo. Quisiera darte un abrazo gordo y decirte que te diviertas en ese día, en el que vas a comer de miedo porque para eso estás en Bilbao, y porque la hija de una señora que me ha dado la receta infalible de las patatas a la Riojana no puede casarse comiendo mal. No te voy a decir que seas feliz porque me consta que ya lo eres y que cultivas el arte de la felicidad, que es un don que no le viene dado a cualquiera. Y además, hace unos días, siempre en ese lugar de trabajo en el que oigo cosas tan apasionantes y en el que a veces me trago tales bodrios, a cuento de la lucha contra el islamismo radical,escuché una frase que me gustó y creo que nos sirve a todos: "hay que ser felices y procurar que un alto porcentaje de seres humanos lo sean; las personas felices no matan por muchas armas y posibilidades tengan a mano". Tan certera la frase como cierto el contenido.

   Y tú, mi querida Elvira, a ser feliz siempre, no sólo mañana y dentro de unos meses. Tuya, esta que lo es, tu amiga la bloguera.

martes, 14 de octubre de 2014

Homilía

    Cuando los humanos no vivíamos permanentemente enganchados a las pantallas, ni éstas llenaban el vacío que el aburrimiento provocaba de vez en cuando en nuestras vidas, había situaciones que nos ayudaban  a soñar, horas del día en las que la mente se quedaba en blanco sin tener que apuntarse para ello a un curso de yoga. Esas horas (e incluso a veces medias horas) en los que no había absolutamente nada que hacer, ni que ver, ni que hablar, han hecho de muchos de nosotros seres imaginativos y quizás menos aterrorizados ante cosas tan normales como la soledad, el lento discurrir del tiempo, o simplemente un apagón eléctrico, algo que aterra especialmente a nuestros hijos si no tienen su móvil a mano, o en su defecto, una televisión.

   Creo que ya he contado que cuando mis mayores dormían la siesta y yo ya me había leído todas las aventuras de "Los Cinco" dos veces, imaginaba todo tipo de viajes por el mundo y hasta me hacía entrevistas a mí misma. Otra situación ideal para dejar volar la imaginación eran las muchas misas dominicales a las que asistíamos por prescripción parental y sin posibilidad de escape. Aquellas misas  donde todo duraba una eternidad y en las homilías los curas se ponían las botas de preguntarle a Dios nuestro Señor el porqué de todas las miserias habidas y por haber. "Por qué oh Señor"...esta era la fórmula introductoria que servía para regañar al personal hasta por gastar demasiado en cremas solares tanto como para lamentarse a grito pelado de nuestra miserable existencia de mortales. En el fondo ahora envidio un poco a esos curas que disponían de un púlpito, y una iglesia llena de oyentes dispuestos a oir sus quejas; ahora hemos inventado un montón de cacharros electrónicos que sirven para mil cosas, pero lo de quejarse en público, sin que nadie te replique, y  la cantidad de adrenalina que se descarga con ello, ha sido privilegio del clero y no hemos inventado nada que se le parezca. 

    Yo me conformo con este blog, y eso que aquí hasta pueden contestarme, pero allà voy. Por qué, oh Señor, llegada hasta este punto en el cual ya he hecho todo tipo de exámenes, tesis y oposiciones, tengo que dejarme mis escasa neuronas intentando resolver una raiz cuadrada? Por qué (el "oh Señor" se lo ahorro)  después de la alegría del verano, y de ese momento mágico en el que los árboles se ponen rojos (ahora mismo) tiene que venir el insoportable invierno? Por qué los seres humanos que trabajan en las altas esferas bancarias son incapaces de vivir de su sueldo y siempre tiene que estar buscando la manera de meter la mano en la caja y además creen que jamás serán descubiertos? Por qué los aviones tiene que sobrevolar mi casa cada día precisamente a las seis de la mañana? Es que  no hay más cielo en este continente que el que tengo sobre mi tejado? Por qué mi cintura no adelgaza al mismo ritmo que se desgasta la suela de las zapatillas con las que salgo a correr? No son acaso estas dos, magnitudes directamente proporcionales? Por qué de todos los calcetines que salen de la lavadora siempre hay uno al que le falta un par? Si yo pudiera lanzar todas estas preguntas al aire ante una audiencia adormecida por mis palabras y deseosa de que la cosa se acabe para irse a tomar el vermut, me sentiría bastante más aliviada que escribiéndolas en esta pantalla que encima me está haciendo extraños. Ven ustedes la suerte que tenían los curas de hace años?

    Por cierto, el cura de las preguntas sin límite de las homilías de mi infancia está ya jubilado y apartado de los sacramentos por sus superiores, pues desde hace unos meses hay una denuncia en los juzgados de mi ciudad contra él por presuntos abusos a menores; denuncia primera que ha desencadenado otras varias ...Parece que preguntar en voz alta no descarga tanta adrenalina como yo me imagino. Buenas noches.