martes, 30 de junio de 2015

Pesadillas caniculares

    Aunque parezca mentira, en estas tierras frías y lluviosas que habito, también atravesamos episodios caniculares, generalmente breves, aunque intensos; que suelen concluir con una tormenta espectacular y una bajada de diez o quince grados de golpe que nos lleva a la casilla de salida, esto es, a poner la calefacción en julio. Ahora estamos en la fase álgida; y aunque ya  sé que no llegaremos nunca a los cuarenta a la sombra de Extremadura día y noche, pero háganse una idea de treintaytantos con el noventa por ciento de humedad, el transporte público sin aire acondicionado, las oficinas llenas de grandes ventanales para que pase la luz que a menudo escasea y las casas sin persianas...Con semejantes condiciones ambientales, dormir es (valga el juego de palabras) un sueño imposible. 

    O a veces llega el sueño cargado de pesadillas, como me ocurre últimamente. Nuestra historia es la historia de nuestras pesadillas, creo poder afirmar tajantemente. Cuando era una niña la pesadilla recurrente era que los Reyes Magos se olvidaran de mi casa o que el autobús del campamento o de la excursión colegial se fuera sin mí. Un poco más adelante la pesadilla fueron las raíces cuadradas y las ecuaciones de tercer grado (que nunca conseguí resolver convenientemente) y cuando las matemáticas desaparecieron de mi vida, para alivio de mis sueños, volvieron las pesadillas de llegar  tarde a los trenes y a los aviones. 

    En mi primera edad adulta mis pesadillas las protagonizaban funcionarios en celo que una y otra vez me daban con la ventanilla en las narices por falta de un papel o una fotocopia compulsada. Después llegaron las criaturas a mi vida y las pesadillas trajeron historias de niños que se perdían en los aeropuertos (otra vez los viajes, por qué será...) o que desaparecían sin dejar rastro. Con los primeros achaques, mis pesadillas casi siempre tienen lugar en los hospitales, lugares a los que procuro acercarme lo menos posible y,  de vez en cuando me asusto en mitad de la noche viendo de cerca el rostro de alguien que con el tiempo he procurado olvidar. La lista no es muy grande así  no se me aparecen muchas esfinges no desedas, no se asusten.

   También tengo un catálogo de pesadillas intemporales, como el verme rodeada de bichos de plumas y más concretamente,  encerrada en un gallinero; o como encontrarme en un quirófano pensando que me van a rajar por algún lado sin motivo aparente. O como acudir al funeral de un amigo, algo que, por desgracia me ha ocurrido hace algunos días, aunque fuera el de una amiga  bastante entrada en años...Los amigos no tienen edad, qué caramba!

    Extrañamente, nunca he soñado con ningún tipo de monstruo marino  ni con encontrarme entre las fauces de una fiera; tampoco recuerdo haberme quedado desnuda hablando en público (parece que le pasa a mucha gente) ni con haber deseado matar a mi padre o a mi madre. Creo que a Freud  no le hubiera gustado nada como paciente. Con interpretación o sin ella, me aguardan unas cuantas noches caniculares por delante, y supongo que, con ellas un bonito catálogo de pesadillas para olvidar, las estoy esperando. Cuando  pase la tormenta y tenga que volver a encender la calefacción ya les contaré...

lunes, 22 de junio de 2015

Se acabó la fascinación

    Hubo un tiempo donde los niños, incluso los adolescentes, e incluso mucho tiempo después de dejar de creer en los Reyes Magos, teníamos sueños por cumplir y nos dejábamos fascinar por muchas de las cosas que nos enseñaban los mayores. Hubo un tiempo en que nuestros padres nos enseñaban el acueducto de Segovia y nos quedábamos con la boca abierta; igual de abierta que cuando vimos la primera película de Star Wars (antes "La guerra de las galaxias") o cuando Uri Geller doblaba las cucharas con la vista en el programa nocturno de Iñigo. Hubo un tiempo en el que incluso los cantamañanas lograban fascinar a las masas y se convertían en dictadores que provocaban guerras; al menos por ese lado hemos mejorado.

