lunes, 29 de mayo de 2017

Tengo el corazón contento

    Ultimamente, las bodas son un tema recurrente en el cine, casi siempre en tono de chanza y casi siempre sin mucha pretensión más que divertir y sin reflexión sobre el matrimonio, que parece ser algo que no gusta tomarse a broma. De todas las películas sobre bodas que he visto en los últimos diez años, mi favorita es el episodio de la boda judía de "Relatos salvajes"  pero nada como la vida real para superar el cine, o mejor, para olvidarlo, y darnos cuenta de que lo que nos pasa de verdad es infinitamente mejor que lo que vemos en una pantalla, chica o grande. 

    Mi país de acogida me ha regalado un puente de cuatro días que hemos invertido en ir a casar a mi hermana pequeña, cuñada y tía, respectivamente. Les ahorro la romería rociera que hemos tenido que montar para llegar desde las brumas del norte hasta la meseta extremeña, visita de Donald Trump y cierre de espacio aereo incluido. Lo hemos pasado tan bien que hubiéramos ido a pie hubiera sido necesario! También les ahorraré descripciones de preparativos, vestidos y calzados, ceremonias, invitados, menú, baile  y demás asuntos sin importancia. Hoy, con el cuerpo molido por unos tacones que ya no sé usar, con muy pocas horas de sueño y la garganta tocada, con la maleta por deshacer y las fotos por descargar, me apuro a escribir estas líneas antes de que la felicidad almacenada se me escape por los poros que transpiran los 30 grados y 90% de humedad con los que hoy hemos amanecido. 

    La boda es la excusa. En poco más de 48 horas mi madre nos ha podido sentara todos, hijos y nietos en torno a una mesa sin que sea Navidad. Mis hijos se han escaqueado de tener a los pesados de sus padres machacándoles con tareas pendientes, y ésta que lo es, ha disfrutado de cada minuto gastado, vivido y respirado en su Macondo particular. Mi hermana ha visto como un montón de amigos han cruzado océanos y autopistas atascadas para estar a su lado en un día importante, y así, todos bien apiñados bajo un mismo techo, en esa versión tan típica de lo que es el "Todojuntismo" español yo me he dado cuenta que la familia, y el cariño familiar son drogas que, o te matan o te hacen más fuerte; o funcionan o son un desastre; o te gustan o los aborreces. 

    A mí este fin de semana me ha dado un chute de energía ver la felicidad de mi hermana, las caritas de mis sobrinos cuando ven aparecer por la puerta a sus primos, el empeño de todos por que las cosas salieran bien. Ver a mi tío el Comendador dirigiendo las operaciones como un auténtico profesional de las bodas, a mi otro tío, pasear su buen color y su buen humor a pesar de que vive gracias a un esófago de plástico; a mi tía Carmela, que para todos nosotros es una niña, pero que ya es pensionista; a mi marido, cámara de fotos en ristre, haciendo eso para lo que tiene un talento innato que es retratar a las personas en el mejor de sus momentos. Me ha calentado el alma hablar con mi Tita, que no tiene un panorama vital como para tirar cohetes pero no se encierra en sus miserias;  volver a abrazar a nuestros amigos de California, brindar con alcohol a la salud de Ramadán, abrazar a mis primos a los que vi por última vez echándose novia y que ahora son padres de familia; coger de la mano a la madrina Leo, que a pesar de casi perder la cara por un traspiés el día anterior, allí estaba ella para casar a su ahijada favorita. Ver de madrugada la sombra alargada de mi abuelo detrás de cada portón de madera de esa casa, que es para muchos de nosotros la casa que resume lo que somos, el lugar a donde siempre queremos volver. El resumen de mi infancia y de la mayoría de las cosas buenas que me han ocurrido después. 

    La boda era la excusa para encontrar todo ésto; y yo, como la canción que les dejo, tengo el corazón contento; en la suma de los días, tampoco podemos pedir mucho más. 






martes, 23 de mayo de 2017

Vida de funambulista

   La vida es un cable de funanbulista atado entre dos postes. A diferencia del equilibrista cirquense, los que transitamos por la vida haciendo los mismos equilibrios, y muchas veces cayéndonos, tenemos pocas ganas de llegar al otro poste. 

