lunes, 31 de diciembre de 2018

Lo mejor del año

    Barack Obama, a quien sigo fielmente en sus redes sociales, publica en estas fechas, desde que no es presidente, una lista con las películas, series, libros y canciones que le han gustado del año que termina. Coincido en varias de sus preferencias y es algo que me enorgullece pues le tengo por un tipo inteligente;  aunque también anoto muchos de sus títulos,  porque constato que él tiene bastante más tiempo libre que yo: se ve que los ex-presidentes tienen mucho tiempo para leer y ver series! Y no digamos para escuchar la radio y bajarse canciones de iTunes: la lista de Obama es tan moderna como podría serlo la de uno de mis hijos...Vaya! cuando deje de ser presidenta de lo mío, a ver si consigo alargar mi lista, de ilusión también se vive.

    No les aburro con los libros porque no hace mucho ya les di una lista (entrada del 29 de noviembre: "De leer, no leer y no parar") pero desde entonces para acá pueden añadir ustedes tres títulos:
-"La disparition de Josef Mengele", de Olivier Guez ( lo siento, no está traducido)
-"Los pacientes del Doctor García" de Almudena Grandes
-"A little life" de Hanya Yanagihara. Este último está traducido como "Tan poca vida" y es el libro que todas las mujeres debemos leer para entender la amistad entre los hombres...Escrito por una mujer, además. Si sólo tienen intención de leerse uno de los tres quédense con este último, 850 páginas, el que avisa no es traidor.

    A Obama le ha gustado "Black Panther", y a mí también. El ya ha visto "Roma" y yo estoy en ello, Y no dice nada del regreso de "Mary Poppins" que yo sé que me va a gustar muchísimo aunque, en mi ociosidad sin descanso de estos días, aún no he encontrado el momento para ir a verla. A falta de sacarme algún atraso más, mi voto de este año va para "Las horas más oscuras" ("The darkest hour"). Si tengo que sumar las series, voto por lo bien hecha que está "El guardaespaldas", el bombazo de "La casa de Papel" (lo siento, yo la he visto este año aunque sea del 2017) "The Queen" ;  "Grace and Frankie" por dejarme con la duda de cuál de las dos seré yo a su edad y "La casa de las flores"; esta última por ser libre, desvergonzada, irreverente,  divertida y sin pretensiones.

    Pero como no soy Obama, sospecho que mi lista les importa un comino, pero algo tenía que escribir para cerrar el año y no ponerme sentimental, que de todos modos me voy a poner. No ha sido un mal año: es más, ha sido muy bueno, como corresponde a los años pares; pues he notado que en los impares me pasan cosas, y el que viene, tocando madera, es impar de los buenos...2019, vaya número feo.

    No voy a pedir por la paz del mundo porque de eso ya se ocupan en las iglesias, ni siquiera voy a pedir para todos ustedes salud y amor, que ya se encargan ustedes mismos de pedírselo por su cuenta. No voy a pedir elecciones a grito pelado como piden todos los que no se han enterado que la democracia tampoco consiste en votar y votar hasta que salga el que nos gusta; no voy a pedir amor porque, dando gracias, lo tengo a raudales. No voy a pedir tranquilidad porque eso significa que me hago más mayor de lo que ya soy, ni voy a pedir que me toque la lotería porque como no juego es pedir un imposible. Pediría que mi hijo aprobara todos sus exámenes de enero, pero eso está en su mano y no en la de la Divina Providencia. Pediría también un poco de silencio para poder pensar, sobre todo en España, donde el ruido es un derecho humano y pediría un techo, una escuela y unos padres para cada niño que nace sobre el planeta tierra si de lo que se trata es de pedir algo enorme e inalcanzable. Así que para el feote 2019 voy a ser modesta y pedir poca cosa: que dentro de un año pueda estar de nuevo ante el teclado de mi ordenador escribiendo una lista idiota de películas, libros, series y deseos sin mayor incidencia que la suma de las días. Y que pasen ustedes un buen año, como el que espero pasar yo, sin más. Nos vemos en Enero.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Herodes.De vez en cuando.

    En pleno dia de los Santos Inocentes me acuerdo de Herodes, aquel rey que,  en todas las películas de romanos que hacían los americanos en los años cincuenta, aparecía como un soplagaitas cuya única genialidad fue ordenar una matanza de niños para así asegurarse que eliminaba al recién nacido que llamaban el rey de los judíos y venía a robarle el trono. Con la perspectiva del tiempo,  digamos que Herodes anticipó lo que luego los propios americanos patentaron como "guerra preventiva" y que les ha sido bastante útil en no pocas ocasiones. Por si no se acuerdan de ninguna, les recuerdo yo la invasión de Irak. Y no sé si debería darles todos estos ejemplos bíblicos que a mi me parecen tan pedagógicos, porque hace unos días se me ocurrió felicitar a mis lectores vía Facebook haciendo una interpretación propia (y subrayo lo de propia) libre,  intencionadamente chistosa y sin ofender de la Navidad, y algún lector me contestó precisamente ofendido en sus creencias cristianas, argumentando que con esas cosas no se bromea. No sé si esos ofendidos han visto "La vida de Brian", por cierto...

   Bien, pues antes de proseguir con esta entrada aviso: va de Herodes y a ratos, de broma, o de broma pesada según se mire. Herodes fue el rey que ordenó la matanza de los inocentes para encontrar (que no encontró) al Niño Jesús entre ellos. Me acuerdo de él precisamente hoy, cuando en menos de un mes, el muro de Donald ya se ha llevado por delante a dos niños guatemaltecos detenidos por las autoridades migratorias. Se llamaban Jakelin Caal y Felipe Gómez, ocho y siete años respectivamente. Creo que es de rigor acordarse de ellos en este día de los Inocentes, aunque haya quien crea que me estoy riendo de nuevo de los dogmas cristianos. Que dicho sea de paso, se puede uno reir de ellos como de casi todo en la vida, siempre que no se le falte el respeto a la gente. Este 2018 en mi caso, va a quedarse en mi memoria como el año de los ofendidos: los que no soportan las bromas, los que se retiran de los chats de Whatsapp porque se habla de política y no como a ellos les gusta, los que de repente se vuelven más papistas que el Papa y se dedican a perseguir herejes (yo, como ejemplo de hereje) y los que promocionan productos aprovechándose de sus amistades de Instagram y te retiran de su lista si no les das al "me gusta".

    Herodes era para mí ese personaje que invocaba mi madre cuando le dábamos guerra, que eran muy pocas veces porque mis hermanas y yo, para lo que hoy tienen que lidiar los padres modernos, éramos unas santas; y a pesar de ello, mi madre decía "qué bien vendría Herodes de vez en cuando". Como supongo que lo dirían miles de madres de su generación, porque a día de hoy, con ese montón de padres y madres embelesados por sus hijos a quienes muestran en Instagram como si fueran Oscars de Hollywood, puede que invocar a Herodes te lleve ante los tribunales. O ante el Defensor del Menor, allí donde exista. 

    Pues me está ya calentando tanta pamplina, la verdad. En este final del año de gracia de 2018, los humillados y ofendidos de la tierra no se encuentran entre nosotros ni pasan sus horas en las redes sociales, y los herodes del mundo, que son unos cuantos y no tan bobalicones como el de las películas de romanos, se cargan verdaderos inocentes cuyo pecado original es nacer en ciertos lugares de la tierra donde la vida no vale nada. Y como este blog es mio y pongo lo que me da la gana, aqui les dejo este Belén que me ha mandado mi amigo Andrés, que me ha hecho reir un rato, que es el mejor regalo, junto con la amabilidad, que uno le puede hacer a otro ser humano en estos tiempos recios. 


  Y de propina, este audio enviado por una de mis amigas, creyente por cierto, pero que me parece de morirse de la risa. Aviso a los dogmático-intolerantes: puede herir su sensibilidad. 





lunes, 24 de diciembre de 2018

Navidad galáctica (La chica de Ayer, 21)

   La niña no tenía más que un plan para las vacaciones de Navidad: ir a ver "La guerra de las Galaxias", que había llegado por fin a su provincia tras el pertinente estreno en los cines de la capital. Las negociaciones con sus amigas habían sido duras, sólo Adela, su compañera de fatigas cinematográficas, como siempre, se prestaba a ir a ver una película de ciencia ficción el año en el que el auténtico bombazo de taquilla era "Aeropuerto 77" que, además, tenía actores archiconocidos, cual no era el caso de la cosa galáctica. Ya la había embarcado meses antes a ver "Encuentros en la Tercera fase" y la ciencia ficción era a veces dura de pelar.

   Pero hete aquí que llegó esa misma tarde el padre de familia anunciando que su prima Pili, la que vivía en Minneapolis porque se casó con un americano, estaba de paso en la ciudad y que había que entretenerle a su Vickie, que se aburria como un hongo visitando parientes. Para nuestra niña, la sorpresa fue morrocotuda: ahora resulta que esta familia de recia estirpe castellana tenía una prima en un lugar de América de nombre impracticable. Con una mezcla de obediencia debida y cara de fastidio fue aquella misma tarde a conocer a Vickie y plantearle que no había otro plan posible que ir al cine al día siguiente a ver la película que ella llevaba meses esperando ver. "Y si no le apetece que se aguante", iba rumiando por el camino. 

    Vickie era ella misma un ser venido de una galaxia muy lejana, aunque la llamaran Minneapolis. Dos palmos más alta que nuestra niña, pelo rubísimo hasta la cintura, dientes perfectos y unas zapatillas de deporte tan galácticas como ella misma. Hablaba español con un levísimo acento inglés, era simpática y educada, y cuando llegó el momento de despedirse y hacer planes para el día siguiente la niña expuso su plan con vehemencia:
- vamos a ver "La guerra de las galaxias", con una amiga mía, el plan no se cambia, llevo meses esperando este momento. 
- What? "Star Wars"? Ya la he visto dos veces; pero puedo verla también en español, será divertido.
- Sí, es esa..  Aquí le han cambiado el nombre, supongo. 
-No importa, es fantástica, el final sobre todo y...
- Vale, entonces te paso a buscar a las cinco.

    La niña cortó la conversación, antes de  que aquel angelito de Minneapolis le acabara contando el final.  Regresó a su casa pensando que la vida, en su inmensa injusticia, creaba estas criaturas celestes que hablaban inglés desde que habían nacido y veían todas las películas tres meses antes que el resto de los mortales...Y que acababan aterrizando en la estepa castellana para impresionar a sus lugareños. Pero era Navidad, y era un favor que le había pedido su padre, y la pobre niña qué culpa tenía, si además era muy simpática. Y en el fondo, podría fardar delante de sus amigas y decirles a todas que era su prima, porque eso había dicho su padre, no? "mi prima Pili la que se casó con el americano"; también le contó por dónde venía el parentesco pero no le hizo mucho caso. Y en esas tribulaciones andaba cuando a punto de doblar la esquina de su casa tuvo la idea más brillante de la semana: le pediría dinero a su padre y después del cine se llevaría a la americana a tomar chocolate con churros, que eso sí que no lo habría hecho en su vida, seguramente! 

