martes, 27 de marzo de 2018

Planes para no hacer en Semana Santa

    Menos mal que le echaron el lazo a Puigdemont y desde el domingo los periódicos tienen algo que contar, porque si no fuera por él (cuantas otras cosas no acabaremos debiéndole los españoles? ) a estas alturas, las únicas noticias serían la ausencia de primavera y todo lo que a los periódicos se les ocurre recomendarnos para hacer en cuatro dìas libres que se juntan por estas fechas. No piensen que es una cuestion baladí: el año pasado se inflaron a sacar los cerezos en flor del valle del Jerte, y cuando llegué yo, que fui como los de Bilbao, porque me dio la gana, no quedaban flores pero me tuve que hacer tres pueblos en caravana para poder encontrar una barra donde me dieran una caña y una ración de queso para picar. La gente que antaño no leía ni compraba los periódicos, sí lee las noticias por Internet y ahí, la prensa se ha convertido en agencia de viajes con fotos a todo color. 

    Como yo soy periodista frustrada (ya he contado esta historia varias veces, creo) voy a permitirme jugar al juego de proponer planes pero, modestamente, indicándoles lo que yo creo que no hay que hacer en estos días. Para empezar, viajar a cualquier valle, conjunto de pueblos blancos o serranía pintoresca que se anuncie: si a ustedes se les ha ocurrido la bonita idea del turismo rural, a otros dos o tres millones de españoles se les ha ocurrido lo mismo; y además va a llover y hará frío; a qué malgastar dinero en el turismo rural si es para ver el campo encharcado? Con las mismas, absténganse de visitar cualquier capital castellana de corte monumental y que diste dos horas o menos de Madrid y periferia; de los cuatro millones de madrileños, hay por lo menos un millón que decide conocer la Meseta castellana en Semana Santa, a pesar de que la tienen allí al lado todo el resto del año. Si el destino es Canarias, prepárense a oir todo el Euskera que nunca escucharán por las calles de Vitoria; en las Islas Afortunadas se da en estos días la mayor concentración de vascos por el mundo que uno pueda imaginar, aunque me cuentan mis informantes que Cádiz le va comiendo el terreno al archipiélago. Si usted es pijo y repijo vaya a esquiar a Suiza, porque hacerlo en el Pirineo es tan proletario que allí va hasta la familia real, que se ha empeñado en ser, e incluso parecer proletaria. O vaya a un sitio desconocido y baratito (Eslovenia o Bulgaria  pueden servir) y diga que ha estado en Suiza; nadie se dará cuenta y la nieve es nieve en todas partes.

    Si quiere usted ser original entre sus amigos, no se le ocurra decir aquello de "me quedo en casa tan a gusto porque todo está lleno de gente", porque eso mismo se le ha ocurrido a varios de sus vecinos y esos mismos amigos y acabarán invitándole a cenas y comidas varias que le fastidiarán el planazo de volver a ver las seis temporadas de Mad Men seguidas. Puede usted quedarse en su casa, pero no lo cuente. No coja vacaciones si su empresa le ofrece la posibilidad de compensarle con ración doble por quedarse de guardia: piense todas las colas y facturones inflados  que se va a ahorrar, y lo bien que se está en Ibiza a principios de junio, si es que puede permitírselo entonces. 

    No coma torrijas  o pestiños solo porque los hace su madre, o su suegra. El que avisa no es traidor: una torrija medianita: 556 calorías, y 650 un pestiño...Piense en todo lo que va a tener que sudar después para eliminarlo cuando se las haya comido solo por ser Semana Santa. Claro que, si les gustan, están ustedes perdonados, es  solo una vez al año. No crea que las procesiones de su ciudad son feas y no va a verlas nadie (que es lo que creía yo)  porque en los últimos años, las procesiones (incluso las feas)  concentran manadas de gente que se alternan con vendedores de globos con la forma de Bob  Esponja, manteros, carteristas y mucho exaltado que cree que canta bien y se marca una Saeta en Soria o Pamplona, lugares tan ajenos a la Saeta como Helsinki. Quédese en casa a la hora de la procesión de turno y, ahora sí, podrá verse por fin las seis temporadas de Mad Men de un tirón; porque hay procesiones a todas horas!

    En Semana Santa llueve, salvo contados años;  los controladores franceses hacen huelga (salvo contados años también)  los hoteles son carísimos, la operación salida y la de retorno, un Via Crucis mayor y mejor que el de Roma, y por las calles retumban  cornetas y tambores que aún cuando tocan bien son un suplicio para cualquier oido humano...Pero a quién se le ocurrió este invento?

domingo, 25 de marzo de 2018

Es el discurso, estúpidos!

