lunes, 4 de diciembre de 2017

Más turistas que morcilla

    En mi tierra, cuando sobra algo que no es imprescindible, decimos que hay más días que morcilla. Encuentro muy acertada la expresión, y aplicable a muchas cosas que sobran, y que equivocadamente pensamos que son imprescindibles. Quieren ejemplos? Nos sobran redes sociales, no digo que no tengan sus cosas buenas,  sino que nos roban tiempo, neuronas y  energías que podríamos emplear en otras cosas, bastante más reconfortantes a la larga. Yo, pecadora como todos, empleo esa energía desperdiciada en las redes sociales en estos breves ejercicios de redacción, con pretensiones de crónica y con poco estilo literario, al menos me pienso que hago los deberes, o algo así.

    Sobran igualmente opinadores y tertulianos, que todos presumimos de no verlos, ni oirlos ni leerlos, pero alguien los escucha y los ve cuando sus opiniones a veces consiguen ganar elecciones (a propósito de ello, les recomiendo que lean "What happened" escrito por Hillary Clinton sobre las causas de su derrota electoral); y con ello, sobran medios de información que se pretenden independientes y desdoblados de las grandes empresas de comunicación y luego resulta que son primos hermanos. Sobran comunicadores que no comunican más que alarmas, twitteros de vía estrecha, portavoces, sondeos y sondeadores y probablemente sobramos los blogueros, aunque ésta que lo es lo escribe a modo de terapia. En el fondo no somos más que propagadores de ruido. 

    Y este pasado fin de semana me he dado cuenta (en realidad me había dado cuenta antes pero este fin de semana lo he sufrido) que sobran (o sobramos) millones de turistas dispersos por ciertas ciudades que se han convertido en lugares imposibles de visitar si no lleva una un minucioso plan de ataque con entradas compradas por anticipado, hoteles reservados un año antes y aguante para, a pesar de todo, soportar colas, pisotones, ruido y masas  de repente interesadas por la historia y el arte como nunca lo estuvieron en la historia de la humanidad.  Vengo de pasar dos días en mi adorada París sin poder hacer más que pasear y hacer kilómetros y kilómetros por sus calles que, menos mal, gracias a Napoleon y al baron Haussman son un espectáculo gratuito. Pequeño detalle: estábamos a bajo cero y lloviendo a rachas, y en todas esas caminatas yo hubiera apreciado secar mis pies algún rato en algún museo, por pequeño que fuera, y de paso cultivar mi espíritu sin tener que pagar el impuesto revolucionario de una hora de cola. Para que se hagan una idea, en el Museo de Orsay hay ahora hasta una cola aparte para los que sólo quieren entrar en la tienda a comprar recuerdos...Los que quieren ver a los Impresionistas están castigados  con una o dos horas de seres humanos en fila india. Y todo eso, sin que la Navidad, ni el puente de la Constitución hayan asomado la nariz!   

    Y no le echemos la culpa a los chinos, como de casi todo, porque apenas los he visto más allá de la cola (otra! ) para entrar en la tienda de Louis Vuitton. Somos nosotros, europeos todos y quizás algún americano despistado y varios rusos cargados de bolsas quienes hemos descubierto el turismo como una actividad de fin de semana, como quien hace la compra o invita a los amigos a cenar. Y me temo que las redes sociales y la necesidad de autofotografiarse también tienen su parte de culpa. Los museos tienen colas inenarrables pero sospecho que no por ello ha aumentado el interés humano por la historia del arte y sus protagonistas. Recuerdo con nostalgia, y hasta con estupefacción el año en el  que fui una estudiante pobretona en París, cuando la mejor manera de pasar una tarde de invierno sin pelarse de frío y sin gastar mucho era recorrer una galería del Louvre, o del Quai d'Orsay, o del Jeu de Paume, donde te cruzabas con otros seres que hacían lo mismo que tú, alguna familia de provincias y pequeños grupos de japoneses...Les aseguro que no hablo de los años Cincuenta! Este turismo salvaje y este frenesí por estar en todas partes y retratarse delante de todos los monumentos posibles, como si de una Gymkana se tratase, es algo  muy reciente , yo diría que o más antiguo de cinco o seis años.

    En el caso de París, y creo que en el de  Londres, Nueva York, Roma, Venecia, Florencia, Amsterdam, Barcelona (pre-referéndum) y Madrid, hay más turistas que morcilla, y si la cosa sigue así lo que no va a haber son habitantes!. Y a pesar de todo, siempre nos quedará París... Espero.



  

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