    Todo ésto ocurrio, hace muchos años,  tantos como 41,  en una galaxia muy, muy lejana.  Y en una Navidad tan lejana como la galaxia. Feliz Navidad!





   

viernes, 21 de diciembre de 2018

Lo que no me va a pasar.

    Con inmensa alegría, y a esta hora de la tarde-noche del día más corto del año (o es mañana?) les comunico amados lectores, que hay una serie de cosas que no me van a ocurrir a partir de este momento. Cuando vean la lista, se darán ustedes cuenta que a veces es mejor estar contentos con la certeza de lo que no va a ocurrir que esperando, tantas veces de forma vana y estéril, a que ocurran cosas maravillosas que luego resulta que no lo son. 

   Mañana no me va a tocar la lotería. Lo sé a ciencia cierta porque no he jugado una sola participación, y eso que vengo de una estirpe de grandes ludópatas. No se crean que es una cosa religiosa: no juego porque se me olvida, así de sencillo;  y porque, de alguna manera pienso que ya me han tocado tantas loterías en la vida que pretender que, además, me toque la de Navidad, sería demasiado!

    A partir de mañana y durante diez días no va a sonar el despertador a las siete de la mañana, y ya solo eso es como para tirar cohetes y que corra el champagne. A Dios pongo por testigo que el día que me jubile, lo primero que va a salir despedido por la ventana es el maldito despertador! Ya que mencionamos el espumoso, a partir de mañana en mi casa vamos a festejar varias cosas, y por mucho que se empeñen algunos de mis parientes (los hay que hasta me han borrado de sus redes sociales) no lo vamos a festejar con cava extremeño; ni para boicotear a Cataluña ni nada por el estilo, porque el Cava de verdad tampoco es bienvenido en esta casa, donde hace tiempo descubrimos que si el Champagne cuesta lo que cuesta por algo es...

    Desde este momento me he apoderado del mando del Netflix, y como Agustina de Aragón estoy dispuesta a hacerme fuerte en mi sofá con él en la mano y a no abandonarlo e incluso lanzar cañonazos a cualquiera de mis cohabitantes que se atreva a arrebatármelo. Los adolescentes que se ocupen con sus teléfonos: no pasarán! Sé que esta vez, ellos no van a ver lo que les de la gana, y yo sí.

    Sé que este año no voy a comer langostinos congelados, y esa certeza me produce sentimientos encontrados a medio camino entre la alegría, el alivio y la nostalgia. Voy a pasar mis vacaciones en casita y he dejado abandonada mi casa del pueblo, por una vez, donde a la vez habrá unos cafés toreros que no voy a disfrutar y unos cielos azules que no voy a contemplar. No crean que estoy triste, porque voya tener alrededor a mis polluelos y eso ya me hace la más feliz de las gallinas cluecas. 

    A partir de hoy esta casa es un muestrario de la Navidad más navideña, con su  árbol de metro noventa (verdadero, no de plástico) su Belén; sus campanillas, luces por doquier, velas y Pascueras a tutiplén. Cuando una ha crecido con Mr Scrooge en casa, practica la fe del Converso, claro. Ya ven ustedes la cantidad de cosas buenas que NO me van a pasar...Como para pedir, además, que me toque la Lotería!

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Una carta que no llegará.

    Desde hace un par de días tengo que escribir una carta a una mujer. No sé como se llama y tampoco tengo su dirección, aunque si sé en qué pueblo vive y sospecho que debe tener más o menos mi edad. De esa mujer sé, por pura intuición, que creció en un mar de advertencias contra los hombres: no iba al baño sola en los bares de copas, nunca volvió sola a casa pasada la medianoche, apoyaba el trasero y la espalda contra la pared en los autobuses urbanos y todos los consejos que recibió de su madre (pocos pero precisos) iban destinadosa evitar un embarazo más que a saber de qué iba lo de sacar los pies del tiesto. 

    A esa mujer a la que le debo una carta, no le asustaban los hombres a pesar de las advertencias maternas, y creció decidida a hacerse un hueco entre ellos, aunque fuero a empujones. Estudió como la que más y se sacó una oposición, o un empleo cualquiera, aun siendo consciente de que su sueldo tantas veces era inferior por igual trabajo, y sus oportunidades, muchas menos. Esa mujer ha aguantado preguntas impertinentes sobre el reloj biológico y miradas torvas en los trenes de cercanías; se ha puesto falda para ir a una entrevista de trabajo y ha criado niños y niñas, los suyos, pensando en un mañana infinitamente mejor y menos duro con las hembras. 

    Esa mujer ha criado una hija intentando transmitirle confianza en sí misma y ganas de comerse el mundo; nunca la ha asustado con las maldades del sexo opuesto y supuestamente fuerte, porque en el siglo XXI el sexo fuerte tiene que dejar de serlo; o por lo menos dejar de justificar su existencia  gracias a que existe un sexo débil. Esa mujer se ha ahorrado los consejos de temor y amedrentamiento que recibió de su madre porque está convencida que su hija llegará hasta donde quiera y conseguirá todo lo que se proponga; y con un poco de suerte, recorrerá más mundo que ella. 

    Esa mujer a quien desde hace días quiero escribir una carta y no puedo, piensa que su hija también puede presidir el Banco de Santander, aunque no se llame Botín, o presidir el gobierno de España, o conducir un Formula Uno, o mandar una tropa cuartelera. Ella sabe que en este siglo que nos queda por delante, las hijas de su hijas podrán tener tanto poder como Angela Merkel, pero además criar una familia numerosa, o llegar hasta la Casa Blanca, pero con mando en plaza y no acompañando como Primera Dama. Yo sé que esa mujer creía en todo eso y tenía una hija que hasta hace nada era ese sueño hecho realidad. Lástima que la realidad en forma de sexo fuerte y embrutecido le saliera al encuentro. Y  que a los que se les tienen que ocurrir solucciones solo se les ocurra endurecer las penas carcelarias o repartir pistolas; ideas que les vienen rápido por ser lo que son, el sexo fuerte y tantas veces descerebrado. 

   A mi se me ocurre que se puede mejorar la educación y educar a los machos, y crear cuotas de presencia femenina en las empresas y en los gobiernos, y crear la discriminación positiva, y establecer por decreto todo lo que desde tiempos milenarios se nos ha negado y que yo misma pensé que a la altura de mis más de cincuenta años no tendría que estar reclamando. Y a esa mujer que vive en Villabuena del Puente, provincia de Zamora, que no sé cómo se llama, no sé si acabaré por escribirle una carta que es lo que debería hacer, para decirle que su hija no va a ver todo lo que va a pasar el día en que todas las mujeres del mundo, que somos la mitad del cielo, nos pongamos en pie y les digamos a ellos: #niunamenos. Y no lo va a ver porque un energúmeno se cruzó en su camino, en ese que tú, la mujer de Villabuena del Puente le enseñaste desde pequeñita diciéndole que debía recorrerlo sin miedo: el que lleva a un lugar donde ellos y nosotras somos iguales. Llegará; y sobre eso no tengo duda. Cuánto me duele que Laura no viva para verlo.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Es mi deber

    Me van ustedes a perdonar que siga un poco con la vena política, a pesar de que tengo un cuento de Navidad a medio terminar y otras entradas de camino que hablan de cosas mucho más agradables que lo que viene a continuación. Ayer me salta en Facebook una noticia,  proveniente de un diario no precisamente de izquierda, que dice que visto el dramático descenso de la población española en 2018 (ya somos oficialmente un país de viejos) el saldo migratorio de 121.564 personas será lo único que arregle por este año la espiral demográfica negativa que, por si les resulta curioso les diré que consiste en que no habrá ni un Euro para pagar las pensiones y los servicios públicos de seguir así las cosas: muriendo más que naciendo. Gracias a esos 121.564 que han venido este año, tenemos aún un crecimiento de 46.273 personas; al menos el 2018 se ha salvado. 

    A esta noticia lanzada con cierto tono optimista por un diario (insisto) más bien de derecha, acuden los comentarios siguientes, que me tomo el trabajo de trascribirles literalmente: 
- "la pérdida de población es de los que se van fuera con sus estudios porque están hasta los cojones de que solo se ayude a los que vienen y no saben ni leer"
- "más nacimientos y menos inmigrantes"
- "esas manadas de negros subsaharianos son pura mierda"
- "más ayudas a las familias y menos a los caraduras que vienen aquí a delinquir"
-"el Pacto de la ONU sobre inmigración es el nuevo orden mundial donde mandan la banca y el judaísmo"
-"hay quien cree que importar esclavos baratos es la solucción y es un fracaso porque hay que financiarlos a ellos y no a nuestros hijos". 

    Quienes firman estas declaraciones? pues un enfermero, un trabajador del MacDo, un agricultor asturiano, un diseñador gráfico de Murcia, un maestro en paro y como cosa exótica, un entrenador personal venezolano. Me he molestado en ver todos sus perfiles en Facebook, los que eran públicos, con toda mi santa paciencia. No llevan la cabeza rapada, no tienen banderas de España inconstitucionales en sus fotos, no van vestidos de negro y parecen ser ciudadanos comunes sin una actividad política definida. Justamente eso son: ciudadanos comunes profiriendo insultos racistas que se han convertido, por desgracia, en lugares comunes. O recuperando viejas fórmulas como la de la alianza de la banca con los judíos que consiguió eliminar a seis millones de estos últimos allá por los años cuarenta del siglo pasado...Hace setenta años, solamente, no estamos hablando de Atapuerca.

   https://elpais.com/elpais/2018/12/15/opinion/1544881904_507375.html En este enlace les dejo la columna de hoy de Elvira Lindo, que como siempre, lo explica mucho mejor que yo. No son sólo jóvenes de chupa negra y esvástica tatuada;  algunos están sentados a nuestro lado tomándose un café; algunos otros compartirán nuestras mesas de Navidad, y muchos de lo que pregonan los partidos que ahora se llevan sus votos ya lo han dicho otros antes en lugares públicos e incluso sagrados, cuales son los parlamentos en democracia. 

    Hoy tenía preparado un cuento de Navidad, pero 5500 enloquecidos racistas y xenófobos declarados han desfilado por la ciudad donde vivo y creo que antes de los cuentos está el deber ciudadano. Este es mi deber de hoy. Desde niña siempre tuve muy claro que primero se hacían los deberes y después se iba a jugar.

jueves, 13 de diciembre de 2018

De todo menos fiebre

    Se acuerdan ustedes (los de cierta edad) de aquella canción de Martirio que decía "estoy mala, mu mala"... Aquí va de refresco, porque Martirio se está convirtiendo en una reliquia:


    Pues quitando la parte doméstica de lavar, vestir y preparar, así estoy yo: mala. Que como no lo estoy nunca, pues no sé como sacarle partido. Ya sé que ustedes me van a sugerir miles de series de Netflix y otras tantas novelas; pues no, todo eso yo soy capaz de hacerlo amén de trabajar, ocuparme de mi familia en lo que me toca, pelearme con las administraciones públicas y con Iberia (mayormente con ésta última) y además leer y ver películas; pero estoy mala y no soy capaz de hacer nada más que ver pasar las horas. 

