domingo, 31 de enero de 2016

Las cosas caras

    Mi padre solía decir que todo lo bueno en esta vida o era caro o era pecado. Para un señor nacido en 1933 imagínense ustedes qué cosas configuraban mayormente el capítulo "pecado"...Entre las cosas caras, había una gran dosis de alimentos y bebidas de elevado precio, algo quizás también propio de un señor nacido en 1933 y que vivió los años de la posguerra en todo su esplendor.   Yo coincido en ciertas cosas con él. Es verdad que lo bueno, lo muy bueno es caro; y en esa lista se me ocurre incluir algunos placeres que he catado excepcionalmente y que no creo que me vuelvan a suceder a menudo: comerme un kilo de percebes de una sentada, beberme un Vega-Sicilia excepcional, cruzar el Atlántico en la primerísima clase de Iberia, dormir en el Ritz de París...En el capítulo de los pecados no incluyo nada porque el pecado es un concepto que no manejo; si acaso el del remordimiento y cierto sentimiento de culpa. Ahora es el momento en el que todos ustedes (especialmente el sector Yoga-Zen) están afilando los cuchillos para atacarme por el flanco de las cosas maravillosas que nos suceden cada día y que son gratis, pero como de esas ya hablo a menudo, porque yo soy una persona que le da gracias a la vida más a menudo que Mercedes Sosa lo canta, hoy toca el lado cascarrabias y materialista: las cosas buenas son caras.

    Y precisamente porque son caras, y porque son buenas y nos gustan, existe la corrupción, y quien es capaz de vender su alma y su integridad por un bolso de Vuitton. Por culpa de esas cosas buenas y caras existen los robos a mano armada en las joyerías y tiendas lujosas; y por eso la gente se endeuda y le pide unos créditos imposibles a unos bancos que roban por gusto (ya ni siquiera para comprarse cosas buenas). Porque cierta categoría de cosas son caras,  nuestros padres ahorraban como descosidos para comprarse un buen abrigo, un buen traje para los domingos, un buen coche y unos buenos estudios para los herederos. Ahora preferimos comprarles un iPhone, sobre todo para no oirles...Pero ya lo pagaremos, ya!

    Se acuerdan ustedes de aquel culebrón mejicano de los años '80 titulado "Los ricos también lloran"? Yo ni me acuerdo de la trama ni de los personajes ni de nada, pero sí del título, que es una frase más cierta que equivocada. La verdad es que los ricos llorarán como todos, pero tienen menos motivos para hacerlo. Un insigne economista llamado Branko Milanovic, profesor de la Universidad de Nueva York (su libro estrella se llama "The haves and have-nots" no sé si está traducido)  va por el mundo soltando conferencias sobre su especialidad que son los estudios sobre la desigualdad, y lo ha dicho alto y claro: cuanto más rico sea el país donde se nace, mejor, pues, palabras textuales: "no hay que engañarse, porque cuando las cosas van mal, los ricos dejan de financiar la cosa pública y la deigualdad aumenta; hay menos alumnos en las universidades, peores escuelas y más enfermos por las calles". Yo ya lo intuía, pero que me lo diga un insigne economista me afirma en la creencia de  que las cosas caras son mejores que las baratas y eso es porque solo los ricos pueden comprárselas. Y por supuesto, que es mucho mejor nacer en Luxemburgo (o hasta en Ciudad Real) que en Damasco.

    Para poder comprarse las cosas buenas que cuestan más que las baratas,  muchos de nosotros hemos ido a la Universidad, estudiado una carrera, hecho unas oposiciones y buscado y hasta conseguido unos trabajos que nos permiten de vez en cuando alguna alegría pasajera. Ya, ya sé que muchos son los que lo intentan y no todos los elegidos pero, al menos cuando yo estaba en edad de merecer, la posibilidad de soñar era libre y la idea de que el sueño se podía consegir, no tan descabellada. Ahora, entre unos y otros les estamos quitando a los que tendrían que pagarnos las pensiones las ganas de pelear por conseguir el mismo sueño: vivir mejor que antes, tener ciertas cosas que no tenías, comprar caro y no barato y hasta ser generoso con los que no tienen. No van a tener gratis los pobres ni el aire que respiran, porque se lo estamos dejando lleno de porquería y también tendrán que pagar por ello. Con esas perspectivas, no sólo no podrán comprar cosas sino que tampoco nos podrán pagar las pensiones! Las alegrías se están poniendo cada vez más caras y, en cambio, la tristeza es muy barata y eso, señoras y señores cuarentones y cincuentones como una menda, nuestros hijos no nos lo van a perdonar nunca. A ver qué se nos ocurre para enderezarlo! Por lo pronto, ir a trabajar mañana...De regalo, la canción del trabajo, de la incomparable Nina Simone, para que vayan ustedes motivados.


martes, 26 de enero de 2016

Si yo fuera Pedro

    Empatía: según el diccionario de la Real Academia: es la capacidad  de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Es una cualidad que, a tenor de lo que dicen mis cohabitantes, escasea en mi persona, aunque vive Dios que lo intento. Es más, a veces me pongo en el pellejo de diferentes personajes (icluidos los novelescos) y pienso que estoy actuando en su lugar. Pues bien, de los muchos pellejos en los que ponerme, si hay uno en el que no quisiera estar estos días es en el de Pedro Sánchez. 

