martes, 31 de octubre de 2017

Como aquellos que no entienden

    Mi abuelo cabalgó entre dos siglos, pasó dos guerras mundiales, una crisis de magnitudes colosales, la llegada de Hitler, la de Franco, una guerra civil y cuarenta años de dictadura, la caída de la misma, el regreso de la democracia y el ingreso de España en la Europa de los valores eternos. Vivió tantos años que aunque la cabeza le funcionaba correctamente hasta dos años antes de morir, varios años antes de perder esa cabeza, ante cualquier novedad, llámese estado de las autonomías o ley del divorcio, su cantinela  habitual era "yo ya no entiendo nada". 

   Como él, conozco varias personas mayores (no las llamemos ancianas, que se molestan) a mi alrededor que aseguran no entender nada, a pesar de haber vivido tiempos menos convulsos y con vuelcos históricos menos importantes. Y eso sí que es preocupante, porque no entender lo que a uno le rodea es signo de enajenación de la realidad, y la realidad es la que hay, no vivir en ella o no querer entenderla es el primer paso para equivocarse...En los últimos meses tenemos ejemplos cercanos de personas que por no vivir en la realidad han tomado decisiones equivocadas, incluso viviendo en realidades paralelas, y han levantado pasiones equivocadas. 

    Yo no he vivido ninguna guerra, ni he pasado hambre ni penurias, ni me han torturado, ni perseguido ni amenazado. He votado desde mis dieciocho años sin perderme ni una, debutando con el referéndum de la OTAN y hasta la fecha. He viajado por decenas de países, muchos de ellos peores que aquel en el que resido y del que nací. He estudiado en tres países y trabajado en otros tantos, en mi casa se hablan dos idiomas y por ella pasa gente de todos los pelajes y colores. Nunca me ha interesado ser de mi pueblo, aunque me parezca uno de los más bonitos del mundo, qué caramba. Tenía yo la sensación de ser y pertenecer a un mundo civilizado, moderno, cosmopolita, donde se puede hacer y decir lo que uno quiera. 

    En esta víspera de los santos y difuntos, paseo por mi ciudad, joya del arte Plateresco, los balcones manchados de banderas colgadas ahí, dicen sus propietarios que por orgullo, aunque me parece que es más bien por rabia. Y yo, como dice el Roto en su viñeta el País de hoy, quisiera vivir en un planeta sin banderas.A falta de ello, sólo me queda afirmar, como mi abuelo, que no entiendo nada de nada, y hacerme de ese bando de gente mayor que ha visto tantas cosas que la realidad les resulta complicada. Lo que pasa, es que yo la veo bastante simple, porque tengo los pies en la tierra, cosa que los histéricos de las banderas (de todas ellas) no tanto...

    

jueves, 26 de octubre de 2017

Preguntas retóricas, segunda.

    De vez en cuando miro las estadísticas que me proporciona Blogspot sobre mi blog, permítanme ustedes este pequeño pecado de vanidad. Me resulta fascinante ver como lo que yo creo que me ha salido redondo apenas ha tenido eco y que, entradas escritas apresuradamente y para salir del paso, cuentan entre las más leídas. La conclusión que saco es que jamás escribiré un bestseller porque no tengo ni idea de qué elementos utilizar para que me lean mucho, sobrepasa mis capacidades adivinatorias; o quizás por eso mismo escribo un blog y no un bestseller obligada por una multinacional: porque aquí puedo escribir lo que me da la gana, dirigiéndome a un público que lo lee también porque quiere. 

    En esas estadísticas, la tercera más leída desde 2011 que empecé (serà posible que ya hayan pasado seis años? ) es una de esas que escribí con desgana, una noche de verano y probablemente a falta de ideas mejores. "Preguntas retóricas", del 22 de junio de 2012, se llamaba, y no entiendo el porqué de su éxito. La leo hoy y la única pregunta retórica que planteaba entonces y que ha recibido respuesta era la referente a George Clooney y su aversión al matrimonio: seis años después, Clooney se ha casado y es padre de mellizos. Pero recuerden, las preguntas retóricas, según el diccionario, son aquellas que se plantean sin esperar respuesta y que van destinadas a hacer reflexionar a quien nos escucha; así que hoy, empujada de nuevo por la falta de ideas y cierta fatiga mental en víspera de una semana de asueto, les largo una nueva ristra de preguntas retóricas. Si comparan éstas con las de 2012  quizás saquen como conclusión, como yo misma lo hago, que soy más mayor, pero no sé si más sabia. 