    Ayer fui al médico, y en ausencia del titular, me tocó una criaturilla suplente que podría ser mi hija si yo hubiera tenido hijos cuando había que tenerlos, y no tarde como hacemos todas. Era amable y concienzuda con la visita, supongo que porque debo ser uno de sus, pongamos,  primeros cien pacientes y no tiene ganas de meter la mata. Su pregunta insistente era "tiene usted fiebre?" visto mi estado calamitoso en general y unas aftas como panes que tengo en la boca, en particular. Ante mi respuesta negativa se quedó un poco chafada y la visita se prolongó varios minutos más porque al médico titular le dices que no tienes fiebre y te dice que te tomes un Paracetamol y que lo tuyo será algo viral; pero a la suplente novata le dices que no hay fiebre con el despojo humano que tiene delante (yo misma ayer) y no se da por vencida. Es más, insistió mucho en que la llamara en dos días si la fiebre seguía sin aparecer pero mi estado no mejoraba y yo se lo prometí, para no preocuparla. Incluso admito que  al final de la consulta casi me rindo y le digo que tengo fiebre (adems de mocos, toses, un oído que silba y la boca invadida de aftas) para que se quedase contenta; pero no lo hice, estos jóvenes profesionales tienen que ver de todo en la vida para foguearse. 

    Y como estoy en casa, mala, fastididada sin poder salir, y perdiéndome entre otras cosas la copa de Navidad de mi trabajo, me dedico a ver las noticias por cuadruplicado, a diferentes horas del día, recostada en mi sofá y con mi tableta en ristre. Y llego a la conclusión que España está como yo, mala pero sin fiebre.  No piensen que me ha dado un delirio y que he decidido que, como Fraga, me cabe el estado en la cabeza, pero después de pasar un par de días en mi tierra, de donde me habré traido este virus o lo que sea, he llegado a esa conclusión. 

    España tiene millones de parados que no son culpa de ningún gobierno, sino de la propia coyuntura laboral española y de un mercado disfuncional, y eso no hay elecciones que lo arreglen; se ha salvado de tener personajes siniestros como los Le Pen, o Salvini, o Neil Farage hasta hace nada, aunque ha llegado este Santiago Abascal que lo pretende, pero veremos qué recorrido tiene. Tiene una sanidad envidiable; ya sé, con listas de espera, etc.;  pero vayan ustedes en cualquier hospital europeo a operarse de un cáncer sin la chequera al lado, ya verán, ya. La educación era buena; unos cuantos intentan cargársela desde hace años y cuando no elaboran leyes ridículas, crean Universidades de pacotilla donde se compran los título, pero nos sobran los maestros y varias de nuestras regiones están entre las mejores en esos malditos informes PISA. Tiene turistas que no dejan de venir un año detrás de otro, familias que sobreviven con la pensión del abuelo porque la familia es todavía una unidad económica; acaban de subir el salario mínimo, que ya se que no da para nada...Pero recuerden a cuánto estaba hace un par de años y en plena crisis!  Tiene España en estos momentos una situación que ya la quisieran para ellos muchos países, pero todo el mundo se empeña en decir que aquello es un desastre y que vamos de cabeza. Esto es: España no está enferma, tiene muchos achaques, pero no tiene fiebre. Como yo. 

    Y tiene una invasión de cadenas de radio y televisión, prensa gratuita y opinadores varios, que son como esos médicos novatos que urgan y urgan en el paciente intentando encontrar la fiebre o el tumor donde sólo hay achaques propios de la edad y sí, probablemente algún virus que se cure con Paracetamol durante tres días de baja laboral. Los de Vox se parecen mucho a esos médicos novatos y la cosa parece que les funciona, porque la gente mayor asustada por los desastres inexistente es fácil de convencer: nada le gusta más a un viejo que encontrarse con un médico joven que le pregunte un montón de cosas y le tome la tensión tres veces.   No olvidemos que según las cifras del censo este es un país de viejos, 20 % de la poblacion española tiene más de 65 años (que ya son muchos) y los jóvenes no leen ni se informan, y entre unos y otros los médicos de Vox van pescando votos en esa España que, puede que esté mala, pero sin fiebre. Como yo, no sé si me explico.



 

lunes, 10 de diciembre de 2018

Contra el Nacionalcuñadismo

   Breve paso por mi tierra para festejar con mi señora madre esa cosa viejuna y ya nada celebrada (salvo por mi señora madre y cuatro amigas suyas) que es el santo u onomástica, puestos a utilizar palabras en desuso. Pongo la radio para tomarme el café de la mañana esperando oír hablar de la Constitución, por ser la fecha que es y celebrar los muchos años de vida que, milagrosamente, ha cumplido. Pero la radio en estos dias solo habla de Vox: cómo han llegado, de dónde han salido, quiénes son, quién son los que les votan, qué se cuentan, en contra de qué y sobre todo de quiénes están, etc. Y la verdad me fastidia: no oculto que me fastidia Vox, pero más me fastidia que se les de tanto carrete. Pero más aun me fastidia que me tilden de intolerante así que me digo que hay que escuchar a todos los que hablan de Vox, oír todo lo que se cuenta de ellos y (en mi caso) confirmar lo que ya sé: que es un partido de extrema derecha, copia fíel  de los partidos de extrema derecha que van surgiendo por toda Europa. Y aquí, un mínimo rayo de luz entre tanta tiniebla: España ya no solo no es diferente sino que es tan europea como la que más, con su partido de extrema derecha y todo!

    En la mañana del domingo, me doy mi paseo matutino para comprar a crédito todas las calorías que en forma de churro asimilaré unas horas más tarde y me doy de bruces con el chiringuito de Vox en mi ciudad, con todas sus banderas españolas que son la mia, aunque yo no me dedique a pasearme por la calle con ella, entre otras cosas porque el rojo y el amarillo no pegan juntos, por muy bandera que sean, salvo si te vistes de Agatha Ruiz de la Prada, lugar al que mi desesperación por parecer joven aun no me ha llevado. Les hago una foto y me preguntan si quiero información o afiliarme (concretamente el chico dijo « apuntarse » pero yo expongo aquí la versión literaria); les digo que no y que la foto es una mera constatación ; respuesta: « una qué? » Y me dejan tranquila porque, probablemente piensan que hablo muy raro. Yo, entretanto he constatado que muy cultos no son. 

    También he constatado este fin de semana, de tanto oír hablar de Vox, que si han venido para quedarse y si mucha gente les vota es porque nadie se ha leído su programa; o mejor dicho: nadie se lee nada y menos los programas electorales. Y me resulta ocurrente lo de que lo llamen el partido de los cuñados porque responde a la pauta de comportamiento de esos cuñados españoles con los que nos sentamos a cenar el dia de Nochebuena que pretenden que todo lo malo del pais lo arreglarían ellos en dos patadas. Nota de la redacción : tengo cuatro cuñados y a Dios gracias, ninguno responde a ese modelo, pero haberlos, haylos! Quizás si dejáramos de lado tanto análisis sintáctico inútil en las clases de lengua y obligáramos a nuestros escolares a hacer comentarios de texto a espuertas, criaríamos de nuevo una generación como la mía y algunas posteriores, que nos leemos hasta los folletos de las oferta del Corte Inglés. Y la gente se leería los programas electorales, particularmente el de Vox, que yo me he entretenido en leer este fin de semana en la pantalla de mi móvil, ahí donde mis hijos ven películas, y tiene dos contradicciones flagrantes cada tres líneas: no queremos emigrantes pero les votamos a mansalva en Almería donde todos nos hemos hecho ricos cultivando tomates de invernadero con mano de obra emigrante. Esto no lo pone el programa pero es la conclusión a la que yo llego en mi comentario de texto. 

    El Nacionalcuñadismo me parece una ideología simplona, racista y peligrosa, de graciosa y ocurrente solo tiene el titulo...












jueves, 6 de diciembre de 2018

Felicidades, cuarentona!

    Hoy es fiesta en España, fiesta que hubo que imponer a la población hace cuarenta años y  que se convirtió en puente gracias a la fe católica, que no estaba dispuesta a renunciar a la Inmaculada, o simplemente vio el cielo abierto con dos fiestas sucesivas en 48 horas. A estas alturas, los motivos ya no importan, y vayan ustedes ahora a decirle al pueblo (y sobre todo a las agencias de viajes) que no debería haber dos festivos nacionales tan juntos! El puente resolvió el equilibrio de fuerzas en un tiempo en el que  pactar hasta era posible.

    No nos desviemos de lo que importa. Hoy, Santa Constitución cumple cuarenta años, que ya son unos cuantos y en el caso de ésta que lo es, la que más ha cumplido en la historia patria. Pasó por varias vicisitudes, pues fue el suyo un parto doloroso con muchas horas de dilatación previa; tampoco alegró a todos con su llegada, porque unos querían niño y otros niña, y otros, simplemente no querían nada. Tras una adolescencia descomplicada y una juventud vigorosa, se ha metido en la edad madura enseñando sus goteras, pero nada que no sea reparable. Desde que llegó a la treintena todos hablan de meterle mano, pero fue su alumbramiento tan complicado que el lifting de la edad se ha puesto difícil. No por cuarentona es perfecta, y será necesario, sin duda, meterle algo de Botox por alguna grieta y cortarle la papada, para que nos dure otros cuarenta años si es posible, porque a día de hoy, imperfecta y añosa, nos ha demostrado que ha cumplido fielmente su cometido.

    A los de mi quinta nos tocó estudiarla y hasta examinarnos de ella, medida bastante acertada que no entiendo por qué razón se ha suprimido . A mí por lo menos, su lectura y conocimiento me ha dado en muchas ocasiones argumentos contra los ignorantes que disparan improperios y luego piensan; y en el caso de las redes sociales, a los que ni piensan. Esta semana sin ir más lejos, al hilo de la aparición de Vox, he mantenido algún que otro debate con gentes más jóvenes que yo empeñadas en culpar a los de 78 (de verdad les parezco tan mayor?) de todo lo malo que ocurre y, por supuesto, de que Vox sea un partido político y tenga diputados en el parlamento andaluz. A mi me gustaría culpar a Vox de apropiarse del nombre de unos diccionarios, pero de eso mejor hablamos otro día.