   No me dan ninguna pena los políticos, pues creo que los conozco demasiado bien, e incluso demasiado de cerca como para lamentar su suerte. Son un mal necesario que en su inmensa mayoría se han metido en este berenjenal ellos solitos, por una mezcla de vocación, egocentrismo, ambición, deseo de notoriedad y ciertos ideales donde es muy difícil percibir cuando empiezan las cosas buenas y se acaban las malas, o viceversa. Al  mal necesario los votamos,  los elegimos y les pagamos un sueldo porque alguien tiene que estar arriba tomando ciertas decisiones trascendentales que no podemos tomar los de abajo a riesgo de que ésto se convierta en un guirigay; y esas decisiones son las que precisamente muchos no quieren tomar. Y en este momento, en este complicado tablero de ajedrez en el que se ha convertido el parlamento español, el alfil que tiene que tomar la decisión de darle jaque al rey, aún a riesgo de que la ficha comida sea la suya, es Pedro Sánchez. Y si no toma ninguna decisión, se lo comerán de todas maneras, así que ya ven ustedes qué dilema! Me pregunto cuántos Lexatines le cuesta cada noche de sueño, y por eso no quisiera yo ser Pedro Sánchez, al que entre todos han colocado en ese lugar donde sólo te queda elegir, como al del chiste, entre susto o muerte. 

    No voy a explicar por qué razones, pero en mi vida he tenido que contemplar a muchos políticos de distinto pelaje y capacidad tomando decisiones importantísimas, que implicaban muchos millones de Euros y consecuencias tremendas para la vida de la gente corriente. He visto en muchos casos las caras de angustia, y pocas veces de alivio de esos hombres y mujeres que deciden por nosotros y no sé si los nuevo Pedro, Pablo, Albert y compañía se han dado cuenta de que después de jugar un rato a las campañas electorales y salir en todas las televisiones, ahora hay que mojarse. Lo de Mariano es otra cosa; él no toma decisiones vitales porque de entrada es gallego y no se sabe si va o si viene, y sólo lo formatearon para opositar o en su defecto, tener mayoría. 

   En el 2017, a la vuelta de la esquina, se celebrarán cuarenta años del momento en el que un superviviente y exiliado de la Guerra Civil, y un antiguo Secretario del Movimiento de Franco consiguieron legalizar el partido comunista, no sin mucho viento en contra y opiniones encendidas. No creo que la distancia que separa a los parlamentarios actuales unos de otros sea mayor que la que separaba a aquellos dos seres humanos condenados a entenderse. Si yo fuera Pedro, bucearía en los documentos de la historia (ya que los protagonistas están muertos)  para comprender cómo fue posible llegar a semejante acuerdo. Y sobre todo, si yo fuera Pedro, me retiraría un par de días al monasterio de Silos (o similar) sin móvil, sin televisión y sin consejeros ni asesores que me recordaran el ruido exterior. Como nadie le va a mandar las tablas de la ley escritas en piedra, quizás después de 48 horas en silencio y olvidado del mundo la decisión que tome sea  correcta o errónea, pero suya al menos. 

    Y si yo fuera Pedro Sánchez, antes de proclamarla a los cuatro vientos, le contaría mi decisión a mi mujer, y a mis hijas, aunque sean pequeñas; y si es menester, a mis padres, visto que él aún tiene la suerte de tenerlos. A ellos antes que a nadie, porque es vital poder sostenerle la mirada el resto de tus días a tus seres queridos, especialmente a tus hijos, que te juzgarán sin piedad el día de mañana. Y todo ésto, si yo fuera Pedro Sánchez, pero saben lo mejor? Que no lo soy.

lunes, 25 de enero de 2016

Será que me quieren?

    Decididamente, Facebook es para carrozas como la que esto suscribe. Cuanto más visito los perfiles de mis amigos y los comparo con los de mis hijos  y los suyos (que no les hacen i caso) más me afirmo en esta idea. La verdad, es comprensible que los adolescentes en la flor de la hormona rechacen pertenecer y ser activos en una red social en la que sus padres se pasan la vida poniendo fotos, frases redichas, más fotos de gatos y perros, artículos de la prensa casposa y recetas de cocina. Y eso, cuando no salen celebrando cumpleaños o fiestas navideñas o les da por felicitar en vivo con poesías y todo al retoño que cumple años o se ha graduado en sus estudios. A ver, queridos amigos, a cuántos de ustedes les hubiera gustado que sus padres se presentaran en la puerta del colegio el día del cumpleaños con una pancarta que pusiera "te queremos" y una tarta con velas? No nos damos cuenta pero, salvando las distancias cronológicas y digitales, es lo que hacemos nosotros. 

