sábado, 24 de diciembre de 2016

las mesas de Navidad

    Algo más  de cincuenta años de vida, multiplicados por dos (Nochebuena y Navidad) y no digamos ya por cuatro (si añadimos Nochevieja y Año Nuevo) dan para muchos recuerdos acumulados en torno a una mesa.

   Como muchos de ustedes, a pesar de que culpemos a la Navidad de rutinaria y de película vista muchas veces, yo he tenido todo tipo de mesas navideñas. Opulentas y pobretonas, de dieta viejuna (las más) y alguna que otra  de cocina moderna y desestructurada. Llenas de parientes y en la más absoluta intimidad de dos. Ruidosas y cantarinas, tantas como muchas tristes y llorando ausencias. En varios países y continentes, con tracas y cohetes y hasta con tiros de escopeta; en los dos hemisferios terrestres e incluso volando en un avión de Iberia. 

    He ido a sentarme a todas estas mesas con alegría, porque soy glotona; y he comido con esa misma e igual alegría el mejor Foie del sur de Francia como el peor langostino congelado del planeta; he bebido vinos excelentes y vaciado copas de cava en los tiestos del comedor; he rebañado las sobras de mis hijos para no quedar mal ante quien cocinaba y me he tirado con saña a por el último canapé vivo, la última ostra (viva también) y el último polvorón, porque el turrón no me gusta. He cantado "los peces en el río" que es mi favorito, y escuchado coo otros cantaban cosas más profundas y mejores. He fregado decenas de copas, sacado y metido manteles y dada la variedad de mesas navideñas, hasta he arrojado toda la vajilla a la lumbre de la chimenea, que como lavaplatos no tiene igual!

    En todos estos años de mesas navideñas variopintas he procurado no hablar de política (y miren que el año pasado nos lo pusieron difícil) ni proferir injurias ni palabras soeces; he intentado no solo comer con urbanidad y beber con mesura, sino además con el gusto de hacerlo en buena compañía;  disfrutar de los que estaban y añorar lo justo a los que faltaban. Y a pesar de los pesares, y de tener unos parientes más o menos normales, he visto mesas navideñas en las que hemos terminado como el rosario de la Aurora, semblantes tristes y dardos lanzados directos al corazón.

    Por eso, las mesas navideñas que de aquí a unas horas se llenarán de platos, de copas y de migas de turrón son a veces un campo de batalla cuajadito de minas. Pero tantas y tantas veces son el único momento del año en el que muchos nos damos cuenta de la suerte que tenemos de no estar solos. A pesar de que la suerte de la  lotería pase de largo, esa otra suerte que no nos abandona en cada mesa navideña, es la que hay que seguir persiguiendo. A todos los valientes  que en estos días se sientan con sus familiares en torno a un plato de langostinos congelados y son capaces de callarse que no hay quien se los coma: feliz  Navidad! Y así que pasen muchos años... Y muchas mesas. 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

La lotería que no toca

    Este año tampoco me va a tocar la lotería. es más, es imposible que me toque porque no he jugado un sólo Euro, que en mi caso, viniendo de una insigne estirpe de ludópatas es todo un mérito. Como tampoco me tocó el año pasado, jugando por todo jugar una participación, ni me tocará el año que viene. En realidad, aunque salga mucha gente en el Telediario cantando, gritando y descorchando esas terribles botellas de Cordón Negro de Freixenet, la lotería no le toca a casi nadie, porque me cuenta Facebook (quién sino..) que es más fácil que las ranas críen pelo a que nos toque el Gordo navideño, y lo demuestra con estadísticas. Así me ahorro la disyuntiva de jugar o no jugar, total para qué...

    También podría decirles eso tan manido de "a mí ya me tocó". Sí, cierto es que la lotería de la vida ha sido generosa conmigo;  la  del bombo con bolas y niños cantarines bastante menos. Y también me da por pensar qué haría yo con un porrón de millones si me tocara la lotería esa que no toca. Gustándome como me gusta la ciencia ficción, me parece que ésta película de "Concha millonaria de la noche a la mañana", es complicada de imaginar y aún más de realizar.

    No tengo agujeros que tapar, por suerte y gracias a la lotería de la vida; así que si vinieran a entrevistarme los del Telediario de las tres el 22 de diciembre, sin duda alguna el más divertido del año, no podría soltarles esa frase que sueltan todos los agraciados con premio. No pretendo pasarme el resto de mi vida holgazaneando, porque da la casualidad que mi trabajo me gusta y no lo veo como un martirio chino, así que, aunque suelte improperios y sueñe con mi jubilación de vez en cuando, no estoy esperando la lotería para quitarme de trabajar.

    No necesito un coche mejor: ya tenía uno bueno y lo cambié por otro más pequeño y corrientito; soy capaz de entrar en Armani en liquidación  y salir sin comprarme ni medio trapo (pngo Armani como ejemplo porque me gusta, contrariamente a otras marcas); me dan pereza infinita las reformas en casa, las tiendas de decoración, las tapicerías y los cacharros varios. Hubo un tiempo en que me atraían los anticuarios, pero desde que yo misma me estoy convirtiendo en una antigualla, cada vez menos.

Qué podría comprarme, pues? Tiempo, que no lo venden, porque es un bien impagable e incuantificable; cariño, que como dice la canción, ni se compra ni se vende; longevidad y pocos achaques: ni modo. Me compraría un avión, miren ustedes por donde, porque si hay un delirio de grandeza que me atrae, quizás el único, es ese de ir a donde quieras en poco tiempo, sin tener que pasar por colas, aduanas, quitarte zapatos y cinturones e ir sentado al lado de uno al que le cantan los pies. Los ricos de verdad se distinguen de los de pacotilla porque los de verdad tienen un avión;  y la Señora Obama, que no es rica de nacimiento y llama al pan, pan y al vino, vino, ha declarado públicamente que lo que más va a echar de menos cuando se larguen de la Casa Blanca, no es la Casa Blanca, sino el avión presidencial: por algo será. Puestos a soñar con la lotería que no toca, y haciendo un paralelo con una canción de mi lejana juventud, yo para ser feliz quiero un avión...Pero eso no hay gordo de lotería que lo pague.   Y les dejo con la canción, que yo tengo que coger un avión en pocas horas, y no es mío en propiedad!

 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Estos días azules...

    Mi marido asegura, con la precisión de observador avezado que es la suya, que en Facebook si pones una foto bonita  y bien hecha no le gusta  a casi nadie, y que para tener cuarenta o cincuenta "me gusta" hay que aparecer haciendo el canelo, disfrazado de algo o en una cena de grupo con la cara al bies y claros síntomas de haber bebido. Tiene razón.  Yo también intento ser observadora avezada de Facebook, porque me parece un fenómeno antropológicamente interesante. Y más interesante aún cuando veo que mis adolescentes lo rechazan de plano, lo encuentran viejuno y lo evitan para utilizar otras redes sociales según ellos mejores y más modernas y según yo, con la característica  fundamental de no encontrarse a sus padres navegando por ellas. 

     Hace un par de días tenté la experiencia: aprovechando un retal de tiempo libre me di un paseo por el centro de la ciudad. Era una tarde de sol como no hay muchas por estas latitudes; fotografié varias fachadas doradas que reflejaban ese sol del invierno que es como un último suspiro de vida antes de que llegue la noche de los tiempos, que es la que vivimos en el Norte a partir de las cinco de la tarde. Añadí una frase de Antonio Machado: "estos días azules y este sol de la infancia". No es un verso cualquiera: lo encontraron dentro de una de las chaquetas del poeta una vez muerto en Collioure en 1939;  probablemente era un poema inacabado. Años después, no recuerdo cual de los estudiosos de su obra dijo que esa frase suelta podía pertener a estos versos, encontrados en otro de sus cuadernos:

¡Oh claro sol de invierno, sol todavía/ apenas ya, que calienta y desespera / un poco de oro tengo, amada mía".
    
    Me pareció que la frase le pegaba a las fotos y  a mi estado de ánimo; y que las tres cosas (frase, fotos y estado sentimental nostálgico) hacían un todo digno de compartir.   Será porque las fotos eran malas (no lo dudo) o porque me las quise dar de leída, pero mi reportaje del sol de invierno  con mensaje poetico, no han recibido ningún "me gusta", así de dura es la vida en las redes sociales. Y ya es difícil que una servidora encuentre su "yo poetico", pero  el viernes por la tarde me sentía un alma en pena  vagando por el centro de una ciudad convertida en un hervidero de gente que compra cosas y no se fija en las fachadas, que reflejaban con esplendor un sol mortecino que apenas las rozaba. Vaya! Otra vez será, prometo hacerme en los próximos días un selfie  con un gorro de Papá Noel, o unas orejas de reno y someterme al dictado de mis amigos de Facebook, que tendrán el coraje de darle al "me gusta"  sólo porque me aprecian, sin fijarse en mensajes, versos ni gaitas. Cuando se es usuario de las redes sociales se aprenden muchas cosas, vaya que sí!

martes, 13 de diciembre de 2016

Oscilaciones del espíritu navideño

    El espíritu navideño se manifiesta de forma más evidente en las casas con niños, sin duda alguna. A esta conclusión llegué hace unos días comparando el árbol navideño (hermoso, profusamente decorado y de gran tamaño) que ha puesto una amiga mía con niña pequeña, con la versión jibarizada que hay en mi salón: hasta lo he tenido que subir en una mesita para que parezca algo! Aplicando una simple regla matemática, a mayor edad de los niños, menor envergadura del árbol; magnitudes inversamente proporcionales. 

    Y que conste que yo he crecido falta de todo espíritu navideño, que era el que brillaba por su ausencia  en mi hogar castellano. Mis padres (y creo que también mis abuelos) detestaban la Navidad, jamás pusieron un árbol ni una corona de muérdago en toda su vida; el Belén era de plástico y era más un juguete en nuestras manos que otra cosa. El espíritu navideño se reducía a la sacrosanta lotería, las quejas por "tanto día de fiesta", toneladas de turrón de yema y, menos mal! La visita el seis de enero de los Reyes Magos. Es un trauma infantil? Teniendo en cuenta que se remonta a dos generaciones anteriores a la mía, casi me atrevería a decir que sí. 

    Como soy una persona humana, que cometo todos los errores de los seres humanos sin saltarme ni uno, para superar el trauma,  he intentado ser más navideña que nadie cuando he tenido familia propia. Durante años, y respaldada convenientemente por mi santo varón, he puesto árboles de Navidad grandes como sequoias, que han presidido nuestro salon, con todo tipo de bolas, luz y sonido durante un mes. He visitado mercadillos, he celebrado la llegada de San Nicolás, Papá Noel y los Reyes Magos, a quienes he invitado a vino, brandy, polvorones y lo que hiciera falta. He comprado coronas de muérdago, flores de pascua, velas y guirnaldas y he escrito y enviado felicitaciones que eran auténticas obras de arte fotográfico   creadas por mi marido. Hemos pasado noches en blanco  montando triciclos, sillitas, futbolines y meccanos la víspera del día "d"; y como somos cosmopolitas, hemos comido no sólo turrón de yema, sino todo tipo de pannettones, galletas de jengibre, figuritas de chocolate y roscones y celebrado el hallazgo de sus respectivas sorpresas. Y les confieso que, cuando llegan estas fechas, las pocas veces que cojo mi coche lo hago con un disco de Bing Crosby cantando a la Navidad como música de fondo. 