    Como no hay primavera, una que es friolera prescinde de correr por parques y bosques, que es lo que me gusta, y lucha contra las calorías en un gimnasio. Mientras me sometía ayer a tamaña tortura, jugueteando con el monitor televisivo  de la cinta correteril caí en la sesión de investidura del parlamento catalán. Resistí la tentación de cambiar de canal porque en ese momento le dieron la palabra a Inés Arrimadas, y me dije que, por una vez,  iba a pelear contra mi desinterés por el nacionalismo pueril y cateto y a escuchar lo que decía esta chica, que por lo menos no dice bobadas, y en ese entorno ya es mucho. 

    Trece minutos de discurso que les recominedo que vean, y de regalo aquí se lo dejo; y si no quieren molestarse en verlo entero, vayan directamente al minuto cuatro, donde esta jerezana de nacimiento y crianza, salmantina de familia y catalana por voluntad propia (esto es, lo que los catetos e infantiloides no pueden soportar en su estrechez de miras y atávico concepto de  la tribu) deja muy claro cual es el problema: 


    No tiene una gran voz, tampoco se quiere imponer con teatro innecesario. Su retórica es correcta pero no grandilocuente. Es atractiva pero no guapaza  como la Cospedal; tiene cara de inteligente pero no de superdotada inoperante (como Soraya) a la melena rubia de la Cifuentes opone una melena morena como la de cualquier española de su edad, con las puntas un poco abiertas, incluso, pero sin necesidad de flequillo reivindicativo como el de Anna Gabriel (que apenas se escapó a Suiza se lo cortó). Dice verdades como puños sin tener que cambiarle el género a los sustantivos ni gritar como Irene Montero. Lo que tiene, por encima de todo, es la tranquilidad que da poseer un discurso coherente, bien muy escaso entre los políticos de hoy. 

    Por la noche, en la paz de mi sofá, vi un fantástico documental (gracias Netflix por existir)  sobre el último año de gobierno de Barack Obama. Se titula "The final year", no se lo pierdan porque es más entretenido y con mejor guion que muchas películas. En una de sus escenas, Obama se dirige a una audiencia de estudiantes vietnamitas en Hanoi y les asegura que aunque parezca que a la humanidad solo le interesa el poder y el dinero, también les interesa a la hora de votar  el discurso, la capacidad de un político de emocionar apelando a los orígenes de un sentido y esfuerzo común. Quizás por eso un pelele como Trump ganó a una superdotada como Hillary: el discurso de la grandeza de América aun es poderoso en buena parte del país, donde muchos de los que votan no son ni tiburones de Wall Street ni jovenzuelos enriquecidos de Silicon Valley. La mayor perspicacia de Trump ha sido comprender que los simples de espiritu, los que pueblan ese casi desierto que va desde Las Vegas  hasta Kentucky también votan,  y encontrar un discurso para ellos. Los rusos también echaron su manita, como la han echado en Cataluña, por otra parte. 

    Le deseo a Inés Arrimadas que siga adelante con su discurso coherente, sincero y de una claridad apabullante;  porque la mejor frase de todo el "Procés" de las narices la pronunció ella ayer dirigiéndose a la tribu del lazo amarillo: "por suerte, ni Cataluña son ustedes, ni España es Rajoy". Si los hados electorales le son propicios (y Putin no se mezcla) le deseo una repetición de elecciones con un mejor resultado todavía; y si en Cataluña no funciona algo tan sensato como tener un discurso lógico y, precisamente, sensato, le deseo que vaya por la vida con esa mirada clara y esa valentía tranquila que da el saber que no se están diciendo tonterías. Le deseo que siga administrando ese valor que tiene sin necesidad de grandilocuencia, y teniendo en cuenta que en el reparto político le ha tocado bailar con la más fea, que consiga al menos no salir con pisotones del intento. Y a los que le echan en cara su pedigrí, que les responda como ese chiste de bilbainos que dice que ellos nacen donde les da la gana! Lo único que siento de no ser catalana es no poder votarla. Feliz domingo.

jueves, 22 de marzo de 2018

La primavera no ha venido

    La vida es esa circunstancia que sale adelante incluso en el más árido de los desiertos, en la tundra siberiana o en el casquete polar; es algo que, por lo que sabemos,  solo ocurre en el planeta tierra, aunque sus habitantes estemos empeñados en acabar con ella. 