    Que conste que con estas fotos estoy tirando ejemplarmente la primera piedra sobre mí misma. No suelo colgar muchas fotos en la red porque para empezar, soy un desastre haciéndolas, tengo un teléfono que parece una Instamatic de aquellas que te regalaban por la comunión y, ahora viene lo bueno, no sé muy bien cómo hacerlas llegar al muro de Facebook. Ahora bien, reconozco, que cuando pisé el Machu-Picchu, avisté la Casa Blanca y cumplí cincuenta primaveras, no paré hasta conseguir proclamarlo fotográficamente al mundo mundial a través de la Red. Soy tan banal como cualquiera, a pesar de estar leyendo en estos momentos los sonetos de Shakespeare, las memorias de Jean Monnet y un ladrillo de Umberto Eco llamado "Il cimitero de Praga" que hace que las memorias del padre de Europa parezca un capítulo de Batman al lado suyo. Ni sé si podré acabarlo. 

    Valga toda esta introducción para proclamar mi sorpresa ante las reacciones que ha provocado este fin de semana una foto mía en mi muro. Foto hecha con indudable maestría y cariño por quienes ustedes se imaginan, al amor de la lumbre de un restaurante de pueblo a donde fuimos a parar una cruda  tarde de invierno tras habernos machacado las costillas por razones que ahora no vienen a cuento. Yo me veo pálida y ojerosa, y noto que las patas de gallo que presumía de no tener ya han venido para quedarse, pero al menos una treintena de personas me dicen que les gusta la foto y me llaman guapa en dos o tres idiomas, lo cual no deja de sorprenderme a mí, que me crie a la castellana sin un mal piropo que echarme a la cara, contrariamente a las que se crían en Sevilla, donde hasta las vírgenes acartonadas salen a la calle al grito de "guapa!". Y tanto más me sorprende cuanto yo no soy aficionada a poner piropos en las fotos de los demás, porque me da la impresión que los muros de facebook se han convertido en un "y tú más" del piropo fácil. Está visto que los usuarios de facebook son más generosos en el elogio en la red que en la vida real. 

   Quizás sea ese el éxito del invento, aunque si han visto ustedes "The social network" (a saber cómo la titularon en España) la idea era otra. Y quizás por eso nos gusta tanto a los que ya hemos cumplido cuarenta, porque nos presenta un lado amable del invento digital y pantallero más que esa amenaza de la que le hablamos sin parar a nuestros hijos: esa red llena de pedófilos al acecho, acosadores varios y timos en serie. Como nosotros ya somos mayorcitos, se supone que sabemos distinguir el mal del bien y no tenemos que andar con tantos miramientos y además, Facebook es lo mejor que se ha inventado para subir la moral al prójimo desde que se inventó la hipocresía burguesa, que tampoco está mal. Yo, en la foto de marras me veo arrugada, cansada y peligrosamente parecida a mi madre, pero todo el mundo me encuentra genial; y que conste que la treintena de personas que así opinan son muchas de ellas lectoras de estas líneas,  así que vaya para ellas mi más profundo agradecimiento. Como pienso (es más estoy segura) que es imposible que todos me encuentren tan guapa, me digo a mí misma que me quieren, y la verdad, casi lo prefiero. 

    Ya lo ven, Facebook es para carrozas, sobre todo para aquellos que buscan el cariño ajeno, que a nuestras edades somos casi todos. Nuestros adolescentes ya se procuran el cariño por otros medios o quizás a sus tiernas edades no lo echan tanto de menos; con esa gente nunca se sabe...Y ahora, a hincarle el colmillo a la novela de Umberto Eco a la que le doy dos noches más para convencerme que la siga leyendo, que yo antes a los libros (como a las personas) se lo toleraba todo pero ahora ya no soporto que me aburran!

jueves, 21 de enero de 2016

No os lo perdonaré jamás

    Que me estoy haciendo mayor no hace falta que lo declare públicamente, y por si de vez en cuando se me olvida, hay unas cuantas cosas y personas a mi alrededor que me lo recuerdan. 

    Hace pocos días, una amiga mía se quejaba en la plaza pública (esto es, en su muro de Facebook) de tener que llevar gafas ya pasada la quinta decena. Yo no sólo las llevo desde mis tiernos y lejanísimos quince años, sino que además esas gafas se han multiplicado por seis o siete pares que distribuyo hábilmente por mis espacios vitales porque como hay que añadir una dioptría cada año, las antiguas aún pueden seguir prestándome algún servicio. Dioptrías que se añaden cada vez a mayor velocidad porque, evidentemente, me estoy haciendo mayor. 

   Que me hago mayor me lo recuerda mi espalda cada mañana cuando pasa de reposar sobre mi colchón y comienza su andadura de "homo erectus" para el resto de la jornada; me lo recuerdan mis canas, contra las que peleo sin cuartel y con la ayuda de un tinte que también es cada vez más frecuente, para regocijo de mi peluquero. Me lo recuerdan los pantalones que se me quedan estrechos a pesar de que aún soy capaz de correr diez kilómetros en poco más de una hora, que ya sé que no es precisamente una marca de triatleta pero ya me gustaría a mí ver a más de uno en las mismas, ya. Y de paso me pregunto: si a mí con todas las calorías que quemo y gasto a golpe de zapatilla no me entran los pantalones,  que les ocurre a los demás? Como dirían mis adolescentes: ahí lo dejo...