    El cable está tenso en los extremos, donde ofrece cierta estabilidad por la cercanía al amarre; como ofrece cierta tranquilidad la infancia donde siempre hay alguien que vela por nosotros; como la vejez, donde todo o casi todo ya está hecho o dicho y no queda nada  por demostrar. Es en el medio donde el cable oscila, se curva y se cimbrea y donde el experto funambulista con su percha larguísima hace todo lo posible por no caer de un lado ni del otro. Es en la edad madura cuando hay que tomar decisiones que nos hacen dudar, con derecho a caída;  donde el cable ya no nos sujeta sino que nos obliga sacar la percha, pedir ayuda, decidir a qué paso caminamos y con quién. Y cuando lo peor del cable flojo y de los equilibrios necesarios va pasando, lo que queda es acercarse al poste de llegada, donde nadie quiere llegar ni un minuto antes de lo necesario. 

    Cuántas decisiones hemos tomado bailando solos en un cable de funambulista? Cientos. Cuántas de ellas equivocadas? Unas cuantas, seguro; y cuántas acertadas sólo por casualidad? la mayoría. Cuántas veces, hasta que los metros de cable por delante se vayan agotando,  tendremos que decidir si por aquí o por allí, si lo hecho está bien o mal; si lo siguiente que nos va a pasar será bueno o malo o nos llevará al hoyo? Mejor no preguntárselo. Y cuántas veces caminamos por el cable con  paso decidido pensando ser dueños de nuestra existencia hasta que cualquier nimiedad nos hace perder el equilibrio? Alguna que otra.

   Hace meses mi hija me pidió acompañarla a un concierto de Ariana Grande. Me salvó la campana en forma de viaje familiar que coincidía con la fecha del concierto. Cuántas madres en Manchester hubieran preferido negarles a sus hijas e hijos el permiso, el dinero o la compañía para el concierto de anoche? Unas cuantas, seguro; porque las madres sabemos que acudir a los sitios donde se aglomeran las personas es convertirse en una diana con piernas en estos tiempos de terrorismo suicida;  pero nos callamos porque tampoco queremos que nuestros hijos crezcan con el miedo que estos locos han planeado inculcarnos. Ahora resulta que el viaje se nos está complicando porque Trump ha decidido darse un garbeo por los cielos europeos y el acontecimiento familiar que nos aguarda puede que hasta se celebre sin nosotros, nunca se sabe. Y Ariana Grande, hecha un trapo como es comprensible, ha anulado el concierto al que mi hija quería ir.

    Y al mismo tiempo, una amiga mía camina por un alambre tendido entre camas de hospital y quirófanos. No sé si tengo derecho a llamarla amiga en estos tiempos en los que Facebook ha devaluado tanto el significado de esta palabra. Digamos que es una compañera de trabajo a la que aprecio enormemente; y que en otro tiempo lejano incluso fue mi jefa y me resolvió una papeleta complicada de esas de caminar por el alambre; digamos que he disfrutado de su conversación y de sus palabras cariñosas en muchos ratos de esa actividad llamada "trabajo" donde nos pasamos la mitad de nuestras vidas. Así que creo que sí, que puedo llamarla amiga, porque ni siquiera es mi amiga en Facebook. Y  mientras ella camina por ese hilo delgado, peligrosamente, aquí estoy yo lamentándome porque no puedo hacer nada más. Y definitivamente, en esta vida no hacemos más que caminar por un alambre muy delgado e inestable. Y sin la habilidad del funambulista, para colmo.

jueves, 18 de mayo de 2017

Sobral y Nadal

    Ya ha pasado casi una semana así que  puedo hablar sin apasionamiento del asunto Eurovisión. Soy parte desinteresadísima en el asunto, porque este festival no me merece ni diez minutos de interés y no lo veo nunca. Tampoco esta vez,  que me ha pillado fuera de mi casa y me enteré del resultado después de pasar una noche toledana gracias a la mitad de los solteros y solteras de España que se dedicaron a cantar "Despacito" (otra pesadilla) bajo  mi balcón; pero de eso ya les he hablado en la entrada anterior.  Por pura curiosidad, busqué en Youtube los vídeos de la actuación del ganador y del pelele que nos representó, al menos para tener algo que decir el lunes al volver al trabajo y poder meter baza en las conversaciones. 

