jueves, 28 de diciembre de 2017

La columna

    Creo que ya he contado que soy una periodista frustrada, incluso frustradísima. Y creo que todos los blogueros somos periodistas frustrados,  que nos desahogamos en un blog ya que no hemos encontrado un periódico que nos lo permita. Y dentro de la prensa, como no soy especialmente osada y jamás podría ser reportera de guerra o algo por el estilo, envidio a los columnistas, y a muchos de ellos  también los admiro. Y admiro sobre todo a aquellos que tienen columnas en los semanarios y suplementos dominicales, que tienen que escribir con una semana de anticipación sobre asuntos que, para cuando la columna se publica, han dado mil vueltas y ahí es donde se ve la madera del buen columnista: aquel que es capaz de escribir de la actualidad cambiante sin que lo que escribe deje de estar de actualidad aún publicado una semana después de escribirlo. 

   Yo me voy a prestar al juego, asumiendo que no soy (ni seré nunca) columnista.  Estoy escribiendo estas líneas, que no aparecerán hasta la semana que viene, en la víspera de la madre de todas las elecciones, cuando los sondeos lo único que cuentan es que ha subido la participación. Me juego una mano (las dos nunca) a que la cosa va a seguir estancada en ese 50/50 que desespera a los muy extremos de ambos lados y que los no extremistas (yo quisiera encontrarme entre estos últimos) creemos que se arreglaría dialogando sin apasionamiento. Así que me temo que nos aguardan varios telediarios navideños con el asunto en liza, aburrido donde los haya y estancado,  más que una charca. Y si comenzáramos ya de una vez por todas a enseñar a niños y jóvenes el valor de un dialogo sereno, sin banderas, sin amenazas policiales y si me apuran, hasta en inglés, para que ni la lengua sirva de excusa?. La otra opción es seguir votando  hasta el aburrimiento, o como decía la película, hasta el infinito y más allá. 

    De aquí a la semana que viene, unos cuantos españoles van a ser millonarios gracias a la lotería, y yo sé que no seré uno de ellos; y lo sé sin tener que ponerme a aplicar complicadas reglas de probabilidad: no me va a tocar por la sencilla  razón que no juego. Aunque bien pensado, esta vez sí que tengo una participación que me vendió mi amigo el jardinero sabio de Ayamonte, al que se la compré porque era para una asociación benéfica y porque yo siempre hago caso de todo lo que él me dice en varios sujetos que tienen que ver mayormente con las plantas, el mar y las mareas; él me aseguró que iba  a tocar y yo le compré la participación, sabiendo a ciencia cierta, sin ser experta en plantas ni mareas, que no nos tocará. Así que cuando este blog con pretensiones de columna vea la luz, seré tan pobre, o tan rica como soy en el momento de escribirlo.

    Y cuando ésto que escribo vea la luz, calculo que ya habré engullido de dos a tres hogazas de pan, bebido una docena de cañas al menos, y comido  testimonialmente dos o tres langostinos congelados de esos que cada año a Dios pongo por testigo que no volveré a probar. Habré empezado la quinta temporada de "House of Cards" y  espero haber encontrado hueco para ir con mi heredero a ver el octavo episodio de "Star Wars", que tendré que ver doblado al español muy a mi disgusto y el suyo, pero una promesa es una promesa. Los malo columnistas escribimos pretendidas columnas que serán de actualidad dentro de una semana, utilizando información privilegiada (como lo que les cuento en este párrafo) e intrascedente para el devenir de la humanidad...Por eso nos metemos a blogueros, me entienden ustedes ahora? Que siga la fiesta navideña.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Felicitaciones

    La Navidad provoca sentimientos encontrados y en muchos casos opuestos, se sabe. Felicitarlas es a veces un ejercicio arriesgado, porque si cae uno sobre esos siesos que andan por el mundo odiando la Navidad (y al género humano hasta me atrevería yo a decir) se puede uno encontrar hasta con una impertinencia. Bien, pues a mi me gusta felicitar la Navidad, porque no sé si es por la falta de luz, los años y las canas que voy peinando, o vaya usted a saber, pero en esta época del año el corazón se me ablanda y me pide ver de nuevo la muerte de la madre de Bambi en el cine, o la de ET. Hoy hasta se me han saltado las lágrimas con una de las niñas de San Ildefonso que cantaba los números mejor que Pavarotti muchas arias; con eso se lo digo todo. Así que aquí tienen mis felicitaciones especiales, de esta serie que llevo varios días escribiendo, con propósito navideño. 

    Feliz Navidad a Inés Arrimadas, no sólo por sus resultados, sino por haber aprendido catalán de adulta y demostrar que se puede querer a una tierra, e incluso ser capaz de gobernarla sin ser un Pata Negra de la misma tierra gobernable; y por cierto, me he enterado que por sus venas corre buena parte de sangre de la mía (de mi tierra quería decir). Feliz Navidad a Mariano, porque ha conseguido hacer de unos peleles, auténticos mártires canonizados en un proceso más rápido que si el Opus Dei se lo hubiera financiado. Feliz Navidad a Hillary Clinton, que este año, por fin, va a ejercer de abuela, comprando regalos y horneando galletas por toda ocupación. Y feliz Navidad a Melania Trump, que, pobrecilla, no le quedará otra que pasarla con su marido. 

    Feliz Navidad a los niños de San Ildefonso, que aunque ya no sean huérfanos como antaño, son muchos de ellos  buen ejemplo de las cosas que los niños hacen bien para remediar lo que los adultos hacemos mal: léanse la historia de la niña que ha cantado hoy el gordo, lean. Y con ellos, feliz Navidad a los que cobran el salario mínimo en España, que es un insulto comparado con el de muchos de sus vecinos europeos; a los policías y militares que vigilan nuestras ciudades intentando evitar que los mártires religiosos lleguen al paraíso a nuestra costa. A los maestros y profesores que creen que es posible ejercer un oficio que se llama educar; a los bomberos, las enfermeras y enfermeros de guardias interminables y todos los que trabajan en esas seguridades sociales que son un lujo que no queremos ver que lo son. 

    Feliz Navidad a Raphael, que parece que está pachucho y que últimamente es la banda sonora de mi hogar en los ratos en los que todos estamos de buen humor; a  Martin Scorsese, Steven Spielberg, Angela Lansbury, a Woody Allen, a Alex de la Iglesia, que en los últimos años me divierte más que Almodóvar; a María Dolores Pradera, que ya no canta pero le encanta a mi madre; a Julie Andrews, que tampoco canta ya y me encanta a mí y a Harry Styles, que no sé quien es,  pero creo que canta y le gusta a mi hija. Feliz Navidad a Antonio López, a Daniel Baremboin, a Elvira Lindo, Rosa Montero y Manuel Vicent, por sus columnas. A Mario este año lo voy a castigar sin felicitación porque desde que lo vi en el reportaje de la boda de la niña Boyer me dije que había perdido el Norte. Feliz Navidad a la reina Isabel de Inglaterra, gracias por vivir tantos años como para que hagan series de televisión tan apasionantes como "The Crown".

    Feliz Navidad a todos los niños que esperan juguetes, los traiga quien los traiga, y especialmente a esas niñas que ahora pueden pedir juguetes de niño (y no como antes) y que serán quienes rompan esos dichosos techos de cristal contra los que seguimos chocando. Feliz Navidad al señor que toca la trompeta en el metro, al que barre la acera y al que empuja la silla de ruedas del enfermo. Al panadero que hornea de madrugada mis hogazas de vacaciones y al que se levanta pronto para venderlas; a los churreros de toda España y a los jamoneros de mi tierra. 

    Y feliz Navidad a todos mis lectores y, espero,  amigos, que deben llevar ya cuatro párrafos de lectura preguntándose si en esta lista eterna no les llegará el turno a ellos. FELIZ NAVIDAD. A disfrutarla.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Manual de supervivencia para mesas navideñas

   Cuando termine esta semana, casi todos ustedes se habrán sentado en una mesa navideña, rodeados de parientes y/o amigos. Digo "casi" porque salvo si son replicantes venidos de otro planeta, soldados destinados en Afganistán,  o pertenecen a ese género humano (humano?) que asegura que pasa de la Navidad, de la gente, de su familia y que no tiene miedo a morir solo; salvo estos casos, digo, todos nos vamos a sentar en una mesa a celebrar la Navidad y sus circunstancias. 

    En esas mesas donde se sirven una y otra vez langostinos congelados bajo la promesa de "vais a ver, me ha dicho el pescadero que los de este año son buenísimos"; donde hay un cuñado que cuenta chistes de catalanes, un adolescente que por no soltar el teléfono es capaz de desencadenar la Tercera Guerra Mundial en forma de refriega familiar y una abuela sorda, o una tía con Alzheimer, o una sabia combinación de todos esos elementos. Contado así, casi que dan ganas de marcharse a Afganistán, pero no, estaremos casi todos (vuelvo a insistir en el "casi") sentados en la mesa porque a los humanos normales, la repetición de las tradiciones, por mucho que las odiemos, nos da una sola certidumbre pero muy necesaria: la de que estamos vivos un año más; y accesoriamente la de que alguien, aunque nos invite a langostinos congelados, nos quiere. Y por cierto, a esos pescaderos españoles que venden en estos días cajas y cajas de langostinos ecuatorianos congelados  bajo la promesa de "los de este año son buenísimos, ya verá usted" yo les llevaría directamente ante la corte penal internacional de La Haya.

   Pero la necesidad de cariño que nos empuja a todos a la mesa navideña no debe estar reñida con ciertas reglas de supervivencia para afrontarla. La primera, por supuesto,  es no hablar de política, y este año, con los vecinos del nordeste, dando guerra como ello saben, va a ser complicado. Yo propondría limitar las bromas y chanzas a Puigdemont, que al fin y al cabo ha conseguido poner a todo un país (e incluso a varios otros países) de acuerdo en que es un fantoche. Si Puigdemont se convierte en un tema espinoso, siempre nos queda Donald Trump, que da mucho juego y nos queda ms lejano.  La segunda, relajar la etiqueta y hacerse a la idea que las familias del siglo XXI tienen miembros no sólo de todo credo y condición, sino de muchos y variados países. Y si al novio australiano de la hija le da por echar mano al muslo de pavo, y se niega a probar el turrón porque le parece argamasa, pelillos a la mar. La variedad nos enriquece a todos, incluso sobre el mantel y a la hora de manejar la pala del pescado que, por lo que sé, el saber usarla no le ha procurado a nadie un master en Harvard ni una oposición de notario. . 

   Relajémonos, sobre todo antes de acudir a la llamada de la mesa navideña. En Castilla tenemos la sana costumbre del "café torero", no me pregunten por qué se llama así. Consiste en quedar con tus amigos del alma el día de Nochebuena a mediodía (visto que luego cada uno se va con su familia) y ponerte ciegoa cañas y pinchos que terminan al las ocho de la tarde cuando todos nos tenemos que ir a poner la mesa. Tiene un efecto terapeutico infalible y les aseguro que uno llega a la mesa de los parientes con mejor ánimo, y más predispuesto a tolerar todo lo que nos molesta. Ojo! No hay que sobrepasar ese punto delicado en el que la alegría del alcohol da paso a las lágrimas u otras secreciones menos agradables. Habrá quien para relajarse antes de una cena familiar necesite dos horas de yoga o correr una maratón, yo he probado el café torero con mis amigos y últimamente ya hasta con sus hijos y los míos y les aseguro que funciona. Ya me dirán.