   Me estoy haciendo mayor y si me distraigo y pienso momentáneamente que eso no me va a ocurrir, de repente salen en la televisión imágenes del "Un, dos, tres" o de Gaby Fofó y Miliki y se me encoge el estómago; o se celebran los veinte años de la caída del muro de Berlín y pienso que yo fui para allá seis días después y no me hago a la idea de que veinte años, como dice la canción, no son nada. Me hago mayor cuando repaso las efemérides de los cuarenta años de existencia del País, o cuando recuerdo el día en que me metí en el cine a ver "Que he hecho yo para merecer ésto", mi primer Almodóvar que tan rumbosamente le da título a este blog. 

    Me hacen mayor mis hijos, que probablemente piensan que soy incluso algo más allá que una señora mayor (una vieja, vaya) los hijos de mis amigos que son ya hombres y mujeres hechos y derechos, el carnet de identidad que renuevo y voy ya por el cuarto o quinto modelo diferente; me hacen mayor las series de televisión que no me da tiempo a ver, los raperos que no entiendo y los Youtubers que secretamente desdeño. Me hacen mayor los móviles que no sé usar, las televisiones que no sé encender y las lavadoras que se pueden programar, a saber para qué. Y voy a para porque la lista es de no acabar. 

   Y a todas esas cosas, e incluso a todas esas personas les perdono el que me hayan convertido en una señora mayor, algo que iba a ocurrir y para lo que me estaba preparando. Para lo que no estaba preparada era para que un grupo de jóvenes (y sobradamente preparados) políticos que se han echado al ruedo del Parlamento después de haberse echado al ruedo de acampar por las calles digan algunas cosas coherentes mezcladas la mayoría con salidas de pata de banco más que considerables y proyectos que ellos mismos saben que no podrán ser. No estaba preparada para reconocer que mi tiempo y las cosas en las que creía sean obsoletas y pasadas de moda, mis ideas trituradas por "la centralidad de los tableros políticos" (lo que oyen) y la izquierda y la derecha sobrepasadas por unas mareas y confluencias (antes se llamaban partidos) con títulos inverosímiles que acuden a la casa de todos, que no es la iglesia sino el parlamento vestidos de lagarteranas y al ritmo de "Paquito chocolatero", lástima que no tengo el vídeo para ponérselo. No estaba preparada para hacerme electoralmente mayor y eso, Pablo, Errejón, Carolina, Albert y Colau y demás compañeros, eso no os lo perdonaré jamás, habéis oído? jamás.



lunes, 18 de enero de 2016

Juegos sintácticos

    Dicen todos los informes de los expertos pedagogos que nuestros herederos cada vez escriben peor, y no sólo con más faltas (algo remediable con los dichosos correctores informáticos) sino que apenas saben hilar dos frases ni expresar una idea con cierta claridad. Supongo que tienen razón y que de ello tienen mucha culpa las pantallas y esos heroes llamados "youtubers" que sólo hablan y hablan y, por cierto, no con mucha corrección; comparado con ellos, las viñetas del Capitán Trueno o de Mortadelo y Filemón son auténticas exposiciones de motivos...Escritos, por supuesto.

    Escribir debe de dar una pereza infinita a quien le resulta una tarea esforzada, que dado lo fácil que resulta apretar una tecla, debe de ser un suplicio para casi todos los que tienen ahora menos de treinta años. Quizás si inventaran tantos juegos de escritura, como Sudokus y demás rompecabezas matemáticos hasta habría algún aficionado. Yo les propongo uno en las líneas que siguen, bastante inocente, y de paso les cuento lo que da de sí una tarde de domingo de invierno. 

   El juego comienza con una sencilla frase: "Ayer fui al cine". Frase clásica de sujeto, verbo y predicado (lo he comprobado con mis críos, aún se llaman así) que además es verdad porque  ayer fui al cine. La frase es simple y no añade demasiada información, pero podemos enriquecerla: "ayer por la tarde fui al cine con amigos". El añadido de los adverbios da información pero no parece que la haga más interesante, aunque con un poco más de dosis adverbial hasta puede adquirir otra dimensión: "Ayer por la tarde fui al cine solamente con amigos"."Solamente" ya nos deja con ganas de saber más: fui al cine con un grupo de gente donde todos eran amigos? Otras veces voy al cine con gente de la que no soy amiga? Hay veces que voy con amigos y otras que no? Para que quede claro, al cine voy casi siempre con mi santo varón, porque es una afición que compartimos y suelen gustarnos las mismas películas, y si no voy con él, suelo ir con mis hijos, que también me han salido aficionados, a Dios gracias. Así que habrá que seguir añadiendo elementos esclarecedores a nuestra frase.