    Pero ay! Como soy humana, me ha pasado como a todos los humanos: los locos bajitos que poblaban mi casa se han hecho mayores y su rebeldía, sumada (lo admito) a cierta desidia por mi parte han reducido de tamaño el árbol de Navidad y con él, el espíritu que lo mantenía en vida. La publicidad idiota que antes me bombardeaba en la televisión y que, desde que no la veo me bombardea igualmente vía Internet (la publicidad es como las goteras en las casas, el agua siempre encuentra una vía de salida) también tiene su parte de culpa. El frenesí comercial y la absoluta necesidad de hacer regalos a los adultos también. Yo promulgaría una ley que obligara a llenar a los niños de juguetes y golosinas y nos prohibiera hacernos regalos a los adultos, en forma de amigo invisible o de cualquier otra forma u operación encubierta: son una pesadilla, proclamo. También suprimiría los altavoces con villancicos en las calles comerciales españolas, no me queda claro si están puestos para fomentar el espíritu navideño, para incitar al consumo o son una medida antiterrorista...

    Soy humana y también muy tozuda. He hecho lo que he podido en estos días para repartir espíritu navideño a mi alrededor. Cuando pise suelo patrio, tendré que hacer lo imposible por seguir manteniéndolo, porque allí las fuerzas del maligno son muchas y todas en mi contra, y quizás, llegará un día en el que me convierta en abuela y el árbol de Navidad recupere su tamaño habitual. Les dejo mi villancico favorito de regalo, éste nunca lo ponen en los altavoces callejeros. 


lunes, 5 de diciembre de 2016

El año en que nos equivocamos peligrosamente

    Este 2016 que se nos está marchando ha sido el año en el que nos equivocamos peligrosamente; ustedes, y yo, y los sondeos, los tertulianos, los políticos, las amas de casa, el sindicato del metal,  el gremio de hosteleria y la hermandad rociera de Palos de Moguer: no se ha salvado nadie. 

   La primera equivocación me la dedico a mí misma, yo que pensaba que por fin nuestra democracia se haría mayor y sabia y tendríamos un gobierno de coalición, con el que sueño aún más que con que me toque la lotería (imposible ésto último porque no juego). No hubo tal gobierno y de propina nos hemos pasado un año entero soportando una campaña electoral, que es bastante peor que ver un concierto de Raphael en diferido y con bises. O todos los episodios del reencuentro de Operación Triunfo seguidos, que viene a ser lo mismo;  por cierto, también se equivocó TVE al intentar estirar el chicle quince años después, no hay nada como una retirada a tiempo. 

    Se equivocó David Cameron al convocar un referéndum peligroso y encima creer que lo ganaría con su encanto personal. Se equivocaron quienes pensaron que a nadie se le ocurre abandonar un club de países ricos y democráticos que además son tus principales socios comerciales. Pero claro, los que votaban  no tienen sistema métrico decimal, conducen por la izquierda y comen mal; con esas premisas no se pueden tomar decisiones acertadas...

    Pensábamos todos que se equivocaba el ex presidente colombiano Alvaro Uribe al pedir el "No" para un tratado de paz que ponía fin a más de cuarenta años de guerra, pero resulta que los equivocados éramos nosotros y el Pitufo cabreado en el que se ha convertido Don Alvaro, se salió con la suya:  salió que no y ha conseguido que se firme un nuevo tratado. A veces en la historia lo peor no son las equivocaciones sino los aciertos. 

   Se equivocó medio mundo (excepto Michael Moore y los guionistas de los Simpson) en pensar que varios millones de estadounidenses aceptarían ser gobernados por un tahúr obeso, tramposo, machista y de pelo teñido e injertado y miren ustedes por donde, a 60 millones de votantes esas minucias no les importan, con tal de cerrarle el paso a la mujer más preparada de la historia para ese cargo...Aunque tenga fama de mentirosa y, vaya casualidad! sea la mujer de un antiguo presidente. Hay que desconfiar de las masas de votantes enrabietados, son capaces de cualquier cosa. A ver si se equivocan el año que viene los franceses enrabietados y tenemos de presidenta a una rubia teñida y radicalizada para el lado que no debe. 

    Y se ha equivocado ayer Matteo Renzi pero les ahorro las explicaciones, aunque parece que los austriacos nos han dado lo mínimo que despachan de alegría electoral, cerrándole el paso a la extrema derecha. Se equivoca el clima, que se ha puesto a llover sobre Málaga y provincia cuando allí viven de vender sol embotellado.  Probablemente se esté equivocando Manuela Carmena cerrando Madrid al tráfico rodado en plena euforia comercial navideña, que no parece el mejor momento;  se han equivocado los del anuncio de la Lotería, que es de una simpleza rayana en la charlotada y se ha equivocado Cristiano Ronaldo de asesor fiscal.  Debería haberle pedido el teléfono del suyo a Mario Conde, que acabará volviendo a salir de la cárcel en pocos años y seguirá siendo rico como el que más. Rico sí, pero un rico equivocado.

    Esperando al 2017, lo único que se me ocurre es pedir al cielo que nos deje equivocarnos solo en las sumas y las restas que hacemos con los dedos y le ponga remedio a este desaguisado multilateral en el que se está convirtiendo el mundo...

jueves, 1 de diciembre de 2016

Pobre niña rica (La chica de ayer, 4)

    Ella nunca pensó ser rica, ni por asomo. A la edad en la que los niños ricos veraneaban en Marbella, esquiaban, se paseaban por la ciudad en un Vespino y vestían Levi's 501 y zapatillas Adidas ella jugaba al baloncesto, llevaba vaqueros Lois y gastaba sus pocos ahorros en libros y discos de los Beatles. Cierto es que tenía un abuelo con dos fincas, que arreglaba a su familia  la papeleta de los veraneos, muy lejos de Marbella o de cualquier playa, pero cerca de higueras, riachuelos, peñas con alacranes y  noches eternas mirando las estrellas y buscando los primeros satélites; y otro abuelo que tenía un teatro reconvertido en cine,  lo que facilitaba el entretenimiento los fines de semana: sería inabarcable contar  la lista de programas dobles que se vió  casi cada tarde de  domingo, mientras los niños ricos paseaban en Vespino y se aparcaban a la puerta de las discotecas donde no les dejaban entrar. 

    En la Universidad descubrió con sorpresa que, sin ser rica, había una enorme masa estudiantil que era menos rica todavía; a muchos hoy los economistas los llaman pobres con todas las letras. Mientras que ella pasaba los veranos haciendo de guía turística y sacándose escasos cuartos para financiarse un Interrail, muchos de sus compañeros hacían camas a destajo y fregaban tazas y platos  en sitios tan esdrújulos como Torremolinos o Lloret de Mar, sin más proyecto que el de poder sobrevivir con lo que sacaban durante el curso académico por venir. Pero no era una niña rica: los zapatos le duraban un curso entero, compraba su ropa en una tienda que comenzaba a despuntar en aquel entonces, que se llamaba Zara y era barata entre las baratas y ya solo iba al cine el día del espectador, porque el teatro del abuelo había cerrado. Mientras tanto, había también niños ricos que viajaban a Egipto, vivían en pisos con asistenta financiada por sus padres y bebían gin-tonics cuando los demás se conformaban con cervezas, una detrás de otra, un bar detrás de otro.

    Salir de la Universidad y enfrentarse al mundo real no hizo más que reafirmarla en sus ideas. Mientras que los ricos de verdad empezaban (y frecuentemente no acababan) carreras, diplomas y aquel invento americano llamado Master; y mientras que los auténticos pobres intentaban aprobar a toda prisa oposiciones a lo que fuera, entendiendo que "lo que fuera" podía ser basurero o funcionario de prisiones, ella nadaba entre dos aguas sin saber si sus bienes (más bien los de sus antepasados) le garantizaban aún unos años de tonteo académico, o si ya iba siendo hora de convertirse en sufrido cotizador de la Seguridad Social. Optó por estudiar todo lo estudiable, sin saber  si esos estudios iban a convertir todo lo que veía en oro o si la iban a llevar a un callejón sin salida llamado desempleo, aunque sospechaba que la segunda posibilidad era la más real.

    Vinieron después años duros, de mucha sequía monetaria, de mucho querer ser independiente y vivir según sus principios; de querer conquistar la libertad a golpe de privaciones; algo que ninguno de los del Vespino comprendería jamás. Afortunadamente, tantas horas de estudio y tanto salir adelante con dos duros a pesar de tener cuatro, la colocaron a las puertas de un buen trabajo, donde consiguió colarse no sin otras cuantas horas más de estudio y no poca guerra de nervios para pasar los exámenes correspondientes. Haciendo cuentas, no ser ni pobre ni rico, o quizás, según se mire, ser una pobre niña rica, le permitió crecer siendo una persona austera y voluntariosa, que no son cualidades que te sirven para encontrar un marido ni para brillar en sociedad, pero ayudan a mantenerse airosamente en la superficie terrestre.

    A toda esa desesperada generación del milenio le gustaría aconsejarles el cultivo de las buenas amistades, los libros y sus enseñanzas, las virtudes de la perseverancia cuando se queda a un paso de la testarudez, esa cualidad viejuna e inútil en tiempos de inmediatez informática. Y la pobre niña rica, constata desde la atalaya de cinco decenas de vida, que  todo es muy relativo,  incluso esa pobreza mal entendida, como decía Calderón de la Barca (en otro libro por cierto):

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro –entre sí decía–
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Un adiós sin manual

    "En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería"

    Y en Lovaina, que no es mi pueblo ni es el suyo, se me ha muerto de triste manera, en una triste mañana de domingo, mi amiga Teresa, con quien tanto, yo también, quería. Y lo peor, yo no soy Miguel Hernández, ni tengo su talento para escribir las más bellas palabras que jamás se hayan escrito por la muerte de un amigo. 

   Y sí, yo también "quisiera ser llorando el hortelano, de la tierra que ocupas y estercolas, compañera del alma tan temprano"; o quizás en nuestro caso, quisiera ser cada uno de esos libros que hemos compartido,  la tinta azul de pluma con la que escribías esas postales que recibíamos puntualmente cada santo, cumpleaños y Navidad; el recuerdo de mi padre vistiendo su capa castellana en mi boda que tanto te impresionó o los sonajeros de plata que recibieron  mis hijos de una señora con todas las letras de señora, que escribía postales a mano y regalaba sonajeros de plata a los hijos de sus amigos. "Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento". 

    "Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado"; y a pesar de ello, aún recordabas el cumpleaños de mis hijos, aún recordabas que tenías que enviarme un libro que me habías prometido, aún recordabas que hace una semana estuve en Suecia y me pelé de frío. Y yo, por seguir copiando al que lo dice mejor que yo, "lloro mi desventura y sus conjuntos, y siento más tu muerte que mi vida". 