    La vida revive (permítanme la redundancia) en primavera: las plantas revientan de capullos, los capullos se abren, los pájaros anidan, nacen los corderillos y los cerezos japoneses y almendros en flor se preparan para la foto anual. Claro que, para que todo eso ocurra, es necesario que la temperatura sea agradable, que deje de helar por las noches, que haya llovido a su tiempo, y que salga el sol, que es justamente todo lo que no está ocurriendo. Tal y como va la cosa, y con el jueves santo en el horizonte cercano, la primavera no ha venido, y creo que incluso nos está haciendo un bonito corte de mangas. 

    Si la metereologica no acude puntual a su cita, quedan las primaveras históricas: la de Praga, que tan bien escribió Kundera en una novela que yo devoré a la edad que más  o menos tiene mi hijo y que ni él ni los de su quinta saben que existe, ellos se lo pierden. Hubo otra primavera anterior, la de Múnich, llevada a delante por unos pocos jóvenes idealistas españoles que pretendían que Franco no muriera en la cama, como ocurrió finalmente; aquella no dejó en herencia la palabra “contubernio”, tan bonita como caída en desuso. Hace pocos años se encadenaron todas las primaveras árabes, encaminadas a liberar varios países de la tiranía de sus gobernantes, para dejarlos finalmente en manos de la tiranía religiosa, y de unos gobernantes que hacen que el Ayatollah Jomeini parezca un cantante de rock a su lado. Decididamente, utilizar la palabra “primavera” con fines históricoso políticos, da muy malos resultados; sugiero a los próximos que  se revuelvan contra el poder establecido, que lo hagan en otoño, a ver si hay más suerte.

    Si las primaveras históricas acaban en fiasco, se pueden ustedes consolar con las poéticas o musicales, que son muchas y tampoco me voy a poner ahora a citarlas todas. La primavera de Vivaldi, maltratada ella por las centralitas telefónicas, por lo que compruebo últimamente, está dejando paso a la música de “La vida es bella” en esas mismas centralitas; así que podremos volver a disfrutarla sin que nos recuerde que solo suena cuando llevamos quince minutos colgados del auricular intentando dar parte de una avería o reclamarle algo a Iberia. 

    Hoy, segundo día de esta primavera inexistente, caía una manta de agua que me ha obligado a coger el metro en la misma estación en la que hace dos años unos locos se subieron con una mochila cargada de explosivos creyendo que con ello llegarían al paraíso prometido de vírgenes y otros placeres no tan cárnicos. Mi destino era la estación donde veinte inocentes perdieron la vida por estar en el sitio equivocado en el momento preciso y hacer lo que hacen los ciudadanos honrados: ir a trabajar en el transporte público. A mitad de camino, coincidiendo con la hora del atentado, el metro se ha parado y a golpe  de campana han nombrado solemnemente a todas y cada una de esas víctimas. Todo ello ante el silencio y sobrecogimiento de la mayoría y (como no) la poca atención de los que viven pendientes de las pantallas de sus teléfonos, que ni se han enterado.  Después de ese breve lapso de tiempo que a mi me ha parecido eterno, el metro ha retomado su camino. precisamente por lo que les digo un poco más arriba: porque la vida siempre se abre paso, en cualquier circunstancia y en cualquier entorno hostil... Como el de esta primavera, que si ustedes me permiten un pareado fácil y hasta ingenuo, es una primavera que ni está ni se la espera.

viernes, 16 de marzo de 2018

Vidas Sabáticas

    Tengo 52 años. Mis padres nacieron en la posguerra. De mis dos abuelos, uno hizo la guerra y el otro era tan viejo que hubiera podido hacer hasta la del 14 si España hubiera participado. Mi padre trabajó todo lo que pudo y se murió justo antes de jubilarse. Mis hermanas trabajan, mis amigos también. Mi marido trabaja y encima educa, que ya es como tener dos trabajos; sus padres hicieron la guerra peleando contra los Nazis y después trabajaron como leones para levantar ese cementerio en el que se había convertido Europa. Todos los que nacimos en los felices 60 y 70, venimos de ese tronco común de una humanidad que tenía por costumbre intentar autodestruirse a bombazos periódicamente y que salió adelante por el empeño de toda esta clase trabajadora de dejar un futuro mejor para sus hijos, nietos y demás sucesores.