    "Ayer por la tarde fui al cine a una sesión especial, sólamente para mí y mis amigos". La frase ya se está poniendo curiosona, y añade unos cuantos complementos que aclaran el misterio de los amigos. Y si seguimos por esa línea diré: "Ayer por la tarde, fui al cine a una sesión especial, donde vimos una película antigua, solamente para mí y mis amigos". Ya ven ustedes que lo de ayer no fue una salida al cine cualquiera, pues no siempre, salvo en las filmotecas y festivales, se tiene la oportunidad de ver una película antigua en la gran pantalla; algo absolutamente recomendable si la película es buena, con buen sonido, las butacas confortables y la compañía excelente. Nos ha hecho falta introducir una oración subordinada y retorcer la frase principal un poco, pero ya sabemos más cosas de mi cine de ayer que al principio de este texto no sabíamos. Hemos llegado al punto en el que la frase está como las claras a punto de nieve y no hay que seguir batiendo. Si quisiéramos añadir más información habría que poner algún signo de puntuación y seguir con otra frase, donde explicaremos que es estupendo pasar una tarde de domingo en una pequeñísima sala de cine con un puñado de amigos, donde puedes hasta hacer algún comentario en alto y todo; que es una forma genial de hacer un regalo de cumpleaños sin que para ello te obliguen a vestirte de un color determinado ni a llegar media hora antes que el homenajeado que, por supuesto, no sabe nada de la fiesta que le están preparando. Así de simple: una sala de cine, una película antigua y buena y  un montón de personas que se aprecian y aprecian al cumpleañero.

    La vida a veces es sencilla y la complicamos innecesariamente. Es como la frase simple de sujeto, verbo y predicado:  basta con ir añadiendo adjetivos, preposiciones y adverbios para hacerla más difícil y a la vez, para saber más de ella y tener más información. Hacerse mayor debe de parecerse, en el fondo a una frase que vamos retorciendo, subordinando y adornando durante toda nuestra existencia. Y ahora, a hacerle frente a la semana bajo cero, a la que pueden adornar con todos los adjetivos calificativos (y despectivos)  que ustedes quieran!

viernes, 15 de enero de 2016

Café para todos

    Ahora que los diputados ya están sentados en sus escaños, la Infanta sentada en el banquillo de los acusados, y la Generalitat tiene un nuevo President que apenas se ha sentado en el sillón del peluquero, me puedo yo sentar frente a mi máquina de escribir (ay! eso me recuerda la Olivetti portátil que una vez me trajeron los Reyes, donde habrá ido a parar...) llamada en este siglo, ordenador,  para escribir de cosas menos serias que las de los últimos días. Vamos a hablar del café. 

    El café es ese brebaje espabilante y altamente adictivo que por obra y gracia de unos avispados publicitarios, que pillaron a George Clooney en estado de gracia y le convencieron para anunciar una cafetera, se ha convertido, además en una moda y objeto de debate mediático. Resulta que donde antes se abrían restaurantes y bares de copas, ahora se abren cafeterías que nada tienen que ver con aquellas en las que merendaban nuestras tías abuelas y bares de tapas rarísimas e indescriptibles que vienen a llamarse "gastrobares" (otra pesadilla cualquiera) con los que ya me meteré otro día. Es más, ya ni siquiera sé como se llaman esos garitos donde sólo se toma café de mil y una formas y aromatizado con piña y maracuyá, porque me he enterado que quienes trabajan en ellos y sirven cafés, no se llaman camareros sino "baristas" (que debe venir de "bar" digo yo) y la cosa me resulta un tanto confusa.

    Yo me quedo con el café de toda la vida, el sólo, no muy cargado y con un terrón de azúcar, al cual tuve una época en la que me hice adicta y que si no hubiera sido porque por él y por alguna que otra circunstancia se me hizo una úlcera en el estómago, aún hoy en vez de dármelo de premio me lo tendría que quitar de la vista. El café es una droga, se lo digo yo, e  iría a contarlo a un corrillo de esos que hacen los americanos para confesar sus vicios, sino fuera porque, insisto, la úlcera me avisó a tiempo.

    Porque el café es, además, la historia de mi vida: el olor de mis despertares de niña, las noches en vela de estudiante, las tiendas de Portugal donde íbamos a comprarlo porque era (y es) infinitamente mejor que el español; el café es Italia, donde el olor se expande  por las calles, los bares de carretera, los de las estaciones de tren a las seis de la mañana, las horas en una terraza arreglando el mundo cuando éramos dulces pájaros de juventud. Es el tiempo para desayunar los domingos y la bienvenida al amigo de paso, es la charleta con la vecina los viernes y la pausa de mediodía con los colegas que, afortunadamente, muchos son también amigos; y es uno de los viajes más alucinantes que he hecho en mi vida, justamente, a la región cafetera de Colombia, una maravilla para los sentidos donde además se cultiva, sin discusión ninguna, el mejor café del mundo. Y donde aprendí que la borriquilla que cargaba los sacos de Juan Valdés (el del anuncio del Cafe de Colombia, recuerdan?) se llama "Conchita"...Tengo una en casa de peluche que se trajo mi hija de recuerdo.

    Y tengo que lamentar, como cada vez que regreso de mis vacaciones, que en España se empleen a fondo en hacer mal el café, que allí es un brebaje espeso, oscuro y requemado, que sale de unas máquinas que hacen un ruido infernal y que ya ni me atrevo a pedir por las cafeterías porque creo oir los gritos de mi estómago desde fuera pidiéndome por favor que no le castigue con tal píldora de ácido sulfúrico. Las pocas veces que no puedo resistirme lo acabo pidiendo con leche para pasar el amargor. No entiendo cómo después de tantos años de meternos con los portugueses y con sus cosas no se nos ha pegado un poquito de su arte cafetero, que está a años luz del nuestro. Ya veo a toda una banda de mis lectores afilando los cuchillos, especialmente esa franja que me dice que "como en España no se vive en ningún sitio"...Vivir puede, pero el café, mejor tomarlo en otros países. Aparte de nuestros vecinos, los italianos y los austriacos podrían dar unas cuantas lecciones a todos esos "baristas" de franquicia que repueblan las calles y los locales comerciales de la España que sale de la crisis y abre tiendas. Ni por esas...Y como me he extendido, ya ni me queda espacio para hablar de la pesadilla asociada al mal café que es la dichosa maquinita de George Clooney, que si no fuera porque la anuncia él me pregunto cuando la inventaron si habría salido adelante, visto el precio, el precio de las capsulitas y lo que contaminan. Ese capítulo lo dejamos para otro día, de acuerdo? Y disfruten mañana por la mañana de su café del sábado, sin prisa, sin recalentar y a ser posible con buena compañía.

