jueves, 30 de noviembre de 2017

A ese niño que se hizo mayor

    En mis años infantiles disfrutaba pensando cómo sería yo a la edad de mi abuela, que es un poco (y sólo un poco) más de la que tengo ahora mismo. Por supuesto, no imaginaba ni por asomo que sería madre, porque nunca me gustó jugar a las mamás. Tampoco las cosas nos las ponían fáciles a las de mi quinta: la muñeca que se llevaba no era un rollizo bebé sino una Fashion Victim llamada Nancy a la que había que vestir y desvestir con unos modelos horrorosos y de paso, acometer otra de las cosas que ni me gustaban de chica ni me gustan ahora: pensar en qué me tengo que poner y ya no digamos salir a comprar ropa. Así que me dediqué a leerme la obra completa de Enid Blyton y de Elena Fortún, a jugar al baloncesto y a acompañar a mi padre cuando salía a cazar, que era algo que me espantaba pero era una buena manera de pasar muchos ratos con él y respirar aire puro. También toqué todo tipo de instrumentos musicales: la batería, la guitarra, el piano, la flauta; concluyan ustedes que fui una niña un tanto hiperactiva y concluyo yo, que  cualquier psicólogo de los de ahora me estaría ya aplicando un tratamiento.

    Nunca imaginé que tendría un niño, quién sabe porqué. Y que le haría frente a las entretelas de la maternidad, yo, que siempre fui la torpe y poco desenvuelta de la familia. Y que sería capaz de organizar mi vida alrededor de la de ese niño, y que podía vestirlo y desvestirlo, alimentarlo, llevarlo a guarderías, colegios, profesores de piano, terrenos de fútbol, cumpleaños en lugares imposibles y excursiones que salía siempre a las seis de la mañana. Que hice tortillas de patata para la fiesta del colegio que salieron como churros, y cosí túnicas de angelitos yo, que no sé dar dos puntadas seguidas; que lloré de desesperación esperando a ese niño que no venía y luego más de una vez he tenido ganas de tirarlo por la ventana. Y lo mejor es que no sólo tuve un niño que no imaginaba, sino que tengo dos!

    Con todo lo que trasnoché de forma voluntaria y algo etílica en mis años de Universidad, nunca imaginé que las noches sin dormir fueran tan largas, los sillones tan incómodos y las siestas tan necesarias en algunas ocasiones, siestas que nunca dormí de joven ni duermo ahora y que fueron tan necesarias en ciertos años de mi treintena. Nunca imaginé que los termómetros había que comprarlos de dos en dos y que sería un aparato al que mirara con tanta aprensión, como las muchas variantes del Ibuprofeno para niños que iba comprando según países, un medicamento que debe tener los mismos efectos que una buena raya de coca a juzgar por lo que los revive. 

     Nunca quise jugar a las mamás porque ya cuando era niña me daba en la nariz que los papás (por lo menos los de entonces) tenían un papel bastante mas interesante en el juego y porque en ese juego infantil las mamás cocinaban, fregaban, ponían la lavadora y luego se maquillaban para salir a cenar, y a mí todo eso me parecía una soberana tomadura de pelo (se puede ser feminista con seis o siete años? ahora me lo  pregunto) y yo lo que quería era leer y ver mundo. Y como nunca encontraba mi papel en el juego de las mamás, me pareció entonces que jamás llegaría a ser yo misma una de ellas, así que ya ni hablemos de tener un hijo. Pero insisto, tengo dos. 