    Bien,  pues voy a ponerme el traje y la careta de los del 78 (generación a la que no pertenezco pues yo soy de los del 85, los que nos metieron en Europa) y voy a defender a esta pobre cuarentona  en el dia de su cumpleaños: no había otra Constitución posible, y ya fue un ejercicio virtuoso traerla al mundo. El Franquismo no fue derrotado, no hubo una revolución, no corrió la sangre por las calles y apenas si hubo detenidos después de muerto el dictador, no arrastrado por hordas enfurecidas sino apaciblemente en su cama del hospital.  El franquismo se fue diluyendo en un mar de mediocridad del que se salvaron por listos y oportunos dos personajes; Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, que también han muerto en la cama, uno de ellos desmemoriado y sin saber quién era, y no desembarcando en la bahía de Cádiz ni librando ninguna batalla.

    Queridos jovenzuelos nacidos del 80 en adelante, dos malas noticias: la primera, que ya no sois tan jóvenes, y de todos modos la juventud no es excusa para la ignorancia. La segunda, que la Constitución y la Transición y quienes la pergeñaron no son culpables de que exista Vox, que es un apéndice cabreado y exaltado del PP y un fiel reflejo de lo que pasa en otros países europeos. Y ya de puestos a dar malas noticias, una más: esta Constitución fue primorosa en su tiempo y lo único que necesita es una reforma que probablemente os obligue a hacer eso que no hacéis, o lo hacéis de mala gana: votar.

    La buena noticia es que hoy en España es fiesta, y no se trabaja para celebrar la Constitución, que debería ser el día de la fiesta nacional (otra cosa que hay que reformar); que este año celebramos cuarenta años de su existencia sin tiros por las calles y que voy a terminar con una frase viejuna, quizás típica de esa generación del 78 a la que no pertenezco pero admiro: viva la madre que te parió!

domingo, 2 de diciembre de 2018

Todo es un dilema

   Paso un ratito de esta tarde de domingo, revisando "Niebla" de Unamuno, porque mi hija se la tiene que preparar para un examen y, por supuesto, dice que es un rollo y que no le encuentra ni pies ni cabeza, y sobre todo le encuentra un sinfín de páginas y páginas en esa edición de Cátedra de la cubierta negra con letra apretada y muchas notas a pie de página. Primer dilema: hay que ayudarla? Los psicólogos que saben educar a los hijos mejor que los padres (incluso aquellos que no tienen hijos) me dirían que no; pero la otra parte del dilema es: dejo que la niña no sólo suspenda el examen sino que, además, le coja manía a Unamuno e incluso a una de sus mejores obras? (y de la literatura del 98 qué caramba). O me decido a echarle un cable y de paso, le cuento de viva voz ciertas anécdotas y aspectos de una novela magistral intentando que, con un poco de suerte, quede un poso de curiosidad y cuando sea más mayor se la lea? Ustedes saben, sobre todo los que me conocen, qué es lo que ha ocurrido al final, así que para qué relatárselo. 

     Hoy vienen miles de manifestantes a mi ciudad de residencia a pedir a los dirigentes políticos del planeta (que estaban todos en Buenos Aires a 11.000 kilómetros de este manifestódromo) que hagan lo posible por parar el cambio climático. Debería de haber sido yo uno de esos 65.000 ciudadanos que han marchado pacíficamente bajo una bonita combinación de lluvia, viento y neblina? Sí, debería; pero no he ido. Para empezar porque creo que ya se me ha pasado la edad de manifestarme, cosa que he hecho abundantemente toda mi vida; como se me ha pasado la edad de tomarme cuatro copas después de cenar, o la de vestirme de negro sin estar de luto, o la de pasar la noche en un saco de dormir en un refugio de montaña. Me cuesta reconocerlo, pero así es. Y a ello añadamos las inclemencias del propio clima en este día de autos, que no eran de ese cambio climático que ha convertido al Norte en el nuevo Sur; sino las propias del Norte en todo su esplendor. Les dejo que también adivinen cómo se ha resuelto este dilema. 

   Es posible quedar con varios amigos a cenar una noche y no hablar de política? O al menos, es posible hablar de política y no gritarnos unos a otros? Otro dilema; porque visto que vamos todos para viejos, y que cada vez somos menos un junco flexible y sí somos árboles de tronco grueso y pocas hendiduras, casi que sería mejor quedar poco con ciertos amigos con los que se sabe que, casi seguro se va a acabar discutiendo. Yo con el paso del tiempo soy una persona cada vez más Zen, pero también asumo que otros, con el paso del tiempo se parezcan más al Pitufo gruñón. Así que el dilema está en si es mejor verlos o no verlos. A esos que gruñen por todo aunque en el fondo les tengamos cariño, quiero decir.

    Y hay otros dilemas de poca monta como el del Foie Gras, ahora que se acerca la Navidad; después de haber estado en Costa Rica y haberme convertido a la fe de los que aman la naturaleza y los animales salvajes no sé si podré echarle un bocado al Foie (que lo echaré) en estas fiestas con la misma alegría que otros años. Aunque bien pensado el pato ( a mi me gusta el de pato) no es un animal salvaje...

    De estos dilemas, y otros muchos en los que se pierden mis pensamientos día y noche, no voy a librarme así como así. Una es del género de darle vueltas a las cosas y en eso, hoy he descubierto con gran alegría que me parezco a Unamuno (véase el dilema número uno) que puestos a parecerse a alguien, mejor a un genio, no creen? Y después de tanto dilema una gran certeza: se acaba el domingo y mañana lunes, sonará el despertador a la cruel hora en la que todavía no ha amanecido. A los intensos y dubitativos nos vienen bien este tipo de certezas! Feliz semana tengan ustedes.

 

jueves, 29 de noviembre de 2018

De leer, no leer, y no parar

    Esta mañana el metro se iba atascando en cada parada haciendo interminable el corto viaje hasta mi puesto de trabajo; llovía y por eso no fui caminando como de costumbre, paseo que mis seguidores en Instagram ya conocen porque me inflo a poner fotos de árboles colorados, que tqm ién están perdiendo las hojas y se acabaron las fotos.  Sentada a mi lado, una adolescente está leyendo "La insoportable levedad del ser", libro maravilloso y título muy apropiado para esas horas de la mañana y ese viaje de metro sincopado que parecía no avanzar ni terminar nunca. En un momento dado, le pregunto si le gusta el libro y me mira con ojos de espanto como si le hubiera preguntado en qué dia perdió la virginidad. No lo puedo evitar: cuando veo en el metro alguien más joven que yo y que lleva la vista clavada en un libro y no en el móvil, siempre quiero saber su opinión sobre lo que está leyendo. De vez en cuando me pegan una contestación, como hoy.

    Hablando de libros, mi hija se tiene  que leer “Niebla” y por supuesto, ante su cara de desesperación me  propongo ayudarla; no dice que no, pero cuando le explico que es una de mis lecturas favoritas y que casi me lo sé de memoria, me mira como si le hubiera dicho que he memorizado la guía telefónica. Por la tarde hay reunión de padres en el colegio, y la profesora de inglés me cuenta, como gran avance  y primicia, que después del libro que están leyendo (y sufriendo) ahora, tocará leer "Educating Rita" (o "Educando a Rita" en versión castellana) y yo ya me estoy frotando las manos, porque aún recuerdo la magnífica película que de ello hizo Michael Caine, una obra de teatro que vi en Londres (lástima que no recuerdo el protagonista) y con esta excusa me leeré el libro, que no me lo sé de memoria pero casi. Y definitivamente, mi hija pensará que me falta un tornillo, o por lo menos que no lo tengo ajustado.

    Porque así es, y mejor ir asimilándolo: la virtud de ser lector es viejuna, poco atractiva y completamente ninguneada no sólo por nuestros hijos y sus coetáneos sino por buena parte de quienes nos rodean. Y de seguir así la cosa, los que leemos, acabaremos como Don Quijote, enloquecidos pretendiendo que somos protagonistas de aquello que leemos! Sobre todo si lo que leemos tiene más de cincuenta páginas, no ha sido guión de una serie de televisión famosa, no le han dado el premio Planeta y no forma parte de una trilogía con asesinatos en el Norte de España, formato éste que, no entiendo por qué razón, se ha vuelto muy popular.

    Ya sé que hoy no es el día del libro y que no tocaba hablar de ésto, pero esa chiquilla leyendo a Kundera por obligación en el metro, me ha recordado a la chiquilla que era yo y que no leía en el metro porque en mi ciudad no había, pero sí muchas veces debajo de las sábanas y con una linterna. Y como este Blog es mio, les entretengo lo que puedo, y escribo lo que me da la gana, les voy a dar  una pequeña lista de libros que últimamente me han impresionado agradablemente, a ver si con eso, y la perpectiva del frío navideño, se animan ustedes. Por probar...

- "Qué pasa en Cataluña", Manuel Chaves Nogales (escrito en los años 30, no se equivoquen)
- "La disparition de Stephanie Mailer", de Joel Dicker (traducido al español)
- "Salamanca 1936" de Angel Viñas
- "Un sac de billes" de Joseph Joffo (traducido e incluso con película)
-"La españa vacía" de Sergio del Molino
- "Fire and Fury" de Michael Wolff (también traducido)
- "Falcó" de Arturo Pérez Reverte
-"Sonetos de amor" Francisco de Quevedo
- "Esto no ocurrirá aquí" de Sinclair lewis
- "Etica de la crueldad" de José Ovejero.

   Son diez, ya tienen tarea por delante.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Viernes negro, chalecos amarillos, cielos azules

    Ayer fue ese día que de repente se ha colado en nuestros calendarios como una fecha a señalar, el famoso "Black Friday" que no nos queda más remedio que traducir por Viernes Negro y  que muchos asocian con rebajas a tutiplén sin tener ni idea de dónde viene el invento. Yo, para variar, no he comprado nada; primero porque soy de poco comprar, segundo porque me he pasado el Viernes Negro varias horas haciendo algo que te impide comprar, malgastar y darte al vicio de la tarjeta de crédito: trabajando. Y para cundo salí de mi puesto de trabajo, las tiendas estaban cerradas y yo como si me hubiera pasado un tren correo por encima, así que eso que me ahorré. 

   Siguiendo con los colores, la última movida de la actualidad va de amarillo, que es un color feo, agresivo y que da mala suerte; al que sólo le perdonamos ser el color del sol y de los pollitos recién nacidos. Los "Chalecos amarillos" son un movimiento ciudadano francés que protesta en origen contra la subida de la gasolina y la pérdida del poder adquisitivo en las familias, a priori, protestas muy loables, aunque lo de la gasolina entre en franca contradicción con el objetivo de salvar el planeta de unos gases que lo ahogan. El problema de las protestas es que en tiempos revueltos (y los actuales lo son)  aglutinan al que tiene razones más que válidas para protestar con el que va a cualquier manifestación porque es una juerga y con el que sólo busca que caiga el gobierno y el parlamento sin pararse a pensar que cuando no hay gobierno ni parlamento lo que viene a continuación tiene muy mala pinta. 