   Les dejo con un clásico del tema cafetero, cantado y tocado por unos colombianos que acabo de descubrir.  Ello sí que saben.


domingo, 10 de enero de 2016

Grandes problemas, pequeñas solucciones

    Otro de mis descubrimientos no tan recientes ha sido el blog de un señor llamado Víctor Lapuente. Y quién es él? pues un profesor de la Universidad de Goteborg en Suecia y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford; tiene 39 años y es aragonés de nacimiento. Su trayectoria vital podría ser la mía (aunque la suya con mayor excelencia académica) y la de muchos españoles brillantes de su generación que andan por el mundo desplegando el talento que adquierieron en España gracias a que las universidades públicas funcionaban (en pretérito imperfecto) como debían. Acaba de publicar un libro titulado "El retorno de los chamanes" (editado por Galaxia) donde habla de la política de nuestro tiempo y de las formas, a veces peculiares de gobernar un país. Yo sigo su blog (www.victorlapuente.wordpress.com) porque analiza España desde fuera de España, que es algo que yo misma hago y tanto me reprochan, qué se le va a hacer. 

    Me parece muy interesante su posición y análisis sobre la corrupción, que es la primera preocupación de los españoles en las encuestas y ha sido prácticamente el monotema de la pasada campaña electoral. Lapuente afirma que nos equivocamos en el diagnóstico, porque en el fondo, España no es un país mucho más corrupto que los que le rodean. En España, la corrupción existe, claro que sí, pero no es sistémica, no actúa en todos y cada uno de los actos cotidianos de la ciudadanía. Quieren ejemplos?  Los españoles acuden a la seguridad social y no pagan a ningún médico para conseguir ser operados con más rapidez, como si ocurre en Grecia. Las multas de tráfico se suelen pagar, cual no es el caso de Italia ni de Portugal y las inspecciones de la Agencia Tributaria son serias y aún producen temblores en quienes las sufren: en Grecia o Rumanía se amañan las inspecciones con los inspeccionados. Los niños españoles tienen acceso a una educación pública razonablemente buena sin tener que pagar sumas desorbitadas por acceder a mejores colegios (como en Gran Bretaña) o hacer trampas sobre su lugar de residencia para escapar de ciertas escuelas mediocres (como en Francia). Los funcionarios públicos desempeñan su trabajo casi con dedicación exclusiva y sin eludir impuestos como hacen los funcionarios griegos y buena parte de los de los antiguos países del Este.

    A pesar de ello, el 95% de los españoles encuestados aseguran que la corrupción es enorme y está por todas partes; cuando si se analiza friamente el fenómeno nos damos cuenta que la corrupción afecta principalmente a los partidos políticos y su sistema de financiación y a los ayuntamientos y sus relaciones con constructoras, empresas turísticas y contratas públicas. Como hemos exagerado el problema sin buscar su raiz, ahora todos proponemos solucciones igualmente exageradas, ya vengan de la derecha o la izquierda;  porque para acabar con la corrupción municipal no hay que suprimir los ayuntamientos sino sacar de ellos a quienes se lucran indebidamente. Como tampoco es necesario privatizar los servicios públicos para terminar con las licitaciones fraudulentas, sino establecer sanciones durísimas contra quienes, desde dentro utilizan el sistema en beneficio propio. 

    Los errores de apreciación de la realidad han dado siempre muy mal resultado a través de la historia. Donald Trump o Marine Le Pen existen casi por la misma confluencia de motivos que existieron Hitler o Mussolini. El populismo, ya sea de derecha o de izquierda, siempre quiere arrasar con el sistema vigente (democrático casi siempre) para aplicar solucciones radicales y desproporcionadas a problemas que no lo son. Quizás porque el problema, en el fondo, no era tan gordo, y la solucción poco convincente,  quienes deberían haber sido castigados en las pasadas elecciones no lo fueron tanto...

    Qué hacer? De entrada enseñemos a nuestros hijos que no hay que copiar en los exámenes, ni colarse en las colas, ni piratear películas ni videojuegos. Que no hay que aparcarse en las plazas de  aparcamientos para minusválidos ni procurarse una falsa autorización para ello. Que no se comprar coches trucados ni balones cosidos por los niños del Tercer Mundo. Ya, ya sé que es duro y sé de lo que hablo porque, servidora, es ver una cola en el cine y el primer impulso es intentar saltármela. Ser inasequibles ante la corrupción en más duro que resistir a los pecados de la carne, no comer chocolate y no ver la nueva temporada de "Cuéntame";  pero como solucción, me parece menos costosa que sufrir el gobierno de un desaprensivo racista o de unos fanáticos religiosos.