   Y uno de ellos, cumple hoy dieciocho años, cosa que tampoco imaginaba que me sucedería en aquellas noches de no dormir y correr a las urgencias de los hospitales. Y ahí está: no sé si hecho un hombre de pro, aunque bien que su padre y yo nos hemos desmadejado para ello; por ahora creo que hemos formateado una buena persona y un ciudadano con derecho a voto, que ya es bastante. Ya ni siquiera está en casa, cosa que tampoco imaginaba que sucedería cuando buena parte de mi sueldo se iba en contratar a toda América Latina para cuidar, llevar, traer y guardar en caso de enfermedad. Va a cumplir dieciocho años en el lugar que él ha elegido para estudiar y seguir recorriendo el camino de su vida, que le deseo muy larga, feliz y llena de gente que le quiera. Lo demás ya vendrá por añadidura. 

    Nunca imaginé que tendría un hijo, que se haría mayor, que se marcharía de casa y que me miraría desde su altura hacia abajo, que es la mía. No imaginé todo eso porque siempre estamos temiendo que la vida nos de una zasca y la vida, en la mayoría de los casos nos hace regalos maravillosos. El mío cumple hoy dieciocho años, felicidades hijo!

domingo, 26 de noviembre de 2017

Intocable

    De entre las muchas cosas de las que me he dedicado a protestar desde hace seis años en este blog, no sé si le ha llegado el turno a esa costumbre tan española de besarse sin ton ni son y sin motivo justificado; si estoy repitiéndome en eso, les ruego que me perdonen, son muchos años y muchas entradas escritas. 

    Digo que es una costumbre española porque me llama la atención la cantidad de gente que se tira a tus mejillas sin apenas  conocerte, comparado con el clásico y un poco menos arrebatador apretón de manos que se estila por estas tierras nórdicas que habito; un saludo frío quizás, e incluso en otros tiempos reservado solo a los caballeros, pero ciertamente más natural que la cantidad de achuchones y ósculos más o menos sonoros que le dan a una por la calle paseando por España.  Será que la memoria empieza a jugarme malas pasadas, pero no recuerdo que los españoles fuéramos tan besucones. Dicho lo cual, en mi trato diario con gente de de más de veinte países constato que desde la insistencia en el besarse, hasta ciertos nórdicos más nórdicos que estos que me rodean, que ni te miran a la cara cuando te hablan porque es de mala educación, hay un abanico de usos humanos que daría para escribir tres volúmenes de quinientas páginas.

    No sé si prefiero el beso compulsivo, el apretón de manos diplomático,  o la campechana palmadita en el hombro, pero de lo que sí estoy segura es de necesitar cierto contacto humano. Y lo sé porque casi toda esta semana me la he pasado con la garganta en llamas cual Falla valenciana en día de San José, alguna que otra tos y los oídos zumbándome;  y cuando una se pasea con esos síntomas, ni besos, ni manos tendidas, ni nada de nada. Los primeros que huyen de la quema son mis cohabitantes, que entran en una fase del año complicada  donde preparan exámenes, estudian exámenes, hacen exámenes y los corrigen; y para todo ello, los mocos y las gargantas inflamadas son como las siete plagas egipcias todas juntas. Los siguientes, mis compañeros de fatigas laborales, porque vivimos todos de nuestra voz y de hablar mucho. Y entre unos y otros, cuando una saca un pañuelo de papel, o carraspea antes de empezar a hablar, se convierte en una apestada e intocable. Lo mío se pasará, aunque en este primer mundo de la opulencia, tener un catarro o una faringitis sea considerado ya casi una peste bubónica,  pero ni imagino lo que pueden sufrir aquellos a los que no se les pasa, en otros mundos menos afortunados.

   Y así, pensaba yo en esta semana en todos esos ancianos arrugadísimos que han perdido a todos sus parientes y ya no tienen quien les acaricie una mejilla; en esa gente que no tienen amigos y se mueren solos en casa (aunque los tengan, y abundantes,  en Facebook); en los presos de las cárceles que hablan con sus seres queridos a través de un cristal, en los niños abandonados a quienes les han faltado durante años a veces, los achuchones y el roce contínuo de otra piel  que todos los bebés disfrutan; en los enfermos aislados en cámaras asépticas a quienes les pasan la comida por una ventanita de plástico...Qué duro es no tener otra piel humana unas horas al día, unos minutos ni siquiera...Y qué poca importancia le damos al contacto humano de verdad,  que tanta falta nos hace más allá del besuqueo atontolinado, de la mera cortesía e incluso del sexo, ya sea gratis o de pago.