    Entre nosotros, los nietos de la Europa en guerra, y los que han venido después, unos californianos supuestamente inteligentísimos inventaron una nueva manera de ver el mundo, de relacionarnos, de aprender y de enseñar. Pusieron en nuestras manos un montón de aparatos con pantallas de variado tamaño y funciones y ya nada fue lo mismo. Su gran visión fue precisamente adivinar que en un futro a corto plazo todo lo que somos y viéramos pasaría por esas pantallas. En la generación de los biznietos ya no hay nada que no esté al alcance de un click: ni la vida, la muerte, la salud o la enfermedad, ni el odio ni el amor, la paz, la guerra y el mundo en su inmensidad. Ese mundo que yo una vez exploré en aquellos atlas de colores chillones consciente de que,  para verlo de verdad, primero tendría que hacer los deberes. Los menores de 35 años a día de hoy, ya no creen que haya que hacer los deberes, y es más, nos acusan de dejarles en herencia un mundo contaminado, lleno de basura tóxica y de habernos gastado todo el dinero de la hucha. Como remedio ante tanta desesperanza, lo único que se les ocurre es tomarse un año sabático para descansar   de un cansancio que no sabemos de dónde les ha venido.

    Un año sabático para recorrer el mundo en el que no creen y que ya han visto por Internet; para reflexionar sobre la propia falta de reflexión (qué difícil es reflexionar cuando se ha decidido que leer no sirve para nada) y a ser posible para hacerlo en Australia o Nueva Zelanda, porque está claro que en Oceanía, aún sin saber situarla en el mapa, se piensa mejor que al lado de casa. Un año sabático que muchos reclaman como un derecho humano cuando no saben ni cuando ni cómo esos derechos humanos se proclamaron.  Esta gente joven eventualmente, y eternamente infantil, lo que quiere verdaderamente es vivir una vida sabática, suspendida en el tiempo y paralela a la vida real. Quieren dormir noche y día, y bajo una apariencia de falsa austeridad, vivir con los ojos cerrados para no ver una realidad que no les gusta en vez de hacer lo que toca a su edad: hincarle el diente a esa realidad por fea que sea e intentar cambiarla. Son hippies a destiempo, pero encima sin la gracia ni la creatividad de los hippies de los Sesenta, que algunos son sus abuelos, dicho sea de paso.

    En esa cosa folclórica del año sabático, que los padres progres nos venden como un rito decisivo para madurar, aclarar las ideas y convertirse en ciudadano de pro,  hay más de un conejo en la chistera. Y me da que el conejo de la madurez y la reflexión no es el que sale en primer lugar ni más facilmente; y sí lo hace el de las vacaciones eternas, e incluso el de la resistencia a madurar. A estos niños que se creen merecedores del año sabático, lo que de verdad les gusta es vivir una vida sabática, suspendida por dos hilos muy delgados sobre el abismo de la vida real, que es donde habitamos los demás que,  con  más o menos remuneración, somos todos clase trabajadora. Les deseo por su bien que despierten del sueño eterno, porque la vida real es mucho más interesante y cierta que la vida sabática, que es una pamplina!

martes, 13 de marzo de 2018

Yo acuso

    Pues resulta que yo tenía escrita otra entrada para hoy, de esas que llevo ya un tiempo pensando y que voy repasando a media voz cuando cada mañana que no llueve, enfilo con alegría la media hora andando que me separa de mi lugar de trabajo. Guardada queda, porque hoy, abrumada como estoy por lo que ahora les cuento, he tenido que cambiar la entrada pensada, reflexionada y escrita en borrador por esta otra,  escrita con las tripas. 

    Como bien diría García Márquez: yo no vengo a decir un discurso (aunque él comenzó con estas palabras su discurso de aceptación del Nobel y miren ustedes a cuantas galaxias de distancia me encuentro) pero hoy el discurso se impone ante una panda de racistas consumados a la par de ignorantes,  que han tomado por asalto las redes sociales para declarar todo eso que, probablemente piensan desde siempre,  pero que como no existía Facebook (y similares)  nunca se atrevieron a proclamar. Será que las barbaridades dichas en Internet lo son menos y yo no me he enterado?  Será que los católicos pueden pedir en Facebook la pena de muerte para una presunta asesina y que si lo hacen así no es pecado? (el Papa dice que sí, pero bueno); será que los asesinos y asesinas negras lo son más que si fueran blancos o blancas? Será que, por fin ya tenemos todos las excusa perfecta para quitarnos las caretas de la caridad cristiana y decir en alto que queremos que todas esas personas que vinieron de fuera a trabajar en lo que no nos gustaba tienen que marcharse ya? O incluso molerlas a palos?  Será que la cárcel son unas vacaciones pagadas (así me lo han puesto en mi muro esta tarde...) y yo aún no he reservado para el próximo verano? 