    Y mientras voy "de mi corazón a mis asuntos", sigo recordando comidas de domingo en esa casa con jardín y estanque con peces, donde nadie era extraño, donde comían lo mismo cinco que cincuenta, donde se firmaba en un libro de visitas y uno se sentía importante a pesar de ser un pelele de veintipocos años, donde en muchos sentidos, aprendía a hacerme mayor. Recuerdo jotas aragonesas cantadas al calor de excelentes vinos franceses y debates encendidos hasta altas horas de la madrugada donde los curas parecían seglares, los seglares , filósofos, y la vida corría a borbotones. Y ese es el recuerdo que me queda, hasta que "vuelvas a mi huerto y a mi higuera, y por los altos andamios de mis flores, pajareará tu alma colmenera". 

    "Tu corazón, ya terciopelo ajado" se ha ido de este mundo lleno de cariño que te merecías, o quizás, de una décima parte de lo que te merecías, porque es imposible que cupiera todo lo que te debemos los muchos a quienes tú tanto diste; sin un mal gesto, siempre con una sonrisa, siempre con la palabra atenta, siempre con la mirada clara de las personas buenas. Y...

    "A las aladas almas de las rosas
   de almendro de nata te requiero; 
   que tenemos que hablar de muchas cosas, 
   compañera del alma, compañera"

    El entrecomillado es de Miguel Hernández. El resto es mío; espero que los talibanes de las patentes me lo perdonen. "Ave,  Teresa" (ella siempre respondía "ave" al teléfono) los que van a vivir sin tí, te saludan. Descansa en paz, ahora sí.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Lo que me dé la gana

    Acabo de terminar de ver la primera temporada de "The Crown" en Netflix, casi de un tirón. Es una más que entretenida serie, con buena trama, buenos personajes, excelentes actores y cierto rigor histórico. No me queda la menor duda  de que el retrato de la reina Isabel de Inglaterra está bastante edulcorado y es peliculero, pero si queda algo de cierto en todo lo que nos han mostrado en esos primeros años de reinado de esta señora (que parece que morirá cuando ya no quede ni un terrícola en pie)  es ese sentido del deber casi enfermizo; ese obsesión por no apartarse de las consignas recibidas de sus ancestros, ese hacer siempre "lo que hay que hacer" ("do the right thing" en versión original) aun teniendo mando en plaza...O quizás  haciéndolo porque intuía que no tenía ningún mando en absoluto. me ha quedado la duda. 

    A mí, como a tantos otros de mi quinta me educaron para ser obediente; no sé si porque nacimos en tiempos de dictadura o porque no había otra educación posible. Mi abuelo, que era un señor que mandaba muchísimo y a quien no le gustaba que no le dieran la razón, me repitió cien mil veces durante mi infancia que mandar era una pesadez y que no había nada mejor en el mundo que obedecer a lo que te  mandaban otros que sabían lo que había que hacer. A él por supuesto nadie se lo decía, porque era de los que decidía, suponiendo siempre que sabía "lo que había que hacer". Y así me planté yo en mi edad adulta, siendo alguien que quizás no siempre obedecía, pero que siempre estuvo obsesionada con hacer  lo que había que hacer:  estar en el momento oportuno donde se me pedía, traer buenas notas a casa, ayudar al prójimo, no levantarle la voz a mis mayores, tener un respeto venerable por las canas y quienes las llevan, pensar que los adultos siempren tenian la razón y sí, en el fondo,  obedecer y dejar que otros manden por mí. No en vano me he buscado un trabajo donde yo no decido nada y me limito a ir cada día donde me dicen y a la hora que me dicen. 

    Pero ahora obedecer no está bien visto y menos aun hacer lo que hay que hacer en cada momento del día. Quizás no esté del todo tan mal que nuestros descendiente pongan en solfa nuestros sagrados principios de obediencia y hacer las cosas como Dios manda, y quizás una sana rebeldía nos hiciera avanzar un poco más como civilización. El problema es que estas camadas de jóvenes supuestamente desobedientes, obedecen a otras fuerzas menos sabias y más perversas que emergen de unas páginas web y de unos canales de Youtube donde, con todos mis perdones, habrá vida inteligente pero yo aun no la he encontrado. Y en cambio, otras páginas, otra prensa y otros medios desobedientes que les ayudarían a reflexionar y ser mejores ciudadanos, ni los miran porque les parecen un rollo. 

    Y por supuesto, aspiran en esta vida a hacer lo que les de la gana. Yo también aspiraba a ello ciuando vivía en la casa de mis padres y estaba convencida de que llegaría un día en el cual sería yo la que gobernara mis noches y mis días. Van pasando los años y las circunstancias, y yo, ni gobierno nada de nada, ni soy dueña de mis días y mis noches ni, por supuesto, hago lo que me da la gana; eso menos que ninguna otra cosa. Y todo porque desde pequeñita, como a la reina Isabel, me inculcaron eso tan fatídico de hacer "lo que hay que hacer". Y cuando uno hace lo que hay que hacer en cada momento del día, lo que nos da la gana tiene poco margen de maniobra para infiltrarse en nuestra vida. Sé que no soy la unica a quien esto le pasa y tengo muchos amigos (y sobre todo amigas) que padecen este mismo síndrome. Ahora voy contando los años que me quedan para jubilarme, porque pienso que en ese momento, por fin, podré hacer lo que me de la gana, y no sé si otra vez me llevaré un chasco morrocotudo. De ilusión también se vive.

    En el fondo me da pena la reina Isabel, porque como ella no se jubila, no ha llegado nunca a hacer lo que le ha dado la gana. Quién sabe, a lo mejor ese es el secreto de su longevidad! A ver si Netflix nos lo sigue contando, ya que ella misma, como hace lo que hay que hacer, no suelta prenda.

martes, 22 de noviembre de 2016

Manual para decir adiós

    Como estoy con el ánimo un tanto alicaído (es lo que toca en noviembre, además) tarareo sin descanso una canción de la que no encuentro trazas en Youtube, y de la que,  además,  mi infalible memoria no me da pistas sobre quién la cantaba. Les dejo el verso principal para que, si quieren ustedes, se entretengan buscándola, la música no la puedo escribir: 

 ..."decir adiós, es mirar atrás, 
 volver la vista, 
y ver que tú no estás"...

     José Luis Perales? Mocedades? Mari Trini? Algún bolero más antiguo que todos ellos? Ni idea. Sólo sé que la canturreo si pausa porque es lo que hago últimamente, decir adiós, palabra a la que tengo en un lugar preferente de mi lista de palabras odiosas, acompañada por "vejez", "invierno", "oscuridad", "despertador", "gordura", "racismo", "intolerancia", "plumas", "pavo", "avestruz" u "hospital". Ya ven que las hay de todos los campos léxicos. Adiós es lo contrario de "hola" que está en la lista de mis palabras favoritas, junto  "verano", "avión", vacaciones", "luz", "amigos", "comida" "piano" o "castillo". Hagan ustedes un análisis freudiano si quieren, están autorizados. 

    Para decir adiós hay que estar preparado y no sé si yo aún lo estoy, quizás sufro de esa falta de madurez que le achaco a mi hijo y me lo tendría que mirar. Sólo les cuento, sin extenderme demasiado, que decir adiós a la luz del día y a una amiga querida que se apaga poco a poco en una cama de hospital, es una prueba de fuerza. Que decir adiós a mi tía de América (ella sabe) cuando apenas hace dos días le dije "hola", duele. Que decir adiós, y no un qdiós cualquiera sino uno definitivo, a colegas de una vida de trabajo que saben de mí casi más que yo misma, es triste, o incluso muy triste. Que decir adiós a quienes van plegando maletas y poco a poco, en goteo incesante,  se marchan del lugar donde todos nos hicimos mayores,  cuesta. Que dentro de unos meses una de mis criaturas me va a decir adiós a mí, y a ver qué cara se me queda; que después hará lo mismo la otra criatura, y que previamente ya dije adiós a las noches en blanco, a la talla cuarenta, a los kilómetros sin agujetas y a las resacas de calimocho. Que he recorrido en maravillosa compañía muchos metros del pasillo de mi vida, y que me voy acercando a la puerta donde está escrito "vejez" (otra palabra odiosa) con menos compañía de la que empecé en la otra punta del pasillo...No me gusta decir adios, y últimamente no hago otra cosa.


   Si alguien encuentra la canción de marras, que me lo diga, que le estaré eternamente agradecido. Mientras tanto, sigo cantándola. Y esperando cambiar muchas adioses tristes por "holas" llenos de alegría.

martes, 15 de noviembre de 2016

Hijos de de la misma luna

    En el metro de la ciudad donde vivo ponen a Mecano por megafonía uno de cada dos días. La conclusión lógica es que el que programa la música es español y tiene màs o menos mi edad; y la conclusión subsidiaria es que las canciones de Mecano, que tanto me gustaron en otro tiempo, han envejecido requetemal, y que espero que mi propio envejecimiento haya sido un poquito mejor que el de "Hijo de la luna" y demás tonadillas de los hermanos Cano. Pongo este ejemplo porque con la excusa de la luna sobredimensionada, la cancioncita sonaba en el metro como suena "Paquito Chocolatero" en las verbenas de pueblo: en contínuo y a toda pastilla.  

    La enorme luna es la que yo no he visto, a pesar de escudriñar el cielo con saña, y de haber estado ayer en dos países diferentes. El cielo es el mismo, ya lo sé, pero donde yo vivo el cielo está casi perfectamente alicatado de nubes, y me quedaba la vaga esperanza de encontrar un cielo más despejado en Suecia, que es donde estoy; además de las dos horas de vuelo nocturno en las cuales casi acabo con tortícolis a cuenta de mirar por la ventana, pero mi gozo, en un pozo escandinavo: mientras por las redes sociales me llegaban unas fotos de la luna saliendo por la Alhambra o por cualquier playa no tan exótica,  mi luna era apenas una mancha reflejada en unas nubes obstinadas que no sólo no desaparecieron sino que descargaron una nevada con la que he desayunado esta mañana.

    Aunque el cielo sea el mismo y la luna también, el concepto de nevada parece ser que no. Hoy en Estocolmo las calles tienen al menos treinta centímetros de nieve, las màquinas estaban trabajando a destajo desde las seis de la mañana (lo sé porque me han despertado)  mis zapatos están para el arrastre y cuando he emitido mi correspondiente queja al aire ante los suecos que me rodean  porque la previsión metereológica no hablaba de ello, me han respondido que ésto no es una nevada... Yo entre lo que veo por la ventana en estos momentos y el paisaje de Siberia no encuentro grandes diferencias, la verdad. Así que todo es relativo, la nevada, la hora de irse a dormir (que aquí con la poca luz que tienen debe  ser las cinco de la tarde) y por supuesto, la luna y cómo se nos aparece.