    Tener derecho a un roce, una caricia, a que alguien te coja la mano cuando vienen mal dadas, a no morir en soledad y a tocar otra piel humana al menos una vez al día deberían convertirse en derechos fundamentales de los ciudadanos. Se lo dice una que es intocable desde hace casi una semana, ahí les dejo la idea, con una canción de propina. feliz domingo.


domingo, 19 de noviembre de 2017

Todos a una, por desgracia

   He pasado toda la semana siguiendo las noticias con estupor y rabia, por culpa del juicio a los presuntos (como creo en la justicia vamos a llamarlos presuntos hasta que un juez los condene) violadores de los Sanfermines. No sé si con más estupor incluso que rabia; y por una vez dando gracias a las redes sociales por existir: cinco capullos contra una chica, ingenua ella que pensaba que entraban en un portal a liar un porro y no se les ocurre otra cosa que colgar el vídeo de la azaña para que lo vean sus amigos y de paso les hagan un "like"...En la vanidad van a llevar la condena, si ésta llega, como yo secretamente deseo, para qué se lo voy a ocultar. 

    No quisiera entrar en más detalles, porque lo que más me llama la atención no es la capacidad de la opinión pública de darle la vuelta a la tortilla y pensar lo que inevitablemente piensan los bienpensantes (líbranos Señor de todos ellos): que si la chica fue imprudente, que si consintió, y tantas otras estupideces que aún en el siglo XXI una tiene que oir. Me llama la atención que en este siglo de la locura, de los teléfonos individuales, las pantallas para uno sólo, los pisos de soltero, el Netflix para uno mismo y los servicios miles unipersonales, los delincuentes actúen en grupo. Porque en grupo defraudaban los de la Gürtel, en grupo se radicalizan los jihadistas, en grupo se juntan los ladrones de pisos y coches y parece ser que también los violadores. Un tipo como el Dioni, que se largó él solito con una furgoneta llena de millones al Brasil y hasta se cambió de cara, comienza a ser un modelo hasta simpático de delincuente común. No me digan que no da que pensar esta cosa de vivir aislados y delinquir en grupo...

    En un grupo que se hacía llamar "la manada", chavales que se van de juerga a los Sanfermines como tantos otros en España, con la particularidad de que uno es guardia civil y otro militar...Yo que era feliz de pensar que por fin en este bendito país los Maderos habían pasado a ser policías, los Picoletos, honorables Guardias Civiles y el ejército tenía soldados y no rascatripas y chusqueros...Qué decepción!Esa manada, que salió de Sevilla rumbo al norte a pasar un fin de semana no era un grupo humano, sino una verdadera manada de lobos, no sé si más en celo o más hambrientos, y en cualquier caso embrutecidos hasta las trancas. No sigo que me caliento. 

    Y ella, la víctima, una joven madrileña de dieciocho años a quien probablemente su madre le advirtiera una y mil veces antes  de salir de casa que tuviera cuidado, que no bebiera demasiado y que no fuera sola ni al baño...Los tiempos cambian pero el discurso de las madres permanece. Y aparentemente, los tiempos cambian para peor, y las madres que tenemos hijas que quizás algún día se marchen a los Sanfermines (o a las Fallas, o a la Feria de Abril)  tendremos que elaborar un nuevo pliego de condiciones con ellas en el que se incluyan todo tipo de advertencias de no juntarse a cualquier grupo humano masculino que te invite ni a una caña con patatas bravas. Porque el siglo XX nos trajo una buena cantidad de nuevos verbos para conjugar: votar, amnistiar, divorciar, abortar, casar (con otra persona del mismo sexo) y desgraciadamente, el siglo XXI no sigue imponiendo a las mujeres un verbo desagradable, también de la primera conjugación: violar...Y en grupo, para mayor escarnio. 