    No se crean, yo he seguido siendo una niña fascinada durante muchos, muchos años. Desde el acueducto segoviano me he quedado muchas veces con la boca abierta, ya fuera por ver y tocar con mis manos las piedras del Coliseo de Roma, o las pirámides de Egipto o por subirme al último piso del Empire State. Y que conste que con esta lista no me estoy dando el pisto de que estoy muy viajada sino intentando explicarles en qué consiste esa fascinación que, yo creo que nuestros hijos han perdido; o que al menos no parecen disfrutar hasta el último sorbo.

    He pasado el domingo entero paseando por París con tres adolescentes, uno de ellos norteamericano para más señas, si me permiten el chiste fácil, "un americano en París", dentro vídeo:



    El día salió soleado y con una temperatura de lujo para estas latitudes, la ciudad espléndida como siempre y las calles  aún no atiborradas de turistas como ocurre durante todo el verano. Visita resumida a los grandes iconos parisinos para no cansar artísticamente a las criaturas: Opera Garnier, Place Vendôme, pirámide del Louvre, Nôtre Dame (sin entrar) Ile Saint-Louis, torre Eiffel, Sena y Arco del Triunfo. Mi media naranja y yo, saboreando cada rincón que hemos pateado una y mil veces, comparando el color cambiante de muchas fachadas y recordando las muchas visitas anteriores, y a quienes nos acompañaban en ellas; los críos, dejándose arrastrar de un calle a otra sin conmoverse demasiado, la verdad. Digamos que la torre Eiffel sigue teniendo un cierto efecto escenográfico que se acentúa si llegamos a ella desde la boca de metro cercana...Pero poco más. Yo aún recuerdo mi primera visita a la torre, ya con diecinueve años y en pleno mes de diciembre con un frío siberiano: creo que me quede sentada en el Trocadero contemplándola durante más de media hora. Eran los tiempos Neanderthales anteriores a la vida virtual.

    Me gustaría saber y sobre todo, entender qué es lo que aún es capaz de fascinar a estas criaturas. Serán esos jovenzuelos de verbo fácil, chistes no menos fáciles y presencia agradable que ellos llaman "Youtubers" y que yo no entiendo por qué no les llaman humoristas si, al fin y al cabo lo que intentan es hacerles reir. Serán ciertos futbolistas? ahora que ya ni siquiera Casillas es intocable; me digo que Maradona lo hubiera tenido bastante más complicado en el siglo XXI para convertirse en el Dios de los estadios. Serán ciertas cantantes? algunas de ellas tienen meteoricas carreras que no se alargan más de cinco o seis años en el mejor de los casos...Qué o quienes son capaces de arrancarles un grito de admiración, un escalofrío de miedo o una mirada de arrobo? Aparte de la chica o el chico que les gusta, claro...Misterio insondable. 

    Comprendo que su objetivo en la vida no sea pisar el Machu-Picchu como lo era en mi caso hasta que lo conseguí; que las iglesias medievales sean teatros del absurdo al lado de los estadios deportivos, pero me daría pena que por perder el gusto por la fascinación se estén perdiendo algo bueno en la vida. En el momento en el que yo me desmadejaba intentando explicarles la fachada de Nôtre Dame recordando a Quasimodo y Esmeralda, ellos se concentraban en  el mercado de flores y mascotas dominical (vecino a la iglesia) y pasaron un buen rato contemplando, con toda la ternura del mundo, una jaula con dos conejillos de indias dentro. Aún pasamos después un buen rato hablando de los conejos dichosos y tuve que admitir que, decididamente sus centros de interés (sobre todo el animal) no son los míos. Aunque notaba cierto brillo en sus pupilas cuando los describían (a los conejos). Quizás no todo esté perdido.

martes, 16 de junio de 2015

Incertidumbre

    La incertidumbre es una sensación molesta, la verdad. Quizás tenga sus aficionados entre las gentes alocadas, los románticos bobalicones, los millonarios profesionales o los maleantes y gentes de mal vivir; pero para quienes pagamos nuestros impuestos, acudimos puntualmente a nuestras citas, vivimos de nuestros sueldos y no molestamos a los vecinos, añadir a la vida cotidiana el factor incertidumbre es una gaita gallega. Puede que lo soporten mejor los que aún piensan que hay ciertas cosas que sólo están de la mano del Señor Todopoderoso, o entre los adeptos del "si Dios quiere" en sus variadas acepciones religiosas pero insisto, para quienes optamos por creer en lo que vemos y comportarnos como seres honrados, la incertidumbre es un fastidio.