   Pues bien, amados lectores, como creo que aún no he perdido la cabeza, me permito utilizar la literatura, y como Emile Zola, y salvando la enorme distancia, yo acuso. Y acuso a un buen montón de españoles de racismo, xenofobia, ignorancia, crueldad, falta de respeto a los derechos humanos, odio exacerbado, rencor, difamación, y no sé si me estoy quedando corta. No acuso a esa señora que ella misma se ha acusado de asesinar a un niño,  porque ya la acusará un juez de primera instancia y después un tribunal le aplicará una sentencia. Acuso a los que piden para ella la pena de muerte porque ella misma ya es una muerta en vida;  y porque la pena de muerte no se pide para nadie: los católicos lo tienen prohibido por su religión, y el resto de la humanidad, por sentido común y humanidad, valga la redundancia. Acuso a Facebook de convertirse en prensa amarilla y a los que lo utilizan para volcar su odio me gustaría que les cerraran sus perfiles, porque la libertad de expresión tiene sus límites. Acuso a los que quieren matarla y lo van proclamando, porque tal y como lo dicen hasta me creo que sean capaces de hacerlo; y acuso a los que están aprovechándose de un crimen, y del dolor de unos padres para sacar a pasear toda la amargura que llevan dentro. Acuso a los que acusaron a Ana Julia antes de que ella misma confesara y a los que aprovechando la coyuntura quieren cargarse la justicia y el estado de derecho que tanto nos costó conseguir. Acuso a los que quieren que vivamos bajo la ley del Talión y les deseo que algún día recapaciten y ninguno de sus seres queridos sea acusado de un crimen, no vaya a ser que ya no pidan la pena de muerte con la misma alegría. 

    Y también me acuso, yo;  sí, yo misma, de entrar al trapo de toda esta panda de gente insultante, insensible,  inhumana, ignorante e ignominiosa que puebla esa nación aparte que son las redes sociales;  nación de la que reniego para volver a la república de los libros...De la que nunca debí salir.

domingo, 11 de marzo de 2018

No es país para niños

    Será porque le hago demasiado caso a lo que publican los periódicos, porque gracias a Dios y a Netflix, la televisión no la veo; o será porque las redes sociales, especialmente la de los carrozas como yo, que es Facebook, se han llenado de periodistas y voceros aficionados, pero tengo la impresión que esa España, país de mi infancia, ya no es un país para niños. 

    Ese país donde supuestamente los niños pueden jugar en calles y plazuelas porque el clima acompaña y todos nos conocemos se ha convertido en una trampa para muchos de estos niños que juegan al fútbol contra cualquier tapia. Niños que se utilizan como armas arrojadizas en las disputas entre padres y madres y que se convierten en las víctimas elegidas por los maltratadores para hacer daño a las maltratadas con lo que más quieren. Niños que se drogan demasiado pronto, o que beben demasiado y demasiado pronto también. Niños de famosos que salen en las revistas sin más motivo que el dinero que sus famosillos padres pueden embolsarse por enseñarlos. Niños que en la televisión cantan, bailan, cocinan menús completos y hacen de todo con tal de salir en pantalla (fuimos los inventores de Marisol, de eso sabemos un rato largo). Y en los casos y las casas  donde no pasa nada especial, hay niños que se acuestan a las tantas porque se cena tarde, los padres trabajan en un Corte Inglés abierto hasta las diez de la noche y son obesos y sedentarios a golpe de merendar Bollycaos, o pan Bimbo co Nocilla y no menearse del asiento desde donde ven a sus Youtubers favoritos durante horas y horas. 

    Y la última víctima, ese pobre niño Gabriel, nos va a traer además una oleada de comentarios racistas y xenófobos; porque a la hora que ésto escribo, la detenida y principal sospechosa del crimen, tiene la desgracia añadida de ser dominicana, inmigrante y de cierto color. Ya tienen tela que cortar los tertulianos, los periodistas de la prensa rosa, amarilla y de cualquier color, los noticieros, los periódicos en versión papel o digital, y cualquiera que pretenda tener una opinión sobre el caso. Y ya tienen carroña los buitres oportunistas que piden a gritos que se cierren nuestras fronteras y que les demos una patada en el trasero a todos los que viven en nuestros países, en muchos casos, limpiando esos lugares donde nosotros mismos asentamos nuestros traseros. Ya verán ustedes ya, aquellos que siguen los telediarios y lo que viene antes y después de los mismos: les aguarda una semana de telenovela con final dramático, asesinato, crimen pasional y desapasionado, a saber. 

