lunes, 28 de septiembre de 2015

Como niños malcriados

   Mientras algo más de cinco millones de catalanes decidían qué bandera y qué patria sería la suya en el futuro, yo me manifestaba por las calles de la ciudad donde vivo acompañada de parte de mi familia, amigas que son como de la familia, y una masa variopinta de personas de todo tipo de color, credo, edad y condición. Nos manifestábamos a favor de unas pobres gentes sin patria y sin bandera, miren por donde. Total, unos veinte mil seres terrícolas, pertenecientes a la nación de naciones que se llama humanidad y bajo una bandera que decía "Refugees Welcome". Como paisaje las calles sin tráfico, los árboles retando al otoño y un ambiente bastante más agradable, menos exaltado y más tolerante que el de los nacionalistas, ya sean los de la Estelada o los de la otra bandera, que puestos a pegar gritos y a darse golpes de pecho, tanto me desagradan los unos como los otros. 

    Iba yo caminando pacíficamente en este atardecer de otoño y a la vez le explicaba a mi hija y a su amiga lo que es una manifestación, qué sentido tiene, si sirve para algo, qué era lo que estábamos haciendo allí y quién nos mandaba meternos en ese berenjenal. Creo que las dejé más o menos convencidas a pesar de las pocas ganas con las que salieron de casa; decretaron que allí no había más que buenas personas y yo me di por satisfecha de haber añadido otra capita más de ese delgado esmalte de uñas de los buenos principios con el que los padres vamos cubriendo las uñas de los hijos según se van haciendo mayores. 

    Después, vuelta a casa y a prepararnos para otro lunes más, esta vez, con empacho de informativos, de prensa y de debates miles en torno a unos niños  que se resisten a hacerse mayores y no acaban de entrar en la edad adulta. Niños nacionalistas de uno y otro lado del Ebro y todos amarrados a sus juguetes de la infancia a la vez que piden otros más y mejores, como los niños malcriados que son; y a los que hay que acabar callando de alguna manera y, por lo pronto, haciéndoles más caso del que se merecen, desgraciadamente. 

    Yo ya he decidido no contemplarlos más. Me dan igual las banderas y los límites fronterizos. Ni les digo ya la lengua que hablen o dejen de hablar, porque yo hablo cinco y entiendo al menos otras dos, y me importa poco en qué se dirijan a mí con tal de que pueda comunicarme de forma civilizada. Me da igual donde se fabrican los yogures Danone (en Barcelona, dicen las fanáticas amas de casa castellanas en pie de guerra y de boycot comercial) y menos me importa aún saber si el pan tumaca que desayuno cada mañana es genuinamente catalán o una importación Charnega que, por cierto, pienso seguir desayunando a falta de churros. Me da igual en qué liga juegue o deje de jugar el Barça, aunque me da pena ver a mi hijo que es forofo, preocupado por ello. Tengo amigos entrañables en esas tierras con los que procuro hablar mucho,  y poco de política, y a quienes espero seguir enumerando entre mis seres queridos. 

    Me cansan los niños malcriados y me preocupa la suerte de 200.000 refuguiadoas vagando por las carreteras del continente. Me importa un bledo que España tenga cuatro provincias menos y me preocupa pensar que a pesar de todo, los demás sigamos siendo una nación generosa y acogedora con  quienes ya no poseen nada pero aún pueden darnos mucho. Me temo que los niños malcriados seguirán dando la plasta y que les escucharemos y les contemplaremos, y les daremos otros juguetes nuevos y ni siquiera entonces se callarán. Con las mismas, también temo que llegue el invierno y esos refugiados a la desesperada sigan cruzando mares embravecidos y durmiendo en barrizales húngaros o croatas o en las estaciones de tren, que tanto da. 