    

jueves, 9 de noviembre de 2017

Erase una vez un bloguero

    Como aquella que tenía una granja en Africa, yo tenía un amigo bloguero de cine. Vamos a corregir los tiempos verbales: el amigo lo sigo teniendo, del blog de cine nunca más se supo y bien que lo siento, porque me fiaba mucho de su criterio y me ahorraba ir a ver más de un tostón solo siguiendo sus comentarios. Se marchó a vivir al otro lado del charco y me consta que es feliz y que vive acampado permanentemente en Broadway, así que quizás un día de éstos ataque con un blog de teatro, la esperanza es lo último que se pierde. 

   Así que hoy me voy a lanzar yo, por variar un poco las habilidades que no tengo, a comentarles una película. Ser crítico de cine en estos tiempos debe ser un  oficio durísimo desde que existe esa Santa Inquisición llamada "spoiler", Habrá abandonado mi amigo su oficio de bloguero por esa razón? Yo, para evitar la censura y que me acusen del spoiler dichoso les largo el trailer y luego hablamos. Aquí lo tienen: 



   "La llamada", de Javier Calvo y Javier Ambrosi, una peliculita hecha con cinco duros y con toda la imaginación y la gracia que desde hace tiempo le falta al cine español. La he visto hace una semana y aún me río cuando la recuerdo, algo que no me ocurría desde aquellos primeros puntazos de Almodovar. Teniendo en cuenta que me estoy poniendo mayor y cada vez es más difícil hacerme reir, así por las buenas, es todo un mérito. Pero ahora viene la advertencia (spoiler?) para el respetable público que aún esté a tiempo de verla y que tenga ganas de reirse: es imprescindible haber ido a un colegio de monjas, y aún mejor, a un campamento con monjas, para apreciarla en todo su esplendor; circunstancias ambas que confluyen en mi persona, y a tenor de las carcajadas de la sala de cine, en muchos de los espectadores que, cierto es, eran mayoritariamente espectadoras. 

    Los campamentos que organizaban las monjas de mi colegio eran un cúmulo de fatalidades que hubieran podido llevarnos a todas al cementerio, de no ser por un ejército de ángeles de la guarda que velaban por nosotras (se entiende que en aquellos años, eran campamentos de niñas, como el de la película). Las monjas de modelo "hábito con playeras" eran un ejército de soldaditos cantarines que guitarra en mano desafiaban permanentemente las leyes de la gravedad, de la seguridad alimentaria y del buen juicio; y los seres de pesadilla que habitábamos aquellos campamentos, a falta de móviles y otras pantallas, una panda de descaradas e inconscientes que lo mismo bebían el agua de un charco que se tiraban por una ladera de Gredos en bañador. Un poco de todo eso hay en esta película, acompañado el conjunto por un Dios que se aparece cantando canciones de Withney Houston y unas actrices todas como para quitarse el sombrero. Vayan a verla. 

   Y tú, amigo bloguero, vuelve a escribir de cine como solías, que algunos de los que vivimos para ver películas, a falta de tener una vida de película, te echamos de menos. O tengo que publicar una sarta de mentiras sobre Angela Lansbury para que entres al trapo? Una vez que te hayas visto todo lo que ponen en Broadway, e incluso en el off-Broadway no nos caerá la guinda de que nos hables de cine? Aquí te mando un regalito, a ver si te tienta!


martes, 7 de noviembre de 2017

Todos tenemos necesidades

   Hace mucho tiempo que no les regalo una canción, a fuerza de estrujarme los sesos para escribir y no decir más tonterías que las justas, olvido que este invento tienen también un componente audiovisual. Aquí la tienen, "The bare necessities", que los avezados traductores del cine español titularon "busca lo más vital" : 


   Porque hoy, en la primera jornada verdaderamente invernal tras una semana de vacaciones de otoño, iba yo caminando por las calles a punto de anochecer (antes de las seis ya en estas tierras septentrionales) y pensaba en eso de las necesidades que cada uno tenemos en la vida, no en las fisiológicas, vaya!