    Yo, sintiendo enormemente la muerte del chiquillo, hubiera preferido que la presunta asesina fuera un tipo con DNI, cuatro apellidos castellanos (u ocho vascos) rubio y de ojos claros. Más que nada para ahorrarnos todos los comentarios y las opiniones de todos esos periodistas aficionados de las redes sociales (alguno que otro me toca de cerca por parentela o amistad...) y poder concentrarnos en lo esencial: en España hay demasiadas muertes de seres inocentes en circusntancias truculentas, y eso, era hasta hace poco más propio de Suecia que de nuestras latitudes meridionales, donde hay sol y buenos alimentos. Ultimamente, no somos un país para niños, no...


jueves, 8 de marzo de 2018

Mentiras piadosas para el 8 de marzo

    Como cada año sin faltar ninguno, aquí tienen mi entrada, ciertamente reivindicativa,  del 8 de marzo, día de la mujer TRABAJADORA.  Y lo pongo con mayúsculas, porque no es el día de Tamara Falcó ni de Belén Esteban, ni de las Kardashian o de Paris Hilton (aunque bien pensado todo lo que estas señoras hacen para vivir sin trabajar es ya de por sí un trabajo) sino el día de todas las que como yo, mis hermanas, mis amigas, mis compañeras laborales y media humanidad, se levantan cada mañana y se echan a la calle a ganarse un jornal, sin que por ello trabajen menos en sus casas respectivas. Y añado esta puntualización porque cuando yo era niña, y vivía en una provincia castellana, bonita pero pequeñoburguesa a más no poder, más de una vez escuché en las conversaciones de mis mayores que tal o cual señora trabajaba fuera para no estar en casa (querida Sección Femenina, qué bien hiciste tu trabajo!) y desde aquella pequeñez mía no he hecho otra cosa en la vida que intentar demostrar lo absurdo de aquel postulado. 

    El 8 de marzo las mujeres no necesitamos que nos manden flores, ni nos hagan una reverencia por los pasillos; no nos hacen falta declaraciones institucionales ni que las marcas de compresas y tampones o las de bolsos y zapatos nos hagan un anuncio ad-hoc o un descuento en sus tiendas (si lo digo es porque ocurre); no nos hacen falta actos simbólicos en los parlamentos ni debates en la televisión. Lo único que pedimos es precisamente lo que no conseguiremos inmediatamente, aunque vamos por buen camino: que la mitad de esos parlamentarios y gobernantes sean mujeres, que la mitad de los consejeros de esas empresas también lo sean (y que para llegar ahí no hayan tenido que comportarse como hombres); que nuestros sueldos sean exactamente iguales que los de ellos a igualdad de trabajo; que el reloj biológico no sea una sentencia de muerte laboral,  y que nuestras hijas no tengan que seguir peleando por las mismas cosas que pelearon sus madres e incluso sus abuelas. 

    Y cuando veo a mi hija, tan espabilada, tan echada para adelante, tan llena de iniciativas y con tantas ganas de comerse el mundo como yo tenía a su edad,  me digo que para que siga avnazando por la vida con esa energía es necesario contarle un buen montón de mentiras piadosas, justamente para eso, para que siga peleando como peleamos otras muchas antes que ella. Mentiras como que le pagarán lo mismo que a un hombre haga el trabajo que haga, incluyendo el mundo de la farándula que se que le atrae; y que precisamente en ese mundo tan cruel a veces, no será necesario que demuestre más que lo que vale, y que no tendrá que levantar metro setenta del suelo o tener ciertas medidas de cintura y cadera y sacudirse a algún pulpo de encima. Que tendrá los hijos que quiera y cuando quiera, y que éstos no serán un freno para su vida profesional; que no tendrá miedo cuando vuelva sola por la noche a casa  ni justificar que va vestida enseñando más o menos pierna en caso de problemas con el sexo opuesto; y que no tendrá que pegar la espalda a la pared del vagón del metro para evitar ciertas manos despistadas. Me gustaría decirle que será indispensable y nunca invisible; que su papel en el mundo será exactamente el mismo que si fuera un hombre; y que llegará tan lejos como quiera y cuando quiera...Y me temo que todas estas mentiras piadosas sólo serán verdades cuando le toque a ella contárselas a sus hijas, o a las hijas de sus hijas. 