    Los niños malcriados se merecen nuestra indiferencia; los apátridas errantes, una patria nueva que los acoja, la que sea. Y todos nosotros nos merecemos unos nuevos gobernantes que vengan directamente de la Ilustración, con más luces, y menos pasiones encendidas, que nunca son buenas consejeras.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Des-madre

    "Desmadre" según el diccionario: desbarajuste, caos, confusión o jolgorio incontrolado. Y digo yo que la cosa vendrá también porque todo eso se produce en ausencia de la madre, puestos a buscar el origen etimológico. Desde luego, para que haya un desmadre hace falta que primero haya habido una madre, y a ser posible controladora y "encimera" (encimera de estar "encima") de esas que quieren saber dónde has estado, con quién, cuanto tiempo y de paso te ordenan los cajones y los armarios con la esperanza de encontrar algún indicio de tu vida que se les escapa. Para que haya desmadre en una casa, tiene que haber una madre que no permita que se mueva ni un visillo de su lugar natural, que sepa cuántos yogures y exactamente de qué sabores quedan en la nevera y dé el grito de alarma cuando alguien haya cogido el que no le correspondía. No sigo poniendo ejemplos pero les aseguro que sé de lo que les hablo; me temo que mis coetáneos,  y yo como la que más, tuvimos todos una madre de esas que cuando salían por la puerta de casa y se iban de viaje (rara vez) provocaban un auténtico desmadre en su ausencia. 

    Cuando hablo con muchas de mis amigas de este tema apasionante, nos preguntamos que es lo que ha fallado para que, intentando nosotras no ser unas madres como aquellas, en muchos casos nos hemos acabado pareciendo y lo que es peor: cómo siendo como somos tan colegas, y tan liberadas (y ciertamente liberales) y tan comprensivas, y tan desdolidas para estas casas nuestras donde las neveras tantas veces están vacías y los cestos de la ropa sucia tan llenos; cómo, con todo ese concurso de circunstancias no podemos hablar de desmadre a nuestro alrededor y en cierto sentido, estamos todas deseando comenzar a practicar el "des-madre"? (en dos palabras que diría Jesulín de Ubrique). Misterio sin resolver. 

   Nuestros hijos disfrutan de unas madres que tienen mil preocupaciones al día como para ponerse a controlar quién se ha terminado las bebidas que había en la nevera; tienen unas madres que les dejan vestirse de mamarrachos y teñirse el pelo de colores sin decir nada, simplemente esperando a que algún día el ataque de mal gusto se les pase. Viven en unas casas llenas de aparatos a su servicio, salen de noche hasta horas imposibles sin que nadie les pida cuentas y bastante más a menudo de lo que sería conveniente para sus edades; tienen unas madres  que hacen la compra por Internet al mismo tiempo que cosen el dobladillo de un pantalón con unas puntadas imposibles y descongelan un solomillo de tiempos de Recaredo para cenarlo al día siguiente. Si además es una madre con iPhone, estará controlando su correo electrónico, comprando un billete de avión y hablando con su secretaria a través del SIRI, porque esa es la gran novedad: nuestros hijos tienen madres (y no sólo padres) con secretaria, sólo que esa madre directora general de cualquier cosa es, a su vez, la secretaria de sus hijos. 

    Con semejante zona de confort, queda claro que el desmadre ya no es una actividad que ejerzan los hijos, sino que llega un momento en el que las pobres madres se hartan y se dedican al "des-madre". Yo misma me he dejado llevar por la corriente de opinión reinante, esa que dice que los padres del siglo XXI somos perfectos y estamos presentes en cada momento de la vida del retoño y ahora creo que voy a tener que emplearme a fondo en el des-madre, que no es ni más ni menos que conseguir que se hagan mayores de una maldita vez. 

    Para que el des-madre surta efecto hay que olvidarse de comprar el pan, dejar de echar a los chinos con tu cónyuge quién va a recogerlos a la fiesta de turno, dejar de sacar la basura a la calle a riesgo de que la entrada de tu casa se convierta en un estercolero, no pasear al perro si hay perro y no poner ni quitar la mesa una sola vez al mes. Para que el des-madre sea verdadero hay que dejar de ser la memoria histórica de la casa, no apuntar las fechas de los exámenes ni las de las citas con los profesores; hay que tener el valor de mirar para otro lado cuando no encuentran el diccionario de inglés, las botas de fútbol o su camiseta favorita no está lavada y planchada. Hay que soportar esos malditos cestos de la ropa sucia rebosando de calcetines desparejados y olvidar que hubo un tiempo en que fuimos casi, casi imprescindibles. Y subrayo lo del "casi" porque decía mi padre que de imprescindibles están llenos los cementerios. Para que el des-madre ocurra hay que olvidar que un día quisimos ser madres con todas las letras, algunas casi con rabia, y muchas, en el último suspiro posible. No les oculto que para proceder al des-madre hay que tener una madera especial y que hay quien lo consigue en dos patadas y quien no lo consigue nunca. Como en la vida hay gente que  tiene miedo a morir sola y hay otros que no. Yo pertenezco a los primeros, quizás por eso el des-madre se me está dando tan requetemal...