    Por ejemplo, yo  tengo necesidad de ir periódicamente a mi tierra (nada de patria, ni pueblo ni país, les ruego) y a veces, por no dar ni darme explicaciones, invento necesidades que no existen,  como en esta ocasión: "tenemos que ir para ver al niño, que se ha ido allí a estudiar, que lo mismo nos necesita". Pues bien, el niño no nos necesita ni la mitad de lo que nosotros a él, y está feliz y contento amueblando una nueva etapa de su vida en la que las riendas las lleva él y nosotros vamos a limitarnos a saludar al paso de la carroza. Que conste que me he alegrado como una loca de que mi hijo no me haya hecho  mucho caso en los dias pasados allí, significa que está a gusto y contento y que por fin se está quitando el adhesivo que le pegaba a sus padres o con el que sus padres se le pegaban a él; es ley de vida. Y es también un peldaño más (hacia arriba o hacia abajo les dejo elegir) en la escalera de la vejez; y para evitar pensar demasiado en ello hagamos de la necesidad virtud: mi necesidad, irracional, inexplicable y hasta cierto punto cateta de visitar mi ciudad con frecuencia, va a coincidir durante unos años con la oportunidad de ver al hijo...Aunque no nos haga mucho caso. 

    También tengo otra necesidad inexplicable de subir en los aviones y marcharme lejos, en cualquier dirección. Esa es una necesidad cara, lo admito; pero para ello trabajo y ahorro y no me gasto casi nada en otras necesidades que son muy respetables pero que yo no tengo: casas, coches, joyas, restaurantes, etc. Cuando pienso en ello no puedo evitar acordarme de mi abuelo, que no era nada viajero y que cuando una Navidad le anunciamos que los cinco de mi familia nos íbamos a comer las uvas al Cairo y después a hacer un crucero por el Nilo, se quedó impávido y nos espetó: "no veo la necesidad". Porque para él, el viajar no era más que una incomodidad, no una necesidad. 

    Y hoy mismo, en el primer día que ha helado, con un sol tibio y las calles llenas de hojas caídas que anuncian que lo mejor del frío está por venir, doscientos alcaldes con sus doscientos bastones han venido a esta ciudad donde vivo a manifestar su apoyo a un huésped incómodo que tenemos merodeando desde hace unos días. Será también necesidad lo suyo?  Acabo de de pasar los Santos en España y me ha fascinado la procesión de ancianos visitando cementerios, adornando tumbas, rezando en las iglesias y comprando buñuelos, casi casi como una necesidad de recordar que, antes de que llegara Halloween y su cortejo de fantasmas y calabazas, teníamos Santos y difuntos, no sea que se nos olvide. Los alcaldes de hoy, vistos por una ventana como los he visto, más me parecían una procesión de nazarenos que otra cosa, por aquello del bastón el alto; o si me apuran, un cortejo de Halloween a cara descubierta y pidiendo caramelos de puerta en puerta, recordando que antes de que el huésped incómodo se largara y los abandonara, ya lo adoraban. Por ser bondadosa y comprensiva con la tontuna humana, me dan ganas de pensar que lo suyo es necesidad, porque ya no se puede explicar con palabras ni con argumentos, como lo mío con mi tierra o mis viajes en avión. 

    Pero me temo que es otra cosa. Será por eso que hoy han recibido el apoyo de Pamela Anderson a través de su Blog, que por supuesto, como es una ilustre comentadora política,  tiene muchos más lectores que el mío. Señor, llévanos pronto!