    Ultimamente estoy rodeada de gente que ha encontrado en el yoga la medicina para todo y que me cuentan sus bondades y lo bien que me sentaría; como muchos de ellos son buenos amigos no añaden "lo bien que le sentaría a una ansiosa como tú", pero lo sobreentiendo. Si alguno de estos sabios maestros de yoga que proliferan por las esquinas de mi vida me asegurara que con su práctica yo aprendería a soportar mejor la incertidumbre y sus efectos secundarios, estaría ya mismo desplegando la colchoneta por el suelo y poniéndome en posición de loto...Pero me temo que se necesita algo más que yo no tengo, por supuesto; si yo pudiera disolver mi ego furioso y ansioso en la amabilidad de la madre naturaleza, o pasar sin más dilación a reencarnarme en cabra común o en somormujo del altozano, también mi existencia sería más simple, no crean. Y si todo ésto me lo proporcionara un maestro de yoga les aseguro que le pagaría hasta unas clases particulares! Toda esta locura colectiva por viajar a la India con propósitos meditativos y de regeneración personal me supera, aunque no niego que a quienes emprenden tal camino, les sienta muy bien. Por suerte, mi amiga la de NY está en ello actualmente y me manda puntualmente crónica de sus andanzas entre los yoguis, y  me hacen reir sus comentarios y sus agudas observaciones desprovistas de toda pasión india y con mucha retranca; ella y yo ya hemos llegado a la conclusión que estos centros de práctica intensiva del yoga para europeos desquiciados son algo muy parecido a un convento de clausura con monjas muy mandonas dentro. Si quieren ustedes disfrutar de una visión diferente del yoga y sus beneficios léanlo, lo encontrarán en papagenaviajera.blogspot.com, vayan directamente al mes de mayo.

    Pero no quiero disiparme de mi intención primera, la incertidumbre. A quienes no la soportamos nos tachan de controladores y mandones, de psicorígidos y poco empáticos y de otras serie de calificativos poco amables en general. Se da por hecho entonces que los amantes de lo incierto o al menos los que practican la resignación cristiana sin protestas, sin quejas y sin golpes de pecho, son seres amables y bondadosos que se oponen a este sinvivir con dos piernas que somos los demás.

   Hay quien dice que la vejez es buena consejera en este aspecto y, como yo la detesto y huyo de ella como de la peste, está claro que aún no me he dejado impregnar por su sabiduría. No, no soporto la incertidumbre, y si fuera un pecado confesable y yo aún creyera en los méritos de la confesión, lo confesaría, y hasta rezaría las correspondientes avemarías de penitencia. En el fondo, lo que a mí me ocurre es lo que le pasa a todos los descreídos y cartesianos (yo pensaba que en el fondo éramos más): no soportamos lo que no podemos explicar con un razonamiento claro y simple y, ay! son tantas cosas...Queridos lectores, atravieso un periodo de incertidumbre aguda, pido perdón a mis seres queridos por tener que soportarme, a ustedes por tener que leerme y le pido al futuro que se convierta en presente para beneficio de todos. He dicho.

   

jueves, 11 de junio de 2015

El sudor de las pequeñas frentes

    Voy a contarles una historia que he leído hoy mismo en la peluquería, para que vean que incluso en el tiempo dedicado a la frivolidad se pueden sacar conclusiones interesantes sobre muchas cosas. Una de mis teorías recurrentes, dicho sea de paso.

   El protagonista de mi historia se llama Rubén, es boliviano y vive en La Paz, y tiene trece años, como uno de mis hijos; hasta ahí todo en orden. Pero Rubén, aparte de ir al colegio cuando puede, se gana la vida limpiando zapatos por las calles, ejerciendo un oficio muy popular en Bolivia, el de los "lustrabotas", que han sido objeto de la atención de toda la prensa mundial. Insisto, Rubén tiene trece años e intenta, mal que bien, no perder comba en el colegio, pero no le queda otra que ayudar en casa con los miserables bolivianos (la moneda local) que se gana cada día que, cuando todo va bien, no pasan del equivalente a ocho o nueve euros. No es más que uno de los 3500 lustrabotas censados oficialmente en La Paz, la mayoría niños entre 10 y 17 años, y uno de los más de 800.000 niños que, de forma también más o menos legal, trabajan en Bolivia. A nosotros se nos abren las carnes sólo de pensarlo, o de imaginar a uno de nuestros hijos de esa misma edad ganándose la vida con una caja de betún y un cepillo pero en Bolivia, uno de los países con mayor índice de pobreza infantil de América, el trabajo infantil se considera un mal menor. 