    Aquí donde vivo, como estamos a dos pasos de Francia, los Chalecos Amarillos propios ya se han puesto a cortar los accesos a centros comerciales y gasolineras y dada la afición a manifestarse que tiene este pueblo con el que convivo, me temo que pocos días ya tendremos el manifestódromo listo. Para que se hagan una idea del la Casa de Tócame Roque que es este movimiento: un grupo de  Chalecos Amarillos descubrió a otro grupo de emigrantes ilegales el pasado miércoles en una carretera y se los entregó sin miramientos a la policía; en Francia reclaman que se disuelva el parlamento y se configure una República no liberal (sic) que tome como modelo la de Viktor Orban en Hungría (vayan a la Wikipedia aquellos no informados y mirense lo que hace este buen hombre para gobernar) y como buena Casa de Tócame Roque que se precie, las protestas loables se van a mezclar con la desestabilización a cualquier precio en un escenario que, siento ser tan machacona, a mí me recuerda al de los turbulentos años previos a la Segunda Guerra Mundial. Pensándolo bien, cuando los movimientos ciudadanos se visten todos de un color la cosa no suele acabar bien, recuerden los Camisas Negras de Mussolini, las camisas azules (y luego Viejas) de la Falange y las marrones de la NSDAP de Hitler. 

    Siento fastidiarles el domingo, queridos lectores, con tan grises pensamientos, que son del mismo color que el cielo con el que he amanecido,  ese que últimamente me tenía mal acostumbrada porque a menudo era azul y radiante. Voto firmemente porque vuelvan los cielos azules, el rojo y verde de la Navidad, y hasta el blanco de la nieve si no queda otra;  y se marchen de este horizonte nublado todos los colores que son parte de uniformes desagradables y gentes violentas que sólo buscan volver a tiempos pasados  para nada mejores en este aspecto. Feliz domingo, de todos modos.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Bolero de guerra

    Escuchando esta mañana la radio, me entero que festejamos  los noventa años del Bolero de Ravel, que se tocó en público por primera vez tal día como hoy en 1928 en la Opera de París. También hace 43 años que empezó el largo reinado de aquel Juan Carlos I que llamaron "el Breve", pero esa historia hoy no me interesa tanto. 

    El Bolero si me interesa, y me gusta por repetitivo, justamente. Son catorce minutos de contínuo "crescendo", un ejercicio de virtuosismo orquestal y una melodía simplona que cuesta quitarse de la cabeza el día que lo escuchas: yo, concretamente, muchos días. Más en primavera-verano que ahora, pues una de las utilidades de la pieza es servir de fondo musical a mis carreras matutinas, sobre todo las que van cuesta arriba, porque esa sensación de cada vez más ruido y más trompetas es ideal para afrontar cerros, lomas o avenidas que suben. A mi me lo pusieron justo antes del pistoletazo de salida de una de mis primeras carreras de larga distancia, y fue todo un descubrimiento atlético-musical. 

    Tiene el bolero esa cadencia machacona que se junta con un aire vagamente arabizante, o andaluz que lo hacen fácil de escuchar y ciertamente fascinante; aunque los muy melómanos lo pongan a caer del burro. Yo, sinceramente, si me condenaran a muerte y pudiera pedir un deseo, sería dirigir una orquesta tocando el Bolero de Ravel. No va a ocurrir, me temo. Y supongo que esa cadencia fija que a mí me fascina es lo que saca de quicio a muchos y critican tanto los melómanos;  es casi casi un clamor de guerra, con tanto tambor y tanto soplido de trombones y trompetas. 

    Y aquí va la reflexión del día: Ravel lo compuso en 1928, en teoría para homenajear a Ida Rubinstein, una bailarina amiga, y para entretenerse un rato en lo que se le ocurrian obras mejores de su repertorio. No corrían buenos tiempos para la lírica en ese año 28, y peor se fueron poniendo las cosas después. En aquel año Stalin deportó definitivamnte a Trotsky, Japón hizo una de sus primeras incursiones guerreras en China, en Italia ya funcionaba a pleno régimen el gobierno fascista, en España Escrivá fundó el Opus Dei, Hitler se presentó a las elecciones por primera vez y en Estados Unidos ya se barruntaba la Gran Depresión. Noventa años después: gobierna Trump, nadie es capaz de acabar con la guerra de Siria, Putin se quiere comer Europa a bocados, Venezuela deja morir de hambre a sus ciudadanos nadando en un mar de petroleo y en España, un ministro recibe un escupitajo en el Congreso de boca de un nacionalista enfurecido, que es una definición redundante,  porque los nacionalistas son gentes enfurecidas y además sin razón, generalmente. 

    La música de estos noventa años quizás no haya sido tan machacona y repetitiva como la de Ravel, pero mirando la cosa con perspectiva, y creyendo como creo  que la historia es bastante más circular y reiterada de lo que nos gustaría, da que pensar...No sería el Bolero, en realidad, una marcha guerrera? O fúnebre? Estas son mis cavilaciones, ahí se las dejo. Y de propina la versión bailada, coreografiada por Béjart, otro genio. 


domingo, 18 de noviembre de 2018

Se busca exorcista.

     De vez en cuando, en mi casa ocurre como en aquella divertida pelicula de la factoría Spielberg, Poltergeist: se suceden los fenómenos extraños en forma de averías inexplicables. Averías de poca monta, sí, pero fastidiosas a más no poder, porque no creo que tenga que recordarles mi animadversión natural a Pepe Gotera y Otilio y todos los de sus gremios (busquen en los registros de este blog) sumada a que en estos países norteños donde ahora ya no llueve y sale el sol, lo que el cambio climático no ha traído es una bajada de tarifas entre los operarios a domicilio, que cobran como si además de arreglarte un enchufe te estuvieran gestionando un fondo de inversión en las Islas Caimán.

    Prefiero no enumerar aquí la lista de interruptores que no encienden, baldosas partidas, grifo de ducha que no mezcla, extractor de humo que no extrae y cajones que se atascan, para no aburrirles. Esta semana pedí socorro en uno de mis chats preferidos de Whatsapp (el de mis colegas de trabajo y sin embargo amigas) y es más, pedí concretamente un exorcista, que es lo que creo que me hace falta. Ellas, que son sabias, me dijeron que lo que necesitaba era un manitas y ahí disiento: el manitas vendrá de todas maneras, arreglará cuatro cosas, otras cuatro las dejará a medias y me pasaré un mes acosándolo telefónicamente para que venga a rematar la faena después de que se haya llevado su buena pasta. Tampoco sé lo que cobra un exorcista, pero creía yo que sería  menos que un fontanero o similar. 

   Y para comprobarlo, y comprobar cuánto me equivocaba, me he ido a sacrosanto Google, donde he visto todo tipo de ofertas y anuncios, si no me creen vayan y miren. Hay hasta una página donde dan ciertas indicaciones primarias para hacerle frente al poseído en lo que llega el Pepe Gotera-exorcista de turno; échenle un vistazo: www.exorcismus.org; no tiene desperdicio. Si viven ustedes en España siempre está la socorrida milanuncios.com, donde aparte de chica de limpieza, contactos de cierta índole y profesores particulares, también se anuncian exorcistas a domicilio! Y no son muy baratos, pues los de milanuncios empieza en 300 Euros...Y no sé si se atreven con viviendas enteras y no con sus ocupantes, que dicho sea de paso y tocando madera, estamos en estupenda forma, no como las instalaciones en las que habitamos. 

    Metiéndome en el mundo exorcista me he dado cuenta de que la Iglesia Católica, tanto que nos metemos con ella por antigua y poco dada a ser de su tiempo, resulta que para según qué cosas es la mar de moderna, y prepara cada año en sus Estado Mayor Vaticano a  camadas de exorcistas jóvenes y nativos digitales, para que le hagan frente al demonio incluso via Skype. Mis lecturas sobre la formación vaticana me confirman que hay tarifa plana (300 Euros igualmente que los no diplomados por vía Romana) y que se hace una pequeña reducción a los que se conforman con un exorcismo digital vía Skype o Facetime, supongo que porque son menos eficaces.  También me confirma el artículo leído, que a pesar de lo moderno que parece el asunto, con la Iglesia hemos topado amigas, y para ser exorcista hay que ser macho: no especifica si mucho o poco... La modernidad tiene un límite. Aquí les dejo el link, que es el del New York Times, ya saben, mi periódico favorito; a ver si van a pensar que lo he leído en el Pronto! /www.nytimes.com/es/2018/04/23/callate-satanas-un-curso-de-exorcismo-por-celular/

    Con cierto pesar, concluyo que será mejor que venga el manitas que mis queridas colegas me recetaron, y dejemos la cosa esotérica para otra ocasión. Feliz domingo amigos, otro día de sol en este norte otrora gris y lluvioso!

lunes, 12 de noviembre de 2018

La castañera (La chica de ayer, 20)

  Carmen es castañera en noviembre, el resto del año tiene otros muchos empleos: cría cabras de cuya leche elabora quesos que luego vende; recoge almendras, se ocupa de su casa y su huerto, cria ocasionalmente a unos nietos que tienen padres que van y vienen de Alemania donde trabajan y lleva muchos años casada con Evaristo, que ese sí que es un trabajo a tiempo completo. De todo ese pluriempleo es el de castañera el que más disfruta; desde la recogida de esas castañas gordas y con olor a monte que salen de su coraza de espinas hasta el montaje de la caseta para vender, las muchas horas a pie del fuego para asarlas y sobre todo, la excusa que tiene con todo ello para pasar un mes en la ciudad, aunque sea en casa de su cuñada, que se casó  con el único espabilado de la familia de Evaristo y al menos pudo escaparse de esa sierra fría y dura en la que viven.

    Que no es negocio dice Evaristo (a quien la ciudad le produce urticaria) que el ayuntamiento te clava con el alquiler de la caseta que no son más que cuatro tablones, que lo que da dinero son los quesos y encima no hay que salir del pueblo, que se te quedan las manos negras y encallecidas de tanto trajinar con la leña para asarlas...Tantos argumentos como negativas de Carmen, que espera todo el año la llegada del 1 de noviembre para instalarse en la mejor plaza de la ciudad, donde vende sus castañas  asadas  a un duro la media docena y envueltas en cucurucho hecho con las páginas del ABC, que es periódico de ricos, tiene mejor papel. Castañas que saben mejor que otras, porque se asan con la leña que ellos mismos traen de la sierra y porque se hacen lentamente en un calboche de latón, encendido desde las nueve de la mañana para tener las brasas listas a media mañana cuando aparecen los oficinistas de Hacienda o del Ayuntamiento, a los que suceden por este orden los jubilados, las amas de casa, los niños de los colegios y los jóvenes antes de entrar al cine o incluso entre una caña de cerveza y otra. Carmen a todos conoce y a todos atiende con mimo, que de ese mes de castañera salen muchos fondos destinados a tapar goteras durante el invierno. La misma sonrisa para el 
abuelo que invita los domingos a los nietos que para el alcalde, o para esa niña que casi cada tarde acude a comprar un duro de castañas que se zampa camino de su casa y que le calientan las manos a la vez que le calman las tripas que llevan ya un rato pidiendo merienda. 