    Muy a mi pesar, me veo votando de nuevo dentro de tres meses, así que probemos a dejar de votar a quienes presentan corruptos en sus listas, e incluso a quienes los excusan y los cobijan. Quizás así nos libremos de la versión española de  Donald Trump o de la niña Le Pen, que es lo último que necesitamos. Para aquellos que no estén al tanto, les diré que el Mesías ya llegó una vez y que tampoco dio tan buen resultado...

jueves, 7 de enero de 2016

El arte de preguntar a quien sabe

    Estas vacaciones he estado a punto de comprarme "El arte de la guerra" de Sun Tzu, que estaba rebajadísimo en El Corte Inglés. No es que me atraiga la filosofía china, pero pensaba yo que el libro de cabecera de Emilio Botín, con el que (dicen los que le conocieron) consiguió multiplicar el patrimonio heredado de su padre, convertirse en el primer banquero de Europa, criar seis hijos y que ninguno le saliera un crápula y estar felizmente casado con la única mecenas de las artes que hay en España además de conseguir llevarse bien con todos los gobiernos de la democracia sin importarle el color y hacer grandes negocios con todos ellos; digo yo que de ese libro algo se puede aprender. Ya ven ustedes, yo soy una de esas personas ridículas que aún piensan que de los libros se puede aprender algo, o por lo menos, una parte de lo bueno que otros aprendieron de ellos. 

    Pensaba yo que quizás este embrollo de la política nacional, que a mi me sigue pareciendo apasionante y que tanto preocupa a mis mayores, quizás se pudiera soluccionar si los que tienen que remangarse y ponerse manos a la obra leyeran los libros adecuados, y preguntaran a las personas correctas. De los libros adecuados se me ocurre uno que, además se acaba de publicar en castellano por primera vez: "Las posibilidades económicas de nuestros nietos", escrito en 1930 por un sabio llamado Keynes y como les digo, recién traducido para su comodidad castellanoparlante. No hay otra verdad económica mejor contada que ésta, se lo aseguro. Otro libro importante que yo he releído recientemente y también publicado en español para nuestros políticos alingües: "Las identidades asesinas" de Amin Maalouf, publicado hace veinte años sobre los conflictos religiosos y la lucha por defender la propia identidad, tan actual como si lo hubieran escrito el lunes pasado. 

   Lo de preguntar a las personas adecuadas quizás sea más delicado. Parece que esta gente política se gasta un pastón en dejarse asesorar por ciertos gurús mediáticos que les interpretan las encuestas, les inventan unas frases ocurrentes y les dicen lo que tienen que ponerse para salir en televisión. Me sigue quedando la duda de si les cuentan realmente cómo está el patio, es más creo que ya ni los de Podemos preguntan a quienes saben de verdad. 

    Yo le preguntaría a los padres de la Constitución, y con prisa porque ya quedan pocos vivos, a saber: Miguel Herrero, José Pedro Pérez-Llorca y Miquel Roca, aunque a éste último lo dejaría un rato en cuarentena, porque es el abogado defensor de la Infanta Cristina, por lo menos en lo que se celebra el juicio. Si yo fuera de Podemos, le preguntaría especialmente a Felipe González y Alfonso Guerra, que fueron capaces de convertir una panda de barbudos y progres que se negaban a ser comunistas en un partido con sentido de estado, algo aprenderían, digo yo.  Y le preguntaría a Forges, que cada día del año (desde 1965) dibuja una viñeta donde no falta ni sobra nada y donde siempre da en el clavo. Le preguntaría a Amancio Ortega, que es un nuevo rico que no lo parece, y a Ana Botín, que es una rica de toda la vida que sí lo parece pero no hace el canelo por las revistas. Le preguntaría a Vargas Llosa, ahora que ya se ha mudado a España y se va a casar con una señora que ha sido durante cuarenta años la reina de la prensa del corazón; él,  que ya se casó antes primero con su tía y luego con su prima debe saber bastante de con quién hay que juntarse y con quién no.

    Y hay una habilidad especial que tenemos los padres de familia y que los políticos no tienen y es la de saber hacer ciertas promesas, y formularlas de cierto modo para poder retractarnos si llega el caso. Por lo que veo en el gallinero nacional, los gallos no se ponen de acuerdo, entre otras muchas cosas, porque son deudores de sus promesas electorales, algunas disparatadas, qué le vamos a hacer. Resulta que a todos los mortales nuestros padres nos prometieron juguetes que nunca tuvimos, viajes que nunca hicimos y realidades de color de rosa que nunca se cumplieron, y no por ello les queremos menos. Ahora hay una generación de padres de Super Nanny que no hacen promesas que no puedan cumplir y parece que no por ello los hijos salen más derechos, yo me atrevería a decir que incluso todo lo contrario. La promesa bien formulada es un arte que se ha perdido, y era la puerta abierta a unas esperanzas que aunque no se colmaran,  al menos generaban ilusión y ganas de hacer cosas. 
     Desde este señor del vídeo, ya nadie sabe hacer promesas, incluso con la idea de no cumplirlas. Y nosotros, los niños de las promesas incumplidas que les perdonábamos a nuestros padres, aquí estamos viendo como los más jóvenes se enrocan en unas promesas descabelladas que les impiden dialogar. Sería el amor paterno la clave de todo? Serviría si se lo aplicáramos a nuestros políticos? Hay algún libro donde se lo expliquen?

