domingo, 10 de diciembre de 2017

A menudo los hijos...

   Cantaba Serrat en una de sus canciones el título de esta entrada:


   Pues sí, como dice el cantor,  a menudo los hijos se nos parecen y con ello nos dan la primera satisfacción. Y a menudo también nos dan la satisfacción de no parecerse en nada a nosotros, que ya es un buen punto de partida para crear un mundo mejor, visto que los que lo poblamos en la actualidad hemos decidido masacrarlo. A veces intentamos que crezcan amando lo que amamos, compartiendo aficiones que se dice en lenguaje hipócrito-burgués; y esos locos bajitos que denominó el gran Gila y a los que cantaba el no menos grande Serrat, hacen lo que quieren y lo que pueden, en muchos casos alejándose de lo que sus padres creíamos haberles inculcado. A veces, incluso para bien. 

   Pienso ésto y escribo mientras me repongo del susto que me ha dado escuchar a mi hija esta tarde cantando un aria de Mozart acompañada por un pianista. De entrada (y cómo no) me he sentido muy mayor, por tener, valga la redundancia,  una hija pequeña tan mayor. Después me he quedado extasiada unos minutos escuchando esa voz que hasta hace dos días me pedía más Cola-Cao por las mañanas o una caja de Playmobil por Navidad. Esa voz aguda, y a la vez cálida, cantando en perfecto francés a Mozart me decía, "ves mamá? no me parezco en nada a tí"; porque yo canto como la que más cuando se trata de villancicos, rancheras y coplas de Marifé de Triana, pero soy negada para el canto con letras grandes; y por supuesto,  incapaz de hacerle frente a un público sentado frente a mí, y ya no digamos si tuviera que maquillarme, vestirme y pintarme para todo ello. Mejor me preparo una oposición ...y de eso les aseguro que sé un poco.  A menudo los hijos, no se nos parecen y también con ello nos dan una satisfacción. 

    Por si fuéramos pocos, al mayor se le dan de miedo las matemáticas, y si todo va como hasta ahora, hará de la ciencia su ganapán, materia esa para la cual yo también soy negada. Las matemáticas consiguieron en mi adolescencia que yo misma dudara de mis capacidades intelectuales y la ciencia ha comenzado a interesarme (vagamente) desde que cumplí cincuenta. Yo habré  comprado libros hasta la locura, y visitado museos hasta la exasperación de mi familia; pregonado hasta la saciedad la necesidad del latín y el legado de la Roma antigua; y nada: el heredero prefiere hacer ecuaciones y derivadas. No se me parece, pero es feliz en lo suyo y yo en lo mío de ser feliz por procuración. 

    Les remito de nuevo a la canción de Serrat: 

 ..."esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que por su bien hay que domesticar"... 

    Domesticar? No lo tengo tan claro. Esos hijos que a menudo no se nos parecen, y que nos dan una y otra vez esa lección de humildad, que nos hace falta; que nos mantienen atados al mundo real del cual tenemos tendencia (algunos) a evadirnos, que nos sacan las entretelas y a quienes creemos que hemos moldeado a nuestra imagen y escasa semejanza; esos digo, son los que nos juzgarán implacablemente el día de mañana, y lo harán muchas veces, con la autoridad que les concede el que no se nos parecen en nada, para su bien. Lo sé porque yo, antes que madre he sido y soy hija. Un aria de Mozart que dura dos minutos da para pensar en todo ésto...Imagínense si la cosa sigue por los derroteros del belcanto, el día que cante una ópera, a lo mejor hasta me escribo una novela y todo!

    Les ruego a los amables lectores que perdonen el momento "madre de la Pantoja" que he tenido hoy, después de quinientas entradas escritas (564 con ésta concretamente) puedo flaquear en alguna, no? Porque a menudo los hijos, olvidadas ya las malas noches,  también nos dan satisfacciones, qué caramba!

No hay comentarios:

Publicar un comentario