lunes, 21 de septiembre de 2015

Manifestémonos

    Del país de pacotilla y esdrújulo que visité la semana pasada me he traído un buen resfriado que no tenía nada de esdrújulo ni anormal: era de libro, con todos sus mocos evadiéndose cual riada, sus estornudos monumentales, sus oídos que pitaban y la cabeza hecha un bombo,  vaya gracia! Así me he pasado medio fin de semana lamentándome de mi suerte y perdiéndome el "día sin coches" de la ciudad en la que resido, que fue ayer domingo. La verdad, No sé si lamentarme,  o dar gracias al cielo (y a Luxemburgo) por haberme dejado un catarro en prenda y maltrecha en casa. El día sin coches sirve para mostrar a los ciudadanos peatones entre los cuales me incluyo, que los ciudadanos ciclistas que, pretenden ser tratados como usuarios frágiles de la vía pública, son en realidad una panda de desenfrenados que se saltan los semáforos en rojo, cabalgan y saltan por las aceras, te pasan rozando el codo y jamás se disculpan y además pasean a sus criaturas en unas frágiles (éstas si) mini carrozas con banderitas de colores, esperando en realidad que algún coche se las lleve por delante, pues sino no me explico como en mitad del tráfico de una avenida en horas punta se pueden acarrear dos bebés metidos en el pariente pobre de la diligencia de John Wayne. 

    Así que todo lo que podía contar que ha pasado en los últimos días ya ha perdido actualidad, o se me ha olvidado, o ya no merece la pena contarlo. Para remediarlo, por una vez y sin que sirva de precedente les voy a adelantar lo que voy a hacer el próximo fin de semana con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide: me voy a manifestar. Nada tiene de extraordinario, porque además en esta mi ciudad de residencia se organizan manifestaciones de todo tipo, pelaje y motivación, a pie o en tractor, y es más, somos un objetivo de la internacional manifestante europea, que de vez en cuando paraliza nuestras calles y nos complica la vida aún más de lo que ya nos la complicamos nosotros mismos. Por todo ello, le tengo cierta tirria a la manifestación como actividad; que además no deja de ser un desfile, que es otra actividad que me disgusta; o incluso una procesión, que también es un evento del que huyo; y porque creo seriamente que la edad de manifestarme ya se me ha pasado, porque en mi tierna juventud, en España nos manifestábamos casi por cualquier cosa, empezábamos caminando y acabábamos corriendo, que, bien pensado debe de venir de ahí mi afición a correr por las calles...Vaya, que manifestar no es uno de mis verbos preferidos, y no quiero ni pensar que, además, pueda llover, que es altamente probable por estas latitudes: la manifestación bajo el paraguas es la vertiente triste y húmeda de la manifestación a secas. 

    Pero el domingo la plataforma ciudadana a de apoyo a los refugiados organiza una manifestación en el manifestódromo de mi capital, y voy a ir, aunque los elementos se alíen en mi contra. Voy a manifestarme porque esta vez para ir no hay que ser de ningún partido ni sindicato, no hay que vestirse de ningún color ni gritar consignas en verso, aunque mucho me temo que algún petardo falto de gramática tenga ya pintada la pancarta de "todos somos refugiados", que por supuesto no es verdad. Voy a ir porque es una manifestación ciudadana, que es lo que yo soy y no aspiro más que a ser: ciudadana; y porque quiero creer que los ciudadanos somos gente buena que estamos muy por encima de los gobernantes, que a veces no se sabe de qué planeta vienen pero no se comportan como ciudadanos.