    Y ya no se aparecerá otra igual hasta el 2034, y para entonces pocos se acordarán de Mecano y menos aún de su canción; yo tendré una venerable edad y esperemos que siga acordándome de mí misma, razón por la cual hago crucigramas, hablo varios idiomas y toco el piano, que parece que las tres son actividades que retrasan la demencia senil. Si a mi no me alcanzara para ver esa otra luna, ya que ésta me la he perdido, espero que mis hijos la contemplen alumbrando a un planeta de gentes razonables, o al menos amables y no exaltadas; una luna creciente en paz y prosperidad y menguante en pobreza y extremismo. Una luna para todos y todos para una. Y para canciones sobre la luna, ésta de mi ídolo Sinatra, por el que han pasado muchos años màs que por los de Mecano, pero que, a diferencia de éstos últimos, no suena a hilo musical barato.


jueves, 10 de noviembre de 2016

El día después de mañana

    Tenía yo una entrada escrita que titulé "Mañana será otro día", que visto lo que he escrito últimamente, ya se imaginarán ustedes por donde iban los tiros. La he roto en mil pedazos, literalmente, porque la había escrito en un papel, yo soy así de antigua: muchas veces (las más) hago borradores a mano de las cosas que aquí van saliendo a máquina. Y la he roto porque en ella, como la mitad del planeta hizo ayer,  lamía mis heridas de la oportunidad perdida y alzaba mi voz en desierto mediático y de Intenet para clamar como aquél:  "Dios mío, Dios mío, porque me has abnadonado"; a veces las frases bíblicas vienen muy bien incluso para los agnósticos. Pero no leerán ustedes ni media palabra de "Mañana será otro día" porque ya bastante hemos leído, publicado, compartido y retuiteado sobre el loco del pelo teñido y mi adorada Hillary. Punto y aparte. Por cierto aprovecho para decirlo por última vez,  porque como mañana, efectivamente,  fue otro día, ya no tiene sentido que siga con este Mantra: I love you, Hillary. Y eso que soy mujer, blanca, trabajadora y cincuentona, que es el perfil de las votantes que, por lo visto,  la odian y no la han votado. 

    Y como el mañana ya está aquí, y nadie, excepto Michael Moore, los Simpson un tal  Allan Lichtman (profesor norteamericano de historia que lleva 32 años prediciendo quién será el presidente sin equivocarse) nadie, insisto,  lo veía venir, pues más vale que pensemos en el día después de mañana, que no va a ser pasado mañana, desgraciadamente, porque este mañana negro y con nubarrones ha venido para quedarse por lo menos cuatro años. 

    En situaciones como ésta hay dos posibilidades: nos quedamos sentados llorando o nos remangamos lo que haga falta, en sentido real y en el figurado. Como dice mi amiga Toya, que además vive en USA y va a tener al innombrable gobernando sus días y sus noches: ya no basta con votar, ahora hay que militar. Y para militar, podemos empezar con decir alto y claro, que la democracia es peligrosa, que Hitler salió de unas elecciones libres en un país libre y que la gente, somos todos;  y que todos, con un voto en la mano, somos igual de peligrosos. Que para opinar hay que votar, educar, participar, no defraudar (para empezar, a la hacienda pública) leer más y mejor para opinar y desengancharnos un poco de Internet, que nos dice lo que tenemos que ver y leer y que con sus logaritmos nos tiene puesta una venda en los ojos. Yo misma recibí en julio de un amigo las predicciones de Michael Moore, llamé a mi amigo "agorero" y me parecieron imposibles...Evidentemente porque no era lo que yo quería leer ni oir. 

   Y termino porque como dijo el insigne Gracián: "lo bueno si breve"... Se acordará alguien de Gracián? Lo habrán leído esos que predican en las plazas, los foros y los parlamentos? Yo sí; me acuso. Y tiene una frase maravillosa dedicada a los políticos de su tiempo: "por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona". Donald, me oyes?

  

lunes, 7 de noviembre de 2016

I'm With Her

    Pues sí, queridos lectores, yo estoy con ella. Tal y como lo dice el título en inglés (que es el eslogan principal de su campaña) y tal como lo siento yo misma. Y aunque amigos, lectores y conectados de Facebook me dicen que padezco el síndrome de Estocolmo desde que he pasado mis dos últimos veranos en USA, nunca mi elección ha sido más lúcida y voluntariosa:  estoy con ella. Con quién? Con Hillary, por supuesto. Y no niego el síndrome de Estocolmo, pero les aseguro que a partir de mañana, a los europeos nos va a afectar, y mucho,  que a ellos les gobierne una mujer con treinta años de servicio público a sus espaldas, o un loco de pelo teñido, racista y evasor de impuestos. Si tienen ustedes otra descripción mejor, aquí estoy, soy toda oídos. 

    Como tengo el síndrome de Estocolmo, en los últimos meses he convertido al New York Times en mi diario de cabecera, veo la CNN y la NBC, sigo los programas de Elle deGeneres y Jimmy Fallon y las crónicas de Paul Krugman, Maureen Dowd y Bárbara Probst Solomon. Todo ello es periodismo serio y todos ellos son personas inteligentes que se han molestado en explicarme a mí, y a unos cuantos millones de europeos lo que nos jugamos en esta elección, y ninguno de ellos dice que Trump sea el candidato que nos convenga...Por qué será? 

    El presidente norteamericano tiene muy recortados sus poderes en política interior. Depende en buena medida del color del Congreso y el Senado para sacar adelante sus leyes, y me temo que, en esta ocasión, los Republicanos estarán al mando de la plaza, poniéndole a mi querida Hillary todos los bastones entre las ruedas del carro presidencial que sean posibles. Pero el presidente negocia tratados internacionales, nombra embajadores, establece relaciones diplomáticas, tiene el botón de mandar misiles debajo de su almohada y es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas mejor equipadas del planeta: de verdad piensan ustedes que no nos importa quién gane esa elección? Se imaginan a Trump mandando cohetes explosivos a Siria al mismo tiempo que se peina el flequillo? Yo sí, y por eso me preocupa. 

    Y luego está la cosa feminista solidaria, que los vejestorios como yo solemos apoyar. Ya lo sé: es fría y calculadora, su marido se la pegaba con toda falda y par de piernas que veía y ella le perdonó solo para hacer carrera política; confunde el correo electrónica de casa con el del trabajo, probablemente no sepa hacer ni un huevo frito, es carrierista, votó a favor de la guerra de Irak y sacrificaría a los suyos (sobre todo a Bill) a cambio de sentarse en el despacho Oval. Me pueden explicar ustedes cómo una mujer nacida en 1947, criada en un barrio de clase media-baja de Chicago hubiera podido hacer carrera de otra manera que siendo fría, calculadora y empecinada? Ahora también le ha dado por vestirse como Angela Merkel, pero esperemos que se le pase.

    Por otro lado, es inteligente, luchadora, jams se rinde y se sabe la administración al dedillo como para no ser un juguete roto en manos de los funcionarios de Washington. Es abuela de dos nietos, y ya se sabe que los padres a veces nos equivocamos con los hijos, pero siempre desean un mundo mejor para sus nietos. Si eso se traduce en menos Dióxido de Carbono y unos cuantos millones de americanos más con seguro médico, bienvenida sea. Y ya si no les convenzo con todos estos argumentos, les diré como al del chiste:  qué prefieren, susto o muerte? 

   Les dejo con el último video que me ha llegado de su campaña, me parece hasta poetico, sabiendo que se lo dedica a  su madre, una niña abandonada en los años 20, que salió adelante limpando casas. Y prometo no darles ms la tabarra con Hillary;  y a mis amigos americanos, que aprecio y sé que la han votado, les deseo que en los próximos cuatro años tengan un presidente a la altura de lo que se merecen, no menos. 


sábado, 5 de noviembre de 2016

Ciudades

    Me encantan las ciudades, todas; y me encanta hacerme listas donde pongo las que conozco, las que me marcaron, las que me decepcionaron y las que me quedan por conocer. Y en España tenemos muchas y variadas ciudades, que en la geografía de la EGB nos dijeron que sólo eran aquellas que eran capitales de provincia, y que lo demás eran pueblos, para escarnio de "pueblos" como Vigo, Gijón o Puertollano, bastante màs grandes que las capitales de provincia que los ninguneaban.  Por suerte la geografía se ha modernizado y ahora las ciudades lo son por otros criterios que van màs allà de acoger al gobernador que nombraba Franco. 

   En España hay ciudades que son personajes literarios de una novela excelsa, como Oviedo, pero que son conocidas porque tienen una estatua de Woody Allen. Otras son bellas a rabiar, y he comprobado que, curiosamente, muchas de éstas empiezan por "s": San Sebastián, Sevilla, Salamanca, Soria, Santiago de Compostela. También las hay feas de libro, ganadoras cada año de concursos de fealdad urbana que las hacen merecedoras de cierta conmiseración y, hasta poseedoras de cierta oculta belleza: Badajoz, Baracaldo, Albacete, Huelva. Las hay señoriales, como Granada o catetas como Alicante o Zamora. Grandes como Madrid y pequeñas como Huesca. Vanidosas como Barcelona, ocultas como Vitoria, fatigosas como Madrid  y anodinas como Guadalajara, de la que todo el mundo habla cuando nadie ha estado. 

   Hay ciudades españolas de las que solo se habla cuando toca el Gordo de Navidad, porque siempre cae en ellas: Hospitalet de Llobregat, Getafe o Gerona. Hay otras a las que el Gordo les cayó en forma de museo, como Bilbao; de veraneos aristocràticos o Reales, como Palma de Mallorca o de parada de cruceros, como Màlaga o Santa Cruz de La Palma. Hay ciudades espiriruales como Avila, y ciudades para el espiritismo, como Lugo. Hay ciudades que tienen ciudadanos y otras que solo tienen turistas. O fantasmas, como esa que quería construir el Pocero en mitad de La Mancha y bendita sea la crisis que se lo impidió. 

    En una de estas últimas acabo de pasar varios días. Como la naturaleza humana es caprichosa, Màlaga se ha convertido pràcticamente en la primera ciudad de Andalucía porque tiene un puerto en el que una vez por semana (los jueves, evitenlos) desembarcan 13000 cruceristas provenientes de cuatro barcos. Les aseguro que el faraon habría liquidado con más facilidad las siete plagas de Egipto que los cruceristas de cuatro paquebotes sueltos por el centro urbano.Tiene ademàs una extraña confluencia de museos que han traído aquí los restos de feria de sus colecciones; obras de arte de valor indudable pero que en París, en San Petersburgo, en Madrid o en Barcelona tendrían bastante poco cartel. Para rematar, tiene a Antonio Banderas, a Maria Teresa Campos y un clima envidiable. Y si se le quita todo ésto, qué tiene Málaga en realidad? 

    Todo ésto me preguntaba yo, mientras paseaba, disfrutando de cada momento, por las callejuelas del casco histórico de Antequera, que también es una ciudad según la geografía moderna, y un pueblo según la antigua. Con un encanto, una arquitectura, unos bares y unas fàbricas de polvorones y mantecados que ya las quisiera Màlaga para ella...Y sin cruceristas! 

