lunes, 2 de octubre de 2017

Vino y se fue

   Este fin de semana he disfrutado de la visita de mi amiga de Buenos Aires que, una vez al año llega hasta nuestra ciudad acarreando alfajores y mucho cariño. En esos casos, los habituales de ésta que llamamos nuestra tía de América, nos reunimos en torno a una mesa donde la comida no importa y la bebida sirve para brindar por la amistad, que es lo que nos pide ella repetidamente. Mi amiga, tiene una edad que técnicamente podría ser mi madre y a veces pienso que la quiero como tal;  cuando hablo con ella el tiempo se detiene y le cuento cosas que no le contaría a mi madre, queriendo a mi madre como la quiero; que es la ventaja que tienen las amigas sobre las madres tengan la edad que tengan. Mi amiga vino y se fue, tres días de fin de semana se pasaron como un suspiro, tan veloces que hoy, escribiendo estas líneas en un tren camino de La Haya, me parece que el fin de semana no ocurrió. Las cosas que uno desea mucho llegan y a veces pasan, o se van, como aquellos días de Reyes Magos de mi infancia, fugaces y escasos, que parecían resumirse a un par de horas en vez de las 24 de rigor. 

    Como esperaba yo a esos Reyes Magos, o a mis amigos cuando vienen a verme, se espera la libertad, que no la traemos grabada en el pellejo al nacer, sino que cuesta conquistarla. Teoricamente nacemos libres, aunque hace rato he comprendido que uno se hace libre y se libera después de muchos años de pelear por ello. Que se lo digan a nuestras abuelas, que por ser mujeres nacían sin margen de mejora, o a nuestros padres (por lo menos a los míos) que nacieron con el inicio de una dictadura de la que pensaban que no se librarían nunca. A la libertad la esperaban muchos en nuestro país a la orilla del camino, y el camino para conquistarla ha sido largo, duro y con algún que otro bache peligroso. 

    En este domingo de octubre, en el que yo despedía a mi amiga con largos abrazos, deseando que la primavera me la traiga de nuevo, la libertad se daba de trompicones en una tierra que no por lejana en kilómetros me resulta extraña. Esa libertad que unos esperaban reconquistar cuando nunca la han perdido y que otros pretendían defender a mamporros y tiñéndose la cara de dos colores. Esa libertad que nos ganamos todos dando ejemplo de madurez y que ahora se juegan a los chinos una panda de niños grandes con las peores maneras que se pueden esperar del patio de un colegio. En este triste domingo de octubre le dije adios a mi amiga a pie de via del tren y le dije adios a la cordura a pie de de mi país, al que quiero a pesar de no haber cambiado mi foto en Facebook y de no haber puesto la bandera española en su lugar. 

    No hay cosa peor que el fanatismo. Y no hay cosa peor que darle a una revolución, por absurda que sea, los mártires para justificarla. Los nacionalistas tardoadolescentes ya tienen sus víctimas y la sangre que les faltaba para justificar la irracionalidad de sus teorías decimonónicas. El señor Rajoy (sí, usted, no mire para otro lado que al final el sueldo de presidente se justifica por comerse ciertos marrones) ya tiene en su haber el mérito de liarse a palos en nombre de la democracia y casi, si me apuran, el cargar de razones a los irracionales. Y nosotros, los españoles cualesquiera, los que esperábamos la libertad y peleamos cada día por merecerla, la hemos visto pasar fugazmente por nuestro lado haciéndonos un gesto de burla. Porque la libertad, como los días de Reyes Magos, como mi amiga a la que ya estoy echando de menos, viene...Y se va. 

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