   Ayuda mucho el repetirse como un mantra que, al fin y al cabo, son dos o tres veces al año y que no está tan mal que de vez en cuando obliguemos a esta nuestra voluntad moderna consistente en darse gusto y hacer permanentemente lo que te pide el cuerpo ( yo aún no he encontrado ese Karma y a este paso envejeceré sin encontrarlo) a hacer algo que va en contra del "haga usted lo que le de la gana" que tanto recetan los psicoterapeutas. La voluntad antigua de nuestros mayores les decía precisamente que eso no era posible y el siglo XX se construyó, precisamente, a fuerza de grandes personajes que nunca hicieron lo que les dio la gana. Los grandes personajes del siglo XXI aún no han aparecido...

    Y con esta nota filosófica me despido por el momento. Tomen nota. Y disfruten de su mesa navideña. Sólo es una vez al año.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Carta al amigo invisible

    Querido amigo invisible, 
cuando leas estas líneas, quizás lleves varios días dando vueltas por las tiendas buscando un regalo para mí, que te he caído en gracia este año por riguroso y confidencial sorteo. Habrás mirado al cielo con resignación y te estarás preguntando por qué te tuvo que tocar a tí la más rara de la tropa, que ya es mala suerte. Me gustaría facilitarte la tarea y de paso, quitarme esa fama de complicada para regalar que, sinceramente,  no creo merecer. De paso, si alguno de mis queridos lectores tiene un arrebato de generosidad y quiere hacerme un regalo (no tiene que ser en Navidad) ya sabe donde agarrarse. Y de paso también, rompo una lanza a favor de todos esos seres humanos tachados de raros y raras simplemente porque no encuentran la felicidad en un centro comercial, en una perfumería, en una tienda de bolsos, zapatos, ropa o complementos.

    A mi el amigo invisible siempre me puede regalar un libro, con probabilidad alta de acertar, si logra evitar los premios Planeta y las trilogías españolas de crímenes y asesinatos en catedrales. Y si no acierta, siempre se puede cambiar por otro libro y asunto concluido. Cuando falla el libro, quedan las otras dos patas del taburete de tres que son los discos y las películas, porque servidora, aunque tengo Kindle, cuenta de iTunes y Netflix, es de esas antiguallas que compra discos y películas (soporte material que lo llaman). Llevaba años detrás de una antología de los Beatles, pero ya me la compré yo, pero aviso que aún me queda la integral de las sinfonías de Mahler, una buena versión de los conciertos de piano de Rachmaninoff (la que tengo no es buena) y mis obsesiones habituales: Frank Sinatra, Pink Martini, Ella Fitzgerald, los años '80, Piazzola, Beethoven y los viejos musicales de Broadway; no me dirán que no hay donde elegir! Y si lo ponen todo junto verán que hay una tienda de centro comercial  bien surtida en esos menesteres, llamada FNAC, que además tiene cheques de regalo. Y eso que ahora les ha dado por vender cafeteras y planchas y, francamente, ha perdido bastante encanto. 

    Al hilo de los pequeños electrodomésticos, ya te aviso, querido amigo invisible, que los detesto, como todo lo que tenga que ver con el menaje de hogar y sus tareas afines, la decoración, las cerámicas y derivados. Pero soy de buen beber y de mejor comer, y si me cayera una buena botella de orujo el día de autos, me iría tan contenta para mi casa, o una cesta de Navidad, con todos sus lazos y espumillones. Me encantan desde que de niña las veía dibujadas en los tebeos de Bruguera y el pobre Carpanta perdía la cabeza por ellas. También soy deportista, de deportes baratos además, como andar por los bosques, correr o nadar, así que salvando la complicación de las tallas, por ese lado también hay cómo dejarme contenta. 

   Y me gustan los tulipanes y las flores blancas, los cuadernos de páginas blancas también, las pashminas de colores que no me hagan parecer una ilustre dama ni una candidata al hogar del pensionista. Y colecciono pañuelos Hermés, que ya sé que son palabras mayores para el presupuesto del amigo invisible pero lo pongo aquí para que vean ustedes que, en el fondo, tampoco soy tan rara. Y si todo ésto no es suficiente como idea, se puede hacer en mi nombre una transferencia a la asociación sin ánimo de lucro que, con voluntad de hierro y generosidad infinita gestiona mi amigo Claudio, gracias al cual, los niños de una escuela de barrio pobre de Puerto Príncipe en Haití comen una vez al día (la única en muchos casos) en el comedor escolar que gestiona la asociación. Visiten su página: www.tisourire.be. Les aseguro que, cada céntimo recogido va a parar allí; sé lo que digo y les ayudo desde hace años porque no se puede guardar el océano en un vaso de agua, y muchas ONG pierden fuelle por pretenderlo, ésta no. 

    Ya ves, querido amigo invisible, yo me ahorraría estas líneas porque tengo la teoría de que en Navidad los niños se merecen todos los juguetes y golosinas del mundo pero los adultos podríamos prescindir de hacernos regalos; como nadie me hace caso, intento facilitarte la tarea. A lo mejor sí que es verdad que soy un poco rara...

    Un abrazo, 
                                     C.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Pues vaya una ocurrencia!

    La "ocurrencia" va a ser dentro de nada una de esas palabras viejunas que solo usamos los que aún leemos a Galdós. Yo la oí mucho en mi niñez:  "pues vaya una ocurrencia" era la frase favorita de madre, abuelos y parientes varios; y aunque la ocurrencia venga definida escuetamente por el diccionario como "idea o pensamiento inesperado", yo añadiría a esas pocas palabras: "con consecuencias casi siempre nefastas". Porque si la idea o pensamiento inesperado sale bien, no hablamos de "ocurrencia" sino de idea brillante, o genial, o simplemente buena. Estamos de acuerdo, no? Les pongo unos ejemplos. 

    No he citado antes a mi padre como usuario de la palabra, porque precisamente mi padre era el rey de las ocurrencias...Con desiguales consecuencias. Sin aburrirles con historietas familiares, les diré que a mi padre se le ocurría pasar por su despacho a coger un papel cuando en casa estábamos esperándolo para salir de vacaciones con las maletas en la puerta, y la grúa le quitaba el coche por dejarlo en doble fila. O se le ocurría llevarme en su Vespa a coger un autobús para ir de excursión sin pararse a pensar que yo iba con maleta. Por no hablar de las muchas veces, al principio de mi exilio estudiantil,  que tuve que desplazarme a oficinas de correos varias porque le pedía un libro que me hacía falta y él aprovechaba el paquete y deslizaba un chorizo y y un salchichón, que en los tiempos anteriores al mercado único no eran mercancías bien recibidas allende los Pirineos. 

    Ayer mismo, leí en la prensa que a un Youtuber inglés  lo han atentido los bomberos a punto de ahogarse porque se le había ocurrido meter la cabeza en un microondas lleno de escayola y con sólo  una pajita para respirar. Porque claro, tiene un canal en Youtube donde para hacer gracia (que es lo único que hacen los Youtubers, y no todos) se admiten todo tipo de ocurrencias peregrinas. Cinco bomberos de la ciudad trabajando durante dos horas para sacar la cabeza del mameluco y posterior traslado a un hospital de la sanidad pública para que lo reanimen. Yo le pasaría la factura de todo ello y lo condenaría a trabajos forzados durante unos años, porque con los Youtubers estoy desarrollando tolerancia cero, precisamente por eso, porque viven de la ocurrencia, no de la reflexión. 

    Pero lo peor de las ocurrencias es cuando en vez de a un padre de familia o a un adolescente descerebrado se le ocurre a un gobernante, y éste incluso convierte la ocurrencia en un estilo de hacer política. Saben de sobra en quién estoy pensando. La última ha sido la de decir que Jerusalén es la capital del estado de Israel, para que mientras él pasa la Navidad en Florida jugando al golf, los habitantes de aquellas tierras se las pasen a pedradas. Y como esa tantas otras. Al ínclito Puigdemont se le ocurrió darse a la fuga tras el 1-O (una infantil manera de llamar la atención) y refugiarse en Bélgica, país de gentes pacíficas a quienes pretende convencer que su integridad  física (con flequillo y gafas) corría peligro  de haberse quedado en España, que es un país lleno de policías torturadores y ciudadanos franquistas, radicales e intolerantes;  y como los belgas no lo saben porque no viajan, no tienen Internet ni leen la prensa, pues ahí está él para explicárselo. Con un poco de suerte, hasta hace caer al mismísimo  gobierno belga en el intento que,  dicho sea de paso, también tiene en su coalición a unos cuantos que gobiernan a golpe de ocurrencia. 

   Las ocurrencias de mi padre eran molestas pero inofensivas, las de los Youtubers, ridículas; pero las de los gobernantes, cuando pasan a la acción,  son peligrosas. A qué estaremos esperando para echarlos?

  

domingo, 10 de diciembre de 2017

A menudo los hijos...

   Cantaba Serrat en una de sus canciones el título de esta entrada:


   Pues sí, como dice el cantor,  a menudo los hijos se nos parecen y con ello nos dan la primera satisfacción. Y a menudo también nos dan la satisfacción de no parecerse en nada a nosotros, que ya es un buen punto de partida para crear un mundo mejor, visto que los que lo poblamos en la actualidad hemos decidido masacrarlo. A veces intentamos que crezcan amando lo que amamos, compartiendo aficiones que se dice en lenguaje hipócrito-burgués; y esos locos bajitos que denominó el gran Gila y a los que cantaba el no menos grande Serrat, hacen lo que quieren y lo que pueden, en muchos casos alejándose de lo que sus padres creíamos haberles inculcado. A veces, incluso para bien. 

   Pienso ésto y escribo mientras me repongo del susto que me ha dado escuchar a mi hija esta tarde cantando un aria de Mozart acompañada por un pianista. De entrada (y cómo no) me he sentido muy mayor, por tener, valga la redundancia,  una hija pequeña tan mayor. Después me he quedado extasiada unos minutos escuchando esa voz que hasta hace dos días me pedía más Cola-Cao por las mañanas o una caja de Playmobil por Navidad. Esa voz aguda, y a la vez cálida, cantando en perfecto francés a Mozart me decía, "ves mamá? no me parezco en nada a tí"; porque yo canto como la que más cuando se trata de villancicos, rancheras y coplas de Marifé de Triana, pero soy negada para el canto con letras grandes; y por supuesto,  incapaz de hacerle frente a un público sentado frente a mí, y ya no digamos si tuviera que maquillarme, vestirme y pintarme para todo ello. Mejor me preparo una oposición ...y de eso les aseguro que sé un poco.  A menudo los hijos, no se nos parecen y también con ello nos dan una satisfacción. 