    Rubén no se queja de su existencia, dice que al menos su trabajo está regulado. El compañero Evo Morales ha promulgado el pasado año un decreto ley que regula el trabajo infantil y lo autoriza desde los diez años, aduciendo que el trabajo de los niños es un mal menor y que él mismo lo padeció en su infancia. El compañero presidente ha descubierto aquí una nueva forma de hacer política, que no sirve para superar o reparar los errores del pasado, basta simplemente con legalizarlos...A veces las revueltas populares acaban en esperpento a poco que se lo propongan. Resultado de la medida legalizadora? el 18 % de los niños bolivianos entre diez y doce años trabajan actualmente de forma legal, y vaya usted a saber hasta dónde llegan las cifras cuando sumamos los que también lo hacen ilegalmente: lustrabotas, recolectores de cartones, lavacoches, vendedores ambulantes e incluso mineros y albañiles. 

    Rubén ha pedido por su cumpleaños tener un pastel con unas velas, catorce, exactamente las próximas. Y sueña con que un día su padre juntará lo suficiente para pagarle un viaje en el teleférico que cruza  La Paz por los aires, que es el otro regalo de cumpleaños que desea ardientemenete. En lo que llega ese día, limpia zapatos a la intemperie por menos de medio euro el par, estudia a ratos perdidos y celebra cada año el 2 de diciembre el "Día Nacional del lustrabotas" que es un invento boliviano (y no sé si bolivariano también) para dignificar el oficio. 

    Mientras tiñen mis canas y me leo este artículo periodístico que me ha dejado con el alma encogida, miles de escolares europeos sudan la gota gorda para sacar adelante sus exámenes de junio. Los más mayores, además, se buscan un trabajillo veraniego destinado en mucho casos a pagar un nuevo teléfono, una motocicleta o unas vacaciones de camping playa, aprovechando esa aberración también regularizada que se llama "trabajo estudiantil" y que proporciona mano de obra barata a los empresarios y quita puestos de trabajo a quien los necesita para algo más que para una sudadera de Abercrombie. En un mundo medianamente racional, los estudiantes (y aún más los niños) sólo deberían preocuparse de estudiar y los trabajadores de trabajar, pero parece que no es así. La maldición bíblica de ganarnos el pan con el sudor de nuestras frentes debería tener, Urbi et Orbe, edad de salida inviolable; y el sudor de las pequeñas frentes debería estar provocado por la resolución de las ecuaciones de segundo grado, no por otras operaciones nada matemáticas y aún menos infantiles. Pero ya ven, incluso en la peluquería, leyendo un ejemplar del "Marie Claire" del mes pasado se da uno cuenta de lo grotescamente injusta que es la vida...

viernes, 5 de junio de 2015

Así que pasen cien años

    Un mes después de estrenados los siguientes cincuenta años de mi vida, ya me ha quedado claro que ese año 2015 con el que yo soñaba de niña, lleno de coches que se desplazaban por los aires, de personas que se teletransportaban y de trajes de plexiglás no es el que estoy viviendo. Tan solo una de las premoniciones de mis adoradas series de ciencia ficción se ha hecho realidad: la de hablar por teléfono viéndole la cara a nuestro interlocutor, cosa que mis hijos creen que es una banalidad como servirse un vaso de leche,  aunque si me la llegan a contar no ya hace cincuenta, sino hace veinte años, me hubiera echado a reir. 

    Ese mundo en el que ya no habría enfermedades, ni atascos de tráfico, ni nos quebraríamos la cabeza con los dictados de la moda (insisto en lo de los trajes de plexiglás, que tienen sus ventajas) no ha llegado; ahí los guionistas de Hollywood estuvieron poco clarividentes, o se les fue la mano con la imaginación, adelantándose en el tiempo,   y todo eso que nos anunciaban aún hay esperanza de que llegue a ser verdad. Francamente, Julio Verne un siglo antes atinó bastante más: el hombre llegó a la luna y los submarinos existen; bravo por el francés en sus vaticinios, la verdad.