    Voy a ir, amables lectores, porque éste al que estamos asistiendo es el mayor movimiento de población en Europa desde que terminó la Segunda Guerra Mundial; fecha desde la cual nuestro amado continente ha disfrutado del periodo más largo de paz de toda su historia: setenta años sin guerrear los unos contra los otros en unas tierras apretadas de gente y llenas de talento y de riqueza natural y artificial; por algo será que todos quieren venir, no? Voy a ir porque me siento orgullosa de pertenecer a un grupo de países donde hay democracia, hospitales, escuelas, vacaciones pagadas, arte y comida,  y sobre todo paz, que es lo que no tiene esta pobre gente que se ha hecho seis mil kilómetros con lo puesto, atravesado desiertos y mares en botes de remos, abandonado lo poco o mucho que tenían para dejarse estafar por vulgares contrabandistas de seres humanos y aterrizar en algunos lugares donde se les contempla como portadores de la Peste Bubónica. Voy a ir porque ellos no tienen nada y yo, que lo tengo todo,  tal y como se está poniendo el mundo lo mismo un día tengo que emprender una ruta parecida; nunca se sabe. Y porque si llegan cuatro, catorce o cuarenta mil, en muchos países ni nos vamos a enterar; y ellos traerán niños, que ya no tenemos; y trabajarán en los trabajos que ya no queremos, y si los tratamos como seres humanos podremos mirarlos de frente sino, la lápida de la vergüenza caerá sobre nosotros, y dudo mucho que podamos seguir considerándonos la tierra prometida.

    Yo voy a ir y espero que muchos de mis amigos vengan, y mis hijos, si no tienen otra cosa que hacer porque yo no obligo a nadie. Mi santo varón vendrá porque en estas batallas siempre hemos caminado juntos (y ya son años) y ustedes, si viven en una ciudad sin manifestación este domingo,  vayan a donde sea necesario y aparezca escrito en ese idioma tan universal "Welcome refugees". Al menos será un lugar más humano.

   

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Sitios esdrújulos

    Quizás tenga que empezar explicando que es lo que entiendo yo por un sitio esdrújulo: pues aquel del que nadie reclama ser natural, aquel al que nunca nadie va de viaje ni se le ocurre pensar en pasar unas vacaciones y todos aquellos sitios en los que nos encontramos (a veces incluso a menudo) y nos preguntamos, pero qué estoy haciendo yo aquí? En España se me ocurren dos o tres sitios que cumplen con estos requisitos (sin ànimo de molestar a nadie): Ciudad Real, Baracaldo, Venta de Baños... Sí, sí, no se rían con lo de Venta de Baños, que para los que viajàbamos mucho en tren en nuestra juventud, ese pueblo de Palencia era la confluencia de varios enlaces ferroviarios y màs de una vez, servidora se quedó allí colgada en la estación unas cuantas horas, mochila al hombro.Fuera de España, se me ocurren dos o tres lugares, en los que he estado porque me ha tocado ir por trabajo, jamàs  por iniciativa propia: Birmingham, en Inglaterra; Stuttgart en Alemania y Luxemburgo, que  es donde me encuentro ahora; y donde me he encontrado varias veces en mi vida diciéndome a mí misma que si no fuera porque me lo mandan y me pagan por ello, no vendría.

    Hoy estoy en esta ciudad que con grandes pretensiones se hace llamar "Gran Ducado", que es un país de opereta que yo conocí hace treinta años con la mochila al hombro (cuando había que hacer trasbordo en Venta de Baños) y que ya me pareció feo, y que en el fondo es un pueblecito con pretensiones de ciudad estado, metido entre colinas con pretensiones montañosas, lleno de bancos y de instituciones internacionales, con unos hoteles viejos y carísimos y varias empresas y sociedades  aquí domiciliadas porque aún existe el secreto bancario;  llueve a mares y a las siete de la tarde no hay ni un alma por la calle. Francamente, Luxemburgo es una prueba de fuerza hasta para viajeros devotos como yo.

    Todo ésto para contarles algo cuando no hay nada que contar, que es una situación muy triste para una cuenta cuentos  como yo; igual de triste que ser una inveterada viajera y tener que ir a sitios
a donde nadie viaja, y pasar tres días en el paraíso bancario de Europa, cuando una cree firmemente que los bancos son los mayores ladrones inventados desde la época de  Alí-babà.Para que vean ustedes, que aunque yo parezca, según lo que escribo, una hedonista sin remedio, resulta que hago miles de cosas que me fastidian, y voy  a sitios esdrújulos, a donde no quiero ir.
   

lunes, 14 de septiembre de 2015

Otro año, otro toro

    Me van a permitir ustedes que me aparte brevemente de mi goteo incesante sobre los refugiados de los últimos días para que me dedique a otra de mis obsesiones recurrentes desde hace cuatro años que firmo y persissto en este mi blog y el de ustedes: el Toro de la Vega de Tordesillas.