    Por si fuéramos pocos, al mayor se le dan de miedo las matemáticas, y si todo va como hasta ahora, hará de la ciencia su ganapán, materia esa para la cual yo también soy negada. Las matemáticas consiguieron en mi adolescencia que yo misma dudara de mis capacidades intelectuales y la ciencia ha comenzado a interesarme (vagamente) desde que cumplí cincuenta. Yo habré  comprado libros hasta la locura, y visitado museos hasta la exasperación de mi familia; pregonado hasta la saciedad la necesidad del latín y el legado de la Roma antigua; y nada: el heredero prefiere hacer ecuaciones y derivadas. No se me parece, pero es feliz en lo suyo y yo en lo mío de ser feliz por procuración. 

    Les remito de nuevo a la canción de Serrat: 

 ..."esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que por su bien hay que domesticar"... 

    Domesticar? No lo tengo tan claro. Esos hijos que a menudo no se nos parecen, y que nos dan una y otra vez esa lección de humildad, que nos hace falta; que nos mantienen atados al mundo real del cual tenemos tendencia (algunos) a evadirnos, que nos sacan las entretelas y a quienes creemos que hemos moldeado a nuestra imagen y escasa semejanza; esos digo, son los que nos juzgarán implacablemente el día de mañana, y lo harán muchas veces, con la autoridad que les concede el que no se nos parecen en nada, para su bien. Lo sé porque yo, antes que madre he sido y soy hija. Un aria de Mozart que dura dos minutos da para pensar en todo ésto...Imagínense si la cosa sigue por los derroteros del belcanto, el día que cante una ópera, a lo mejor hasta me escribo una novela y todo!

    Les ruego a los amables lectores que perdonen el momento "madre de la Pantoja" que he tenido hoy, después de quinientas entradas escritas (564 con ésta concretamente) puedo flaquear en alguna, no? Porque a menudo los hijos, olvidadas ya las malas noches,  también nos dan satisfacciones, qué caramba!

jueves, 7 de diciembre de 2017

Víspera de santo

    Cuando sea más vieja que ahora o incluso viejísima, quizás recordaré que un día, víspera de mi santo, la ciudad en la que vivía, gris y oscura en esta época del año, se tiñó de ciertos colorines. Y antes de seguir con el argumento, quisiera aclarar que cuando sea viejísima (de entrada me gustaría poder llegar a ser viejísma, claro) quisiera conservar un par de cosas: las piernas ágiles  para caminar y una buena memoria; yo por mí lo guardaría todo, pero me temo que no va a ser así. 

    Pues bien, un día cuando sea viejísima, no sé si esto tan pasado de moda de celebrar los santos seguirá interesándole a alguien. Yo ya me he acostumbrado a pasar por alto este día y a que lo pasen por alto los demás; y no se crean, el camino a recorrer ha sido largo cuando se viene de una casa donde yo era Concha  Tercera después de Concha Primera y Concha Segunda y de un país en el que cuando quisieron quitar la fiesta de mi Santo a favor de Santa Constitución (con toda la razón por otra parte) se echó a la calle en masa y con golpes de pecho. Durante muchos años creí que el día de mi santo era especial, que no lo es en absoluto, y algún día recordaré que en la víspera de uno de esos días ya nada especiales, varios miles de ciudadanos de una región de España vinieron a protestar a donde vivía yo en aquel momento, que no era España. Puede que entonces, con la perspectiva de los años,  lo encuentre aún más absurdo de lo que lo he encontrado hoy. 

    Miren ustedes, en esta ciudad donde vivimos unos cuantos que nos consideramos (sobre todo) ciudadanos de Europa, estamos acostumbrados a que vengan a protestar todos los colectivos, sindicatos y profesiones del mundo. Nos cortan el tráfico, nos obligan a alterar nuestra vida cotidiana, tenemos que madrugar más y organizarnos para llevar y traer niños, no llegar tarde a trabajar, etc. A veces nos rompen los escaparates o las farolas y nos llenan los parques de basura, latas, octavillas y restos de pancartas, pero qué se le va a hacer. En muchos casos vienen gentes que sufren, de países y repúblicas lejanas que hasta cuesta pronunciar, y con problemas serios de torturas, guerras, secuestros, presos políticos y desaparecidos y conflictos gordísimos acompañados de pobreza gordísima también. Los lugareños lo soportamos todo estoicamente porque somos tolerantes para empezar y porque de todo ello también aprendemos que en este primer mundo vivimos casi todos como marqueses comparado con los tres cuartos miserables del globo terraqueo.

    Pero hoy, víspera de mi santo, han venido a protestar unas gentes provenientes de un país rico, donde la gente no pasa hambre (no al menos la mayoría) con democracia y cierto estado del bienestar. Vienen de una región  con buenos transportes, autopistas y aeropuertos; con un nivel cultural y una renta per cápita más alta que la del resto de los ciudadanos de su país, con escuelas punteras y universidades con las mejores calificaciones posibles. Viene quejándose de vivir bajo una dictadura (Franquista, decían muchos que no deben haberse enterado que en nada celebraremos las bodas de Oro de su entierro) de no tener libertad de expresión y de temer que los lleven a la cárcel por sus ideas; aseguran que les roban sus dineros ahorrados con sudores y que Europa hace oidos sordos a todos los atropellos que la policía, el ejército, el gobierno central y hasta la Conferencia episcopal o la liga de fútbol comete en su territorio. Han venido además todos vestidos de amarillo y ondeando esas banderas que son un cruce peligroso entre la cubana y la de cualquier república centroafricana. Quién los entiende? 

    Yo he tenido que andar mucho por la calle hoy, por circunstancias varias, y en cada esquina y cada parada de metro allí estaban ellos, familias enteras de padres, abuelos y nietos de corta edad gritando consignas extrañas y sobre todo, poco veraces. Yo no entro al trapo porque me digo que el mejor servicio que puedo hacerle a mi país es no enfrentarme a otros seres de ese mismo país que es el mío. Lo hago por mis abuelos, que padecieron e hicieron  una guerra donde unos sí entraron al trapo con otros hasta que empezaron a matarse. Lo hago por mis padres, que vivieron, ellos sí, en un país donde faltaba todo eso que a los de amarillo hoy no les falta. Y lo hago por mis hijos, que se merecen un país mejor para el día de mañana. 

   Y mañana es mi santo, que no es nada; pero cuando sea vieja o viejísima,  me acordaré que un año, que no lograré recordar cuál fue, los de amarillo invadieron la ciudad donde vivía pidiendo a gritos algo que ya tenían. Hay que vivir para ver...

lunes, 4 de diciembre de 2017

Más turistas que morcilla

    En mi tierra, cuando sobra algo que no es imprescindible, decimos que hay más días que morcilla. Encuentro muy acertada la expresión, y aplicable a muchas cosas que sobran, y que equivocadamente pensamos que son imprescindibles. Quieren ejemplos? Nos sobran redes sociales, no digo que no tengan sus cosas buenas,  sino que nos roban tiempo, neuronas y  energías que podríamos emplear en otras cosas, bastante más reconfortantes a la larga. Yo, pecadora como todos, empleo esa energía desperdiciada en las redes sociales en estos breves ejercicios de redacción, con pretensiones de crónica y con poco estilo literario, al menos me pienso que hago los deberes, o algo así.

    Sobran igualmente opinadores y tertulianos, que todos presumimos de no verlos, ni oirlos ni leerlos, pero alguien los escucha y los ve cuando sus opiniones a veces consiguen ganar elecciones (a propósito de ello, les recomiendo que lean "What happened" escrito por Hillary Clinton sobre las causas de su derrota electoral); y con ello, sobran medios de información que se pretenden independientes y desdoblados de las grandes empresas de comunicación y luego resulta que son primos hermanos. Sobran comunicadores que no comunican más que alarmas, twitteros de vía estrecha, portavoces, sondeos y sondeadores y probablemente sobramos los blogueros, aunque ésta que lo es lo escribe a modo de terapia. En el fondo no somos más que propagadores de ruido. 

    Y este pasado fin de semana me he dado cuenta (en realidad me había dado cuenta antes pero este fin de semana lo he sufrido) que sobran (o sobramos) millones de turistas dispersos por ciertas ciudades que se han convertido en lugares imposibles de visitar si no lleva una un minucioso plan de ataque con entradas compradas por anticipado, hoteles reservados un año antes y aguante para, a pesar de todo, soportar colas, pisotones, ruido y masas  de repente interesadas por la historia y el arte como nunca lo estuvieron en la historia de la humanidad.  Vengo de pasar dos días en mi adorada París sin poder hacer más que pasear y hacer kilómetros y kilómetros por sus calles que, menos mal, gracias a Napoleon y al baron Haussman son un espectáculo gratuito. Pequeño detalle: estábamos a bajo cero y lloviendo a rachas, y en todas esas caminatas yo hubiera apreciado secar mis pies algún rato en algún museo, por pequeño que fuera, y de paso cultivar mi espíritu sin tener que pagar el impuesto revolucionario de una hora de cola. Para que se hagan una idea, en el Museo de Orsay hay ahora hasta una cola aparte para los que sólo quieren entrar en la tienda a comprar recuerdos...Los que quieren ver a los Impresionistas están castigados  con una o dos horas de seres humanos en fila india. Y todo eso, sin que la Navidad, ni el puente de la Constitución hayan asomado la nariz!   

    Y no le echemos la culpa a los chinos, como de casi todo, porque apenas los he visto más allá de la cola (otra! ) para entrar en la tienda de Louis Vuitton. Somos nosotros, europeos todos y quizás algún americano despistado y varios rusos cargados de bolsas quienes hemos descubierto el turismo como una actividad de fin de semana, como quien hace la compra o invita a los amigos a cenar. Y me temo que las redes sociales y la necesidad de autofotografiarse también tienen su parte de culpa. Los museos tienen colas inenarrables pero sospecho que no por ello ha aumentado el interés humano por la historia del arte y sus protagonistas. Recuerdo con nostalgia, y hasta con estupefacción el año en el  que fui una estudiante pobretona en París, cuando la mejor manera de pasar una tarde de invierno sin pelarse de frío y sin gastar mucho era recorrer una galería del Louvre, o del Quai d'Orsay, o del Jeu de Paume, donde te cruzabas con otros seres que hacían lo mismo que tú, alguna familia de provincias y pequeños grupos de japoneses...Les aseguro que no hablo de los años Cincuenta! Este turismo salvaje y este frenesí por estar en todas partes y retratarse delante de todos los monumentos posibles, como si de una Gymkana se tratase, es algo  muy reciente , yo diría que o más antiguo de cinco o seis años.

    En el caso de París, y creo que en el de  Londres, Nueva York, Roma, Venecia, Florencia, Amsterdam, Barcelona (pre-referéndum) y Madrid, hay más turistas que morcilla, y si la cosa sigue así lo que no va a haber son habitantes!. Y a pesar de todo, siempre nos quedará París... Espero.