    Lo que ha ocurrido esta vez es una clara muestra de lo que tantas veces cuento en mis entradas dedicadas a Portugal (véanse "O pais irmâo" de agosto del 2012 y "Alma de Fado" de abril del 2016): en esas ocasiones en las que nosotros demostramos ser un pueblo un tanto cateto, poco cosmopolita y culturalmente colonizable, los portugueses demuestran buen gusto, delicadeza a raudales y amor por su propia lengua y su tradición musical. Sin entrar a valorar la canción (bonita y chorreante de tristeza) ni al cantante Salvador Sobral (igualmente triste y desaliñado)  lo que más me ha gustado de ella es precisamente eso: que sea tan portuguesa, tan triste y tan de Fado y que haya cantado en portugués, por supuesto. 

    Frente a eso, nosotros, los últimos clasificados (olé) presentamos a un rubio de bote;  Youtuber más que cantante, con una canción de mensaje idiota e idiotamente cantada en inglés. Lo de que al chaval se le escapara un gallo fue lo de menos, también se le ha escapado alguno a Pavarotti y en escenarios más exigentes. Lo que daba grima ver era lo falso del conjunto: la melena al viento del cantante, la camisa de flores, la escenorafía surfera...Concordarán ustedes conmigo, todo de una españolidad apabullante...  Y aún mejor, las primeras declaraciones de la criatura,  que dijo aquella misma noche: "estoy muy orgulloso de mi actuación". Este chico, desde luego era de esos que llegaban a casa con cuatro o cinco cates y sus padres le daban una palmadita en la espalda. Porque así es esta generación que hemos criado en la España de la opulencia, la que nunca se equivoca, la de los políticos que nunca pierden las elecciones, los corruptos que nunca robaron y en la que nos empeñamos constantemente en decirle a todo el mundo lo maravilloso y guapo que es por mor de las redes sociales. 

    Ese mismo fin de semana Rafael Nadal ganó el Máster de tenis de Madrid. Tampoco sigo el tenis, que me parece un deporte bastante aburrido, pero sí sigo a Nadal, a quien admiro por su perseverancia y por ser un español casi casi de otra época: modesto, bien educado, sencillo y tenaz. Este fin de semana ganó, pero cuando gana su declaración a los medios y su comportamiento con su público y sus rivales no es muy diferente de cuando pierde. Y cuando pierde y admite que ha sido por jugar mal (compárese con Fernando Alonso y su letanía sobre los coches averiados que ya va para diez años) promete hacer lo posible para mejorar en el siguiente torneo, como si le debiera la vida a sus seguidores.  Nadal ha crecido custodiado por su tío y entrenador, que le ha hecho cargar con los bártulos y repetido hasta el aburrimiento que ser una figura del tenis no hacía de él una persona importante, y está claro que el muchacho, hoy día un hombre de ley, se lo ha creído. 

    Gracias a mi amiga Adela, que me lo ha enviado vía Facebook, he vuelto a leer un articulo aparecido en el Mundo hace un año, el 8 de mayo del 2016,  escrito probablemente después de alguna de sus derrotas y no puedo estar más de acuerdo con David Jiménez, que es el periodista que lo firma: hay que "Nadalizar " España y  (añado yo) copiar de paso a los vecinos portugueses en su amor por su lengua y su modestia no fingida. Otro gallo (y no el de Manel Navarro) nos cantaría!

lunes, 15 de mayo de 2017

Pesadilla de solteros y solteras

   Acabo de pasar el fin de semana (no primaveral, por cierto) en mi ciudad, tomada por asalto por turistas y acontecimientos solapados: graduaciones de estudiantes, comuniones, bodas, puente para los madrileños, la feria del libro y lo peor de todo, un movimiento tardo-juvenil que envía gentes dispuestas a todo a una ciudad ajena, a ser posible, a menos de dos horas de Madrid. En ese "dispuestos a todo" va incluido el pasearse por la calle vestido de fantoche; los varones vestidos de fantoche-hembra y viceversa las mujeres. El traje de fantoche, sea en versión masculina o femenina lleva incorporadas alusiones fálicas y sexualmente muy explícitas; algún que otro cartelito colgado con el nombre del o la homenajeada y todo ello resultante en un espectáculo francamente cateto. 

    Una vez convenientemente disfrazados, estos zombies de fin de semana se lanzan a la calle y se dedican a beber a destajo, hacer sus necesidades en las aceras, vomitar lo que beben y cantar todo tipo de coplas de borrachines a cualquier hora de la madrugada en cualquier calle. Total qué más da, no es su ciudad y probablemente no vuelvan a ella en una larga temporada. Lo llaman despedida de soltero, por encontrar un nombre civilizado a unas gentes que no se comportan civilizadamente. 