    Y mientras tanto, como dice mi poeta favorito (y es un hombre, si) se hace camino al andar: Renfe acaba de anunciar que 304 trenes tanto de cercanías como de larga distancia no podrán circular porque las mujeres maquinistas (la primera salió en uno de los telediarios de mi adolescencia) mañana no conducen. Porque como dice el lema de este año: si nosotras paramos, se para el mundo. Ciertamente si ellos se paran, también se para el mundo, sólo que lo de ellos está reconocido y lo nuestro no. Y este año, sin chiste de Forges para celebrarlo, ese sí que es un drama! Les dejo uno antiguo, que de todos modos es de rabiosa actualidad.

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martes, 6 de marzo de 2018

Omar y la nieve (La chica de ayer, 15)

    Omar se levanta cada mañana a las 4'30, con el tiempo justo de coger el primer tranvía que circula a partir de las cinco, y que engancha con otro metro que le lleva hasta el centro de la ciudad, donde durante un par de horas limpia dos sucursales bancarias. Enfila un  anorak viejo que le buscó su hermana Angélica cuando llegó, los pantalones de trabajo y su único par de  zapatillas deportivas descoloridas de tanto uso;  siempre el mismo uniforme, sin florituras y sin cambios, no da tiempo a más. A las seis empieza su escasa jornada laboral, poco más de dos horas, es todo lo que ha encontrado desde que llegó a Europa llamado por su hermana, que fue pionera en esto de emigrar. No se queja, hay otra vida peor, en la que no hay trabajo, no hay zapatillas, ni viejas ni nuevas, y muchos días no hay ni qué comer. 

    Durante dos horas Omar limpia sobre limpio (piensa él) y aspira el suelo, vacía papeleras y  quita un polvo inexistente de las mesas en las que ordena papeles y botes con lápices y bolígrafos de colores. Hay días que no resiste la tentación y se lleva alguno, siempre uno repetido, para sus sobrinos los gemelos,  hijos de Angélica, dos angelitos de cinco años que han empezado en otoño a ir al colegio, y que necesitarán  bolígrafos de colores en poco tiempo, se dice. Por ellos es capaz de cualquier cosa, porque el tío Omar es lo más parecido a un padre que tienen por el momento; que también tuvo mala suerte la Angélica, caramba! venir hasta Europa para juntándose con un maleante de Guayaquil, probablemente salido del mismo barrio del Guasmo, donde ella creció, o quién sabe si de otro aún peor. Y Angélica, que vino para trabajar y mandarles esa plata que tanta falta les hacía a sus viejos ahora tiene que mantener a dos criaturas sin padre; pero hay otra vida peor, se dice, en la que esos niños no tendría derecho a colegio, ni a medicinas gratis, ni casi derecho a soñar con un futuro, aunque no sea mejor. 

    Acabada la limpieza, Omar salta de nuevo al metro, y después al tranvía, sin perder un minuto. Angélica tiene dos hijos gemelos pero cada mañana sale de casa para cuidar al hijo único de unos señores muy ocupados por sus trabajos. Es él quien lleva cada mañana a Brayan y Keli al colegio, único hombre de tez morena en un enjambre de padres rubios de ojos claros y de alguna que otra madre de allende el Atlántico como él, con las que no se atreve a mediar palabra, porque su timidez enfermiza le impide decir algo más que "buenos días". Los niños ya están preparados esperándole, aquí no se puede llegar tarde a los sitios, ya se lo advirtió Angélica muy seria cuando llegó. Si tuviera algún trabajo más, les gustaría llevarles cada mañana un bollo para desayunar, y no esos lápices robados con el logotipo de un banco; pero en esa otra vida peor, que él ha dejado atrás, no hay bollos, ni lápices, ni recreo escolar, sino mucha droga, y algún que otro tiroteo nocturno, y muchas Angélicas que no sólo cargan con unos niños sin padre sino que además, cobran golpes de esos padres desaparecidos. 

    Ya le gustaría a él tener otro trabajo, dos más incluso; y terminar con esos madrugones que le obligan a vivir  como un zombi el resto de día y con esos portes y mudanzas de fin de semana que le machacan la espalda. Pero por ahora no hay nada más en lo que a él le parece que es una vida mejor, aunque sus compadres de Guayaquil con los que juega al fútbol los domingos le digan que ésta de acá es una vida de mierda. Para empezar con las ventajas, aquí hay estaciones, y el clima te da  sorpresas; hoy ha nevado. Omar sólo había visto la nieve una vez en su vida, y de lejos;  fue aquella vez que su padre los llevó de excursión a la cordillera y se acercaron al Chimborazo; quizás la única excursión de su vida antes de montarse en un avión rumbo a Europa. Esa nieve le fascina como hasta entonces sólo le habían fascinado las luces nocturnas vistas desde la playa de Guayaquil. Se para a contemplarla, la pisa, hace una bola, y otra más; agita las ramas de los árboles y llega tarde a casa donde Angélica le echa la correspondiente regañina por la demora.