lunes, 4 de enero de 2016

Un año más, un año menos

    Feliz Año Nuevo a todos mis amables, sufridos y persistentes lectores. Veo con sorpresa que, casi cada año de los cuatro que llevo escribiendo esta sarta de pensamientos inconexos, he comenzado el año bloguero un 4 de Enero. Será cosa de respetarlo a partir de ahora, no vaya a ser que el año que empiece en otra fecha se me caiga una teja en la cabeza; o será cuestión de imitar a grandes supersticiosos que comienzan sus libros siempre en la misma fecha, como Isabel Allende, que vaya por donde vaya la historia, jamás empieza el libro en otro día que no sea el ocho de Enero. Si las musas se fijaran en mí como se han fijado en Isabel Allende, tampoco me importaría nada ponerme el día de hoy como fecha a no faltar, pero me temo que las musas están entretenidas en otra parte. 

    Desde hace cuatro días se abren las puertas de un año nuevo, que, si me permiten ustedes la primera referencia cinematográfica del año, como diría Forrest Gump "la vida es una caja de chocolatinas, nunca se sabe la que vamos a sacar";  como el año nuevo, que nunca sabemos por dónde nos va a salir.


    Yo, como soy optimista hasta la enfermedad, pienso que va a ser estupendo. Aunque ya les digo que mi optimismo es incurable: fíjense que el día después de las elecciones escribí que el resultado era bueno para España y sus políticos porque les enseñaría a dialogar...Y miren qué diálogo de sordos están practicando desde entonces. Como me dije a mi misma que cumplir cincuenta no significaba nada y que me sentía como una quinceañera y desde que los cumplí cada vez que voy a un médico me programa una intervención con su anestesia y todo; otra prueba de optimismo irrendento. 

    En cualquier caso, el año nuevo es un año más por vivir, experiencia que vale la pena digan lo que digan (los pesimistas sobre todo) y también un año menos que nos queda; cójase la botella medio llena o medio vacía por donde ustedes convengan. Yo me quedo con la medio llena y desde aquí, a esta hora de la tarde en la que es noche cerrada y después de haberme zampado medio Roscón de Reyes regalo de la santa de mi amiga Guiomar, que me lo trae cada año a mi vuelta de España para que no me de el bajón postvacacional; desde aquí proclamo que el 2016 va a ser un gran año, sí señor! Entre otras cosas porque es par y a mi me gustan los números pares y siempre me han ocurrido grandes cosas en ellos. 

    Ustedes hagan sus listas de deseos y si se encuentran en España, de paso, la de los Reyes Magos, que siempre dejan algo. Yo pido correr media maratón en dos horas y quince minutos sin que en la meta se me salga el hígado por la boca porque  lo intento cada año y no se me logra. Como pido que mi cintura no ensanche como si fuera la cámara de una bicicleta vieja, pues ya me quito yo de muchas cosas que la inflarían y a pesar de todo (misterios de la edad madura) se sigue dando de sí. Pido poder volver a pisar territorio americano, donde tanto me divertí el pasado verano antes de que ese ser de pesadilla con peluquín e ideas racistas llamado Trump se convierta en presidente. Que no? Yo no apostaría mi mano derecha, a riesgo de perderla, pues cosas peores se han visto en la historia. Quiero volver a ver a mi amiga Silvia, que sólo está a a dos horas de tren de mi ciudad, como yo de la suya, pero parece que tuviéramos un océano por medio entre las complicaciones de su calendario y las mías. Quiero festejar con mis amigos los que llegaron a esta capital europea hace veinticinco años como yo tan tremenda efemérides, y el cuarto de siglo que llevamos viviendo juntos cuando, en principio,  todos estábamos por aquí de paso. Como algunos de ellos son mis lectores espero que se den por aludidos. 

    Quiero luz y cielo azul (sobre todo porque sé que no lo voy a tener) como quiero el mar a la puerta de mi casa o los abrazos de mis hijos cuando eran chicos, o el olor de las panaderías de mi tierra, o el de las churrerías en verano. Quiero salud para los que me acompañan, porque es políticamente incorrecto que la pida sólo para mí. Quiero resucitar a mis muertos más allá del famoso tercer día, que está muy visto, y quiero tocar media sonata de Beethoven (una entera ni se me pasa por la cabeza) antes de que mis neuronas se pongan ms tiesas que las de la momia de Tutankhamon, que todo llegará. Hoy no tengo el día altruista, qué le vamos a hacer;  para pedir paz en el mundo, y amor fraternal entre los humanos mejor vayan ustedes a Facebook y cuelguen una foto de esas con pajarillos y monjes budistas. Yo les deseo feliz año de nuevo y les dejo una canción, que retrata mi estado de ánimo: curioso, optimista, expectante y vivo. Nos vemos en pocos días con mis protestas habituales.