    Que sí es negocio Evaristo, que a los nietos les compramos los zapatos y les pagamos los libros de texto con lo que sale este mes del puesto. Carmen apenas sabe leer y escribir y contar por duros, sus hijos llegaron hasta donde les bastó para irse de torneros a Alemania y ahora están los nietos, sobre todo ese Manuel, listo como un conejo que es el que va a hacer carrera de verdad en esta familia. Evaristo la mira con resignación, contando los dias que le quedan para volverse a la sierra mientras de forma automática sigue haciendo incisiones en las castañas con su navaja y dándole fuelle a las brasas, que esta es la hora en la que se forman las colas. 

    Un dia de otoño, cuando ya dejó de contarse en duros y se prohibió el uso del papel 
de periódico para envolver alimentos, en la misma plaza donde Carmen instalaba su puesto cada año, una chica tampoco tan joven se para a contemplar un puesto de castañas hecho con aglomerado y empapelado de anuncios, entre los que distingue hasta una licencia municipal. Dentro se afana con el fuego una pareja joven, ella embarazada, rostro enrojecido y barriga de al menos siete meses; él tiene un aire que le resulta familiar, a pesar de las rastas y de las muchas chinchetas que decoran su rostro. La compradora pide un Euro sin tener ni idea de cuántas castañas caerán en esa cajita con propaganda turística de la ciudad que sirve de envase y no puede resistirse: 
- Yo venia siempre a comprar a este puesto cuando era chica, todas las tardes,  había una señora que se llamaba Carmen 
- Era mi abuela
- Y usted sigue con la tradición familiar? 
- No señora, yo estudié filosofía y por ahora, ésto es lo que hay
- pues nada, póngame otro Euro
- De tú, por favor, me llamo Manuel, y puedes venir cada tarde, como en tiempos de mi abuela!
- Ya quisiera, pero vivo muy lejos de aquí. 

    Y estas castañas que saben a butano y no van envueltas en el ABC tampoco son ya lo que eran.


martes, 6 de noviembre de 2018

España va bien, o casi.

    Nunca pensé que acabaría parafraseando a José María Aznar, que desde que perdío su bigote hay que mentarlo con nombre y apellido, porque ya no parece ni él mismo. Después de una semana de asueto español, y haciendo un leve ejercicio de antropología de andar por casa, no me queda más remedio que admitirlo: España va bien, sobre todo teniendo en cuenta todos los que al gobernarla (o pretenderlo) se emplean a fondo en que vaya mal. 

    En España los periodistas buscan y rebuscan la mala noticia del día, y por supuesto que la encuentran; y cuando no la encuentran, se inventan un conflicto entre la Reina Letizia y algún pariente; o estiran hasta lo imposible un asunto pendiente en el Tribunal Supremo (el asunto hipotecario, que se acaba de fallar hace un rato, por ejemplo) o se cargan al entrenador del Real Madrid y entonces ya no hay que preocuparse de buscar noticias porque aquello se convierte en un culebrón que da para varias páginas, debates radiofónicos y tertulias de bar. Mientras tanto, a nadie le queda la menor duda que España va bien. 

   A mi, que me paseo constantemente y hablo con todo tipo de gente, me parece que el paro sigue siendo desmesurado, que la educación no llega a todos los lugares ni a todas las clases sociales como debería; que la Universidad y sobre todo la ciencia, están financiadas con limosnas; que la Iglesia sigue metiéndose en camisa de once varas y sobre todo, donde no debería meterse. Que las familias con dos sueldos corrientitos no llegan a fin de mes aunque tengan sus cuatro miembros un iPhone de alta gama y que el asunto de Franco, y de donde van a parar sus huesos es muy importante, porque es un capítulo de la guerra aún sin cerrar. Que los viejos protestones y manifestantes reivindican sus pensiones aunque en el fondo, en ese país envejecido son los que viven mejor y a quienes menos palos les da Hacienda; que el ruido es un derecho humano y que la televisión pública es tan mala como la privada y que la música (la buena) solo la aprenden y la disfrutan cuatro privilegiados. Que uno va a un restaurante de postín con aspiraciones de Estrella Michelín y le entregan una factura donde pone "menu de desgustación" es buena muestra de parte de lo dicho anteriormente. 

   Pero siguen viniendo turistas, incluso cuando hay aviso de una ola de frío polar como la que a mi me ha tocado. Y las cañas con pincho (al menos en las provincias) no llegan a dos euros; una docena de churros cuesta esos mismos dos euros y sale el sol, casi todos los días. Y en la tienda de los Mac, entra un ciego y cuando el dependiente le dice "Hombre, Ricardo, te veo muy bien", va el ciego y responde "pues yo a tí no te veo nada", y todos los allí presentes nos reímos a carcajadas  de algo que en la misma tienda en USA hubiera provocado un pleito. Y ponen este anuncio surrealista por la televisión, que no hay Dios que lo entienda y a todo el mundo le parece genial:


    Así que debe ser que sí, que España va bien a pesar de todo lo que yo veo y proclamo. O será que yo no entiendo nada, que no lo descarto.

viernes, 26 de octubre de 2018

Miedo a la nostalgia.

    En mi casa del pueblo (aquella que no es casa ni está en un pueblo) aparecen mis amigas por la mañana con dos docenas de churros según van a trabajar y yo pongo el café; no hay mejor manera de empezar el día. Otras veces vienen por la tarde con un Roscón si es Navidad y yo sigo haciendo cafés; o aparecen por la noche y entonces corren las cervezas y los gin-tonics; o nos terminamos entre cuatro un foie traído de las latitudes donde se hace esa cosa tan bárbara como deliciosa que es el foie. Es una casa donde siempre hay alguno de propina, donde mis comadres saben que la puerta está abierta y donde una Nochevieja cenan cinco y a la siguiente diez. A mi me encanta que así sea y a mis hijos les maravilla que toda esa gente que entra y sale de esa casa sean mis amigas del colegio, a las que conozco desde hace casi cincuenta años, y sus parejas y maridos, e  incluso ya con sus hijos, que empiezan a compadrear con los míos. A ellos les asombra porque el colegio es donde están o de donde apenas han salido y les parece que guardar todo ese capital humano durante tantos años es un imposible. 

    Así son estas nuevas generaciones, porque cuando yo salí del colegio siempre crei que esas amigas las iba a guardar para siempre. Son tan parte de mi vida que ni residiendo a 1700 kilómetros de ellas me siento ajena a sus vidas o alejada físicamente; no lo sentía ni cuando el Whatsapp era inimaginable y el teléfono internacional costaba como comprarse un avión. Sus vidas son la mía, y viceversa y cuando nos vemos tres, cuatro, cinco veces los años buenos, comenzamos nuestras conversaciones  como Fray Luis: decíamos ayer. Porque en todos estos años, y en un vivir el mio tan lejos de todas, siempre ha habido cercanía entre nosotras. No hay tiempo que recuperar, ni nostalgia que alimentar; el río de nuestras vidas siempre ha llevado agua en su cauce, y a él hemos ido incorporando esos afluentes que son maridos, parejas, hijos y hasta sobrinos.

   Pero en pocas horas me voy a encontrar con otra parte de mi vida en la que también hice unos cuantos amigos pero que,  vaya usted a saber por qué,  he perdido de vista. Vamos a festejar los treinta años del final de una carrera que hicimos prresentándonos a todos los exámenes y estudiando lo propio, que es como se hacían entonces las carreras, y visto como se hacen ahora, tenía su mérito. Como en el año 88 (justamente el que ahora sale cada jueves en "Cuéntame") no se hacían ceremonias de graduación porque todo eso se consideraba una americanada, vamos a ver si nos graduamos por nuestra cuenta treinta años después!  Por el camino, algunos se han ido graduando una y mil veces en parar los golpes de la vida, aceptar que aquella carrera viejuna y mal considerada no nos iba a dar de comer, preparar oposiciones alimentarias a funcionario de prisiones, hacerse sacerdotes (no se rían, hay dos) tener hijos, divorciarse y volverse a casar o buscarse las lentejas en lugares tan variopintos como Bagdad: tampoco se rían, desde allí viene otro. Muchas asignaturas que hubo que preparase sin apuntes y en las que el examen era aún más difícil que aquella Paleografía Medieval que nos traía de cabeza o el latín de primero que muchos arrastraron hasta quinto.

   Tengo cierta aprensión a este tipo de reuniones donde la nostalgia es el punto único del orden del día, aunque luego voy y me divierto como la que más. Y lo que menos me importa del asunto es que vean mi lorza contra la que lucho siempre con la batalla perdida, las patas de gallo plurales y las canas que asoman por la raya del pelo. Me preocupa mucho más haberme convertido en una persona peor de lo que era (asumiendo que no era muy mala) y que al despedirnos alguno piense "pero esta qué se cree?";  temo que los años no hayan traido un poso de sabiduría sino de tontuna y que un paréntesis de treinta años sin vernos lleve aparejada tanta sorpresa como decepción. Pero quién sabe, como dijo aquel, puede hasta ser mi gran noche...Excusa perfecta para dejarles la canción!




viernes, 19 de octubre de 2018

El misterio de la lubina perdida.


    Les aseguro que no soy despistada, en absoluto. No es mi estilo dejar las llaves puestas en la puerta o perder la tarjeta del banco en cualquier lugar, aunque reconozco que con la suma de los días y las hormonas a la fuga, últimamente tengo algún que otro lapsus. El de hoy ha tenido su gracia y por eso, por gracioso, lo comparto con ustedes para que empiecen el fin de semana con una sonrisa...Para carcajada tampoco creo que de la cosa.

    De repente me he encontrado con la tarde libre y he decidido lanzarme a hacer varios recados en vez de lanzarme a la piscina o a correr por el parque que era lo que en realidad debería haber hecho. Al  cabo de hora y media de recorrer el centro de la ciudad buscando cosas variopintas me he acordado de mi amigo Wouter, que es pescadero y tiene su pescadería por allí,  y he ido a saludarlo con la esperanza de encontrar aún algo para cenar, como asi ha sido. He comprado una hermosa lubina y he seguido haciendo otros recados hasta que harta de gentío y de rascar la tarjeta, me he encaminado al metro donde, al sacar el abono me he dado cuenta que me faltaba una bolsa de las muchas que llevaba conmigo. Porque yo compro poquísimo o nada, y claro, el día que compro tengo que sacar muchos atrasos; tantos, que parecía una nueva rica en vísperas de Navidad. Cuando he contado las bolsas he visto con horror que me faltaba la de la lubina.