  

sábado, 2 de diciembre de 2017

Qué fue de Reagan? (La chica de ayer, 11)

    Eran cuatro hermanos, tres chicos: Reagan, Gadafi y Jomeini, y una chica: Imelda. Todos hijos de  Indira y de Gorbachov, o al menos sus dueños pensaban que Indira los había tenido con Gorbachov...Porque los cuatro hermanos eran cuatro Fox Terriers, un tanto menos Fox Terriers que lo que eran sus padres. A Imelda la separaron de ellos a una tempranísima edad, apenas unos meses porque, cosa extraña, alguien quería a la hembra de la camada, cuando suele ser al contrario. A Jomeini se lo llevó por delante el invierno, y alguna miasma que ni el veterinario se molestó en especificar. Quedaron los otros dos, revoltosos y chillones, destinados a ahuyentar más a las visitas que a los ladrones, de pelo alborotado y tono entre gris y marrón, ojos negrísimos y minúsculos dientes perfectamente alineados.  

Nadie se los quiso llevar, a pesar de los muchos carteles que los niños de la familia pegaron por todo el barrio, porque en la familia ya trajinaban con Indira desde hace años y con su elevada fertilidad, que les habia dejado un par de años antes a  Perón, Arafat y Mao, que como no eran hijos de Gorbachov, eran más presentables estéticamente. Aquellos salieron pronto de casa, y uno de ellos, que ahora se llama "kiki" es el perro del panadero, pero a éstos parecía no quererlos nadie. "Es cosa del nombre" dijo la matriarca, "quién se va a llevar a su casa un perro que se llama Gadafi?";  la abuela asintió y le dio la razón a su hija, como casi siempre, y decidió redoblar la cuota de rosarios para ver si un alma caritativa se llevaba ya de una vez a aquellos dos perrillos chillones que no le dejaban ver el programa de la mañana en paz. "Pues bien que se llevaron a Arafat, que es nombre de  terrorista" dijo el padre, culpable en uno de sus arranques de genialidad de que todos los perros de esa casa tuvieran nombre  de los estadistas de actualidad; "teníamos que haberlos echado al saco y con ellos al río, que es como se hace en mi pueblo, ahora ya es demasaido tarde".

    Efectivamente, así era en su pueblo y en todos los pueblos, en un tiempo en el que los animales no servían para posar ni para ligar en los parques, no se regalaban a los niños por su cumpleaños ni se planteaba que tuvieran valor educativo para la infancia. Las riberas de los ríos españoles rebosaban de sacos de tela con crías de perros y gatos ahogados poco después de nacer, porque eran pocos los perros y gatos que vivían con las personas, y menos aún los que se reproducían. Los animales de ciudad eran una casta mínima y privilegiada, no era cuestión que se multiplicaran. Menos los Fox Terrier de la familia Fernández, que habían conseguido repoblar toda una ciudad de provincias castellana con las sucesivas camadas de Indira. El problema ahora era deshacerse de este Reagan y este Gadafi que hacían ruido, ladraban a todas horas y molestaban a los vecinos, se escapaban escaleras  abajo en cuanto veían la puerta abierta y uno de ellos incluso le mordió la pata del pantalón a Basilio el portero, sin sangre,  por suerte. Los cuatro (que también eran cuatro) niños de la casa estaban encantados con los perrillos, e incluso fomentaban sus escapadas escaleras abajo porque les hacía gracia ver la velocidad a la que conseguían subir y baja desde un séptimo; "no se os ocurrirá sacrificarlos?" Preguntó inquisitoriamente el hermano portavoz, "tenemos que buscarles una casa" añadió, dejando claro que a sus diez años, una nueva generación de españoles, amigos de los animales y defensores de sus derechos, estaba velando armas. 

    El conflicto entre padres, hijos, abuela y vecinos, parecía entrar en un callejón sin salida hasta que un día, la madre Fernández y su asistenta Joaquina, en plena operación limpieza del salón, enrollaron una alfombra con la intención de sacudirla por el balcón. "Señora, parece que pesa más de la cuenta esta alfombra, " y la Señora:  "dale Joaquina, que para el mes de marzo vaya rasca que hace". En el minuto siguiente, una bola de pelo gris pardo se precipitó desde el séptimo hacia abajo a una velocidad bastante mayor de la que cogía por la escalera porque,  evidentemente, la alfombra pesaba por algo más que por el polvo acumulado durante el invierno. Y a los cinco minutos, la señora Fernández, Joaquina y Basilio el portero ya habían metido el cadáver de Reagan en una bolsa de basura, con la consigna compartida de "aquí no ha pasado nada". Cuando el padre de familia llegó por la tarde preguntó inocentemente si habían visto por la televisión las imágenes del atentado contra Reagan, de aquel mismo día, y Joaquina, que se estaba marchando, echó una lagrimita sólo por oir el nombre. El hermano portavoz preguntó por el perro en falta y la madre, mientras le daba la vuelta a la tortilla de patatas dijo " no os lo he dicho? Un primo de Basilio, de su pueblo, se lo ha llevado hoy mismo, estaba de paso en la ciudad". La abuela decidió añadir esa noche una novena más por el alma del finado Reagan y por la curación del otro, que estaba hospitalizado. Al fin y al cabo, se dijo, todos son hijos de Dios. 

jueves, 30 de noviembre de 2017

A ese niño que se hizo mayor

    En mis años infantiles disfrutaba pensando cómo sería yo a la edad de mi abuela, que es un poco (y sólo un poco) más de la que tengo ahora mismo. Por supuesto, no imaginaba ni por asomo que sería madre, porque nunca me gustó jugar a las mamás. Tampoco las cosas nos las ponían fáciles a las de mi quinta: la muñeca que se llevaba no era un rollizo bebé sino una Fashion Victim llamada Nancy a la que había que vestir y desvestir con unos modelos horrorosos y de paso, acometer otra de las cosas que ni me gustaban de chica ni me gustan ahora: pensar en qué me tengo que poner y ya no digamos salir a comprar ropa. Así que me dediqué a leerme la obra completa de Enid Blyton y de Elena Fortún, a jugar al baloncesto y a acompañar a mi padre cuando salía a cazar, que era algo que me espantaba pero era una buena manera de pasar muchos ratos con él y respirar aire puro. También toqué todo tipo de instrumentos musicales: la batería, la guitarra, el piano, la flauta; concluyan ustedes que fui una niña un tanto hiperactiva y concluyo yo, que  cualquier psicólogo de los de ahora me estaría ya aplicando un tratamiento.

    Nunca imaginé que tendría un niño, quién sabe porqué. Y que le haría frente a las entretelas de la maternidad, yo, que siempre fui la torpe y poco desenvuelta de la familia. Y que sería capaz de organizar mi vida alrededor de la de ese niño, y que podía vestirlo y desvestirlo, alimentarlo, llevarlo a guarderías, colegios, profesores de piano, terrenos de fútbol, cumpleaños en lugares imposibles y excursiones que salía siempre a las seis de la mañana. Que hice tortillas de patata para la fiesta del colegio que salieron como churros, y cosí túnicas de angelitos yo, que no sé dar dos puntadas seguidas; que lloré de desesperación esperando a ese niño que no venía y luego más de una vez he tenido ganas de tirarlo por la ventana. Y lo mejor es que no sólo tuve un niño que no imaginaba, sino que tengo dos!

    Con todo lo que trasnoché de forma voluntaria y algo etílica en mis años de Universidad, nunca imaginé que las noches sin dormir fueran tan largas, los sillones tan incómodos y las siestas tan necesarias en algunas ocasiones, siestas que nunca dormí de joven ni duermo ahora y que fueron tan necesarias en ciertos años de mi treintena. Nunca imaginé que los termómetros había que comprarlos de dos en dos y que sería un aparato al que mirara con tanta aprensión, como las muchas variantes del Ibuprofeno para niños que iba comprando según países, un medicamento que debe tener los mismos efectos que una buena raya de coca a juzgar por lo que los revive. 

     Nunca quise jugar a las mamás porque ya cuando era niña me daba en la nariz que los papás (por lo menos los de entonces) tenían un papel bastante mas interesante en el juego y porque en ese juego infantil las mamás cocinaban, fregaban, ponían la lavadora y luego se maquillaban para salir a cenar, y a mí todo eso me parecía una soberana tomadura de pelo (se puede ser feminista con seis o siete años? ahora me lo  pregunto) y yo lo que quería era leer y ver mundo. Y como nunca encontraba mi papel en el juego de las mamás, me pareció entonces que jamás llegaría a ser yo misma una de ellas, así que ya ni hablemos de tener un hijo. Pero insisto, tengo dos. 

   Y uno de ellos, cumple hoy dieciocho años, cosa que tampoco imaginaba que me sucedería en aquellas noches de no dormir y correr a las urgencias de los hospitales. Y ahí está: no sé si hecho un hombre de pro, aunque bien que su padre y yo nos hemos desmadejado para ello; por ahora creo que hemos formateado una buena persona y un ciudadano con derecho a voto, que ya es bastante. Ya ni siquiera está en casa, cosa que tampoco imaginaba que sucedería cuando buena parte de mi sueldo se iba en contratar a toda América Latina para cuidar, llevar, traer y guardar en caso de enfermedad. Va a cumplir dieciocho años en el lugar que él ha elegido para estudiar y seguir recorriendo el camino de su vida, que le deseo muy larga, feliz y llena de gente que le quiera. Lo demás ya vendrá por añadidura. 

    Nunca imaginé que tendría un hijo, que se haría mayor, que se marcharía de casa y que me miraría desde su altura hacia abajo, que es la mía. No imaginé todo eso porque siempre estamos temiendo que la vida nos de una zasca y la vida, en la mayoría de los casos nos hace regalos maravillosos. El mío cumple hoy dieciocho años, felicidades hijo!

domingo, 26 de noviembre de 2017

Intocable

    De entre las muchas cosas de las que me he dedicado a protestar desde hace seis años en este blog, no sé si le ha llegado el turno a esa costumbre tan española de besarse sin ton ni son y sin motivo justificado; si estoy repitiéndome en eso, les ruego que me perdonen, son muchos años y muchas entradas escritas. 

    Digo que es una costumbre española porque me llama la atención la cantidad de gente que se tira a tus mejillas sin apenas  conocerte, comparado con el clásico y un poco menos arrebatador apretón de manos que se estila por estas tierras nórdicas que habito; un saludo frío quizás, e incluso en otros tiempos reservado solo a los caballeros, pero ciertamente más natural que la cantidad de achuchones y ósculos más o menos sonoros que le dan a una por la calle paseando por España.  Será que la memoria empieza a jugarme malas pasadas, pero no recuerdo que los españoles fuéramos tan besucones. Dicho lo cual, en mi trato diario con gente de de más de veinte países constato que desde la insistencia en el besarse, hasta ciertos nórdicos más nórdicos que estos que me rodean, que ni te miran a la cara cuando te hablan porque es de mala educación, hay un abanico de usos humanos que daría para escribir tres volúmenes de quinientas páginas.

    No sé si prefiero el beso compulsivo, el apretón de manos diplomático,  o la campechana palmadita en el hombro, pero de lo que sí estoy segura es de necesitar cierto contacto humano. Y lo sé porque casi toda esta semana me la he pasado con la garganta en llamas cual Falla valenciana en día de San José, alguna que otra tos y los oídos zumbándome;  y cuando una se pasea con esos síntomas, ni besos, ni manos tendidas, ni nada de nada. Los primeros que huyen de la quema son mis cohabitantes, que entran en una fase del año complicada  donde preparan exámenes, estudian exámenes, hacen exámenes y los corrigen; y para todo ello, los mocos y las gargantas inflamadas son como las siete plagas egipcias todas juntas. Los siguientes, mis compañeros de fatigas laborales, porque vivimos todos de nuestra voz y de hablar mucho. Y entre unos y otros, cuando una saca un pañuelo de papel, o carraspea antes de empezar a hablar, se convierte en una apestada e intocable. Lo mío se pasará, aunque en este primer mundo de la opulencia, tener un catarro o una faringitis sea considerado ya casi una peste bubónica,  pero ni imagino lo que pueden sufrir aquellos a los que no se les pasa, en otros mundos menos afortunados.

   Y así, pensaba yo en esta semana en todos esos ancianos arrugadísimos que han perdido a todos sus parientes y ya no tienen quien les acaricie una mejilla; en esa gente que no tienen amigos y se mueren solos en casa (aunque los tengan, y abundantes,  en Facebook); en los presos de las cárceles que hablan con sus seres queridos a través de un cristal, en los niños abandonados a quienes les han faltado durante años a veces, los achuchones y el roce contínuo de otra piel  que todos los bebés disfrutan; en los enfermos aislados en cámaras asépticas a quienes les pasan la comida por una ventanita de plástico...Qué duro es no tener otra piel humana unas horas al día, unos minutos ni siquiera...Y qué poca importancia le damos al contacto humano de verdad,  que tanta falta nos hace más allá del besuqueo atontolinado, de la mera cortesía e incluso del sexo, ya sea gratis o de pago.

    Tener derecho a un roce, una caricia, a que alguien te coja la mano cuando vienen mal dadas, a no morir en soledad y a tocar otra piel humana al menos una vez al día deberían convertirse en derechos fundamentales de los ciudadanos. Se lo dice una que es intocable desde hace casi una semana, ahí les dejo la idea, con una canción de propina. feliz domingo.


domingo, 19 de noviembre de 2017

Todos a una, por desgracia

   He pasado toda la semana siguiendo las noticias con estupor y rabia, por culpa del juicio a los presuntos (como creo en la justicia vamos a llamarlos presuntos hasta que un juez los condene) violadores de los Sanfermines. No sé si con más estupor incluso que rabia; y por una vez dando gracias a las redes sociales por existir: cinco capullos contra una chica, ingenua ella que pensaba que entraban en un portal a liar un porro y no se les ocurre otra cosa que colgar el vídeo de la azaña para que lo vean sus amigos y de paso les hagan un "like"...En la vanidad van a llevar la condena, si ésta llega, como yo secretamente deseo, para qué se lo voy a ocultar. 

    No quisiera entrar en más detalles, porque lo que más me llama la atención no es la capacidad de la opinión pública de darle la vuelta a la tortilla y pensar lo que inevitablemente piensan los bienpensantes (líbranos Señor de todos ellos): que si la chica fue imprudente, que si consintió, y tantas otras estupideces que aún en el siglo XXI una tiene que oir. Me llama la atención que en este siglo de la locura, de los teléfonos individuales, las pantallas para uno sólo, los pisos de soltero, el Netflix para uno mismo y los servicios miles unipersonales, los delincuentes actúen en grupo. Porque en grupo defraudaban los de la Gürtel, en grupo se radicalizan los jihadistas, en grupo se juntan los ladrones de pisos y coches y parece ser que también los violadores. Un tipo como el Dioni, que se largó él solito con una furgoneta llena de millones al Brasil y hasta se cambió de cara, comienza a ser un modelo hasta simpático de delincuente común. No me digan que no da que pensar esta cosa de vivir aislados y delinquir en grupo...

    En un grupo que se hacía llamar "la manada", chavales que se van de juerga a los Sanfermines como tantos otros en España, con la particularidad de que uno es guardia civil y otro militar...Yo que era feliz de pensar que por fin en este bendito país los Maderos habían pasado a ser policías, los Picoletos, honorables Guardias Civiles y el ejército tenía soldados y no rascatripas y chusqueros...Qué decepción!Esa manada, que salió de Sevilla rumbo al norte a pasar un fin de semana no era un grupo humano, sino una verdadera manada de lobos, no sé si más en celo o más hambrientos, y en cualquier caso embrutecidos hasta las trancas. No sigo que me caliento. 

    Y ella, la víctima, una joven madrileña de dieciocho años a quien probablemente su madre le advirtiera una y mil veces antes  de salir de casa que tuviera cuidado, que no bebiera demasiado y que no fuera sola ni al baño...Los tiempos cambian pero el discurso de las madres permanece. Y aparentemente, los tiempos cambian para peor, y las madres que tenemos hijas que quizás algún día se marchen a los Sanfermines (o a las Fallas, o a la Feria de Abril)  tendremos que elaborar un nuevo pliego de condiciones con ellas en el que se incluyan todo tipo de advertencias de no juntarse a cualquier grupo humano masculino que te invite ni a una caña con patatas bravas. Porque el siglo XX nos trajo una buena cantidad de nuevos verbos para conjugar: votar, amnistiar, divorciar, abortar, casar (con otra persona del mismo sexo) y desgraciadamente, el siglo XXI no sigue imponiendo a las mujeres un verbo desagradable, también de la primera conjugación: violar...Y en grupo, para mayor escarnio. 

    

jueves, 9 de noviembre de 2017

Erase una vez un bloguero

    Como aquella que tenía una granja en Africa, yo tenía un amigo bloguero de cine. Vamos a corregir los tiempos verbales: el amigo lo sigo teniendo, del blog de cine nunca más se supo y bien que lo siento, porque me fiaba mucho de su criterio y me ahorraba ir a ver más de un tostón solo siguiendo sus comentarios. Se marchó a vivir al otro lado del charco y me consta que es feliz y que vive acampado permanentemente en Broadway, así que quizás un día de éstos ataque con un blog de teatro, la esperanza es lo último que se pierde. 

   Así que hoy me voy a lanzar yo, por variar un poco las habilidades que no tengo, a comentarles una película. Ser crítico de cine en estos tiempos debe ser un  oficio durísimo desde que existe esa Santa Inquisición llamada "spoiler", Habrá abandonado mi amigo su oficio de bloguero por esa razón? Yo, para evitar la censura y que me acusen del spoiler dichoso les largo el trailer y luego hablamos. Aquí lo tienen: 



   "La llamada", de Javier Calvo y Javier Ambrosi, una peliculita hecha con cinco duros y con toda la imaginación y la gracia que desde hace tiempo le falta al cine español. La he visto hace una semana y aún me río cuando la recuerdo, algo que no me ocurría desde aquellos primeros puntazos de Almodovar. Teniendo en cuenta que me estoy poniendo mayor y cada vez es más difícil hacerme reir, así por las buenas, es todo un mérito. Pero ahora viene la advertencia (spoiler?) para el respetable público que aún esté a tiempo de verla y que tenga ganas de reirse: es imprescindible haber ido a un colegio de monjas, y aún mejor, a un campamento con monjas, para apreciarla en todo su esplendor; circunstancias ambas que confluyen en mi persona, y a tenor de las carcajadas de la sala de cine, en muchos de los espectadores que, cierto es, eran mayoritariamente espectadoras. 

    Los campamentos que organizaban las monjas de mi colegio eran un cúmulo de fatalidades que hubieran podido llevarnos a todas al cementerio, de no ser por un ejército de ángeles de la guarda que velaban por nosotras (se entiende que en aquellos años, eran campamentos de niñas, como el de la película). Las monjas de modelo "hábito con playeras" eran un ejército de soldaditos cantarines que guitarra en mano desafiaban permanentemente las leyes de la gravedad, de la seguridad alimentaria y del buen juicio; y los seres de pesadilla que habitábamos aquellos campamentos, a falta de móviles y otras pantallas, una panda de descaradas e inconscientes que lo mismo bebían el agua de un charco que se tiraban por una ladera de Gredos en bañador. Un poco de todo eso hay en esta película, acompañado el conjunto por un Dios que se aparece cantando canciones de Withney Houston y unas actrices todas como para quitarse el sombrero. Vayan a verla. 

   Y tú, amigo bloguero, vuelve a escribir de cine como solías, que algunos de los que vivimos para ver películas, a falta de tener una vida de película, te echamos de menos. O tengo que publicar una sarta de mentiras sobre Angela Lansbury para que entres al trapo? Una vez que te hayas visto todo lo que ponen en Broadway, e incluso en el off-Broadway no nos caerá la guinda de que nos hables de cine? Aquí te mando un regalito, a ver si te tienta!


martes, 7 de noviembre de 2017

Todos tenemos necesidades

   Hace mucho tiempo que no les regalo una canción, a fuerza de estrujarme los sesos para escribir y no decir más tonterías que las justas, olvido que este invento tienen también un componente audiovisual. Aquí la tienen, "The bare necessities", que los avezados traductores del cine español titularon "busca lo más vital" : 


   Porque hoy, en la primera jornada verdaderamente invernal tras una semana de vacaciones de otoño, iba yo caminando por las calles a punto de anochecer (antes de las seis ya en estas tierras septentrionales) y pensaba en eso de las necesidades que cada uno tenemos en la vida, no en las fisiológicas, vaya!

    Por ejemplo, yo  tengo necesidad de ir periódicamente a mi tierra (nada de patria, ni pueblo ni país, les ruego) y a veces, por no dar ni darme explicaciones, invento necesidades que no existen,  como en esta ocasión: "tenemos que ir para ver al niño, que se ha ido allí a estudiar, que lo mismo nos necesita". Pues bien, el niño no nos necesita ni la mitad de lo que nosotros a él, y está feliz y contento amueblando una nueva etapa de su vida en la que las riendas las lleva él y nosotros vamos a limitarnos a saludar al paso de la carroza. Que conste que me he alegrado como una loca de que mi hijo no me haya hecho  mucho caso en los dias pasados allí, significa que está a gusto y contento y que por fin se está quitando el adhesivo que le pegaba a sus padres o con el que sus padres se le pegaban a él; es ley de vida. Y es también un peldaño más (hacia arriba o hacia abajo les dejo elegir) en la escalera de la vejez; y para evitar pensar demasiado en ello hagamos de la necesidad virtud: mi necesidad, irracional, inexplicable y hasta cierto punto cateta de visitar mi ciudad con frecuencia, va a coincidir durante unos años con la oportunidad de ver al hijo...Aunque no nos haga mucho caso. 

    También tengo otra necesidad inexplicable de subir en los aviones y marcharme lejos, en cualquier dirección. Esa es una necesidad cara, lo admito; pero para ello trabajo y ahorro y no me gasto casi nada en otras necesidades que son muy respetables pero que yo no tengo: casas, coches, joyas, restaurantes, etc. Cuando pienso en ello no puedo evitar acordarme de mi abuelo, que no era nada viajero y que cuando una Navidad le anunciamos que los cinco de mi familia nos íbamos a comer las uvas al Cairo y después a hacer un crucero por el Nilo, se quedó impávido y nos espetó: "no veo la necesidad". Porque para él, el viajar no era más que una incomodidad, no una necesidad. 

    Y hoy mismo, en el primer día que ha helado, con un sol tibio y las calles llenas de hojas caídas que anuncian que lo mejor del frío está por venir, doscientos alcaldes con sus doscientos bastones han venido a esta ciudad donde vivo a manifestar su apoyo a un huésped incómodo que tenemos merodeando desde hace unos días. Será también necesidad lo suyo?  Acabo de de pasar los Santos en España y me ha fascinado la procesión de ancianos visitando cementerios, adornando tumbas, rezando en las iglesias y comprando buñuelos, casi casi como una necesidad de recordar que, antes de que llegara Halloween y su cortejo de fantasmas y calabazas, teníamos Santos y difuntos, no sea que se nos olvide. Los alcaldes de hoy, vistos por una ventana como los he visto, más me parecían una procesión de nazarenos que otra cosa, por aquello del bastón el alto; o si me apuran, un cortejo de Halloween a cara descubierta y pidiendo caramelos de puerta en puerta, recordando que antes de que el huésped incómodo se largara y los abandonara, ya lo adoraban. Por ser bondadosa y comprensiva con la tontuna humana, me dan ganas de pensar que lo suyo es necesidad, porque ya no se puede explicar con palabras ni con argumentos, como lo mío con mi tierra o mis viajes en avión. 

    Pero me temo que es otra cosa. Será por eso que hoy han recibido el apoyo de Pamela Anderson a través de su Blog, que por supuesto, como es una ilustre comentadora política,  tiene muchos más lectores que el mío. Señor, llévanos pronto!

martes, 31 de octubre de 2017

Como aquellos que no entienden

    Mi abuelo cabalgó entre dos siglos, pasó dos guerras mundiales, una crisis de magnitudes colosales, la llegada de Hitler, la de Franco, una guerra civil y cuarenta años de dictadura, la caída de la misma, el regreso de la democracia y el ingreso de España en la Europa de los valores eternos. Vivió tantos años que aunque la cabeza le funcionaba correctamente hasta dos años antes de morir, varios años antes de perder esa cabeza, ante cualquier novedad, llámese estado de las autonomías o ley del divorcio, su cantinela  habitual era "yo ya no entiendo nada". 

   Como él, conozco varias personas mayores (no las llamemos ancianas, que se molestan) a mi alrededor que aseguran no entender nada, a pesar de haber vivido tiempos menos convulsos y con vuelcos históricos menos importantes. Y eso sí que es preocupante, porque no entender lo que a uno le rodea es signo de enajenación de la realidad, y la realidad es la que hay, no vivir en ella o no querer entenderla es el primer paso para equivocarse...En los últimos meses tenemos ejemplos cercanos de personas que por no vivir en la realidad han tomado decisiones equivocadas, incluso viviendo en realidades paralelas, y han levantado pasiones equivocadas. 

    Yo no he vivido ninguna guerra, ni he pasado hambre ni penurias, ni me han torturado, ni perseguido ni amenazado. He votado desde mis dieciocho años sin perderme ni una, debutando con el referéndum de la OTAN y hasta la fecha. He viajado por decenas de países, muchos de ellos peores que aquel en el que resido y del que nací. He estudiado en tres países y trabajado en otros tantos, en mi casa se hablan dos idiomas y por ella pasa gente de todos los pelajes y colores. Nunca me ha interesado ser de mi pueblo, aunque me parezca uno de los más bonitos del mundo, qué caramba. Tenía yo la sensación de ser y pertenecer a un mundo civilizado, moderno, cosmopolita, donde se puede hacer y decir lo que uno quiera. 

    En esta víspera de los santos y difuntos, paseo por mi ciudad, joya del arte Plateresco, los balcones manchados de banderas colgadas ahí, dicen sus propietarios que por orgullo, aunque me parece que es más bien por rabia. Y yo, como dice el Roto en su viñeta el País de hoy, quisiera vivir en un planeta sin banderas.A falta de ello, sólo me queda afirmar, como mi abuelo, que no entiendo nada de nada, y hacerme de ese bando de gente mayor que ha visto tantas cosas que la realidad les resulta complicada. Lo que pasa, es que yo la veo bastante simple, porque tengo los pies en la tierra, cosa que los histéricos de las banderas (de todas ellas) no tanto...

    

jueves, 26 de octubre de 2017

Preguntas retóricas, segunda.

    De vez en cuando miro las estadísticas que me proporciona Blogspot sobre mi blog, permítanme ustedes este pequeño pecado de vanidad. Me resulta fascinante ver como lo que yo creo que me ha salido redondo apenas ha tenido eco y que, entradas escritas apresuradamente y para salir del paso, cuentan entre las más leídas. La conclusión que saco es que jamás escribiré un bestseller porque no tengo ni idea de qué elementos utilizar para que me lean mucho, sobrepasa mis capacidades adivinatorias; o quizás por eso mismo escribo un blog y no un bestseller obligada por una multinacional: porque aquí puedo escribir lo que me da la gana, dirigiéndome a un público que lo lee también porque quiere. 

    En esas estadísticas, la tercera más leída desde 2011 que empecé (serà posible que ya hayan pasado seis años? ) es una de esas que escribí con desgana, una noche de verano y probablemente a falta de ideas mejores. "Preguntas retóricas", del 22 de junio de 2012, se llamaba, y no entiendo el porqué de su éxito. La leo hoy y la única pregunta retórica que planteaba entonces y que ha recibido respuesta era la referente a George Clooney y su aversión al matrimonio: seis años después, Clooney se ha casado y es padre de mellizos. Pero recuerden, las preguntas retóricas, según el diccionario, son aquellas que se plantean sin esperar respuesta y que van destinadas a hacer reflexionar a quien nos escucha; así que hoy, empujada de nuevo por la falta de ideas y cierta fatiga mental en víspera de una semana de asueto, les largo una nueva ristra de preguntas retóricas. Si comparan éstas con las de 2012  quizás saquen como conclusión, como yo misma lo hago, que soy más mayor, pero no sé si más sabia. 

    Cuánto tardarán en extinguirse los libros como fuente de conocimiento? Sabrán nuestros nietos quién era Cervantes? Cuándo se retirará Julio Iglesias? Se acabará el cine como lo conocemos y las series sustituirán a las películas? Vivirá Isabel Preysler lo suficiente como para casarse por quinta vez? Conseguirá Vargas Llosa escribir una buena novela si sigue con ella? 

    Se usará el teléfono para hablar por teléfono dentro de diez años? O el teléfono será un simple terminal de Whatsapp? Existirá el Whatsapp, o nos tendremos que ajustar a otro nuevo canal de comunicación? Arrancarán los buzones de correos de las ciudades? O los utilizarán como maceteros? Nos hablaran nuestros hijos o tendremos que mandarles un Whatsapp para saber si les pasa algo?  Seguirán los iPhone siendo un objeto de deseo o volverán los zapatófonos de baquelita? 

   Y ya sin tanta proyección de futuro: por qué cuando compro una barra de pan, que en España llaman "baguette", el embalaje (en España y aquí donde vivo y son de verdad "baguettes") deja al aire y expuesto a la mugre al menos 7 cmts de pan? No hay un alma caritativa en el mundo de los embalajes que haya inventado una funda de papel para las barras de pan que sea tan larga como la barra misma? Es una idea que lanzo para aquellos que buscan un nuevo nicho de negocio.  Será posible que inventen en los aeropuertos un pasillo para los que nos sabemos de memoria las instrucciones de la policía y nos quitamos cinturón, joyas, sacamos el ipad y los líquidos y no retrasamos a los demás pasajeros?  Y ahora que de nuevo estamos en vísperas del cambio de hora, qué quedó de aquella razonable petición de que España volviera al huso horario que por situación le corresponde y que, de paso, ayudaría a los españoles a tener horarios de sueño y de trabajo más razonables? 

    Acabo como acabé en junio de 2012, después de seis años creo que me he ganado el derecho a copiarme a mí misma. Lo dijo Rabindranath Tagore: hacerse preguntas es prueba de que se piensa" . Ya ven ustedes la de tonterías que hay que escribir para vencer la tentación de escribir sobre Cataluña...

domingo, 22 de octubre de 2017

Sobre todo, las personas.

    Pasar más de una semana sin escribir solo me ocurre cuando estoy de vacaciones y no es el caso. Pero, de la misma manera que hablar para no decir nada es inútil, lo es también escribir por escribir, para volver a decir e insistir sobre las mismas cosas: abajo las banderas, fuera radicales, dónde se nos fue la cordura, la concordia fue posible y ya parece que no, mis amigos se radicalizan (a un lado y otro de la maldita frontera) mi país da palos de ciego, la Europa en la que creo se desmorona, los hijos crecen, los padres envejecen, el otoño se asienta, el frío vuelve, las hojas caen, los árboles enrojecen, la cintura engorda, el pelo encanece, los Jordis viven en la cárcel, el rey habló, Mariano habló a medias, Serrat y Boadella se posicionaron, las esteladas proliferan y las otras también, el verano está lejos, el invierno acecha, Iberia no me paga lo que me debe, y la vida, afortunadamente, en medio de todo este marasmo, sigue. 

    El asunto catalán me ha enviado un directo a la mandíbula y puede que también al cerebro, que siento estos días reblandecido y poco ágil; mientras contemplo a unas cuantas de mis amistades querellarse entre ellas por un video más o menos, por una frase mejor o peor, o por un acceso de patriotismo virulento. Y no me gusta...Pero no sirve de nada insistir, ya lo he dicho muchas veces. Sólo espero que no haya un muerto un día de estos que les sirva (a los unos o a los otros ) para tener ese mártir que toda revolución romántica necesita. 

    La idea más clara que he sacado de todos estos días de silencio autoimpuesto es que me he hecho lo suficientemente mayor para ver los toros desde la barrera y no correr en más encierros. Luchar por la patria perdida, e incluso por la patria venidera ya no es de mi edad ni de mi temple. Es más, a mi edad creo que ya se ha superado lo de la patria, que es una cosa romántica como las revoluciones y las flores por San Valentín; esa pelea se la dejo a los jóvenes, e incluso a los muy jóvenes, a quienes les está permitido radicalizarse porque el tiempo les traerá la calma necesaria. En ellos comprendo las ganas de rumba, en los de mi quinta, no tanto. 

   Y he sacado todavía una idea más clara: por encima de las patrias, los pasaportes, las banderas y todo ese folclore innecesario, por encima, digo, están las personas; esas que nos alegran la vida, a las que llamamos por teléfono e incluso frecuentamos; esas con las que trabajamos, tomamos café, y a veces hasta nos sacan de nuestras casillas. Esas personas que tienen unos hombros sobre los que lloramos y que también nos prestan el suyo para llorar; que nos felicitan la navidad y el año nuevo y a quienes a veces debemos la vida y muchos buenos ratos. Yo he pasado este domingo que acaba con seis de esas personas. Siete éramos en la mesa, de tres nacionalidades distintas incluso extracomunitarias; de ellos, tres pertenecientes a un país con conflicto nacionalista y lingüístico y repartidos los tres a un lado y otro del conflicto, y cada vez que los sentamos juntos nos dan una lección de civismo. Veinticinco años de amistad, dos botellas de vino, un recuerdo para nuestra Teresa ausente en esa mesa desde hace un año...Quién se acuerda de la rabia, el ruido y la innecesaria pelea nacionalista? Yo no, gracias. Sienten a su mesa a las personas que quieren, incluso de vez en cuando a alguna que no quieran; descorchen una buena botella y piensen que, sobre todo, el ruido pasa y las personas quedan...Y las necesitamos tanto!

jueves, 12 de octubre de 2017

Tiranas banderas

    Si yo estuviera convencida que colgando una bandera española de mi balcón podría contribuir a arreglar el marasmo nacional y nacionalista que aqueja a mi país, lo haría sin duda alguna. Banderas no me faltan, gracias a la pasión futbolera de uno de mis hijos, balcones tampoco. La cosa es que estoy convencida que no sirve para nada: ni colgar banderas, ni envolverse con ellas a modo de toquilla para ir a manifestar, ni cambiar mi foto de perfil de Facebook con ribete rojo y gualda, ni ponerla de fondo de pantalla. No sirve de nada e incluso me trae recuerdos siniestros de otras épocas que no viví pero que conozco, en las que sacar banderas a la calle era el aperitivo de tiros y bombazos y el no sacarlas te podía llevar delante de un juez. 

   Con las mismas, si yo pensara que dejar de comprar cava o Cola-Cao, o dejar de desayunar pan con tomate fuera eficaz quizás lo haría; pero la eficacia del boicot comercial de a pie, el que hacemos los pobres ciudadanos,  ya hace tiempo que no me la creo; otra cosa es un buen embargo comercial practicado por los americanos. Cava no compro, de todas maneras,  porque los vinos espumosos me dan acidez de estómago y puestos a tener que tomarlos prefiero la versión del hombre rico (Champagne) que la versión del hombre pobre que es el Cava. Y del pan con tomate no pienso apearme a no ser que instalen una churrería en la esquina de mi calle, cosa poco probable. 

   Si vestirme de blanco e ir a parlamentar delante de un ayuntamiento sirviera, también lo haría, aunque el blanco me queda fatal, como a todas las señoras de mi edad, que cuando nos vestimos de blanco parecemos Gunillas Von Bismarck en horas bajas o en su defecto, viudas neocatecumenales. Lo de hablar me parece estupendo, pero insto a todos los que se dirijan a los ayuntamientos llamados por esta noble iniciativa a que sigan un curso de buenos modales previamente, porque aquello no se puede convertir en el pobre remedo de una tertulia televisiva. 

    No es que me duela España como le ocurría a mi admirado e incomprendido Unamuno, es que me duelen 46 millones de españoles (o por lo menos un buen cuarto y mitad de ellos) cada vez más radicalizados después de haber aprendido a estar cuarenta años sin tirarse los trastos a la cabeza. A veces pienso que España es una comunidad de vecinos mal avenida, de esas que abundan tanto y hasta tienen sus series de televisión y todo; con sus administradores inútiles y corruptos a la cabeza, sus vecinos abusones que cambian las persianas y las ponen de otro color sin permiso, su vecino molesto que toca el clarinete por las noches, su piso de estudiantes que montan juergas, su vecino que no paga el ascensor porque dice que no lo usa, el otro que ha convertido su piso en un apartamento turístico por donde desfilan gentes extrañas de día y de noche,  etc...Vayan ustedes identificando regiones e individuos, creo que no es difícil. 

    Tal día como hoy, 12 de octubre, miedo me da abrir mis redes sociales y verlas llenas de rojo y amarillo por doquier, con todo tipo de configuraciones en sus rayas rojas y amarillas y todo tipo de improperios y declaraciones de principios;  porque yo tengo amigos a un lado y al otro de ese Missisipi ibérico, qué se le va a hacer. Si bajo coacción o con amenazas me obligan ustedes a sacar una bandera, sacaría una sábana blanca al grito de socorro! Y si me preguntan qué nos queda para arreglar este asunto, sólo se me ocurre recurrir a la democracia, a la de verdad; a la de votar, hasta obligatoriamente,  cuando toca;  a gentes en las que depositar nuestra confianza, en urnas que no vengan del Ikea y respondiendo a preguntas claras y bien formuladas...Y entonces sí, aceptando las consecuencias; pero nada de banderas, ni desfiles ni folcloradas. La democracia, bien hecha, es durar de sobrellevar, por eso a veces nos cuesta tanto cumplirla.

domingo, 8 de octubre de 2017

En boca cerrada...

    Termina hoy una semana en la que me he propuesto, no sin pena, ver, oir y callar. Muchos lectores y sobre todo, muchos amigos y parientes me reclamaban una opinión, una declaración, un decir algo a favor de unos o en contra de los demás; y sobre todo me siguen y persiguen con esa frase que detesto: "claro, como tú vives fuera"... En tiempos de globalización desmedida, convendrán ustedes conmigo que la frasecita, sobra. Sé lo que pasa en mi país (incluso sé lo que no pasa) porque me leo al día ni se sabe cuántos periódicos y en el caso que nos ocupa, me he leído los que no son de mi país, que ha sido la mejor manera de informarse, me parece.

    Que si tengo una opinión? Por supuesto que la tengo, y como ésto es un blog y no una columna de periódico, no estoy obligada a compartirla. Que ya no me van a leer a partir de ahora los que están molestos o desconcertados porque no les hago saber mi opinión? Francamente, no me preocupa. Los que me leen atentamente y saben hacer un comentario de texto (nacidos antes de 1990, principalmente)  pueden hacerse una idea de lo que pienso de todo este asunto de Cataluña, sin necesidad de que yo me manifieste con rotundidad y con golpes de pecho y amor patrio, algo que no he hecho en mi vida y de lo cual huyo como de la peste.

    Que si estoy preocupada? Pues sí, profundamente;  pero no tanto por la cuestión secesionista y sus avatares y sí por lo fácil que es llevarse al huerto a las gentes que uno supone inteligentes, formadas e informadas en pleno siglo XXI y en plena era digital; que existieran Hitler y Mussolini en los años 30 se explicaba, que a día de hoy gentes absurdas como los dos anteriores tengan cancha, es como para llorar.  Me preocupan la irracionalidad, el romanticismo político,  y la adolescencia permanente de tantos adultos en edad de votar. Me  preocupa  que la voz de los iletrados (aunque sepan leer) sea más fuerte  que la de los ilustrados; y me preocupa que las banderas, con los colores,  las estrellas y las barras que les den la gana tomen la calle,  porque cuando los balcones tienen geranios y no banderas es signo de paz, y cuando empiezan a ondear y a airearse con cualquier pretexto, malo, malo..

    Que si me preocupa mi país, dado que vivo fuera y según unos cuantos eso me vacuna contra el derecho a opinar? Pues es evidente que sí porque, miren ustedes por donde, en ese país viven unos cuantos de mis seres queridos, a ese país voy de vacaciones en cuanto puedo, a gastarme dentro todo lo que gano fuera;  en ese país tengo un hijo estudiando una carrera que podría haber estudiado en otros tres o cuatro países, dado que es políglota, pero que ha elegido hacerlo allí; y a ese país de gentes exaltadas, enrabietadas y gobernadas por una tropa indecente (a ambos lados de la frontera lingüística) cuento volver muy a menudo incluso cuando sea sólo un macetero lleno de cenizas porque así lo he dispuesto en mi testamento. La única ventaja que contemplo en estos momentos por no estar allí, es el poder reflexionar con calma, leer para informarme (y no precisamente todo lo que aparece en las redes sociales) y formarme una opinión que no pienso sacar a la palestra porque solo me importa a mí. 

   Y en estos momentos, me acuerdo del viejo Azaña cuando decía que en ese país llamado España, si la gente se dedicara a opinar de lo que sabe, y sólo de aquello que sabe, se haría un enorme silencio que algunos aprovecharíamos para leer, estudiar y reflexionar. Razón tenía el hombre! Les auguro una semana más de ruido y banderas, no me pregunten más lo que opino de ello.

lunes, 2 de octubre de 2017

Vino y se fue

   Este fin de semana he disfrutado de la visita de mi amiga de Buenos Aires que, una vez al año llega hasta nuestra ciudad acarreando alfajores y mucho cariño. En esos casos, los habituales de ésta que llamamos nuestra tía de América, nos reunimos en torno a una mesa donde la comida no importa y la bebida sirve para brindar por la amistad, que es lo que nos pide ella repetidamente. Mi amiga, tiene una edad que técnicamente podría ser mi madre y a veces pienso que la quiero como tal;  cuando hablo con ella el tiempo se detiene y le cuento cosas que no le contaría a mi madre, queriendo a mi madre como la quiero; que es la ventaja que tienen las amigas sobre las madres tengan la edad que tengan. Mi amiga vino y se fue, tres días de fin de semana se pasaron como un suspiro, tan veloces que hoy, escribiendo estas líneas en un tren camino de La Haya, me parece que el fin de semana no ocurrió. Las cosas que uno desea mucho llegan y a veces pasan, o se van, como aquellos días de Reyes Magos de mi infancia, fugaces y escasos, que parecían resumirse a un par de horas en vez de las 24 de rigor. 

    Como esperaba yo a esos Reyes Magos, o a mis amigos cuando vienen a verme, se espera la libertad, que no la traemos grabada en el pellejo al nacer, sino que cuesta conquistarla. Teoricamente nacemos libres, aunque hace rato he comprendido que uno se hace libre y se libera después de muchos años de pelear por ello. Que se lo digan a nuestras abuelas, que por ser mujeres nacían sin margen de mejora, o a nuestros padres (por lo menos a los míos) que nacieron con el inicio de una dictadura de la que pensaban que no se librarían nunca. A la libertad la esperaban muchos en nuestro país a la orilla del camino, y el camino para conquistarla ha sido largo, duro y con algún que otro bache peligroso. 

    En este domingo de octubre, en el que yo despedía a mi amiga con largos abrazos, deseando que la primavera me la traiga de nuevo, la libertad se daba de trompicones en una tierra que no por lejana en kilómetros me resulta extraña. Esa libertad que unos esperaban reconquistar cuando nunca la han perdido y que otros pretendían defender a mamporros y tiñéndose la cara de dos colores. Esa libertad que nos ganamos todos dando ejemplo de madurez y que ahora se juegan a los chinos una panda de niños grandes con las peores maneras que se pueden esperar del patio de un colegio. En este triste domingo de octubre le dije adios a mi amiga a pie de via del tren y le dije adios a la cordura a pie de de mi país, al que quiero a pesar de no haber cambiado mi foto en Facebook y de no haber puesto la bandera española en su lugar. 

