jueves, 22 de marzo de 2018

La primavera no ha venido

    La vida es esa circunstancia que sale adelante incluso en el más árido de los desiertos, en la tundra siberiana o en el casquete polar; es algo que, por lo que sabemos,  solo ocurre en el planeta tierra, aunque sus habitantes estemos empeñados en acabar con ella. 

    La vida revive (permítanme la redundancia) en primavera: las plantas revientan de capullos, los capullos se abren, los pájaros anidan, nacen los corderillos y los cerezos japoneses y almendros en flor se preparan para la foto anual. Claro que, para que todo eso ocurra, es necesario que la temperatura sea agradable, que deje de helar por las noches, que haya llovido a su tiempo, y que salga el sol, que es justamente todo lo que no está ocurriendo. Tal y como va la cosa, y con el jueves santo en el horizonte cercano, la primavera no ha venido, y creo que incluso nos está haciendo un bonito corte de mangas. 

    Si la metereologica no acude puntual a su cita, quedan las primaveras históricas: la de Praga, que tan bien escribió Kundera en una novela que yo devoré a la edad que más  o menos tiene mi hijo y que ni él ni los de su quinta saben que existe, ellos se lo pierden. Hubo otra primavera anterior, la de Múnich, llevada a delante por unos pocos jóvenes idealistas españoles que pretendían que Franco no muriera en la cama, como ocurrió finalmente; aquella no dejó en herencia la palabra “contubernio”, tan bonita como caída en desuso. Hace pocos años se encadenaron todas las primaveras árabes, encaminadas a liberar varios países de la tiranía de sus gobernantes, para dejarlos finalmente en manos de la tiranía religiosa, y de unos gobernantes que hacen que el Ayatollah Jomeini parezca un cantante de rock a su lado. Decididamente, utilizar la palabra “primavera” con fines históricoso políticos, da muy malos resultados; sugiero a los próximos que  se revuelvan contra el poder establecido, que lo hagan en otoño, a ver si hay más suerte.

    Si las primaveras históricas acaban en fiasco, se pueden ustedes consolar con las poéticas o musicales, que son muchas y tampoco me voy a poner ahora a citarlas todas. La primavera de Vivaldi, maltratada ella por las centralitas telefónicas, por lo que compruebo últimamente, está dejando paso a la música de “La vida es bella” en esas mismas centralitas; así que podremos volver a disfrutarla sin que nos recuerde que solo suena cuando llevamos quince minutos colgados del auricular intentando dar parte de una avería o reclamarle algo a Iberia. 

    Hoy, segundo día de esta primavera inexistente, caía una manta de agua que me ha obligado a coger el metro en la misma estación en la que hace dos años unos locos se subieron con una mochila cargada de explosivos creyendo que con ello llegarían al paraíso prometido de vírgenes y otros placeres no tan cárnicos. Mi destino era la estación donde veinte inocentes perdieron la vida por estar en el sitio equivocado en el momento preciso y hacer lo que hacen los ciudadanos honrados: ir a trabajar en el transporte público. A mitad de camino, coincidiendo con la hora del atentado, el metro se ha parado y a golpe  de campana han nombrado solemnemente a todas y cada una de esas víctimas. Todo ello ante el silencio y sobrecogimiento de la mayoría y (como no) la poca atención de los que viven pendientes de las pantallas de sus teléfonos, que ni se han enterado.  Después de ese breve lapso de tiempo que a mi me ha parecido eterno, el metro ha retomado su camino. precisamente por lo que les digo un poco más arriba: porque la vida siempre se abre paso, en cualquier circunstancia y en cualquier entorno hostil... Como el de esta primavera, que si ustedes me permiten un pareado fácil y hasta ingenuo, es una primavera que ni está ni se la espera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario