jueves, 1 de marzo de 2018

Esos dias azules y ese sol de la infancia

    Vivo en una ciudad sobre la que reina un casi perenne cielo gris, que se levanta poco más de metro y medio sobre nuestras cabezas. Estoy convencida que en esta parte de Europa, el cielo solo se abre cuando lo perforan los aviones que despegan y aterrizan, y que, gracias al tráfico aéreo, de vez en cuando vemos algún claro entre las nubes.  Últimamente el cielo apenas se abre y tal es así que los Telediarios de media Europa nos dedicaron varios reportajes durante el mes de enero pues habíamos batido el record de falta de horas de sol en diciembre: cinco para todo el mes...Lo mismo en alguno de los paises del Sahel (esos que Mariano no sabe citar de carrerilla) pagarían por ello, pro aquí les aseguro que nos tenemos que chutar con vitamina D a destajo, niños y grandes, porque es eso o el escorbuto. Y es más, casi me atrevería a asegurar que en el Sahel, o en el desierto de Gobi, no nos envidian nada, a pesar del sol de justicia que padecen, porque el sol es vida, da energía y te recarga por dentro (aunque seas pobre como una rata) y el gris de las nubes no tiene cualidad terapéutica ninguna. 

   Me cuentan algunas de mis amigas con niños pequeños que éstos en sus guarderías pintan los paisajes con el cielo gris y nubarrones, y que incluso el sol les molesta cuando les da en los ojos y protestan por ello. No saben estas tiernas criaturas que en unos años estarán despotricando de esos cielos grises que pintan y comprando sus correspondientes dosis de Vitamina D...Angelitos! Y surgió esta conversación con sus madres porque acabamos de pasar una semana de sol ininterrumpido, que a ustedes (sobre todo los que viven en España) no les parecerá una noticia reseñable, pero a una buena parte de mis lectores, que habita al norte del norte de España, les aseguro que sí. 

    Una semana de sol es un regalo de la madre naturaleza a los habitantes de este norte civilizado, democrático y socialmente avanzado, que lo tendría todo si tuviera un poco más de sol. Es el rayo de luz que se cuela por la rendija de la persiana y hace innecesario el despertador; La Luz de mediodía que te hace resistir al pie del cañón durante la tarde; los niños que juegan en la calle, el reflejo en las ventanas y las ganas de prolongar los atardeceres ahora que por fin. anochece un poco más tarde. Una semana de sol es la posibilidad de hacerle una fotosíntesis al cerebro y apartar de él los nubarrones propios que tantas veces nos acompañan y que son peores que los metereologicos; es la vida a bocados y no la vida a trompicones, y la posibilidad de hablar con los vecinos en los ascensores de algo más que no sea lo que llovió o nevó en el último mes. 

    Claro está que en el norte civilizado una semana de sol no sale gratis. El precio en esta ocasión ? Una semana a bajo cero,  contaminación urbana disparada y un viento helado que según pasa rozándote, te corta la cara en dos. Yo estoy dispuesta a pagar ese precio sin discutir,  e incluso a no ver la primavera (que por aquí ni está ni se la espera) ni a ninguna otra de sus primas hermanas a cambio de una semana de sol y de cielo azul como el que iluminó mi infancia, que además de ser recuerdos de un patio de Sevilla (que también, como la del poeta) fue un lugar donde el cielo era azul y el sol generoso. Nada más...Y nada menos. 

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