    No hay cosa peor que el fanatismo. Y no hay cosa peor que darle a una revolución, por absurda que sea, los mártires para justificarla. Los nacionalistas tardoadolescentes ya tienen sus víctimas y la sangre que les faltaba para justificar la irracionalidad de sus teorías decimonónicas. El señor Rajoy (sí, usted, no mire para otro lado que al final el sueldo de presidente se justifica por comerse ciertos marrones) ya tiene en su haber el mérito de liarse a palos en nombre de la democracia y casi, si me apuran, el cargar de razones a los irracionales. Y nosotros, los españoles cualesquiera, los que esperábamos la libertad y peleamos cada día por merecerla, la hemos visto pasar fugazmente por nuestro lado haciéndonos un gesto de burla. Porque la libertad, como los días de Reyes Magos, como mi amiga a la que ya estoy echando de menos, viene...Y se va. 

jueves, 28 de septiembre de 2017

Ella y él (La chica de ayer, 10)

    A ella le gustaba el mar y a él  la montaña. A ella las comidas ligeras y hacer deporte, a él los huevos con patatas fritas y su idea del ejercicio era hacer crucigramas; a ella le iba la modernidad, a él las cosas de toda la vida; ella era sociable y pandillera y él serio y circunspecto. Para que estos dos seres antagónicos se juntaran, intercambiaran fluidos y construyeran una vida en común hizo falta que se encontraran en alguna de esas ciudades nórdicas con exceso de funcionarios y ambiente internacional. 

    Y fue en una de esas ciudades donde la calidad de vida se mide por el ritmo pausado y el tiempo que te sobra para todo, donde nuestros seres antagónicos, en menos que pía un pollo,  se compraron  una casa, y luego otra, y echaron al mundo tres niños; y vivieron una vida falsamente tranquila, llena de cestos de ropa que lavar, de niños que practicaban todos los deportes olímpicos, de trabajos interesantes y absorbentes, de cines y conciertos a los que no se podía ir, de cenas con amigos un día sí y otro también; de planes de vacaciones truncados, de padres que envejecían más allá de los Pirineos y de un día a día que iba al galope, sacaándole varios cuerpos de ventaja a sus protagonistas que iban al trote. 

    Y con el paso de los años, a nuestros seres antagonistas, que se conocieron, se gustaron y decidieron construir una vida juntos probablemente por amor, se les rompió el amor, quizás no de tanto usarlo pero sí de usarlo poco. De tanto alicatar baños, comprar muebles, educar infantes y reparar muros agrietados, olvidaron reparar la grieta que se hacía entre ellos y que se convirtió en una zanja. Y con la misma prisa y la misma pausa se dijeron adios. Ella volvió a comer ensaladas y a visitar las playas. A él le subió el colesterol y empezó a sobrarle tiempo para leer a Proust. Las criaturas ya no viven en la ciudad y el patrimonio inmobiliario acumulado sirve para pagarles las inumerables carreras y especialidades exóticas que acumulan buscando algún día poder ejercerlas. Se despidieron sin odio y con civismo, e incluso continuaron frecuentando amigos y lugares comunes, abandonando odios pasados en manos del olvido que todo lo cura. 

    Llegará el día en el que los seres antagónicos, él y ella, recuerden con una sonisa los años comunes, la vida en común y hasta el común acuerdo en no seguir siendo uno. Porque nos acercamos a una edad peligrosa en la que, como dijo Borges, ya sólo somos el olvido que seremos. El amor, cuando es demasiado civilizado  y vive en terrenos de pacífica concordia, muchas veces deja de ser amor.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La ceguera silenciosa

   La ceguera silenciosa, así se conoce a una enfermedad bastante seria llamada glaucoma, de la que, para mayor información de mis lectores, me han intervenido ayer. Como las ciencias adelantan que es una barbaridad, me pasé una mañana en la clínica, me pusieron el anestésico pertinente, y al rato de que la oftalmóloga, armada de su espada láser cual Darth Vader me hiciera el necesario pespunte en el iris,  me fui para mi casita, aliviada a más no poder porque éstos mis dos ojos, de color vulgar donde los haya, son los que me sirven para hacer dos de las cuatro o cinco cosas que más me gustan en la vida: leer y escribir. Y lo del láser, aunque parezca una banalidad, a los niños de Star Wars nos parece y nos parecerá siempre que es una espada para atravesar cuerpos o un rayo para destruir a la Estrella de la Muerte...Cómo para estar tranquila cuando te lo enchufan al ojo!

    La ceguera silenciosa...Podría ser el título de una novela de García Márquez, o incluso de una buena colección de poemas de Pedro Salinas. Pero en estos días convulsos de la España del eterno conflicto, me da que podría ser el título de una buena crónica periodística hecha por alguien con más talento que yo. Tras unos breves días en mi tierra la semana pasada, constato con pesar que la ceguera silenciosa ha atacado con saña e indiscriminadamente a una buena parte de la población. No creo ser más clarividente que el resto de los mortales, pero a excepción de Joan Manuel Serrat, Josep Borrell, Juan Marsé, Elvira Lindo, Rosa Montero, Rosa María Sardá  y un par de amigos míos catalanes, Lluís y Susana, veo mucha ceguera por ambas partes, y lo peor: ni siquiera silenciosa. Y veo que en vez de esa pandilla de inútiles y poco ilustrados gobernantes que tenemos, bien nos vendría un Carlos III acompañado de Justin Trudeau, por poner un binomio imposible. Adolfo, Felipe, Santiago y Pasqual,  donde estabáis entonces cuando tanto os necesité?

   Veo que Cataluña ha dejado de ser la tierra del "Seny" y que a ello se suma fatalmente el que la templanza no sea una virtud en el resto de España; veo odios irracionales que creía del pasado y mucha exaltación nacionalista en el más puro estilo retrógado, carca y pueril; como no podría ser de otra forma porque el nacionalismo, sea regional, nacional, o de grupo folclórico es por definición eso mismo: nostálgico del pasado mitificado y por consiguiente, retrógado, carca y pueril. No hablo gratuitamente,  varios años de estudio y de muchas lecturas históricas en la Universidad me obligaron y me vacunaron contra  un movimiento que, lo único que ha traído bueno en la historia ha sido la Independencia de los Estados Unidos y malas, muchas cosas, como por ejemplo la llegada al poder de los Nazis o el horror de las matanzas de Bosnia.Veo argumentos débiles por ambos lados y lo peor de todo, veo un diálogo de sordos por no decir de besugos. 

    No me busquen las cosquillas amables lectores de uno y otro lado de la inútil  frontera lingüística. No saldrá de mi pluma más que un pronunciamiento desesperado a favor del diálogo; lo defendí incluso con ETA como para no defenderlo ahora. Ese diálogo que unos, mediocres opositores y peores gobernantes,  rechazaron cuando aún estaban a tiempo y otros, enchidos de demagogia,  rechazan porque es más fácil prometer a las masas un paraíso inexistente antes que hacerlas razonar (y si el Islam radical y el nacionalismo no fueran cosas tan distintas? ) y pedir calma y no banderas. Yo, en mi lucha contra la ceguera silenciosa me he dejado agujerear por un rayo láser; otros, en su ceguera ruidosa, van a pegarle un hachazo a lo mejor de nuestro país: 42 años de paz, convivencia y democracia. Todos sois culpables.


domingo, 17 de septiembre de 2017

Torbellino de emociones

    Si yo fuera al psicoanalista, hace tiempo que éste me hubiera recetado no dejarme llevar por las emociones e incluso, suprimirlas. Si  mi cabeza no fuera un potro desbocado y mi corazón esa víscera que le bombea la sangre para que se desboque, quizás hace también mucho tiempo que habría optado por ser yo misma un pedazo de corcho. Mis amigos Yogis ( son multitud) me recomiendan todo tipo de respiraciones, posturas y versiones del Yoga que podrían ayudarme, y no lo pongo en duda aunque aún no he encontrado la franja horaria que dedicarle.  Hace unos veinte años, arriba o abajo, tanto tragarme las emociones para mí solita me produjo (o cabría decir "me produje") una úlcera de estómago de la que tardé mucho en recuperarme. Desde entonces decidí que los emotivos contumaces como yo, lo único que podemos hacer es echar fuera esas emociones que nos convulsionan y nos agitan de la forma que sea: yo he optado por hacer deporte, querer mucho a los que me quieren, ser simpática y echar pestes en voz alta de los que no me quieren y de lo que no me gusta...Por ahora sobrevivo. A todo ello he añadido, con desigual fortuna, tocar el piano; ya se sabe que la música amansa las fieras, y probablemente yo sea una de ellas. 

    Pues aquí me tienen ustedes clausurando una semana llena de emociones encadenadas y abundantes:  mandar a un hijo a la Universidad, que para remate es en la que estudiamos su abuelo y yo; instalarlo en una ciudad que es la mía, donde crecí y a donde vuelvo feliz y contenta siempre que puedo; pasear por ella con ese hijo al que todos y todas le aseguran que se lo va a pasar fenomenal y que no dude en llamar si tiene un problema. Cruzarme con antiguos profesores , insignes catedráticos que admiraba y comprobar que, a las diez de la mañana ya huelen a vino. Comprar folios y rotuladores en las mismas papelerías que hace treinta años, respirar el verano que se resiste a marcharse en septiembre; mostrarle a mi polluelo los bares de siempre, las calles de siempre, la panadería o el cerrajero. 

    Y por si fuéramos pocos, hacer nuevos amigos a los que saco esos mismos treinta años: un grupo de cuatro mexicanos estudiantes de la Universidad de Puebla, esforzados becarios que se han ganado a pulso y con expedientes de matrícula el cruzar el charco para estudiar un semestre en la Madre Patria (aún la llaman así!). Les presté mi teléfono  para que llamaran a sus madres por Whatsapp y las tranquilizaran después de un largo viaje y aquello selló nuestra amistad.  Me parecieron buenos chicos y no sólo, llenos de un entusiasmo desbordante por aprender y de una energía igualmente desbordante por conocer. Hablando con ellos el tiempo de un trayecto de autobús de dos horas, crei verme de nuevo a mí misma el año en que Erasmus llamó a mi puerta para cambiarme la vida. Espero poder seguirles la pista por esta Europa llena de estudiantes sin ese estusiasmo. 

    Recibir la visita a domicilio de mi tío Clemente, a quien este año ya he visto dos veces en pocos meses, regalo que no recibo a menudo. Instalar a mi hijo en algo que tiene que convertirse, sí o sí,  en su nuevo hogar. Compartir pan y jamón con madre, hermana, cuñado y sobrinos. Desayunar churros en una estación de autobús...Y todo ello bajo el sol. Y todo ello a punto de conmemorar los veinte años de ausencia de otro estudiante de esa nuestra Universidad, por la que pasó feliz y orgulloso como tantos otros y de la que salió para comerse el mundo (también como tantos otros) y para convertirse en mi padre. 

    Uff! Creo que esta próxima semana voy a tener que hacer muchos kilómetros corriendo, querer mucho, echar muchas pestes y ser muy simpática para superar todo ésto. Ah! Y ponerme de nuevo frente al piano. Feliz semana para todos.