    Sin encomendarme a San Antonio ni supersticiones similares, he desandado el camino a partir de la compra del pescado y para que se hagan ustedes una idea de hasta qué punto era una empresa complicada, las estaciones posteriores eran una tienda de Mangas japoneses y una papelería perteneciente a una cadena de franquicias que dentro de este país pertenecen a cierta región que últimamente gusta de unir su destino al de Cataluña...Supongo que me entienden. Los japonenes, amables ellos, me ayudaron a buscar por la tienda y no pareció extrañarles que una señora madurita hubiera perdido una lubina en su tienda. Habrán visto cosas peores y tipos más extraños que yo, seguro.

   En la papelería flamenca, la cosa no fue tan sencilla, porque la no tan amable dependienta, a pesar de que me dirijí a ella en ese idioma llamado Neerlandés,  que como ustedes saben es una de las lenguas más habladas en nuestro planeta, pensaba que lo mío era una broma y que la gente no va a las papelerías a comprar Tippex (encargo de mi heredera) con una bolsa con una lubina dentro. Y eso que como no sé como se dice lubina en Neerlandés (que ya es mala pata porque hablo otros cuatro idiomas más y sí que sé como se dice lubina en todos ellos) le dije que era una bolsa de la compra con pescado dentro, y es más, se lo dije en inglés y en francés, que no sirvió de gran cosa a pesar de estar la bendita papelería situada a dos pasos del corazón de Europa. Cuando los humos se estaban calentando, afortunadamente, mi sagaz vista de lejos a la que aún no ha afectado la presbicia, divisó la bolsa a un lado del mostrador. La  cogí sin mediar palabra y salí de la tienda a escape porque mi salud mental me impide discutir con nacionalistas y otros catetos semejantes.

    Luego caí en la cuenta que esos que hablan el neerlandés (la lengua en la que se comunican los científicos, se ruedan las películas y se hacen negocios millonarios) y no quieren entender otra cosa, nos han montado un lío diplomático bastante gordo porque piensan que torturamos a Junqueras en la cárcel y que lo vamos a descuartizar como al periodista saudí. Como para pedirles que hicieran el esfuerzo de entenderme en una lengua de mierda como el inglés...

   Por cierto, en mi casa hemos cenado lubina esta noche, y me ha quedado de película. No diré más.

domingo, 14 de octubre de 2018

Ni sí, ni no

   Mis padres, como muchos de los padres de mis coetáneos, decían a todo que no; a cada pregunta y a cada permiso que pedíamos, ya sabiamos que teníamos un no por respuesta. Luego los más perseverantes, o los más persuasivos, o los que habían pillado a sus progenitores ya cargados de años e iban precedidos por una buena sarta de hermanos mayores, conseguían de vez en cuando arrancarles un sí. Así crecimos, convencidos de que llegaría quizás un día en el que, por antigüedad, nos tocaría decir  que no a los que vinieran arreando. "No" era una palabra de uso común y que todos practicábamos hasta en nuestras correrías juveniles ("OTAN no, bases fuera") en la pelea contra las drogas ("simplemente di: no") o en esas primeras campañas informativas del SIDA que  los últimos capítulos de "Cuéntame" nos han traído a la memoria: "Si da, no da". Vaya! que decir que no era muy corriente y nada traumatizante.

    Pero como los tiempos cambian que es una barbaridad, ahora no se puede decir que no, o si se dice, el "no" merece tres páginas completas de razonamientos o media hora (como poco) de debate familiar. Ahora que mis hijos se me están escapando de las manos, me doy cuenta que yo, crecida y curtida en la cultura del NO, apenas la he practicado con ellos. Seré, como tantos otros padres y madres, víctima de mi tiempo y de los manuales de autoayuda y de ayuda ajena, pero no creo haber dicho que no, como decían mis padres, sin añadir ni un punto ni una coma y sin levantar media ceja. Las pocas veces que he pronunciado el adverbio de negación, lo he hecho después de razonar, discutir, argumentar e intentar convencer...Y así me ha resultado (y me resulta) ésto de la maternidad, un ejercicio agotador. Viene la reflexión al caso, porque últimamente pasan por mi mesa y mantel unas parejas jóvenes con unos tiernos hijos (el último de este viernes tenía un año) a los que sus padres miran fijamente a los ojos diciéndoles que no a ciertas cosas banales: repetir postre, por ejemplo. Ganas me dan de advertirles que se aprovechen lo que puedan y pronuncien esos "noes" recreándose en la única sílaba que contienen, porque en breve, esas criaturas que ahora medio aceptan la respuesta negativa, van a pasar a ser aguerridos sindicalistas con los que pactar a todas horas.

    No es broma, las negociaciones con ciertas criaturas  feroces para fijar una hora de regreso a casa, denegar ciertos permisos y salidas a deshora, apearlos del carro de algunos planes descabellados de viajes, vacaciones, y hasta de estilo de vida, bajar faldas que no se ven bajo el jersey, o subir pantalones que dejan asomar medio metro de calzoncillos, recordar que la ropa no camina sola hasta el cesto de la ropa sucia y que estudiar es un trabajo, requieren argumentos y disquisiciones filosóficas dignas del Concilio de Trento, porque a esta gente que nos reta a semejantes ejercicios desde pequeñitos, no les hemos dicho que no lo suficiente, y cuando se lo hemos dicho, encima lo razonábamos. He conocido niños de tierna edad a quienes el sindicato del metal debería contratar para sacarle a la patronal aumentos de sueldo y prebendas varias, porque son durísimos y tenaces negociadores.

    En la leyenda familiar de mi casa, se cuenta que mi madre decía que no incluso antes de dejarnos terminar la frase de lo que íbamos a pedir. Yo, llevo ya varios años diciendo mucho más si que no, y las pocas veces que digo que no, me lo pienso antes y me hago una ficha técnica de todos los argumentos que apoyan una razón u otra. He dicho que sí muchas veces, con alegría y hasta con regocijo, porque evidentemente es mucho más gratificante; he dicho muchas veces "si, pero" y en esos casos he intentado hacerme entender y que comprendieran mis preocupaciones, porque el "pero" siempre va unido a una preocupación. He intentado dialogar hasta el aburrimiento, como muchos de los que me rodean y no veo yo que el dialogo, la concordia y el debate hayan contribuido a formar generaciones virtuosas de la democracia, sino una panda de descreídos que son capaces de votar al primer energúmeno que sale por un canal de Youtube.

    Nunca pensé que pasar de la fea cultura del no, a la amable versión de si diera tan pobres resultados educativos. Es más, el no sigue dando pingües beneficios, y sino, miren a Pedro Sánchez: "no es no" y ya es presidente del gobierno...Feliz semana para todos.


miércoles, 10 de octubre de 2018

Más que una moto

    Es sólo una motocicleta, pero resulta que es algo más. Es incluso algo más que uno de los muchos objetos ennegrecidos y cenicientos que se muestran en el excelente museo conmemorativo de los atentados del 11 de septiembre. Es una moto roja y resplandeciente, parece nueva y tiene un lugar destacado en el recorrido de horror, reflexión y emoción que es todo el museo. Me acerco a leer el cartel convencida que es la moto recién comprada de una de las victimas y es ahí donde me encuentro con la historia que les cuento, porque no puedo hacer otra cosa que contarla y porque si además pudiera tener solo una brizna de talento cinematográfico , que me falta incluso más que el literario, éste seria el guion de "la"  película sobre el 11 de Septiembre. 

    La motocicleta la había comprado dias antes de atentado un bombero de Nueva York, de nombre Gerard Baptiste. Era un modelo de Honda antiguo y bonito, pero también una ruina que él pretendía , contra la opinion de los expertos, restaurar en los muchos ratos libres o de guardia que le dejaba su oficio. Por eso la moto estaba en el cuartel de la escalera 9 del batallón de bomberos N2 de Nueva York, con sede en Soho. Gerard tuvo la mala suerte de ser una de las tres victimas de su unidad, pero también uno de los casi cuatrocientos bomberos que murieron en los atentados; como grupo profesional, el de mayor numero de victimas teniendo en cuenta que no trabajaban en las torres. Y aquí señaló mi respeto y admiración por un trabajo que consiste en entrar corriendo en aquellos lugares de los que la gente sale corriendo, precisamente. Pasados los meses después del dia de autos, alguien de su cuartel se fijó en la motocicleta olvidada y entre todos sus compañeros, y con la ayuda de la casa Honda que incluso fabricó algunas piezas a medida, la moto fue restaurada, se demostró que funcionaba, la enseñaron en todos los periódicos y acabó teniendo el lugar privilegiado que ocupa en el museo. 

    La historia de la moto aparece relatada en el museo, como aparece la foto de Gerard Baptiste junto a las otras casi tres mil víctimas, sonriendo bajo su gorra de bombero neoyorquino. Pero la historia de Gerard, que es la que a mi me interesa, la he ido hilvanado yo en estos días, gracias a Internet que es ese instrumento milagroso que yo no tuve cuando hice mi tesis y a pesar de ello la hice solita y sin copiar a nadie, perdonen por volver a meter mi muletilla particular.  Les dejo un esbozo: Gerard tenía 35 años y una novia llamada Delphine. De origen dominicano, llegó a Estados Unidos a los cinco años con sus padres, que se instalaron en el Bronx. Quería ser diseñador gráfico pero los estudios eran demasiado caros. Se alistó en el ejército y después de los años de servicio mínimo para abandonarlo se hizo bombero. Quería casarse con su novia y comprarse un perro. Le gustaban tanto que llevaba siempre galletas para perros en los bolsillos que iba repartiendo a los que se le acercaban. No está tan claro que le gustaran las motos, aunque era un manitas y le motivaba el reto que suponía reparar aquella chatarra. Sus vecinos contaban que,  a pesar de su muy morena tez y su aspecto claramente latino, él siempre se decía norteamericano y aclaraba que lo era porque aquel era el mejor pais del mundo, el que había acogido a su familia huyendo de la miseria.