    Cuánto tardarán en extinguirse los libros como fuente de conocimiento? Sabrán nuestros nietos quién era Cervantes? Cuándo se retirará Julio Iglesias? Se acabará el cine como lo conocemos y las series sustituirán a las películas? Vivirá Isabel Preysler lo suficiente como para casarse por quinta vez? Conseguirá Vargas Llosa escribir una buena novela si sigue con ella? 

    Se usará el teléfono para hablar por teléfono dentro de diez años? O el teléfono será un simple terminal de Whatsapp? Existirá el Whatsapp, o nos tendremos que ajustar a otro nuevo canal de comunicación? Arrancarán los buzones de correos de las ciudades? O los utilizarán como maceteros? Nos hablaran nuestros hijos o tendremos que mandarles un Whatsapp para saber si les pasa algo?  Seguirán los iPhone siendo un objeto de deseo o volverán los zapatófonos de baquelita? 

   Y ya sin tanta proyección de futuro: por qué cuando compro una barra de pan, que en España llaman "baguette", el embalaje (en España y aquí donde vivo y son de verdad "baguettes") deja al aire y expuesto a la mugre al menos 7 cmts de pan? No hay un alma caritativa en el mundo de los embalajes que haya inventado una funda de papel para las barras de pan que sea tan larga como la barra misma? Es una idea que lanzo para aquellos que buscan un nuevo nicho de negocio.  Será posible que inventen en los aeropuertos un pasillo para los que nos sabemos de memoria las instrucciones de la policía y nos quitamos cinturón, joyas, sacamos el ipad y los líquidos y no retrasamos a los demás pasajeros?  Y ahora que de nuevo estamos en vísperas del cambio de hora, qué quedó de aquella razonable petición de que España volviera al huso horario que por situación le corresponde y que, de paso, ayudaría a los españoles a tener horarios de sueño y de trabajo más razonables? 

    Acabo como acabé en junio de 2012, después de seis años creo que me he ganado el derecho a copiarme a mí misma. Lo dijo Rabindranath Tagore: hacerse preguntas es prueba de que se piensa" . Ya ven ustedes la de tonterías que hay que escribir para vencer la tentación de escribir sobre Cataluña...

domingo, 22 de octubre de 2017

Sobre todo, las personas.

    Pasar más de una semana sin escribir solo me ocurre cuando estoy de vacaciones y no es el caso. Pero, de la misma manera que hablar para no decir nada es inútil, lo es también escribir por escribir, para volver a decir e insistir sobre las mismas cosas: abajo las banderas, fuera radicales, dónde se nos fue la cordura, la concordia fue posible y ya parece que no, mis amigos se radicalizan (a un lado y otro de la maldita frontera) mi país da palos de ciego, la Europa en la que creo se desmorona, los hijos crecen, los padres envejecen, el otoño se asienta, el frío vuelve, las hojas caen, los árboles enrojecen, la cintura engorda, el pelo encanece, los Jordis viven en la cárcel, el rey habló, Mariano habló a medias, Serrat y Boadella se posicionaron, las esteladas proliferan y las otras también, el verano está lejos, el invierno acecha, Iberia no me paga lo que me debe, y la vida, afortunadamente, en medio de todo este marasmo, sigue. 

    El asunto catalán me ha enviado un directo a la mandíbula y puede que también al cerebro, que siento estos días reblandecido y poco ágil; mientras contemplo a unas cuantas de mis amistades querellarse entre ellas por un video más o menos, por una frase mejor o peor, o por un acceso de patriotismo virulento. Y no me gusta...Pero no sirve de nada insistir, ya lo he dicho muchas veces. Sólo espero que no haya un muerto un día de estos que les sirva (a los unos o a los otros ) para tener ese mártir que toda revolución romántica necesita. 

    La idea más clara que he sacado de todos estos días de silencio autoimpuesto es que me he hecho lo suficientemente mayor para ver los toros desde la barrera y no correr en más encierros. Luchar por la patria perdida, e incluso por la patria venidera ya no es de mi edad ni de mi temple. Es más, a mi edad creo que ya se ha superado lo de la patria, que es una cosa romántica como las revoluciones y las flores por San Valentín; esa pelea se la dejo a los jóvenes, e incluso a los muy jóvenes, a quienes les está permitido radicalizarse porque el tiempo les traerá la calma necesaria. En ellos comprendo las ganas de rumba, en los de mi quinta, no tanto. 