    Nota final: esta entrada es subjetiva y por ello, no compartible. Nacionalistas y amantes cada uno de su pueblo o ciudad, absténganse de mandarme quejas sobre mi propia lista. No contesto. 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Un cucurucho de patatas fritas (La chica de ayer, 3)

  Su padre lo hacía todo a primera hora de la mañana: a quien madruga Dios le ayuda, repetía como un mantra las dems horas del día. Y ella creía lo que decía su padre, a pesar de que era dormilona como la que más, aunque también un rabo de lagartija, que temía siempre que en  las horas de sueño se estaba perdiendo acontecimientos inauditos y cosas miles que pudieran suceder mientars dormía. 

    En el mes de verano que pasaban en un lugar más abajo de la Mancha llamado Torremolinos, que su padre despreciaba y decía que no le llegaba ni a la altura de los tobillos a la Meseta de Castilla, la lonja del pescado y su actividad mañanera eran el aliciente para que padre e hija madrugaran y salieran de casa temprano, a eso de las ocho, cuando hasta lugares como Torremolinos adquieren cierta belleza que a otras horas del día les falta. Allí, además de hacer la compra para su madre y quién sabe cuantas vecinas veraneantas, veían descargar atunes, pescadillas, peces espada, boquerones y chanquetes, calamares, gambas,  langostinos y quisquillas, sardinas y jureles  y todo lo que el mar puede poner sobre mesa veraniega de unos castellanos viejos. Y aún había màs: después de la lonja, o antes según horario, el padre y la hija iban a desayunar a un bar, del que frecuentemente eran los primeros clientes. Churros en abundancia para ambos, una leche manchada para el padre y un zumo de naranja para la hija, aún pequeña para el café.

    Una vez hecha la compra y templado el estómago, aún quedaba tiempo para un pequeño paseo por las calles desiertas y recién regadas de un Torremolinos que despertaba poco a poco y se poblaba de puestos de collares y baratijas, sillas y mesas de terrazas, y de suecos y holandeses de medidas descomunales que no iban a desayunar, sino que volvían de fiesta y se sentaban en las terrazas con un cucurucho de patatas fritas, curiosamente rematado por un pegote de mayonesa. Gran sorpresa para la niña, que hasta entonces solo había consumido las patatas fritas en compañía de un filete con la inexorable regla matemática de la proporción inversa: a más patatas, menos filete, y viceversa.

    Años después, la niña se ha ido a vivir a un país donde las patatas fritas se despachan por la calle en esos cucuruchos de papel con su correspondiente pegote de mayonesa, o de una salsa que inexplicablemente ellos llaman "andaluza". Los churros y las visitas mañaneras a los mercados de abastos son su magdalena de Proust, que saborea con deleite al menos una vez al año. Y en estos días de santos y difuntos, se pasea con su familia por esas playas de su infancia, donde los extranjeros ya son tantos como los nacionales, corren por las mañanas para no engordar, se han acostumbrado al olor de las sardinas  y comen las patatas fritas con sus correspondientes filetes. Cuando España era diferente, a aquella niña que se asombraba por todo le parecía que había que salir a conocer lo que era distinto de verdad. Ahora que todos queremos ser globalmente homogéneos, la niña, que ya es una señora màs o menos entrada en años,  desearía volver al asombro, que es una sensación que está
perdiendo. 

miércoles, 26 de octubre de 2016

Amancio for president

    El rey Felipe lleva un par de días sometido de nuevo al carrusel de visitas de los políticos, algo que hace con la mejor de sus sonrisas y fundamentalmente, porque lo dice la Constitución. Supongo que es una actividad cargante, sobre todo por repetitiva y ciertamente poco útil en los últimos tiempos, pero es lo que le toca, se siente. Que conste que este rey me cae simpático y le tengo hasta por espabilado, pero como soy republicana no voy a excederme en la loa: también me caía bien su padre y resultó ser un crápula manirroto con el paso de los años. 

    No sigo por la prensa sus andanzas porque en este momento, la campaña electoral norteamericana absorbe toda mi atención mediática. Basta con escuchar un solo discurso de Michelle Obama (uno, de los muchos que ha pronunciado en estas últimas semanas) para que nos de vergüenza lo que sale por la boca de nuestros supuestos padres de la patria. También me valen los de Hillary, pero no la nombro porque ya saben ustedes que yo soy de Hillary hasta la muerte y por lo tanto, muy poco imparcial. Fíjense que puestos a escuchar a alguien que hable y sea capaz de retener mi atención, me vale hasta Donald Trump a pesar de los espumarajos que salen por su boca mejor que, pongamos un poner, Pablo Iglesias dirigiéndose a una asamblea de Podemos en Villaverde Bajo. O Carabanchel Alto, territorio de Manolito Gafotas, que ya será un adulto y lo mismo hasta les vota. 

    En esa pérdida progresiva de la fe que significa envejecer, ahora me ha tocado perder la fe en los políticos patrios, tras haber perdido otras fés precedentes. Afortunadamente no he perdido la fe en la democracia, y eso, gracias en parte a los norteamericanos y su campaña electoral, que me parece apasionante, entretenida, llena de grandes momentos de debate por televisión, de espectáculo (nada como todo Hollywood metido en un videoclip llamando al pueblo a votar) y de dialéctica y entusiasmo de masas. Desde julio hasta la fecha, el "New York Times" es mi lectura cotidiana, y no se lo digo para que vean que leo en inglés, sino porque me parece mucho más entretenido que los diarios nacionales, que me leo también porque yo tengo bulimia lectora, no por otra cosa. 

    En esta campaña, y esperando que la cosa no tenga consecuencias mayores, una parte de los votantes norteamericanos ha decidido que lo que necesitan al mando del país no es un político inteligente y experimentado, sino un exitoso hombre de negocios, un tanto patán y racista, pero al que ellos creen capaz de enderezar el país cual una empresa con deudas se tratara. Peligrosa tendencia ésta que desgraciadamente no es privilegio de los Estados Unidos: cada vez más ciudadanos del mundo entero creen que los estados son simples empresas que necesitan  un gestor al frente. Si todo pudiera explicarse de una forma tan simple también los matrimonios en crisis y las familias desestructuradas se arreglarían con un buen gestor al frente, pero me temo que no. 

    En lo que los gringos votan (con la cabeza, esperemos) en más de un país andan buscando su  Donald Trump particular. Yo, por "meter mierda" (expresión que le he robado a mis hijos) le sugeriría a Felipe VI que los mandara a todos a paseo y que pusiera al frente a un gestor, que en España lo tenemos y encima es discreto, no da apenas titulares y ha creado más puestos de trabajo que todos los servicios de empleo de todas las autonomías juntas: "Amancio for president" Majestad, a qué está Usted esperando? Que además me consta que éste no es racista, ni machista, y encima tiene cara de buena persona y es calvo natural. Pero no, se lo va a encargar Vuesta Majestad a Mariano el registrador...Tanto ruido para acabar donde empezamos...

lunes, 24 de octubre de 2016

Realismo mágico...O casi.

    Por querencia natural soy peatona. Siempre que puedo voy  andando,  a trabajar y a todos los sitios donde me llevan mis ágiles piernas en no más de media hora; aunque por estas tierras nórdicas hay días como el de hoy, donde no parece que amaneció ni que amanecerá nunca, que piden coger el metro, no sólo por rapidez, sino casi casi por necesidad fisiológica de meterse bajo tierra. 

    Esta mañana, mi metro, en plena hora punta,  se ha parado en seco entre dos estaciones, nada fuera de lo común ni que nos espante; la estancia en el tunel se ha prolongado varios minutos que todos los usuarios han rellenado con ayuda del bendito teléfono móvil. Los señores se hacen los interesantes y llaman a unas señoritas secretarias anunciando que llegarán tarde, las señoras de edad madura juegan a "Candy Crush" (por qué siempre las señoras maduras? ) aunque también hay otras señoras maduras o no tanto, que llaman a sus secretarias. Los escolares aprovechan para contemplar embelesados a sus Youtubers favoritos sin preocuparse demasiado de avisar a nadie que el metro está bloqueado y que llegarán tarde a clase, no parece importarles mucho. En el vagón del fondo se oye a una ciudadana de país indefinido (antigua república soviética por el acento) cantar "Bésame mucho" con ayuda de un altavoz que le hace los acompañamientos y deja en evidencia a la desafinada cantante en cada cambio de ritmo. A mi lado sentada, una chiquilla de color, con aire simpaticón, tirando a obesa y con gruesos lentes, no más de quince o dieciséis años, no levanta la vista de su libro y me llama la atención porque en medio de este patio de Monipodio tecnológico que es un vagón de metro ella y yo somos las únicas que no miramos una pantalla: ella no levanta cabeza del libro y yo la miro a ella e intento adivinar qué libro es el que ha conseguido abducirla de este mundo.

   "El amor en los tiempos del cólera", traducción francesa en edición de bolsillo. Casi se me saltaron las lágrimas! Una adolescente leyendo a García  Màrquez en el metro en vez de empaparse del discurso del Rubius o perseguir los incombustibles Pokémon. En ese momento el metro arrancó y yo aproveché que la lectora levantó la vista del libro para decirle que era una historia maravillosa, a lo que ella, entre sorprendida y agradecida respondió escuetamente: "sí, lo es". 

   Dos minutos más tarde el metro volvió a pararse  en seco y me tuve que morder la lengua para no atacarla con el relato de los amores imposibles, epistolares y eternos de Florentino Ariza y Fermina Daza, con la descripción de los enfermos y enfermedades que curaba Juvenal Urbino y con los sinsabores de la Compañía Fluvial del Caribe. Me mordí la lengua porque pensé en mis hijos, que me echan en cara que a veces hablo con desconocidos como si fueran de la familia y que no sé callarme, y porque me estoy haciendo sensata, quizás de una vez por todas ya bien pasada la cincuentena. La chica volvió a enfrascarse en la lectura de su libro y los demás volvieron a pegar la nariz a sus pantallas;  yo recordaba aquel pasaje donde Fermina preguntaba a un Florentino añoso si la amaba y éste "tenía la respuesta preparada desde hace cincuentar y tres años, siete meses y once días con sus noches: - toda la vida"...

    El metro por fin arrancó y yo me bajé en la siguiente parada. Queda toda una semana por delante.

lunes, 17 de octubre de 2016

Orgullo castellano

    Hubo un tiempo en el que me parecía que ser castellana era algo tan corriente que resultaba hasta vulgar. En aquellos años de estupidez tardoadolescente, hasta me jactaba de ser de otro lado basándome en el cuarto sin mitad de sangre Extremeña y andaluza que corre por mis venas. Después, cuando me eché al mundo, descubrí que para los extranjeros conocedores de Lloret de Mar y/o Torremolinos, o eras de Madrid o eras de Barcelona, así que ser de una ciudad de provincias de la Meseta añadía escaso atractivo a mis ya poco atractivos orígenes provincianos. 