    Y...ya no sé qué más poner en contra de esta bárbara y salvaje costumbre que algunos se empeñan en llamar tradición (digo yo que también era tradición el derecho de pernada en los señoríos feudales y acabaron con ello) y que muchos otros llamamos carnicería sin ánimo de insultar a las verdaderas carnicerías donde tan amablemente despachan unos señores a quienes les llegan los animales muertos después de haber cumplido los matarifes toda una serie de reglas para que el bicho sufra lo menos posible: justo los contrario que hace los lanceros de Tordesillas con la víctima propiciatoria. 

   Voy a hacer una cosa que no se hace y es citarme a mí misma. Léanse los amables  lectores mis entradas de 2012: "El día que mataron a Volante" del 11 de septiembre (ésta además una de las más leídas desde siempre según las estadisticas que puntualmente me proporciona Blogspot); la de 2013: "Y mañana matarán a Langosto" del 16 de septiembre; la de 2014: "Elegido va a morir" del 15 de septiembre y la del 2015, que es ésta,  ya ven que le he cambiado un poco el título, porque el contenido me resulta difícil pues, como les digo, ya me voy quedando sin argumentos. 

   El que morirá mañana, y de una terrible manera, se llama "Rompesuelas", pesa 640 Kilos, es mulato y nacido  y criado en el campo extremeño, concretamente en Zafra, provincia de Badajoz; un pueblo precioso, por cierto. Va a morir en otro pueblo castellano no feo precisamente (Tordesillas) aunque con feas costumbres, que ellos, claro está, sostienen todos a una y afirman e intentan explicar en su página web. Yo me la he recorrido entera, que conste, porque aún intento en vano buscarle una explicación a tamaña salvajada. Ellos recalcan el aspecto tradicional y dejan una frase grabada en piedra que encabeza todo el portal Internet: "las tradiciones son de los pueblos y las guardan los pueblos"...Así, sin derecho a corregir los errores que implican sangre y crueldad. Se imaginarán los tordesillanos qué nos hubiera ocurrido a todos si hubiéramos guardado de esa manera ciertas tradiciones milenarias?: la esclavitud de los campesinos, el mayorazgo, el envío de las viudas tempranas a los conventos de clausura, el examen de las mujeres casaderas por parte de sus parientas mayores para ver si eran vírgenes, la hoguera para los herejes...Quieren que siga? Porque hasta aquí me he limitado a tradiciones de honda raigambre castellana; pero puedo meterme con otras regiones e incluso con otros países y no vean las tradiciones que salen y que, afortunadamente, hemos dejado de respetar como tales. 

    Insisto, jamás me verán ustedes pegando gritos en una manifestación a favor de los derechos de los animales, no mientras siga habiendo personas cuyos derechos no se respetan; jamás conseguirán mis hijos que les compre un perro (y les aseguro que insisten) y jamás me verán echándole piropos a los animales de compañía de mis amigos y conocidos; pero la crueldad gratuita es algo que no soporto; se empieza con los animales y luego ya no se sabe dónde va a parar. Les deseo a los Tordesillanos una buena tormenta de granizo, viento y cuarenta litros por metro cuadrado que les desluzca la fiesta y de paso, que algún lancero acabe empitonado, y ustedes me perdonen la mala leche.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Puertas al campo

    Ya he dicho que me encanta el refranero español, sobre todo cuando atina, que es frecuentemente. El que da título a mi entrada de hoy se emplea ante "la imposibilidad de poner límite a lo que no los admite"  según la explicación que da el Diccionario de la Real Academia. 

    Y ponerle puertas al campo es lo que intenta servidora con sus hijos cada vez que me la pegan y me dicen que acaban de conectarse a Internet cuando llevan dos horas; cada vez que les pregunto por qué no se apartan un poco de las dichosas pantallas y fijan los ojos en un libro, que me parece una manera mucho más aprovechada de dejarse la vista. Ponerle puertas al campo es lo que pretendo cada vez que llamo a un servicio público e intentan convencerme de que cuelgue y haga la gestión "on line", que según ellos es más rápido, aunque todos sabemos que cuando uno llama a las temibles operadoras y operadores telefónicos es porque vía Internet es imposible resolver el problema. Ponerle puertas al campo es el idilio que tengo con la página web de Iberia, que también se atasca (como todas) y a pesar de todo,  una y otra vez me dedico a ella con empeño y convencida que, despistándoles saltando de un ordenador a otro, conseguiré arrancarles un billete dos euros más baratos.