   Y he sacado todavía una idea más clara: por encima de las patrias, los pasaportes, las banderas y todo ese folclore innecesario, por encima, digo, están las personas; esas que nos alegran la vida, a las que llamamos por teléfono e incluso frecuentamos; esas con las que trabajamos, tomamos café, y a veces hasta nos sacan de nuestras casillas. Esas personas que tienen unos hombros sobre los que lloramos y que también nos prestan el suyo para llorar; que nos felicitan la navidad y el año nuevo y a quienes a veces debemos la vida y muchos buenos ratos. Yo he pasado este domingo que acaba con seis de esas personas. Siete éramos en la mesa, de tres nacionalidades distintas incluso extracomunitarias; de ellos, tres pertenecientes a un país con conflicto nacionalista y lingüístico y repartidos los tres a un lado y otro del conflicto, y cada vez que los sentamos juntos nos dan una lección de civismo. Veinticinco años de amistad, dos botellas de vino, un recuerdo para nuestra Teresa ausente en esa mesa desde hace un año...Quién se acuerda de la rabia, el ruido y la innecesaria pelea nacionalista? Yo no, gracias. Sienten a su mesa a las personas que quieren, incluso de vez en cuando a alguna que no quieran; descorchen una buena botella y piensen que, sobre todo, el ruido pasa y las personas quedan...Y las necesitamos tanto!

jueves, 12 de octubre de 2017

Tiranas banderas

    Si yo estuviera convencida que colgando una bandera española de mi balcón podría contribuir a arreglar el marasmo nacional y nacionalista que aqueja a mi país, lo haría sin duda alguna. Banderas no me faltan, gracias a la pasión futbolera de uno de mis hijos, balcones tampoco. La cosa es que estoy convencida que no sirve para nada: ni colgar banderas, ni envolverse con ellas a modo de toquilla para ir a manifestar, ni cambiar mi foto de perfil de Facebook con ribete rojo y gualda, ni ponerla de fondo de pantalla. No sirve de nada e incluso me trae recuerdos siniestros de otras épocas que no viví pero que conozco, en las que sacar banderas a la calle era el aperitivo de tiros y bombazos y el no sacarlas te podía llevar delante de un juez. 

   Con las mismas, si yo pensara que dejar de comprar cava o Cola-Cao, o dejar de desayunar pan con tomate fuera eficaz quizás lo haría; pero la eficacia del boicot comercial de a pie, el que hacemos los pobres ciudadanos,  ya hace tiempo que no me la creo; otra cosa es un buen embargo comercial practicado por los americanos. Cava no compro, de todas maneras,  porque los vinos espumosos me dan acidez de estómago y puestos a tener que tomarlos prefiero la versión del hombre rico (Champagne) que la versión del hombre pobre que es el Cava. Y del pan con tomate no pienso apearme a no ser que instalen una churrería en la esquina de mi calle, cosa poco probable. 

   Si vestirme de blanco e ir a parlamentar delante de un ayuntamiento sirviera, también lo haría, aunque el blanco me queda fatal, como a todas las señoras de mi edad, que cuando nos vestimos de blanco parecemos Gunillas Von Bismarck en horas bajas o en su defecto, viudas neocatecumenales. Lo de hablar me parece estupendo, pero insto a todos los que se dirijan a los ayuntamientos llamados por esta noble iniciativa a que sigan un curso de buenos modales previamente, porque aquello no se puede convertir en el pobre remedo de una tertulia televisiva. 

    No es que me duela España como le ocurría a mi admirado e incomprendido Unamuno, es que me duelen 46 millones de españoles (o por lo menos un buen cuarto y mitad de ellos) cada vez más radicalizados después de haber aprendido a estar cuarenta años sin tirarse los trastos a la cabeza. A veces pienso que España es una comunidad de vecinos mal avenida, de esas que abundan tanto y hasta tienen sus series de televisión y todo; con sus administradores inútiles y corruptos a la cabeza, sus vecinos abusones que cambian las persianas y las ponen de otro color sin permiso, su vecino molesto que toca el clarinete por las noches, su piso de estudiantes que montan juergas, su vecino que no paga el ascensor porque dice que no lo usa, el otro que ha convertido su piso en un apartamento turístico por donde desfilan gentes extrañas de día y de noche,  etc...Vayan ustedes identificando regiones e individuos, creo que no es difícil. 