    En todo ésto pensaba yo ayer mientras un tren de supuesta alta velocidad me llevaba, atravesando la Meseta castellana, seca y especialmente árida este año, hasta el aeropuerto de Madrid, desde donde volaba rumbo a la Europa verde. Pensaba en aquellos versos de Machado sobre los campos de Castilla, donde dice que esta tierra es "un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Cain". Pensaba en Unamuno, ante cuya estatua me quedé parada y abobada aprovechando un rayito de sol pasajero en la fría tarde del sábado pasado, mientras en la ciudad de la estatua se celebraban los actos conmemorativos del 70 aniversario de aquel "venceréis pero no conveceréis". Ese Unamuno bilbaino de origen y salmantino de muerte, al que he conseguido entender cuando me he hecho mayor a pesar de que me obligaran a leer "Niebla" a una edad en la que, lógicamente me pareció un tostón.

    Veía por la ventana de mi tren el desfile de los campos de Castilla, con sus encinares y sus pedregales, con las murallas de Avila de fondo o la sierra de Guadarrama atravesada camino de esa capital de España que se alza en el centro de Castilla pretendiendo no serlo; y me preguntaba a mí misma como fue posible que durante tantos años yo pretendiera ser otra cosa que no fuera ser castellana! Independientemente de la nostalgia que se ha ido acrecentando a medida que voy sumando años de (feliz) exilio, tras muchas horas de lectura de Machado, de Unamuno, de Gerardo Diego ("río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja"...) de Delibes, de Gabriel y Galán y de tantos otros que llevaron el corazón de Castilla hasta lo mejor de la literatura; independientemente de todo ello decía, ser castellana es un honor que la vida me ha dado; y si no fuera porque me estoy poniendo mayor y ya tengo un trabajo que me gusta, no habría nada en este mundo que me gustaría más que ser alcalde de mi ciudad castellana, y trabajar para ella. Para eso ya es tarde y hay que meterse en política, que es una zanja farragosa en la cual no me quiero pringar.

    A Unamuno le dolía España, a mí me alboroza Castilla, incluso con toda la melancolía y la somnolencia de un trayecto de tren en una tarde de otoño lluvioso. Permitanme que cite de nuevo a Machado, porque no paro de leerlo desde ayer:

    " Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía
    Castilla, tus decrépitas ciudades.
    La agria melancolía
    Que puebla tus sombrías soledades"

lunes, 10 de octubre de 2016

La lectura o la vida (La chica de ayer, cap 2)

  Un buen día, la chica de ayer se dio cuenta que una letra con otra formaba una palabra, y dos o tres palabras una frase, y varias frases un libro. Cuenta la leyenda que aprendió casi casi ella sola, cuando los niños aprendían a leer sin tener madurez para hacerlo y a sumar sin saber contar. Y sigue la leyenda diciendo que leía el ABC sentada en su orinal con forma de pato, porque aprendió a leer antes que a controlar sus esfínteres; el ABC porque era lo que rodaba por casa, claro, con la ventaja que era, y es,  un periódico grapado. Que gracias a  esas páginas del ABC sabía ella, un renacuajo a fin de cuentas,  todo lo que hacía Mao-Tsé-Tung  y porqué Nixon tuvo que renunciar a ser presidente; no lo entendía pero lo contaba de carrerilla.

   La chica de ayer pasó todo su ayer con la nariz metida en los libros, y no sólo los de texto. Cayeron por oleadas toda la colección de Los Cinco, la de los Siete Secretos, las obras de Mark Twain y las de Julio Verne, todo Sandokan, varios clásicos  de Stevenson, o de Mark Twain; todas las novelas de Agatha Christie y poquito a poco, las de Martín Vigil, Eduardo Mendoza,   Torrente Ballester o las de Delibes. Cuando cogió un poco de carrerilla, ya estaba toda Latinoamérica llamando a su puerta, con Garcia Márquez y Vargas Llosa a la cabeza, que la han acompañado hasta hoy, y a los que el tiempo ha añadido algunos imprescindibles más, como  Octavio Paz, Fernando Vallejo y, recientemente, Santiago Gamboa o Héctor Abad Faciolince, . Y antes que ellos, Carmen Martín Gaite, que fue el hada madrina de un trio de damas que atienden por Elvira Lindo, Rosa Montero y Maruja Torres.

   La chica de ayer aprendió idiomas,  a los que dio  algún que otro empleo útil, y  le sirvieron para poder releer a Truman Capote o a Hemingway en versión original, o a Patricia Highsmith, Henry James, Oscar Wilde o E.M  Foster. Y como no sólo de inglés vive el hombre, los idiomas le trajeron bajo el brazo todas las obras de Italo Calvino, varias de Umberto Eco, y no pocas de Andrea Camilleri y su comisario Montalbano. El francés se convirtió en algo más que un idioma estudiado y  aprendido y abrió las puertas de su casa y su biblioteca a Victor Hugo, Marguerite Yourcenar, Stendhal, Camus, Amin Maalouf o Tahar ben Jelloun. Joel Dicker ha venido recientemente para quedarse entre todos ellos.

    Las dioptrías han ido cayendo con los años, y con muchas noches en vela leyendo a escondidas de sus padres a la luz de una linterna,  a años luz (valga la redundancia) de los potentes y minúsculos led de hoy en día. La lectura de los clásicos, con Quevedo a la cabeza,  ha contribuido  a que,   como le dijo una vez uno de sus maestros, se le encorvara la espalda y se le enderezara el espíritu. Ella no concibe que haya nada en el mundo que no se pueda aprender en un libro, nada que no se pueda hacer, imaginar o recrear siempre que haya cerca una página con letras que le ayude a ello.

   Pero la chica de ayer choca con sus herederos, que no leen más que por obligación escolar y que encuentran la respuesta a todas sus preguntas en dos elementos no escrito en un papel, uno se llama Wikipedia y el otro Youtube; que para viajar a horizontes lejanos cogen el avión y no necesitan  leer "La vuelta al mundo en ochenta días" y que tienen relatos más inmediatos, más digeridos y más fáciles de seguir en Netflix que en los episodios de "Huckelberry Finn". Piensa la chica de ayer que, inevitablemente, algo se están perdiendo y es ahí, chocando una y otra vez contra ese muro de modernidad en tres dimensiones  y miles de píxeles, cuando se da cuenta que sí, que ella se quedó en eso...En ser una chica de ayer.

sábado, 8 de octubre de 2016

Sonata de otoño

    Una vez al año, mi empleador me manda a un curso para aprender a apagar fuegos y evacuar personas de esos edificios tan peligrosos en los que trabajamos, por si algún día llega de verdad el Leviathan en forma de atentado y tenemos que salir todos por piernas.  Aunque da mucha pereza hacerlo, y esta mañana al levantarme solo de pensar la que me esperaba en las horas siguientes hubiera salido crriendo sin necesidad de incendio, es innegable que se aprenden  cosas útiles como la manera de apagar una sartén que se ha prendido fuego sin tener que llamar al 112 ni tener que volver a pintar la cocina entera. En el camino de ida a mi cursillo de bombera circunstancial,  como cada año, cuando llega esta época veo los primeros bosques amarillear;   ya falta poco para que lleguen esos otros  árboles enrojecidos que me fascinan y que son el único momento que merece la pena del otoño, que no es para nada mi estación favorita. 

    Otros años, los bosques amarillos y los árboles rojos formaban parte de mi paisaje mañanero y mi aliciente cuando salía a correr; este año estoy lesionada desde hace tres semanas y aparte de reconcomerme y coger algún kilo, sigo las instrucciones de mi fisioterapeuta, que se ha puesto muy seria y me ha dicho que, o le hago caso (y no corro en una temporadita)  o ya me estoy buscando otro deporte. Está claro que le hago caso a la sabia osteópata, porque correr es la única manera que he encontrado de oxigenar mi cerebro, darle brío a mis piernas, impedir que la lorza crezca desmesuradamente y además, no hacerle la vida imposible a mis cohabitantes con mis dudas existenciales. 

   Pero llevo un mes en el dique seco, que he aprovechado para darle aire a otra de mis cabezonerías recurrentes que creo que ya les he contado en alguna ocasión: el piano. Resulta que a los cuarenta años me propuse correr media maratón y tocar una sonata de Beethoven (vamos,  un trozo) y pasito a pasito ya he conseguido las dos cosas...Más de diez años después. La media marathon ya hace tiempo que me hice con ella, aunque no se crean que la hago tan fresca porque cuando toca, llego a la meta con el hígado en la mano. Lo de la sonata ha sido más laborioso y el resultado bastante decepcionante, la verdad; pero ya está en mis torpes manos, y con unos días más en mi cabeza, el primer movimiento del "Claro de luna", que llevo 8 meses estudiando y que lejos de sonar como lo que sigue, a mi me llena de satisfacción: 


    Por una vez en la vida, he encontrado algo por donde darle salida a mi testarudez, y sobre todo a alguien, como mi sufrida profesora de piano, que tiene una fe en mis posibilidades que no mueve montañas (que diría Santa Teresa) sino el Himalaya entero!  Con suerte y unos meses más, llegará 2017, se arreglará mi pie y terminaré con esta partitura intentando que Beethoven no resucite y venga directamente a mi casa a darme una colleja. Y se acabará el otoño, que aunque sea la antesala del invierno (qué prefieren susto o muerte?) va restando los días para que vuelva el verano. De ilusión también se vive. Y de una sonata de otoño se ha alimentado mi espíritu en las últimas semanas.

martes, 4 de octubre de 2016

La chica de ayer

     Me voy a atrever: voy a inaugurar una sección dentro de este blog. Se va a llamar "La chica de ayer", parafraseando la canción de Antonio Vega que fue para los de mi quinta un mantra inolvidable, aunque a mi personalmente me gusta más "Se dejaba llevar", pero para lo que aquí pretendo, que es contar historias, la primera canción  va mejor. Aquí la tienen, para aquellos que son más jóvenes y no saben de qué hablo:

    La chica de ayer llevaba el pelo corto y mal cortado. Corto, desde que hizo la comunión y pidió a sus padres como regalo de comunión poder deshacerse de la trenza gorda y negra que llevaba desde los cuatro años como una cruz a cuestas; mal cortado, desde que su peluquera era su vecina taiwanesa en la residencia de estudiantes donde vivía. La peluquería era un lujo que una becaria en un país extranjero no podía permitirse y para eso estaba Mai-Li, que aseguraba haber hecho una formación de peluquera antes de viajar a Europa, cosa que, a juzgar por los resultados, no debía ser cierto. 

    Mai-Li estudiaba (o más bien lo pretendía) filosofía con una beca del gobierno taiwanés. En la residencia pernoctaba con ella  a menudo un becario taiwanés con el que engañaba al novio que le habían buscado sus padres y con el que irremisiblemente tendría que casarse a su vuelta, tres años más tarde, y probablemente con la carrera de filosofía sin acabar dado lo poco que estudiaba. Con un camino tan estrechamente trazado y con tan poco margen para sacar los pies del plato en el futuro, Mai-Li decidió pasar los años de su beca en Europa dedicándose a la buena vida que podía permitirle su exigua beca, y la peluquería, por imperfecta que fuera, le procuraba algún dinero de bolsillo. Y le procuraba, sobre todo,  una excusa para entablar conversación con el enjambre de estudiantes de múltiples nacionalidades en el que gracias al programa Erasmus se había convertido su residencia. 