    Yo que viví (y aún vivo) por y para mis amigos, entiendo cada vez menos estas relaciones en las cuales la intimidad está pixelada, los chavales se dicen de todo en unas conversaciones interminables por Whatsapp o Telegram pero son incapaces de coger el teléfono y responder convenientemente...O incluso responder convenientemente cuando se les dirige la palabra en directo. Las soluciones que antes nos daban los amigos ahora nos las dan las aplicaciones de nuestros teléfonos y tabletas, desde buscar la cartelera de cine o la parada del metro más cercana hasta escribir rupturas sentimentales o cartas de despido para el trabajo (se llaman respectivamente "Breakup Text" y  "Quit your job", no me lo estoy inventando). Las cañas compartidas en los bares y las Cocacolas repartidas en tres vasos han dado paso a monólogos llenos de faltas de ortografía donde ya nadie se dice ni algo tan simple como "te quiero".

    Y una vez al año, casi casi consigo ponerle puertas al campo porque veraneo en una playa perdida, en una casa donde no hay wifi, el teléfono móvil apenas funciona porque es zona de frontera y se superponen las operadoras, y lo mismo ocurre con la televisión. En esos días de verano  vemos películas, leemos libros (en plural) paseamos todos juntos, tenemos sobremesas interminables, desayunos que terminan en aperitivo y aperitivos que se confunden con la comida. Volvemos a hablar, a contar cuentos y hasta chistes, a jugar a las cartas, hacer solitarios y mirar noches estrelladas; en esa Arcadia feliz sin Internet que mis hijos tachan de cueva prehistórica (y muchos de mis amigos adultos también) me hago la vana ilusión de que al menos durante dos semanas casi casi le he puerto unas bonitas puertas al campo.

    Y volviendo al tema que me obsesiona desde hace un par de semanas, veo familias enteras correr por unos campos sin puertas y a veces con alambradas, donde unos policías esperan contenerlos sin contar con que hay otras personas que están dispuestas a acogerlos y derribar las últimas puertas y los penúltimos muros que quedan desde que éramos un continente dividido en dos por el rencor. Ese rencor y esos malos sentimientos que una panda de politicastros de allende el telón de acero (y alguno que otro de acá) intentan volver a levantar.    Ponerle puertas al campo...Qué bonito refrán.

viernes, 11 de septiembre de 2015

La mitad bondadosa de la humanidad

    Un vídeo aterrador que me llegó hace unos días:



    Y como dice el video al final, para aquellos a quienes la lengua de la Pérfida Albión se les resiste: que no esté pasando aquí no significa que no esté pasando...

    En la ciudad donde vivo (apenas un millón de habitantes) hay un campamento de refugiados no muy alejado del centro desde hace un par de semanas,  las últimas cifras hablan de unas setecientas personas que pasan allí los días y las noches, esperando tramitar la solicitud de asilo en la oficina de extranjería cercana al parque. Del clima de estas tierras ya les he contado mil veces, a día de hoy en mi casa ya encendemos un ratito la calefacción por las noches. Los refugiados duermen en tiendas de campaña y pasan el rato como pueden, haciendo turnos en las infinitas colas de la ventanilla pública. Como la situación corre el riesgo de eternizarse, la ciudadanía, infinitamente mejor que sus gobernantes como suele suceder, lleva todo lo que es necesario para el mantenimiento cotidiano de esta gente que, algunos olvidan que no están haciendo un Interrail sino que han escapado de una guerra cruel, han dejado atrás lo poco que quedaba en pie de sus casas, se han dejado extorsionar por una panda de traficantes sin escrúpulos y han llegado a unas tierras prometidas donde llueve, hace frío y la mitad de la población les mira con recelo pensando que vienen a robarles. 