    Tal día como hoy, 12 de octubre, miedo me da abrir mis redes sociales y verlas llenas de rojo y amarillo por doquier, con todo tipo de configuraciones en sus rayas rojas y amarillas y todo tipo de improperios y declaraciones de principios;  porque yo tengo amigos a un lado y al otro de ese Missisipi ibérico, qué se le va a hacer. Si bajo coacción o con amenazas me obligan ustedes a sacar una bandera, sacaría una sábana blanca al grito de socorro! Y si me preguntan qué nos queda para arreglar este asunto, sólo se me ocurre recurrir a la democracia, a la de verdad; a la de votar, hasta obligatoriamente,  cuando toca;  a gentes en las que depositar nuestra confianza, en urnas que no vengan del Ikea y respondiendo a preguntas claras y bien formuladas...Y entonces sí, aceptando las consecuencias; pero nada de banderas, ni desfiles ni folcloradas. La democracia, bien hecha, es durar de sobrellevar, por eso a veces nos cuesta tanto cumplirla.

domingo, 8 de octubre de 2017

En boca cerrada...

    Termina hoy una semana en la que me he propuesto, no sin pena, ver, oir y callar. Muchos lectores y sobre todo, muchos amigos y parientes me reclamaban una opinión, una declaración, un decir algo a favor de unos o en contra de los demás; y sobre todo me siguen y persiguen con esa frase que detesto: "claro, como tú vives fuera"... En tiempos de globalización desmedida, convendrán ustedes conmigo que la frasecita, sobra. Sé lo que pasa en mi país (incluso sé lo que no pasa) porque me leo al día ni se sabe cuántos periódicos y en el caso que nos ocupa, me he leído los que no son de mi país, que ha sido la mejor manera de informarse, me parece.

    Que si tengo una opinión? Por supuesto que la tengo, y como ésto es un blog y no una columna de periódico, no estoy obligada a compartirla. Que ya no me van a leer a partir de ahora los que están molestos o desconcertados porque no les hago saber mi opinión? Francamente, no me preocupa. Los que me leen atentamente y saben hacer un comentario de texto (nacidos antes de 1990, principalmente)  pueden hacerse una idea de lo que pienso de todo este asunto de Cataluña, sin necesidad de que yo me manifieste con rotundidad y con golpes de pecho y amor patrio, algo que no he hecho en mi vida y de lo cual huyo como de la peste.

    Que si estoy preocupada? Pues sí, profundamente;  pero no tanto por la cuestión secesionista y sus avatares y sí por lo fácil que es llevarse al huerto a las gentes que uno supone inteligentes, formadas e informadas en pleno siglo XXI y en plena era digital; que existieran Hitler y Mussolini en los años 30 se explicaba, que a día de hoy gentes absurdas como los dos anteriores tengan cancha, es como para llorar.  Me preocupan la irracionalidad, el romanticismo político,  y la adolescencia permanente de tantos adultos en edad de votar. Me  preocupa  que la voz de los iletrados (aunque sepan leer) sea más fuerte  que la de los ilustrados; y me preocupa que las banderas, con los colores,  las estrellas y las barras que les den la gana tomen la calle,  porque cuando los balcones tienen geranios y no banderas es signo de paz, y cuando empiezan a ondear y a airearse con cualquier pretexto, malo, malo..

    Que si me preocupa mi país, dado que vivo fuera y según unos cuantos eso me vacuna contra el derecho a opinar? Pues es evidente que sí porque, miren ustedes por donde, en ese país viven unos cuantos de mis seres queridos, a ese país voy de vacaciones en cuanto puedo, a gastarme dentro todo lo que gano fuera;  en ese país tengo un hijo estudiando una carrera que podría haber estudiado en otros tres o cuatro países, dado que es políglota, pero que ha elegido hacerlo allí; y a ese país de gentes exaltadas, enrabietadas y gobernadas por una tropa indecente (a ambos lados de la frontera lingüística) cuento volver muy a menudo incluso cuando sea sólo un macetero lleno de cenizas porque así lo he dispuesto en mi testamento. La única ventaja que contemplo en estos momentos por no estar allí, es el poder reflexionar con calma, leer para informarme (y no precisamente todo lo que aparece en las redes sociales) y formarme una opinión que no pienso sacar a la palestra porque solo me importa a mí. 