    Gerard tendría hoy más o menos mi edad. Quizás se habría casado con Delphine y hasta tuviera hijos y ese perro que tanto anhelaba. Quizás sus hijos serían de la edad de los míos y se sentirían aún más estadounidenses que su propio padre, y los domingos visitarían a sus abuelos en el Bronx  sin poder intercambiar con ellos ni una palabra de ese español que ya no es su lengua. Quizás Gerard también habría votado a Trump, sólo porque también  es un neoyorquino nieto de inmigrantes como él, quién sabe...Nadie lo sabe porque un once de septiembre de 2001 se paró el reloj cuando unos locos a bordo de dos aviones derrumbaron dos torres de cien pisos y Gerard salío corriendo con sus compañeros de la escalera 9 a cumplir con su deber: entrar donde otros salen corriendo. Si por un milagro apareciera hoy entre los escombros de aquel infierno, y viera el país que el otro nieto de inmigrantes le está dejando, las pocas posibilidades de vivir el sueño americano que les quedan a los que,  como sus padres, fueron a esa tierra buscando vivir mejor y hacer una América más grande, quizás agarrase su moto (ahora que funciona) y saliera corriendo hasta la frontera canadiense.

lunes, 8 de octubre de 2018

Museos para emocionar

    Para qué vamos a un museo? Normalmente a contemplar obras de arte, o documentos históricos, o a satisfacer fetichismos y pasiones coleccionistas...A mirar en cualquier caso. A mi me encantan los museos, de lo que sean; me producen sosiego (ese que me falta tan a menudo) me encanta su orden, su silencio, su luz mortecina en tantos casos y sus tiendas de postales y baratijas que no lo son. En este siglo hiperconectado me siguen gustando los museos, aunque muchas veces tengo la sensación de que la única que miro con mis ojos lo que hay en ellos soy yo y que los demás visitantes se dedican a fotografiar lo que alli se exhibe. En mi última visita al MOMA de Nueva York he hecho hasta una estadística del cuadro más fotografiado (la noche estrellada de Van Gogh) y del que más servia de telón de fondo para hacerse un selfie (los nenúfares de Monet); curiosamente, al lado de estas pobres obras de arte que la gente solo miraba a través de la pantalla, las Señoritas de Avignon de Picasso gozaban de una buena cantidad de observadores de verdad, sin pantalla por medio. Será que el cubismo no es tan fotogénico? O que un cuadro sin azules no queda tan bien en las fotos destinadas a las redes sociales? Ahí les dejo materia para debate. 

    Después de esta experiencia,  y escasa de tiempo libre, decidí gastar mis horas y mis dólares en un museo un tanto particular como es el monumento y museo del 11 de Septiembre que los neoyorquinos han levantado en donde estaban las Torres Gemelas. Que conste que iba con aprensión, para empezar porque la estación de metro la ha hecho Calatrava (espectacular, para qué negarlo) y en cualquier momento se le puede caer a uno encima, ya saben. Para seguir, porque soy contraria a la exaltación patriotera y difícil de conmover si no hay una película por medio; pero como me gustan los museos, insisto, allí que me planté, cosa que me alegro, pues hacía mucho tiempo que un museo no lograba absorber mi atención durante algo mas de dos horas sin tener ni una sola obra maestra en su interior. Los americanos saben hacer museos y,  en este caso (les ruego que me permitan el juego de palabras facilón) han hecho un valle para todos los caídos sin olvidar uno solo ni pararse a pensar de qué color tenían la piel ni qué religion profesaban. Desde este lado del Atlántico deberíamos tomar nota. Y no me detengo en lo espectacular del edificio, el cuidado con el que se han elegido las imágenes para no herir sensibilidades ni espiritualidades; la cantidad de información y de datos históricos que durante muchos años hemos obviado por la magnitud de los hechos. Es un museo para honrar la memoria de las víctimas, auténticas protagonistas de los hechos, y para reconfortar a sus seres queridos que, segun me contaron los vigilantes (muchos de ellos a su vez parientes de los fallecidos) lo visitan a menudo. 

    A los apasionados del arte, toda esa gente que móvil en mano se retrata delante de Las Meninas o del Guernica nos están quitando las ganas de ir a los museos que, dicho sea de paso, tiene colas kilométricas de personas que pacientemente gastan horas en las filas para luego poder hacerse el selfie delante de las Meninas. Un círculo vicioso e infernal. Pero quedan otros museos por suerte, lugares para remover las conciencias o simplemente para apaciguarlas, lugares donde uno se encuentra con la historia, que antes necesitaba al menos medio siglo para llamarse historia pero que en la era de las prisas se convierte en historia al año siguiente de haber sucedido. Ultimamente he visto dos o tres de esos; ya no tienen cuadros de Velázquez ni de Rembrandt, que eran lo que antes me conmovían; ahora que hay que apartar los moscones que se autorretratan delante, es mejor dejar abandonados a los maestros de la pintura, o ir a visitarlos en temporada baja; si es que existe una temporada baja en las grandes pinacotecas. Y si van a Nueva York, no dejen de visitar el museo del 11 de septiembre, superando todos los prejuicios que puedan tener, incluyendo el antiamericanismo, si es que lo practican. Se van a emocionar, y sólo por  eso ya merece la pena la visita.

    Y si todavía tienen ganas, crucen la plaza y asómense a Wall Street, y frente a la bolsa, está el edificio en el que George Washington juró su cargo como primer presidente de los Estados Unidos. Es un lugar encantador llamado Federal House, y a pesar de ser gratis nadie va, y los que entran lo hacen equivocados pensando que aquello es la bolsa. Este último, en otro estilo,  también es un museo de los que conmueven. Y de paso saluden de mi parte a la señora que vende las postales, que es toda una activista de los Derechos Humanos y se hizo mi amiga (con Selfie incluido) en la media hora que duraron sus explicaciones. También sólo por ella merece la pena la visita.

jueves, 4 de octubre de 2018

Hay vecinos y vecinos

    En estas latitudes que habito la gente prefiere vivir en una casita con jardín (aunque tenga tamaño jardinera) y un garaje donde meter los trastos  sobrantes y poder aparcar el coche delante. Yo vivo en un piso, con su comunidad de vecinos y todo; será nostalgia de mis años de vida en España o visión de futuro para cuando el reúma me impida subir escaleras, como ustedes quieran verlo, pero vivo en un piso en un entorno donde la gente oye hablar de una comunidad de vecinos e invoca a Satanás. 

    Hay vecinos pesados y otros que te resuelven la vida. Vecinos que te los pone el diablo a vivir a tu lado y otros que son ángeles custodios que te preguntas cuán difícil seria tu existencia sin ellos. Hay comunidades de vecinos donde la gente se insulta, se ponen pleitos y utilizan los felpudos ajenos para arrojar todo tipos de basuras y excrementos; creo que en España hasta hacen series de televisión inspirándose en ellas. Y por suerte, hay comunidades de vecinos, como la mia, donde una vez al año nos reunimos en torno a una mesa de comedor, con buenos vinos y buenos aperitivos, y civilizadamente intentamos mejorar una casa (la nuestra) que es la casa de todos y una joyita que queremos conservar como tal. Cuando me cuentan las historias para no dormir de muchas comunidades de vecinos me digo que la suerte salió a recibirme el dia en el que compré mi casa. Que los vecinos, con el paso de los años se conviertan en amigos o mejor, que sigan siendo amigos sin dejar de ser vecinos, es un delicado ejercicio de convivencia y diplomacia, difícil en muchos casos (esos tacones a las seis de la mañana , el niño que hace una fiesta, las bicicletas invasoras de la entrada, etc) pero siempre agradecido. 

    Hace veinte años una pareja de alegres jubilados me dio la bienvenida a su comunidad de vecinos que hoy es la mia. Me gustaba hablar con ellos, por cariñosos y gente de mundo que eran: cada vez que había un taxi en la puerta estos dos salían con sus maletas camino de la China y destinos semejantes, yo muchas veces me dije que quería ser como ellos cuando los sesenta se asomaran a mi  puerta, que cada vez falta menos.  Ambos de educación exquisita, amantes de España y del jamón de bellota que muchas veces compartí con ellos; siempre interesados por tu vida y tus circunstancias a la par que discretos. Dueños de un membrillo que, en plena centro de la ciudad daba frutos hermosos con los que ella elaboraba la mejor jalea de membrillo que he tomado en mi vida. El tiempo y el cáncer se llevaron por delante a Isabelle, que me saludaba con los pulgares hacia arriba desde su ventana cada mañana cuando yo salía a correr y ella se peleaba contra la quimioterapia y sus cochinos efectos. Ese mismo tiempo, esta vez en forma de carnet de identidad (o de antigüedad) se ha llevado a Jacques,  a quien la parca ya vino a buscar otras veces, y con la que él se fajó a muerte (es el caso de decirlo) porque no he conocido en mi vida a nadie con tantas ganas de vivir como él. Es más, no he conocido a nadie que superara un ictus reaprendiendo a leer y escribir como hizo él!

    Mis adorados vecinos de mi acogedora comunidad de vecinos y sin embargo amigos, han cerrado la puerta de su casa que, espero, en el futuro abran otros vecinos igualmente adorables. Ellos se reunirán en un lugar donde crezcan los membrillos para hacer jalea y las revistas y periódicos a puñados lleguen al buzón.  Pasearán de la mano por la muralla china y comentarán la actualidad con la ventaja y la sabiduría de saber que ya no forman parte de ella. Como digo y suelo terminar siempre que escribo un elogio fùnebre en este blog (y ya empiezan a ser unos cuantos): Ave Jacques, los que van a vivir si tí, te saludan. 

jueves, 27 de septiembre de 2018

New York, New York

Se puede hablar de New York? Vaya, probablemente se pueda hablar, largo y tendido incluso.Lo que ya no estoy tan segura es que se pueda escribir, o por lo menos que yo pueda escribir después de que lo hayan hecho, así, a bote pronto: Scott Fitzgerald, Salinger, Truman Capote, Paul Auster, Henry James, Muñoz Molina y hasta Martín Gaite, que me ha hecho sentirme estos días Caperucita en Manhattan. 

    Tampoco sé si se puede escribir de una ciudad que lo tiene todo: arte, historia, belleza escondida y fealdad evidente, tiendas de todo lo posible e imaginable; inmigrantes de todos los países y gentes de todos los credos y colores. Escenarios de película y una película en cada esquina; teatros y musicales que llevan años en cartel llenando cada noche. Policías que toman café en cada calle y coches de bomberos que cruzan la ciudad sirena en ristre. Comida basura y los mejores restaurantes posibles, mendigos que rebuscan en las papeleras porque la comida se tira impunemente cuando sobra  , y sobra siempre. Neones que hacen que la noche parezca el día y supermercados que no cierran ni de noche. Necesitaría una enciclopedia por volúmenes (y quién quiere una enciclopedia en el siglo XXI) o un talento literario que no tengo. Tampoco soy más que una mediocre fotógrafa que publica en Instagram fotos desenfocadas y frecuentemente torcidas que inexplicablemente luego tienen sus aficionados, lo que dice mucho de las redes sociales como trampolín de mediocres, entre los que me encuentro. Así que con la imagen tampoco me manejo. 

    Mi estancia en Nueva York está ya contando sus últimas horas, no puedo escribir todo lo que quisiera porque he venido para trabajar y me han quedado pocos ratos para la cosa escrita. Pero me llevo conmigo lo mejor que esta ciudad puede regalarte además de los recuerdos: historias que contar. Y como no tengo tiempo aquí y ahora para contarlas, darán para algún capituló bloguero, que si ustedes me permiten, escribiré de manera cronológicamente desordenada  y lejos del lugar donde las anoté y escuché, que me abruma con su imponente presencia. 

    Y termino con el estereotipo, espero que me lo perdonen.