    Mai-Li era buena conversadora y eso le ayudaba a ocultar su torpeza con el tinte y las tijeras. Le interesaba resolver ciertos enigmas que poco tenían que ver con la filosofía, como el uso de determinados perfumes y colonias, la obsesión por los productos lácteos en general y el café con leche en particular o la posibilidad de que las mujeres se casaran con quien les diera la gana e incluso ni se casaran. De todo ello discutía abundantemente con sus víctimas peluqueras, que salían de la experiencia con el flequillo torcido, escalones en la nuca, colores a medio fijar  y una galleta china con proverbio dentro, obsequio de la peluquera. A veces,  si la discusión le apasionaba y el cliente tocaba ciertos temas (cómo ligarse a un europeo, bàsicamente) la sesión terminaba en torno a un bol de fideos chinos o incluso unos rollitos de primavera caseros más que aceptables. Para contentar a los clientes, Mai-Li pasaba horas y horas en la cocina para desesperación de sus vecinos de pasillo, que no siempre soportaban el olor a soja y a fritanga agridulce, aunque todos reconocían cuando cataban el resultado que el arte culinario era bastante superior al peluquero.

    A medida que pasaban los meses la cultura europea de Mai-Li se acrecentaba, tanto como flequillos escabechados proliferaban a su alrededor. El taiwanés aspirante a ingeniero que pernoctaba aspirando a otras cosas se hartó de  pasar a un segundo plano en las preferencias de la peluquera aficionada, que encontraba bastante más interesantes a ingleses, suecos, italianos, alemanes y franceses. Cuando Huan, que así se llamaba el chico, desapareció del pasillo de aquella residencia, los clientes de Mai-Li dejaron de recibir galletas de la fortuna y la calidad de los fideos, sopas y rollitos descendió notablemente; la conclusión unánime de la clientela es que la falsa peluquera era también una falsa cocinera, y por encima de todo una muy hàbil empresaria!

    La chica de ayer se aficionó en aquel entonces a la comida china y, sobre todo, a las galletas de la buena suerte que, hasta hoy sigue buscando por los restaurantes chinos, y  para su desgracia no en todos las encuentra. Sigue llevando el pelo corto, aunque ahora bien cortado por un peluquero italiano caro y muy profesional, y su camino nunca volvió a cruzarse con el de Mai-Li. Creo que añora ese tiempo en el que  podía llevar el pelo mal cortado y no pasaba nada.

domingo, 2 de octubre de 2016

Cosas que hacer

    Confieso sin pudor que me paso la vida elaborando listas de cosas que hacer; y que muy a menudo consigo tacharlas todas de la lista, y entonces me da un subidón cuyo resultado es la elaboración de una nueva lista. Confieso así mismo que mis listas principales a veces tienen listas subsidarias especialmente elaboradas para el fin de semana, para una tarde libre o para la víspera de un viaje; y que también en esas consigo, aunque no tan frecuentemente, tachar todas las tareas pendientes. Que es una enfermedad? Puede. El mundo moderno nos ha traído un montón de enfermedades modernas (que yo calificaría más biende chaladuras) algunas con nombres que me asombran. Ejemplo? el pánico a no ser localizado por falta de teléfono móvil se llama Nomofobia, así que premio para el primero que me escriba dándole un nombre a mi chaladura particular. 

   Dicho sea de paso, puestos a tener chaladuras, la mía es de las inofensivas y la de Donald Trump, por poner un ejemplo ilustrativo, peligrosa. Aprovecho para introducir una cuña publicitaria: amigos norteamericanos que sé que me leeis, votad por Hillary! Los europeos que no votamos, pero somos conscientes de lo que nos jugamos con un chalado al frente del guardian de occidente, os lo agradeceremos. Se imaginan un mundo gobernado por Trump, Putin, las monarquías del Golfo y el coreano del Norte? No se rían, puede ser verdad pasado mañana y, en ese caso, lo de nuestra falta de gobierno será una pura anécdota sin importancia. Se cierra la cuña publicitaria.

   En mis listas de cosas que hacer aparecen frases reiteradas que siempre llevan los mismos verbos: traer, recoger, llevar, pagar o enviar. Ideas repetidas como "día de recogida de la basura de gran tamaño" o "segundo plazo de"; palabras usuales como banco, paquete, tintorería, colegio, cena o cita médica. Y también, que todo hay que decirlo, aparecen de vez en cuando tareas agradables como "llega Fulanita en el avión de las cinco" o "hay que comprar los billetes de avión para Semana Santa"  "cena en casa de" o "toca concierto". A mí me gustaría darle un toque poetico a mis listas, visto que son parte de mi ser natural, y adornarlas con mandatos y propósitos de buenos deseos; que donde pone "llevar los edredones a la lavandería" pusiera "llevar un café y una sonrisa al mendigo aparcado en la puerta de mi trabajo". O que donde está escrito "banco" o "reunión de padres", apareciera "hora para el Tai-Chi" (de verdad moriré sin haberlo aprendido?) o simplemente "siesta". O "llamar a mis parientes añosos" incluso a aquellos que ya ni recuerdan mi nombre o "pasar más de tres horas sin emitir una queja". Si todo esto apareciera en mis listas, no serían listas sino las bienaventuranzas del Evangelio, y no lo son, se siente.

   Recientemente me han contado en una cena entre amigos que a los gatos se les pueden poner unas uñas postizas para evitar que te destrocen los muebles, pero que las dichas uñas se caen y hay que remplazarlas periódicamente. Según escuchaba el relato, ya me veía yo con otra cosa más que poner en mis listas y me dije que mi negativa a tener un animal en casa, a pesar de lo mucho que mis hijos me lo han pedido y suplicado, se justificaba por no incrementar mis listas de cosas que hacer con otro ramillete más de asuntos pendientes: "veterinario", "vacunas caninas", "pienso" o similares, son por suerte palabras que nunca he escrito en los pedazos de papel que me siguen por todas partes. 

    Mañana es lunes, mejor ni les cuento como está de florida y hermosa mi lista de esta semana. Va a comenzar a las ocho de la mañana en el concesionario SEAT y Dios sabe a dónde se encaminarán después mis tareas pendientes. Mientras tanto, feliz domingo amigos; si no tienen muchas cosas pendientes escritas para hoy pongan "hacer feliz al prójimo" ; no es porque  aparezca en el Evangelio, es que siempre funciona.

domingo, 25 de septiembre de 2016

La paz fue posible (en Colombia)

    Tomo el título prestado del  difunto y añorado Duque de Suarez. La frase? parecida a la  que adorna la lápida de su tumba; esa en la que el buen hombre debe andar revolviéndose, cuando alguien le cuente que la concordia que fue posible ya no lo es más, porque todos tienen un ego aún más grande que el suyo propio (que no estaba mal) pero la mitad de astucia y talento y un país que solo entiende de perder y ganar y no de pactar. 

    Pero en Colombia la paz va a ser posible; oficialmente a partir de mañana, en Cartagena de Indias, cerca del mar para evitar que los 2600 metros de altitud de la capital, Bogotá, contribuyan a más de un desvanecimiento, dada la avanzada edad de alguno de los firmantes y no pocos de los asistentes.  La paz va a terminar con una guerra civil que desde hace casi  cincuenta años ha dejado tras de sí 250.000 muertos, 45.000 desaparecidos y casi siete millones de desplazados. Va a ser el bonito y quizás no tan feliz final de unas largas negociaciones donde, al contrario que en nuestra patria, la concordia sí ha sido posible; y el perdón aún también posible si, finalmente, el pueblo colombiano consultado en referéndum el día 2 de octubre da su visto bueno. El acuerdo de paz va a llevar a la guerrilla al congreso de la nación, y va a seguir removiendo mucha tinta en la prensa y muchas heridas aún no cerradas, pero la paz ha sido posible. Nunca lo hubiera imaginado en la Colombia que yo conocí.

   Ya saben muchos de ustedes que Colombia no es un país cualquiera para mí, y que ocupa un lugar privilegiado en mi geografía sentimental. En él nacieron mis hijos, que tentada estoy de decir que son el mayor tesoro que poseo si no fuera porque los hijos, definitivamente no nos pertenecen ni son un tesoro, ni patrimonio de nadie. Allí me desplacé a buscarlos, una vez en mitad de una tregua decretada después de de haber tenido a la guerrilla a las mismas puertas de la capital; y una segunda vez cuando la tregua era sólo un recuerdo, las bombas estallaban no muy lejos de los lugares que frecuentábamos y la esperanza de cualquier paso adelante se había perdido. Aún visité Colombia una tercera vez en el 2010, para enseñarle a mis hijos la tierra que los vio nacer y no alimentar espejismos en sus cabecitas preadolescentes. Entonces la esperanza de negociar era una ilusión, lejana, pero posible; la economía se levantaba y con ella, todo un pueblo que sonríe sin descanso a cualquier hora del día, que canta y (sobre todo) baila a la menor ocasión; la gente había recuperado las carreteras, los cafetales, los restaurantes de noche, las playas, las ganas de viajar y todas esas cosas que una guerrilla asesina, narcotraficante y trasnochada de ideas les había impedido durante décadas. 

    Entre visita y visita, leí todas las novelas y cuentos  de García Márquez (algunas hasta dos veces) aprendí a distinguir una cumbia de un Vallenato aunque no a bailarlas, porque es un arte para el que estoy negada. Compré todos los discos de Shakira y Juanes, me aprendí todos los nombres de las frutas y me aficioné al café como lo toman ellos, que hacen el café como hablan: suave, casi transparente, aromático y sin torrefactar en exceso. Le seguí la pista a Ingrid Bethancour: me fascinó el personaje, me dolió su secuestro, me sorprendió y me decepcionó todo lo que hizo después y a día de hoy no la entiendo; y así tuve la oportunidad de decírselo en persona en una feria del libro hace años cuado hice cola para que me firmara un ejemplar de su "No hay silencio que no dure". Me soltó unas lágrimas y nos hicimos una foto para el recuerdo...Y de pronto comprendí que así es ese país de gentes sentimentales y contradictorias, no siempre fáciles de entender, pero capaces de perdonar. Lo he dicho ya mil veces, léanse "El olvido que seremos" de Héctor Abad Faciolince, un inmenso escritor que perdió a su padre y a un cuñado a manos de la guerrilla y los paramilitares, que tuvo a una hermana secuestrada y aún con todo  eso,  es en estos días uno de los grandes activistas de "sí" para el referéndum; como la propia Ingrid, por otra parte. 

    Volveré a Colombia, más pronto que tarde, espero. No quiero llegar a ser una vieja con andarín sin volver a caminar por las calles de Bogotá, de Cartagena o de Medellín viendo la sonrisa eterna de esa gente que una vez, hace años, me robó el corazón y me regaló una familia a cambio.  Y espero volver de nuevo con mis hijos, orgullosos colombianos que no han vivido allí pero saben que son especiales por haber nacido en uno de los países más bellos del planeta, y desde mañana,  además, un país en paz.

martes, 20 de septiembre de 2016

La diferencia es el talento

    Hace pocos días he terminado de leer el último de Almudena Grandes "Los besos en el pan", que de alguna manera ya había leído pues muchos de sus capítulos salen directamente de las  crónicas que escribe la autora en El País sobre su barrio del centro de Madrid. No hay que ser muy aficionada a la escritura de la Grandes (yo sí lo soy, miren por donde)  para apreciar la galería de personajes que ella nos retrata;  todos pueden ser nuestro primo, nuestro cuñado, nuestro vecino o el frutero de la esquina; y en este libro no se trata de  grandes amores novelados de la España en guerra o posterior, ahora son las pequeñas cosas, y las muchas chinas en los zapatos con las que caminan los españolitos de a pie, desde el año 2008, las que nos relata Almudena, con esa sencillez aparente que tienen los escritores (generalmente los buenos) que parece que lo que ellos cuentan y escriben, lo puede contar cualquiera. 

   Y eso es precisamente lo que más admiro de ella, que también he admirado en gente dispar como Charles Dickens, Victor Hugo, Pérez Galdós, Patricia Highsmith, Oriana Fallaci, Joel Dicker, Gonzalo Torrente Ballester o Héctor Abad Faciolince, y miren que he intentado poner ejemplos de todas las lenguas y épocas: la facilidad de contar cosas, y de contarlas bien, sin artificios ni enbellecimientos inútiles; porque la belleza de ciertas historias no necesita adornos literarios, sólo un buen manejo del vocabulario y un buen orden sintáctico; cosas que pese a  parecer fáciles, son complicadas de conseguir. 

    Yo también veraneo en un pueblo del sur de España, como Almudena. Un pueblo golpeado por el paro y con muchas familias viviendo de la corta temporada turística y de la pesca del atún, cuando toca. En su playa sopla el Levante y en la mía el Poniente. Ella cuenta las batallas de su pescadero y si yo me pusiera a contar las de la mía, que tiene el puesto como el monte calvario, sería el no parar. Ella habla de su panadera y yo tengo a mis churreros, que son protagonistas del mayor milagro económico de la crisis, consistente en darle estudios de Bellas Artes y hasta un Máster a su hija todo a golpe de vender churros a un Euro la docena. Ella habla de su casita de la costa de Cadiz como si fuera la segunda edición del paraíso terrenal, y a mí con mi playa de Ayamonte me pasa tres cuartos de lo mismo;  sólo de recordarla se me saltan las lágrimas, no digo más.

    Almudena habla de los porteros de su edificio, de la  peluquera de su barrio que se alía con las manicuras chinas porque sabe que nunca podrá competir con ellas. Y si yo me pusiera, podría hablar de mi panadera de la infancia que me encontré este verano por la calle (evidentemente jubilada) y que me reconoció al momento y me recordó lo mucho que me gustaba (y me gusta) el pan de hogaza y las muchas veces que pasé por su panadería antes de irme al colegio para comprar un bollo y oler ese pan recién hecho que ya no se hace porque todos se empeñan en ponerle aceitunas, nueces y cualquier cosa aromática. Como podría hablar de las peluquerías españolas de varias ciudades donde las he probado, esas donde las mujeres van a contarle su vida a la peluquera más que a teñirse el pelo; porque la peluquera de toda la vida, no la de la franquicia, es por sí misma una obra social. 

    Si Almudena encuentra las palabras justas para hablar de los niños que no comen porque cierra el comedor del colegio público en verano; a mí me gustaría hablar de los hijos de los emigrantes que estudian como posesos para que nadie les reproche que están entre nosotros sólo para aprovecharse de la asistencia social; mientras los hijos de los nacionales nos atronan con  sus motos y se empeñan en organizar botellones donde está prohibido porque les divierte que luego venga la policía a dispersarlos. Si ella habla del cierre del centro de salud de su barrio, a mí me gustaría hacerlo de las librerías de mi ciudad, que van todas cayendo una detrás de otra gracias al Corte Inglés y a la eficacia de Amazon, que yo misma peco utilizando más de una vez.

    Si Almudena Grandes cuenta todo eso y le sale una novela, no la mejor de las suyas, pero que me ha hecho pasar un buen rato después de haberme llevado la decepción del verano con las "Cinco esquinas" de Vargas Llosa (y eso que la escribió antes de que Isabel entrara en su vida) es porque es una escritora de los pies a la cabeza y yo soy una humilde plumilla, a quien jams le saldrá una novela. Como en tantas otras cosas de la vida, la diferencia es el talento...Que está muy mal repartido!

martes, 13 de septiembre de 2016

Un toro quita a otro toro

    La entrada de hoy va a ser breve pero les voy a poner deberes. Para entenderla tienen ustedes que ir a mi blogoteca (se dirá así?) y leer: "El día que mataron a Volante" (11 de septiembre del 2012) "Y mañana matarán a Langosto" (16 de septiembre del 2013) ""Elegido va a morir" (15 de septiembre del 2015) y "Otro año, otro toro" (14 de septiembre del 2016). Cuando hayan leído las cuatro entradas, y si han visto o leído las noticias del día, comprenderán que, con gran alegría, puedo hasta dar por concluida mi entrada de hoy porque  "Pelado", negro zaíno, de 640 kg, ha vuelto a los corrales vivito y coleando;  o quizás coleando poco porque un encierro es una prueba atlética para el animalito, pero vivo al fin.

    El Toro de la Vega, esa salvajada que algunos visten de tradición, ha sido sustituída por el Toro de la Peña, que consiste en soltar un toro por las calles de Tordesillas pero esta vez sin acribillarlo a pinchazos, por supuesto sin matarlo y por supuesto, sin toda la orgía de sangre que aquello desplegaba a su alrededor. Y ha sido una sustitución por decreto ley, nada arbitraria, promulgada por el gobierno conservador de la región de España a la que pertenezco, y protestada por los lugareños con su alcalde socialista a la cabeza. Hagamos un inciso: que alguien ponga una cabeza pensante al frente del PSOE, por favor! No sólo su secretario general ha perdido la oportunidad de pasar a la historia como un hombre de estado sino que su alcalde de Tordesillas ha perdido también la oportunidad de ser la persona razonable que terminara con un rito atávico e inhumano. 

    Bien pues, este año puedo dar carpetazo a una de las obsesiones recurrentes de mi blog, y ya no tendré que escribir cada segundo martes de septiembre contra el Toro de la Vega y contra todos los que no conciben hacer una fiesta sin que corra la sangre de algún bicho y, a ser posible, con ensañamiento y crueldad contra él. Y sigo insistiendo en que no votaré nunca al PACMA, no soy vegetariana y no me gustan los animales ni son sujeto de mis preocupaciones. La crueldad humana, por contra, si me preocupa:  se empieza ejerciéndola contra los animales y después cualquier cosa puede pasar...Una obsesión eliminada y aún me quedan varias batallas pendientes: los horarios de España, el amigo invisible navideño, que quiten "Sálvame" incluso de Telecinco, el final de la Fórmula 1 y el bipartidismo español. Visto lo logrado con el toro, persevero en las otras causas.

    Tordesillas ha sido hoy un campo de batalla de manifestantes de uno y otro lado que al parecer han acabado a palos entre ellos (qué les decía hace un momento?) pero "Pelado" a vuelto a los corrales poco después de mediodía con toda su integridad física intacta. Qué va a pasar ahora con el torito? pues me temo que acabe sacrificado igual, pero como muchos de sus hermanos y primos y no con escarnio público. En ese berenjenal no voy a meterme, porque a mi edad, la política y la protesta, comienzan  a ser el arte de lo posible. 


domingo, 11 de septiembre de 2016

Historia urbana sin urbanidad

    Voy a contarles una historia que creo que es triste, pero juzguen ustedes mismos y ya me dirán al final. 

    La parada de metro cercana a mi casa tiene un pasillo de acceso feo y un tanto siniestro cuando se va la luz del día; sus paredes son el objetivo de los grafiteros, que las adornan con prolijo gusto por las frases obscenas y los colores chillones;  y yo añadiría con poco saber artístico,  porque me parece que el grafitti es un arte que pocas veces lo es, pero esa es mi humilde opinión. En los primeros días del verano, un grupo de jóvenes, alumnos de alguna escuela de bellas artes probablemente, decoraron buena parte de ese pasillo con escenas evocadoras de la ciudad donde vivimos, con cierto buen gusto pictórico, bonits dibujo y alegres colores. Los chicos se empleaban a fondo, yo los veía cada mañana cuando iba a trabajar y me encantaba ver como avanzaban cuando volvía por las tardes. El resultado fue más que aceptable, todos los vecinos estábamos encantados, los pusieron como ejemplo en la página web del metro  hasta los sacaron en la televisión.

    Ayer, el bonito fresco del metro ha amanecido decorado con una pintada reivindicativa, atacando a una multinacional que ha cerrado recientemente en estas tierras para deslocalizarse en otras más orientales, donde los trabajadores están catorce horas a pie de obra y no reclaman vacaciones. La pintada abarca casi todo el mural, y viene firmada por un colectivo de esos de ciudadanos enrabietados que ahora proliferan por doquier gracias a la crisis. Dejo claro que los ciudadanos tienen derecho a enrabietarse y manifestarse, y que las multinacionales mandan más que los gobiernos (cuando hay gobierno) y que ésto último es algo que no deberíamos permitir. También tengo claro que pintar con un spray cualquier consigna, por muy solidaria y cargada de razón que esté, y pintarla encima de una obra de arte hecha con cuidado y con el beneplácito de los usuarios que somos todos (no es el caso de los grafiteros, que pintan con nocturnidad y alevosía) es un ataque a la propiedad colectiva, esa que quieren defender; y además un acto de barbarie, llamemos al pan, pan. 

    Parece que en nombre de la indignación ciudadana y de esos pobres jóvenes sin futuro todo es posible, y no. Que las multinacionales dejen de repente a cientos de obreros sin trabajo para largarse a otros horizontes más productivos es un hecho lamentable, y un abuso del sistema capitalista que no parece tener solucción. Que calles, plazas, estatuas y demás mobiliario urbano tengan que verse redecorados con las consignas de la indignación ciudadana no me parece un sano remedio. Mi vecina de abajo camina ruidosamente  con tacones desde las seis de la mañana y no por ello hemos ido con un spray a su puerta a pintarle  "quítate los zapatos, petarda"; y no por falta de ganas!

    El pasillo de mi estación de metro me temo que volverá a ser pasto de los grafiteros de poca monta, porque lamentablemente Banksy solo hay uno y vive en Londres. Gracias a los de la pintada supuestamente solidaria, van a llegar detrás todos los artistas de brocha gorda y trazo no menos grueso y del bonito mural que pintaron los estudiantes veremos lo que queda de aquí a unas semanas. La indignación no debería ser enemiga del respeto por la obra bien hecha. Y lo que más me indigna a mí de todo ésto que les cuento, es que a medida que voy escribiendo, con profunda pena por tener que echar pestes  contra  quienes se levantan contra lo establecido e impuesto, a medida que escribo, insisto, me voy dando cuenta, por el tono de mis lamentos, de lo mayor que me estoy poniendo. 

    Era o no era un historia triste? Feliz domingo, de todos modos.