-  "Omar, nos trajiste lápices hoy?"
- "No mijitos, algo mejor todavía, vayan a la cocina a verlo, rapidito que estamos atrasados"
-  "Pero  Tito Omar si sólo hay una bolsa de plástico con nieve dentro!"
Nieve que se estaba deshaciendo, nieve que a Omar le parecía un regalo y a los sobrinos, nacidos y crecidos en un lugar donde cae la nieve sin poesía ninguna, les parecía sólo un líquido chorreante contenido en una bolsa de supermercado. Hay otra vida peor, decididamente, y él  ya la conoce; y en esta nueva vida, la nieve es un regalo, claro que sí.



  

jueves, 1 de marzo de 2018

Esos dias azules y ese sol de la infancia

    Vivo en una ciudad sobre la que reina un casi perenne cielo gris, que se levanta poco más de metro y medio sobre nuestras cabezas. Estoy convencida que en esta parte de Europa, el cielo solo se abre cuando lo perforan los aviones que despegan y aterrizan, y que, gracias al tráfico aéreo, de vez en cuando vemos algún claro entre las nubes.  Últimamente el cielo apenas se abre y tal es así que los Telediarios de media Europa nos dedicaron varios reportajes durante el mes de enero pues habíamos batido el record de falta de horas de sol en diciembre: cinco para todo el mes...Lo mismo en alguno de los paises del Sahel (esos que Mariano no sabe citar de carrerilla) pagarían por ello, pro aquí les aseguro que nos tenemos que chutar con vitamina D a destajo, niños y grandes, porque es eso o el escorbuto. Y es más, casi me atrevería a asegurar que en el Sahel, o en el desierto de Gobi, no nos envidian nada, a pesar del sol de justicia que padecen, porque el sol es vida, da energía y te recarga por dentro (aunque seas pobre como una rata) y el gris de las nubes no tiene cualidad terapéutica ninguna. 

   Me cuentan algunas de mis amigas con niños pequeños que éstos en sus guarderías pintan los paisajes con el cielo gris y nubarrones, y que incluso el sol les molesta cuando les da en los ojos y protestan por ello. No saben estas tiernas criaturas que en unos años estarán despotricando de esos cielos grises que pintan y comprando sus correspondientes dosis de Vitamina D...Angelitos! Y surgió esta conversación con sus madres porque acabamos de pasar una semana de sol ininterrumpido, que a ustedes (sobre todo los que viven en España) no les parecerá una noticia reseñable, pero a una buena parte de mis lectores, que habita al norte del norte de España, les aseguro que sí. 

    Una semana de sol es un regalo de la madre naturaleza a los habitantes de este norte civilizado, democrático y socialmente avanzado, que lo tendría todo si tuviera un poco más de sol. Es el rayo de luz que se cuela por la rendija de la persiana y hace innecesario el despertador; La Luz de mediodía que te hace resistir al pie del cañón durante la tarde; los niños que juegan en la calle, el reflejo en las ventanas y las ganas de prolongar los atardeceres ahora que por fin. anochece un poco más tarde. Una semana de sol es la posibilidad de hacerle una fotosíntesis al cerebro y apartar de él los nubarrones propios que tantas veces nos acompañan y que son peores que los metereologicos; es la vida a bocados y no la vida a trompicones, y la posibilidad de hablar con los vecinos en los ascensores de algo más que no sea lo que llovió o nevó en el último mes. 

    Claro está que en el norte civilizado una semana de sol no sale gratis. El precio en esta ocasión ? Una semana a bajo cero,  contaminación urbana disparada y un viento helado que según pasa rozándote, te corta la cara en dos. Yo estoy dispuesta a pagar ese precio sin discutir,  e incluso a no ver la primavera (que por aquí ni está ni se la espera) ni a ninguna otra de sus primas hermanas a cambio de una semana de sol y de cielo azul como el que iluminó mi infancia, que además de ser recuerdos de un patio de Sevilla (que también, como la del poeta) fue un lugar donde el cielo era azul y el sol generoso. Nada más...Y nada menos.