   Y en estos momentos, me acuerdo del viejo Azaña cuando decía que en ese país llamado España, si la gente se dedicara a opinar de lo que sabe, y sólo de aquello que sabe, se haría un enorme silencio que algunos aprovecharíamos para leer, estudiar y reflexionar. Razón tenía el hombre! Les auguro una semana más de ruido y banderas, no me pregunten más lo que opino de ello.

lunes, 2 de octubre de 2017

Vino y se fue

   Este fin de semana he disfrutado de la visita de mi amiga de Buenos Aires que, una vez al año llega hasta nuestra ciudad acarreando alfajores y mucho cariño. En esos casos, los habituales de ésta que llamamos nuestra tía de América, nos reunimos en torno a una mesa donde la comida no importa y la bebida sirve para brindar por la amistad, que es lo que nos pide ella repetidamente. Mi amiga, tiene una edad que técnicamente podría ser mi madre y a veces pienso que la quiero como tal;  cuando hablo con ella el tiempo se detiene y le cuento cosas que no le contaría a mi madre, queriendo a mi madre como la quiero; que es la ventaja que tienen las amigas sobre las madres tengan la edad que tengan. Mi amiga vino y se fue, tres días de fin de semana se pasaron como un suspiro, tan veloces que hoy, escribiendo estas líneas en un tren camino de La Haya, me parece que el fin de semana no ocurrió. Las cosas que uno desea mucho llegan y a veces pasan, o se van, como aquellos días de Reyes Magos de mi infancia, fugaces y escasos, que parecían resumirse a un par de horas en vez de las 24 de rigor. 

    Como esperaba yo a esos Reyes Magos, o a mis amigos cuando vienen a verme, se espera la libertad, que no la traemos grabada en el pellejo al nacer, sino que cuesta conquistarla. Teoricamente nacemos libres, aunque hace rato he comprendido que uno se hace libre y se libera después de muchos años de pelear por ello. Que se lo digan a nuestras abuelas, que por ser mujeres nacían sin margen de mejora, o a nuestros padres (por lo menos a los míos) que nacieron con el inicio de una dictadura de la que pensaban que no se librarían nunca. A la libertad la esperaban muchos en nuestro país a la orilla del camino, y el camino para conquistarla ha sido largo, duro y con algún que otro bache peligroso. 

    En este domingo de octubre, en el que yo despedía a mi amiga con largos abrazos, deseando que la primavera me la traiga de nuevo, la libertad se daba de trompicones en una tierra que no por lejana en kilómetros me resulta extraña. Esa libertad que unos esperaban reconquistar cuando nunca la han perdido y que otros pretendían defender a mamporros y tiñéndose la cara de dos colores. Esa libertad que nos ganamos todos dando ejemplo de madurez y que ahora se juegan a los chinos una panda de niños grandes con las peores maneras que se pueden esperar del patio de un colegio. En este triste domingo de octubre le dije adios a mi amiga a pie de via del tren y le dije adios a la cordura a pie de de mi país, al que quiero a pesar de no haber cambiado mi foto en Facebook y de no haber puesto la bandera española en su lugar. 

    No hay cosa peor que el fanatismo. Y no hay cosa peor que darle a una revolución, por absurda que sea, los mártires para justificarla. Los nacionalistas tardoadolescentes ya tienen sus víctimas y la sangre que les faltaba para justificar la irracionalidad de sus teorías decimonónicas. El señor Rajoy (sí, usted, no mire para otro lado que al final el sueldo de presidente se justifica por comerse ciertos marrones) ya tiene en su haber el mérito de liarse a palos en nombre de la democracia y casi, si me apuran, el cargar de razones a los irracionales. Y nosotros, los españoles cualesquiera, los que esperábamos la libertad y peleamos cada día por merecerla, la hemos visto pasar fugazmente por nuestro lado haciéndonos un gesto de burla. Porque la libertad, como los días de Reyes Magos, como mi amiga a la que ya estoy echando de menos, viene...Y se va.