martes, 6 de marzo de 2018

Omar y la nieve (La chica de ayer, 15)

    Omar se levanta cada mañana a las 4'30, con el tiempo justo de coger el primer tranvía que circula a partir de las cinco, y que engancha con otro metro que le lleva hasta el centro de la ciudad, donde durante un par de horas limpia dos sucursales bancarias. Enfila un  anorak viejo que le buscó su hermana Angélica cuando llegó, los pantalones de trabajo y su único par de  zapatillas deportivas descoloridas de tanto uso;  siempre el mismo uniforme, sin florituras y sin cambios, no da tiempo a más. A las seis empieza su escasa jornada laboral, poco más de dos horas, es todo lo que ha encontrado desde que llegó a Europa llamado por su hermana, que fue pionera en esto de emigrar. No se queja, hay otra vida peor, en la que no hay trabajo, no hay zapatillas, ni viejas ni nuevas, y muchos días no hay ni qué comer. 

    Durante dos horas Omar limpia sobre limpio (piensa él) y aspira el suelo, vacía papeleras y  quita un polvo inexistente de las mesas en las que ordena papeles y botes con lápices y bolígrafos de colores. Hay días que no resiste la tentación y se lleva alguno, siempre uno repetido, para sus sobrinos los gemelos,  hijos de Angélica, dos angelitos de cinco años que han empezado en otoño a ir al colegio, y que necesitarán  bolígrafos de colores en poco tiempo, se dice. Por ellos es capaz de cualquier cosa, porque el tío Omar es lo más parecido a un padre que tienen por el momento; que también tuvo mala suerte la Angélica, caramba! venir hasta Europa para juntándose con un maleante de Guayaquil, probablemente salido del mismo barrio del Guasmo, donde ella creció, o quién sabe si de otro aún peor. Y Angélica, que vino para trabajar y mandarles esa plata que tanta falta les hacía a sus viejos ahora tiene que mantener a dos criaturas sin padre; pero hay otra vida peor, se dice, en la que esos niños no tendría derecho a colegio, ni a medicinas gratis, ni casi derecho a soñar con un futuro, aunque no sea mejor. 

    Acabada la limpieza, Omar salta de nuevo al metro, y después al tranvía, sin perder un minuto. Angélica tiene dos hijos gemelos pero cada mañana sale de casa para cuidar al hijo único de unos señores muy ocupados por sus trabajos. Es él quien lleva cada mañana a Brayan y Keli al colegio, único hombre de tez morena en un enjambre de padres rubios de ojos claros y de alguna que otra madre de allende el Atlántico como él, con las que no se atreve a mediar palabra, porque su timidez enfermiza le impide decir algo más que "buenos días". Los niños ya están preparados esperándole, aquí no se puede llegar tarde a los sitios, ya se lo advirtió Angélica muy seria cuando llegó. Si tuviera algún trabajo más, les gustaría llevarles cada mañana un bollo para desayunar, y no esos lápices robados con el logotipo de un banco; pero en esa otra vida peor, que él ha dejado atrás, no hay bollos, ni lápices, ni recreo escolar, sino mucha droga, y algún que otro tiroteo nocturno, y muchas Angélicas que no sólo cargan con unos niños sin padre sino que además, cobran golpes de esos padres desaparecidos. 

    Ya le gustaría a él tener otro trabajo, dos más incluso; y terminar con esos madrugones que le obligan a vivir  como un zombi el resto de día y con esos portes y mudanzas de fin de semana que le machacan la espalda. Pero por ahora no hay nada más en lo que a él le parece que es una vida mejor, aunque sus compadres de Guayaquil con los que juega al fútbol los domingos le digan que ésta de acá es una vida de mierda. Para empezar con las ventajas, aquí hay estaciones, y el clima te da  sorpresas; hoy ha nevado. Omar sólo había visto la nieve una vez en su vida, y de lejos;  fue aquella vez que su padre los llevó de excursión a la cordillera y se acercaron al Chimborazo; quizás la única excursión de su vida antes de montarse en un avión rumbo a Europa. Esa nieve le fascina como hasta entonces sólo le habían fascinado las luces nocturnas vistas desde la playa de Guayaquil. Se para a contemplarla, la pisa, hace una bola, y otra más; agita las ramas de los árboles y llega tarde a casa donde Angélica le echa la correspondiente regañina por la demora.

-  "Omar, nos trajiste lápices hoy?"
- "No mijitos, algo mejor todavía, vayan a la cocina a verlo, rapidito que estamos atrasados"
-  "Pero  Tito Omar si sólo hay una bolsa de plástico con nieve dentro!"
Nieve que se estaba deshaciendo, nieve que a Omar le parecía un regalo y a los sobrinos, nacidos y crecidos en un lugar donde cae la nieve sin poesía ninguna, les parecía sólo un líquido chorreante contenido en una bolsa de supermercado. Hay otra vida peor, decididamente, y él  ya la conoce; y en esta nueva vida, la nieve es un regalo, claro que sí.



  

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