    Pero afortunadamente queda la otra mitad, la de la gente que lleva mantas, sacos de dormir, tiendas de campaña, zapatos con suela de goma y jerseys de lana, impermeables y botas de agua, biberones y cajas de paracetamol. Y no sólo, en la mitad buena, hay amables viejecitas que hornean cada mañana bizcochos y galletas para el desayuno, parados que matan el rato clasificando ropa de segunda mano y todo tipo de enseres que pueden ser de utilidad; estudiantes que aún no han comenzado el curso que sirven de intérpretes, recargan baterías de móviles o  montan pantallas con vídeos de dibujos animados para los pequeños. Hay carniceros que llevan allí buena parte de su mercancía antes de abrir su propio negocio, carpinteros que han puesto en marcha una cocina de campaña e incluso familias enteras de padres e hijos que pasan allí sábados y domingos echando una mano donde se puede; acaban de montar una pequeña escuela e incluso abogados de oficio acuden cada día a ayudar con los trámites legales. Muchos pertenecen a alguna ONG, la gran mayoría, pertenece simplemente a la categoría, no tan escasa de las gentes de bien. 

    En España, con 42 millones de habitantes, el gobierno a regañadientes ha aceptado 14.000 refugiados; en este país que habito, para una población de diez millones de personas, acogerán 31.000...Hasta yo que me suspendían en matemáticas, hago una regla de tres y no me sale. Sólo quisiera pensar, que si España estuviera más cerca de todas las rutas de paso de esta pobre gente, habría un buen montón de personas ayudando, repartiendo mantas y comida, y construyendo para ellos hasta un bar de tapas. Quiero pensar que sí, porque también en mi país la ciudadanía es infinitamente mejor que sus gobernantes, y no hay razón aparente para que esa otra mitad de la humanidad, la de las gentes de buen corazón, no habite entre nosotros, o mejor entre ustedes, los que habitan en la Penínisula. Rajoy no sabe muy bien qué hacer con esta gente cuando llegue, aparte de pelearse para que en el reparto le adjudiquen los menos posibles; pero vamos, tampoco sabe muy bien si ir o no ir este fin de semana a la boda de su compañero de partido y ex alcalde de Vitoria para no enfadar a sus votantes que aún sueñan con anular el matrimonio homosexual...Con gobernantes que viven sumidos en ese mar de dudas, casi mejor dejemos que los problemas los resuelvan los ciudadanos!

domingo, 6 de septiembre de 2015

Exodos

    Y dijo Moisés al Señor: "...bien he visto la aficción de mi pueblo que está en Egipto y he conocido sus angustias. Y he descendido para librarlos y sacarlos de aquella a una tierra buena y hancha en la que fluye leche y miel" Exodo, 3, 5-7. 

    Ya sé que puesto así es un texto oportunista, pero sean ustedes capaces de negarme que entre esta imagen, hecha la salvedad de la partición de las aguas y la cosa peliculera:


    Y esta otra:

   
No hay cierta impertinente similitud? Yo sí lo creo. Y parecerá que me sumo en marcha al carro de las hermanitas de la caridad oportunistas que somos todos cuando queremos (un poco también) pero nada impide a nuestros semejantes moverse por el mundo en busca de la tierra prometida, o incluso simplemente en busca de una tierra donde las escuelas de nuestros hijos no sufran bombardeos despiadados, donde nuestra religión, o incluso la falta de la misma no sea un delito ni te haga sospechoso de nada, donde te ganes el pan, aunque sea escasamente sin tener que robarlo; no parece mucho pedir y, sin embargo, qué difícil se les pone a algunos!

    Tentada he estado este fin de semana de llevar a mis hijos al campamento que han puesto en pie en mi lugar de residencia los muchos refugiados pendientes de aclarar su situación. No niego que la lluvia que caía a cántaros septembrinos nos ha echado para atrás, también la información que las ONG que cuidan de ellos nos han hecho llegar: ya no necesitan nada más que mantas y sacos de dormir. Yo este fin de semana no podía proporcionarles ni lo uno ni lo otro, así que me quedé en casa, porque aunque creo que la simple visión del drama es ya una lección de historia, que a nuestros adolescentes les viene muy bien, tampoco es cuestión de acercarse allí como quien va al cine.Se acuerdan los mayores de cincuenta años de aquella letanía de nuestras abuelas de que los chinos se morían de hambre mientras que nosotros no queríamos acabarnos los garbanzos? Pues ahora tenemos la versión siglo XXI de aquellos chinos hambrientos a la vuelta de la esquina, a donde han venido a parar huyendo de una guerra que todos esperábamos que se acabara de un día para otro.

    A España, según el nuevo reparto propuesto desde Bruselas,  le corresponderán unos 15000 seres humanos que acoger y confortar, bastantes más que los que el propio gobierno propuso asumir en junio. Ahora la madre Merkel ha decidido que las obras de beneficencia están bien vistas (entre otras cosas porque su pueblo ha estado bastante más a la altura requerida que ella) y nuestro obediente Mariano ha dicho "para dentro con ellos". Piénsatelo bien, Mariano, a lo mejor esta es la oportunidad que estabas esperando para ser un político con altura de miras. Y a lo mejor esta es la oportunidad que todos estamos esperando para demostrar que la raza humana es capaz de lo mejor, y no siempre de lo peor. Será posible?

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El largo y sinuoso camino de la sabiduría.

    Los escolares de mi casa ya han emprendido el camino del colegio y como poco a poco se van arrimando a la edad adulta, ya han comprendido que a este cole, donde muchas veces se aburren y del que tantas veces reniegan, les seguiran otros coles donde con suerte se aburrirán menos (Universidad y similares) y después otros donde con un poco de suerte les pagarán por ir, llámese a ésto último, trabajo.

    Supongo que con esta lenta marcha camino de la edad adulta, irán asimilando también que la vida es una eterna búsqueda de la sabiduría, trabajo inútil donde las haya, porque a la sabiduría nadie llega y apenas unos pocos la vislumbran. Yo sigo empeñándome en ello, intentando añadir cada año que pasa alguna curiosidad satisfecha, algunas palabras nuevas a esos varios idiomas que hablo, un nuevo país conocido o un poco de lectura formativa. Incluso sigo empeñándome en tocar el piano, aunque después de diez años y de mis esfuerzos poco productivos no sé si este camino lleva a la sabiduría o a la desesperación...El tronco del árbol de mi vida empieza ya a tener muchas capas, y yo sigo sin verle el rostro a la diosa sabiduría, aunque ésto último me lo callo delante de mis criaturas porque no quiero que se rajen de tan noble afán. 

    En este curso que comienza, con toda la pereza infinita que me dan los madrugones, la rutina horaria, la obligación de acostarse pronto, los días que se estrechan y ya no tienen veinticuatro horas sino sólo la mitad, la ropa que se queda pequeña, los zapatos que se rompen y el invierno que se posiciona al acecho; en este momento álgido del año, digo, me gustaría poder asegurarme que los nueve meses próximos traerán sapiencia a raudales, y que su sola búsqueda animará a mis chicos a subir esa  montaña escarpada llamada curso escolar. Aún no han llegado a ese momento de sus vidas en el que se darán cuenta que aprender es más estimulante que aprobar, pero espero que lo alcancen. 

    Y espero también seguir andando por el mundo llena de dudas y peleando por resolverlas, pues nada hay más ficticio y menos soportable que ese género humano que se cree en posesión de la verdad absoluta. Este verano, por razones que les ahorro, he mantenido muchas conversaciones de salón (playa en este caso) sobre ese tipo de personas que da igual cuántas veces hables al año con ellas ni con qué frecuencia, porque ellas siempre están en lo cierto y tú no. Las personas que se creen dueñas de la verdad son peligrosas y tóxicas a partes iguales, porque la búsqueda de la sabiduría y la renuncia a la verdad única y propia requiere humildad y empatía, y ponerse en tela de juicio, todas ellas cualidades muy apreciables de las que estos seres carecen. No creo que sea una mera coincidencia que los fanáticos religiosos y los grandes dictadores hayan sido todos unos iluminados valeedores de su sóla verdad, única y unìvoca: de ahí su peligrosidad. 

    Por eso animo a mis herederos a que vayan a ese colegio que tanta pereza les da en busca de la sabiduría tanto o más que en busca del aprobado, porque eso les hará personas más felices y sobre todo más agradables para sus prójimos. Y sólo estamos a 2 de septiembre...Nos quedan unos cuantos meses por delante para conseguirlo, ánimo valientes!

Nota final: los muy aficionados reconocerán que parte del título se lo he copiado a una canción de los Beatles, que hoy he vuelto a escuchar. Aquí se la dejo para que la disfruten.