    Ya me subí al avión el viernes con un grupito de nórdicas uniformadas todas con una sudadera que rezaba "Bye Bye Corinne"; Corinne supongo que era la que no llevaba sudadera, que no hacía más que toser y que, si ha sobrevivido a su despedida de soltera a lo mejor está ingresada con neumonía. Unas horas después cogí un tren de Madrid a mi ciudad y en el vagón se subieron diez tipos todos vestidos de negro con un cartel colgado al cuello que ponía "proyecto Josele", y esos ya iban empinando el codo desde el tren. He estado dos días y dos noches viendo desfilar monjas con barba, la abeja Maya y sus abejorros, sucedáneos grupales de Amy Winehouse y Beyoncé; muñecas y muñecos inflables paseados a hombros y Blancanieves con los siete enanitos, los siete; que los conté. 

    Y yo me pregunto qué hemos hecho en las provincias para merecer esta plaga recurrente. Nosotros, que nos dedicamos a embellecer nuestros monumentos, a peatonalizar los centros históricos, limpiar la atmósfera porque no usamos el coche y despachar cañas y gin-tonics a precio de saldo. Recibimos oleadas de madrileños cada vez que tienen puente con una acogida digna de Bienvenido Mr. Marshall y nos conformamos con venderles embutido y alguna que otra baratija. Ahora también es necesario que soportemos este circo? En serio? No hay manera de plantearse cerrar la M50 los fines de semana, con agentes de aduana y todo para impedir que solteras y solteros abandonen la capital rumbo a cualquier ciudad castellana limítrofe? No hay sitios en Coslada o Leganés, o en cualquiera de esas localidades radiales con su Corte Inglés y todo para que esta gente beba, cante y se disfrace de lo que sea sin tener que venir a darnos la tabarra a los castellanos viejos?  No hay en nuestras ciudades Patrimonio de la Humanidad ninguna ley que prohiba pasearse por ellas atentando permanentemente contra el buen gusto? 

    Piénsenselo los políticos con aspiraciones electorales. Yo estoy dispuesta a votar a los que prohiban las despedidas de solteros en los cascos urbanos, como programa electoral ya es mucho más de lo que algunos ofrecen. 

jueves, 11 de mayo de 2017

La suma de los días (La chica de ayer, 9)

    A la chica de ayer se le va alejando la infancia como barco en el horizonte aunque ella, que presume de buena memoria, se duerme cada noche con algún recuerdo de ese paraíso perdido;  es algo que no puede evitar. Hay quien se toma un tranquilizante para dormir, ella ha encontrado en sus recuerdos de niña un remedio más natural y menos adictivo para conciliar ese sueño que, gracias de nuevo a los años que van pasando, a veces se le resiste. 

    Inevitablemente, a medida que el barco se va alejando, los recuerdos se hacen más borrosos, y hay que buscarlos en épocas más cercanas para no caer en la frustración que produce la desmemoria. En qué año te trajeron los Reyes aquella batería que tocabas desenfrenadamente? Cómo se llamaba el barquillero de la plaza? Era el día de tu comunión aquel en el que llovió a cántaros? O fue en el bautizo de tu hermana pequeña? Quién te compró tu primera bicicleta? Quién te regalaba los tebeos que te gustaban? Cuál era el nombre de cada uno de aquellos tios y tías abuelas que llegaste a conocer?  Hay veces que las preguntas requieren auténticas excavaciones en la memoria, y lo que es un juego para dormirse se convierte en una manera de perder el sueño! A veces es peor el remedio que la enfermedad. 

    También hay veces, pocas, en las que los recuerdos lejanos se despiertan ellos solos en mitad de la noche y se convierten en sueño, o incluso en pesadilla. Hace unos días la Chica de Ayer buscaba el nombre de aquella mujer de ojos claros, pelo recogido en una pequeña coleta y sonrisa perfecta en un tiempo en que las sonrisas de España estaban todas desdentadas. Sí, se llamaba Carmen, y era madre soltera, o puede que viuda joven, no lo recuerda bien. Su niña era rubia de ojos azules, también se llamaba Carmen. En las tardes de primavera, Carmen la recogía en su colegio, o puede que aquello ocurriera antes de ir al colegio, y jugaba con esa niña de ojos claros en un lugar que no era su casa, sino otra casa más lejos del centro, con un jardín delante...O quizás no era un jardín, sino un simple terraplén que el paso del tiempo ha convertido en una fila de adosados con derecho a Mercadona. Carmen vino esa noche a visitarla en su sueño, y desde entonces busca y rebusca en sus fotos, en sus recuerdos y en los surcos más horadados de su memoria una imagen de esa mujer, sin encontrarla. 