    Predecir el futuro es un triple salto sin red, y la prueba es que todos los que lo intentan, salvo honrosas excepciones, se equivocan. Y en esa nebulosa llamada futuro hay miles de variables, muchas de ellas nada tienen que ver con lo que mi madre y otros seres superados por la tecnología llaman "esos cacharros". Un ejemplo? los idiomas. Yo estaba obsesionada con ellos ya desde niña, y en esa obsesión participaba mi padre, que como buen castellano viejo solo hablaba eso, castellano; pero que era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de sus carencias: "hay que saber idiomas, muchos, y escribir a máquina"...Cuántas veces oímos esa frase no sólo de mi padre, sino de todos aquellos padres que ni hablaban idiomas ni se imaginaban que la máquina de escribir sería hoy un objeto paleolítico. Les cuento algo para que se rían? Hace más de veinte años cuando llegue a esta ciudad, un chico me prestó unos carteles para tapar los desconchones que tenía la pared de mi  humilde habitación de estudiante. Uno de ellos, propaganda financiada por la UNESCO, tenía una frase en grandes letras que decía "los futuros analfabetos hablarán sólo una lengua"...Está claro que con ese ciclón llamado "inglés" el futuro ya está aquí, y todos nos hemos ido poco a poco convirtiendo en grandes analfabetos, porque incluso los que hablamos varios idiomas, cada vez los utilizamos menos. Como nota a pie de página añadiré que el chico que me prestó los carteles, sigue compartiendo su vida (y los desconchones de las paredes, que ya van saliendo) conmigo, pues pasó de ser el que prestaba los carteles a ser el padre de mis hijos...Que eso sí que es un triple salto mortal con doble pirueta lateral y todo!

    En cuanto a los cacharros de mi señora madre, lo único que han conseguido es crear una humanidad a dos velocidades en la que los que han entrado en el mundo táctil y portátil llevan varios cuerpos de ventaja y se aíslan menos que los que siguen apalancados en la tecla y la televisión con telediario a las tres de la tarde. Yo no sé cual es el límite en esta escalada tecnológica, pues hace unos días me he enterado que Apple va a dejar de fabricar iPods, que a mí me parecen los mejores cacharros que se han inventado jamás, porque me permiten escuchar música mientras corro y quemo calorías y ansiedad a partes iguales,  y porque abultan lo que una caja de cerillas. Pues bien, el iPod es un aparato de tal excelencia que Apple, desprovista de la sabiduría de su santo patrón Jobs (que el dios de la robótica tenga en su gloria) ha decidido dejar de fabricarlo, no sea que los malditos humanos, tan sentimentales ellos, se aferren a sus reproductores musicales y ya no podamos venderles nada nuevo. Y así hasta cuando? Catorce años nos ha durado la alegría, en este caso particular. 

    Mi madre y algunas de sus amigas mendigan por las tiendas de teléfonos uno de teclas si es que les quedan, y en los aeropuertos, pobre señores maduros (que no viejos) no saben que hasta la maleta se la tienen facturar ellos mismos tocando unas pantallas táctiles, otra vez ellas, que nadie les ha enseñado a usar. Yo, a este paso, tendré que pedir la beatificación del chorizo que me robó mi último móvil Nokia de teclas, al cual estuve maldiciendo durante meses pues, sin ese hurto, jamás hubiera dado el paso adelante del teléfono inteligente, táctil y que se descarga con mirarlo. Les confieso una cosa al filo de este viernes noche, con rayos, truenos y relámpagos cayendo a mi alrededor (tal cual se lo cuento): estoy hasta las narices de que los fabricantes de cosas hayan decidido como tenemos que comportarnos las personas para poder seguir viviendo...Y mientras,  tecleo en esta patata de  ordenador, casi casi una máquina de escribir,  estas mis grandes palabras y sigo fascinada con la espectacular tormenta que veo a través de la ventana. Por suerte, la naturaleza aún sigue siendo salvaje e indómita. Buenas noches y feliz fin de semana para todos que, por cierto, no estaría mal que algún espabilado inventor de esos nos inventara los de tres días...