    Aquella precisa noche, en pleno sueño se despertó sobresaltada porque al dormirse apenas recordaba el nombre de esa mujer pero durmiendo, de repente,  recordó su voz cariñosa, las manos suaves que la vestían por las mañanas, los muchos besos y abrazos que le daba y hasta (y ahí fue donde se despertó sobresaltada) se la encontró en aquella misma casa del jardín que no era jardín,  más de cuarenta años después. La Chica de Ayer hecha una señora, Carmen, varada en el tiempo y con su misma sonrisa perfecta, y esas mismas manos que la vestían recorriéndole el rostro y diciéndole una y otra vez "mi niña"...Tres horas después sonó el despertador y de Carmen ya no quedó más que el recuerdo de su nombre.Y esa imagen de una mujer con cuerpo de anciana y la cara de treinteañera que le pasaba la mano por la mejilla y le decía "mi niña".

    Cuando los recuerdos se pierden en la noche de los tiempos hay que pensar que lo que va quedando es la suma de los días.Y nada más.

   

miércoles, 10 de mayo de 2017

Emmanuel

    Emmanuel significa en términos biblicos "Dios con nosotros". En términos políticos, y de supervivencia de cierta Europa en la que yo, y unos cuanto como yo creemos, significa, sólo por el momento, alivio. Alivio que comparto con ustedes, queridos lectores, que me reprochan últimamente estar muy vaga y escribir poco, que es verdad. Tan verdad como que apenas he seguido la (corta) marcha de Emmanuel al poder y sus refriegas televisivas con la rubia de bote. Razones? telemáticas. Hablen ustedes con el Ministerio de Educación y Ciencia (sección Universidades) y con la Universidad Nacional de Educación a Distancia (sección convalidaciones) y pregúntenles por qué para estudiar allí hace falta tener unos padres ingenieros informáticos o, caso de no tener esos padres, perder infinitas horas que se deberían dedicar al estudio en usar aplicaciones que funcionan a medias y rellenar formularios estúpidos. En ese negociado he perdido muchas horas y otras tantas neuronas en las última semanas.  Vuelvo a Emmanuel ahora que me he desahogado.

   Emmanuel es ese chico de increíbles ojos azules que está dispuesto a apencar con el marronazo de gobernar la ingobernable Francia, y no sólo porque tenga más de trescientos tipos de quesos (como dijo De Gaulle) sino, principalmente porque tiene 66 millones de franceses que lo son a conciencia y creen en la revolución como estilo de vida, porque para eso fueron los que la inventaron. Ponerse al frente de una tropa que cree en la libertad y se sabe su himno nacional de memoria es un ejercicio no exento de riesgos. Por lo pronto sólo sabemos que es joven, que apenas tiene partido político y que le gusta ir deprisa por la vida. Y si hacemos caso a la prensa (a la que me estoy cansando cada vez más de leer) lo único que ha hecho en la vida es casarse con su profesora de literatura; que le saca 24 años y le mira con ojos embelesados.

   Y digo yo, que casarse con una mujer mayor no sólo no debería ser noticia sino menos aún, parte del Currículum Vitae. Yo le alabo el gusto a Madame Macron; estoy felizmente casada y ojalá que por muchos años, pero si volviera a ponerme en el mercado del matrimonio, probablemente preferiría buscarme una criatura con bastantes años menos;  y no se me pongan malpensantes, porque sin ir muy lejos ni ponernos muy lascivos,  hay que reconocer que los y las de mi edad nos estamos empezando a poner muy pesaditos y más vale buscar la juventud divino tesoro en el cónyuge ya que la nuestra propia es irrecuperable. Y ya me dirán queridas lectoras, cómo decir que no a un chiquillo al que a los diecisiete años sus padres mandan al exilio de la capital y se despide de tí diciéndote: "volveré cuando sea mayor de edad y me casaré contigo". Yo sólo por hacer esa promesa y, por supuesto por cumplirla, ya le votaría. Al menos tenemos claro que cumple lo que promete!

   Y probablemente este Emmanuel, que no es "Dios con nosotros" pero ha llegado en un momento mesiánicamente oportuno, haya hecho en su corta vida cosas muchas y varias, y mucho más allá de casarse con su profesora de teatro; y ella parece una señora inteligente y capaz, que probablemente le va a corregir la dicción y repasarle los discursos de una forma que sólo los franceses y francófonos  profesores saben (creanme que sé de lo que hablo) y el amor, el cursi y por cursi verdadero, existe, incluso para las señoras que estamos entrando en ciertas edades maduras y luchamos con cada parte de nuestro cuerpo contra la ley de la gravedad. Olé tu madre,  Brigitte! Tú sí que sabes.

jueves, 4 de mayo de 2017

Soy de la secta!

    Esta tarde, viendo que el trabajo se me quedaba reducido, he cogido mis bártulos a una hora temprana y he ido a hacerme de una secta. No se crean, aunque he aprovechado el momento y la franja horaria ( a eso no hay quién me gane) me he hecho de una secta después de meditarlo mucho; una ya es mayor para ir dando bandazos por la vida. 

    En el siglo XXI hacerse de cualquier cosa, sea secta, club de fútbol o partido político es bastante fácil, normalmente basta con tener acceso a Internet. Para esta secta, además,  hay que tener cierto capital inicial, pongamos unos quinientos Euros, ganas de consumir y no ser un zoquete. Yo no es que vaya sobrada en el cumplimiento de las tres condiciones  los quinientos Euros los tengo, pero la afición al consumo en mi caso brilla por su ausencia y, aunque no creo ser merecedora del adjetivo "zoquete", sí soy bastante torpe. Pelillos a la mar, cuando una quiere hacerse de una secta no hay inconvenientes que valgan! A testaruda tampoco hay muchos que me ganen.

   Me he encaminado al templo con los quinientos euros por delante y toda la paciencia que he podido acumular en los días precedentes, que no se crean que es mucha: estoy ayudando a mi hijo a hacerse de la secta Universitaria española y ahí sí que hay que ser ingeniero antes de ir a estudiar para serlo, vistas las complicaciones burocráticas e informáticas, pero con ellos ya me meteré otro día; hoy les cuento lo mío. Como les decía, he llegado al templo donde los fieles y los sacerdotes te acogen con una sonrisa de oreja a oreja y se empeñan en llamarte por tu nombre de pila desde el minuto cero y les he dicho que quería ser uno más de ellos, con toda la ilusión y las ganas que sólo quien va a apuntarse a una secta es capaz de desplegar: no parecían especialmente conmovidos, porque a este garito se acercan millones de personas cada día (incluso sin los quinientos Euros) y se saben adorados por muchos más que ni siquiera se acercan. 

   Sea pues. Después de hablar con los fieles y algún que otro sumo sacerdote, y de entregar mis quinientos Euros y rezar mi mantra de "mire usted que yo soy muy torpe" como cien veces; uno de los sacerdotes, que para distinguirse de los fieles van todos vestidos con una camiseta verde (desde luego el clero cada vez gasta menos en hábitos) me ha entregado el ídolo que a partir de ahora tengo que llevar en mi bolso, bolsillo o mochila y del que nunca más me voy a separar, dicen ellos. Al menos he podido elegir el color y las vestiduras, que como son de plexiglás tampoco dan mucho juego. Constato que en las sectas modernas ya se gasta poco en ropajes y ceremonias, al menos las antiguas tenían ese encanto. Agarro el ídolo con las dos manos y uno de los sacerdotes me pide una huella dactilar y me indica que con una mano basta; creo que se han dado cuenta que el mantra, en mi caso, era una declaración de principios.

   El idolillo es plano, brilla y abulta poco y, por lo visto,  es un objeto de deseo, porque los de la secta insistían mucho en que añadiera a los quinientos Euritos de nada, unos cuantos más en concepto de seguro antirrobo. Antes de marcharme me dieron ganas de preguntar donde estaba la capilla del santo fundador de la secta, pues allí es todo tan transparente, tan de vidrio y plantas de interior que me parece mentira que como buena secta no tengan su cripta secreta para adorar al padre fundador. También es verdad que el santo no se benefició a trescientas vírgenes ni provocó un suicidio colectivo; murió de muerte natural y se limitó a ser vegano, que ya es casi una muerte en vida! Nada que produzca morbo y curiosidad malsana, que debería ser lo primero que produzca una secta; esa parte les falla. 

    Por si al llegar al sexto párrafo de esta entrada no se han dado cuenta ni lo sospechan, esta tarde me he comprado un iPhone. Mis hijos me dicen que por fin he entrado en el siglo XXI, yo estoy convencida de ser sólo una más de la secta.